Carrusel / No. 219
El quincunce desplegado
Carlos Fonseca
Museo animal
Anagrama
México, 2017, 432 pp.
Museo animal es la segunda novela del escritor puertorriqueño-costarricense Carlos Fonseca. Después de Coronel Lágrimas, su exitoso y muy bien recibido debut, esta joven promesa de la literatura latinoamericana demuestra que su estilo es multifacético y cambiante.
El argumento es original y cautivador. Sobrevuela eventos distanciados, ubicados en distintos países en un transcurso de 37 años (1977-2014). Apenas iniciado el nuevo milenio, un biólogo enclaustrado en su trabajo en el Museo de Historia Natural es convocado a participar en una exposición poco ortodoxa, liderada por una reconocida y enigmática diseñadora de moda. Pasan siete años, y tras la muerte de ésta y un largo proceso que no lleva a ninguna parte, el protagonista se enclaustra a leer obsesivamente los archivos de vida de su antigua colaboradora. Así descifra poco a poco el pasado de esta misteriosa mujer y su familia, reflexionando a través de un denso aparato conceptual aspectos esenciales de la vida humana como la identidad y las máscaras que construimos alrededor de ella, así como los límites del arte y sus posibilidades políticas.
El punto gravitacional de la trama atraerá el esfuerzo y la intencionalidad de cada personaje hacia un fin común: desentrañar el objetivo último de Viviana Luxembourg y cómo logró, con tan sólo la publicación de unas cuantas notas periodísticas falsas, desestabilizar corporaciones transnacionales y tener impacto en las opiniones políticas populares en momentos críticos. En sus pasajes más importantes, Museo animal es ferozmente anticapitalista y hermosamente destructiva. Estos rasgos pueden relacionarse con las fake news y el papel que actualmente juegan en el panorama de los medios y sus repercusiones políticas; también hace pensar en la aplicación contemporánea de los estudios de teoría de redes y cómo su implementación tendenciosa ha llegado a demostrar, de manera siniestra, la posibilidad de impactar los resultados de una elección o un referéndum.
Una novela total latinoamericana, una más, pero notablemente diferente. Tal vez sea un capricho generacional, pero me parece imposible leer a Fonseca y no pensar de inmediato en Roberto Bolaño. La intención de generar esa compleja obra totalizadora, de ser un creador de mundos, está ahí. También la polifonía y la construcción caleidoscópica de personajes cuyos usuales miedos y cotidianas manías crean el epicentro de la complejidad de la obra. Museo animal puede leerse de varias formas y, así como 2666, puede entenderse también como cinco novelas independientes pero interconectadas.
En lugar de mostrar personajes únicos y extravagantes, flameantes de decadencia y de sensibilidades melancólicas y marginales, el proyecto de Fonseca se va por otro lado. En las páginas de Museo animal vemos personificaciones sencillas, perfiles sobreeducados envueltos en una cotidianidad desagradable, pero cómoda. Refleja en un inicio el sopor de esa cachetada cotidiana, aburrida y diaria, el tedio de vivir la academia como único refugio de la vida misma, con un conocimiento empolvado en anaqueles museográficos y en antologías universitarias que nadie lee. La aventura se muestra vital, dinámica cual cuento griego, épico en el sentido de que toda esta acumulación de saberes, ahora inútiles y ociosos, es abandonada por la gran aventura que tal vez resuelva todo, el gran viaje que cambia y circunda la existencia hacia una nueva faceta.
El quincunce como concepto esencial en la construcción de la trama quita cierta sobriedad nefasta de la cual la literatura contemporánea suele abusar, dando un aire, apenas sutil, de misticismo y confabulación. Cuando todas las historias hayan mostrado lo que tenían que mostrar, queda ese agradable y dulce sentimiento de que tanto la naturaleza como la cultura pueden ser manifestaciones de una misma dimensión arquetípica, una esquina de la realidad que solemos dejar empolvada y sin cuido al embargarnos en la rutinaria cotidianidad del raciocinio.
En el sentido más simple del ejercicio narrativo, podría decirse que Museo animal muestra la potencia contenida en un solo suceso y, por ende, los múltiples efectos a corto y largo plazo en que el acontecimiento se ramifica.
La obra de Fonseca consta de una complejidad tan sofisticada como local que nos permite ver cómo pensamos a Latinoamérica desde dentro y desde ahora, dejando de lado tanto el romanticismo mágico de otras generaciones, como el exotismo conciliador que nos venden desde el extranjero. Acá encontramos una historia sólida y directa que nos hace reflexionar sobre la manera en que se entretejen el arte, la política y la vida misma en el torbellino de incongruencias que representa el siglo XXI.