Carrusel / Heredades / No. 221

María Luisa Mendoza,
la erupción de un volcán en un campo de amapolas



“No se nace mujer, se llega a serlo”. Esta frase icónica de Simone de Beauvoir ha sido una de las bases para reflexionar lo que significa ser mujer y cómo el entorno, la historia y la cultura determinan esa construcción. También ha permitido repensar otras posibles formas de ser mujer, además de desafiar las condiciones de opresión, así como la normatividad social. La sociedad mexicana se ha caracterizado por retratar a la mujer como un ser subordinado, carente de autonomía, bajo la tutela del hombre —ya sea padre, hermano o esposo— y confinado a los papeles de hija, esposa y madre. Asimismo, durante la historia de la literatura, las mujeres han tenido pocas oportunidades de desenvolverse en la profesión de la escritura. Muchos han sido los alegatos a los que recurrieron los críticos para explicar este fenómeno, por ejemplo: que biológicamente estábamos incapacitadas para ejercer una profesión intelectual. Sin embargo, esas explicaciones velaban el verdadero impedimento: una construcción social-histórica-cultural en la que la mujer no podía salirse de los roles establecidos. Me interesa mencionarlo porque esos condicionamientos podrían explicar por qué ha habido, en comparación, pocas escritoras dentro de la historia de la literatura mexicana, además de que generalmente no forman parte del canon literario. De ese modo sus obras quedan condenadas a la extinción y su nombre al olvido.

A lo largo del siglo XX, las mujeres reclamaron su lugar en el mundo literario. Así, escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro, Amparo Dávila, Josefina Vicens, Luisa Josefina Hernández, Guadalupe Dueñas, Inés Arredondo, entre otras, engrosaron las filas de la literatura mexicana. Una de sus contemporáneas fue María Luisa Mendoza. Apodada China por su padre y Patrona por su hermana, nació en Guanajuato el 17 de mayo de 1930. En su niñez fue muy enfermiza, lo que la condujo a acercarse a la lectura, pues en ella encontró el vehículo ideal para vivir muchas vidas. En varias de sus entrevistas, La China relata que trepada en la azotea se tumbaba por horas a leer, a pesar de que su madre siempre la llamaba para que ayudara en los deberes de la casa. Nunca aprendió a cocinar, pues no formaba parte de sus intereses.

Dueña de una energía desbordante —incluso en sus últimas entrevistas—, recuerda que la palabra se convirtió en su gran pasión, pero también en su tortura, al saber que su existencia estaría intrínsecamente ligada a la escritura y que no podría escapar de ella. Debido a su inclinación por las palabras, La China estudió Letras Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México, además de Escenografía en la Escuela de Arte Teatral del Instituto Nacional de Bellas Artes.

Incursionó en el periodismo en 1954 escribiendo para el diario El Zócalo, dirigido por el controversial periodista Alfredo Kawage Ramia y, posteriormente, tuvo la oportunidad de formar parte de la fundación —en 1961— del diario El Día, que dirigió junto con Enrique Ramírez y Ramírez. Luego fue directora, con Alberto Beltrán, de El Gallo Ilustrado, suplemento cultural de gran envergadura que reunía las plumas de los intelectuales más reconocidos de la época. Su importante trayectoria periodística la hizo acreedora del Premio Nacional de Periodismo y del Premio Bernal Díaz del Castillo, en 1972, por Crónicas de Chile. Mereció, además, mención honorífica en el Premio Francisco Zarco, para el trabajo periodístico de mayor interés nacional, en 1975. Se desempeñó, de igual forma, como comentarista cultural en el noticiero de Jacobo Zabludovsky y, posteriormente, en 1984, condujo el programa de televisión Un día, un escritor.

Durante varias generaciones, su familia Mendoza, Callos y Romero estuvo inmersa en la política, por lo que no resulta extraño que María Luisa Mendoza se desempeñara como diputada federal del estado de Guanajuato en la LIII Legislatura, cargo que la hizo sentirse orgullosa, como “posible salvadora de la patria porque tenía en mis manos las leyes, podía cambiarlas, promover algún cambio importante para mi pueblo”.1

Su verdadera esencia, no obstante, fue la de escritora. La China cultivó diversos géneros literarios: autobiografía, cuento, ensayo, reportaje, crónica, guion cinematográfico, ensayo y —sobre todo— novela, con títulos como Con Él, conmigo, con nosotros tres (1971), De Ausencia (1974), El perro de la escribana (1982), Fuimos es mucha gente (1999) y De amor y lujo (2002). La prosa de La China refleja un dominio del lenguaje, una explosión de significados a través de la combinación de múltiples vocablos, juegos de palabras, albures y neologismos. Además, por medio de descripciones puntuales y acercamientos, construye imágenes cinematográficas que se quedan grabadas fácilmente en la mente del lector. Otra de las características de la obra de La China es la presencia del erotismo, la satisfacción sexual, la apropiación de los cuerpos. También la autocontemplación de los personajes por medio del espejo que servirá de testigo del inclemente paso del tiempo. En el ensayo Las cosas (1976), La China apuntó que en sentido estricto ése fue su primer libro —derivado de los textos periodísticos—, pero que en algún momento lo abandonó para luego retomarlo y darle forma; es un homenaje a la casa de su infancia, una evocación de los recuerdos de su niñez en Guanajuato.

En su primera novela —su género predilecto—, Con Él, conmigo, con nosotros tres, María Luisa Mendoza relata el episodio histórico del 2 de octubre de 1968; habla de la represión y el asesinato de estudiantes, además de que retrata la realidad histórica y la transformación de la sociedad a finales de los sesenta.

Su segunda novela, acaso una de las más apreciadas por ella y en la que concentra muchas de sus obsesiones, es De Ausencia. La China confesó que el personaje favorito de su narrativa era Ausencia Bautista Lumbre —una mujer rebelde, eterna, bella y desafiante— y que quizás era la que más se parecía a ella en carácter. Ausencia Bautista Lumbre, personaje principal de esta novela, es una huérfana de madre que creció bajo la tutela de su padre, el minero Gerundio Bautista, quien se vuelve rico gracias al descubrimiento de la mina La Catalana. A partir de ese momento, la vida de Ausencia da un vuelco de la pobreza a la riqueza, así que, gracias a la fortuna de la mina, se cría con todas las comodidades y caprichos de una niña que crece en la opulencia. A pesar de la educación de su padre y la tutela de las señoritas Imperio, quienes le enseñaron francés, religión, gramática, trigonometría, buenas costumbres…, Ausencia será una mujer rebelde, indomable, inclinada a los placeres, al deleite.

Habría que decir también que la vida de Ausencia se narra a través de siete capítulos: “Primer espejo”, “Segundo reverbero”, “Tercer azogue”, “Cuarto trémol”, “Sexto reflector” y “Séptimo lago”, que aluden al espejo, pues el que nos permitirá enfrentarnos con nuestra realidad será el reflejo. “La mujer —escribe Mendoza— viene al mundo para conservar intacto el azogue del yo detrás del cristal, en él se ve, y relee en el espejo su historia, el testigo domable que alcahuetea las interferencias de los defectos o los resultados de uno mismo al verse la cara”.2

Ausencia representa una transgresión de los valores establecidos, un cuestionamiento a las normas de conducta y a lo que significa lo moral o lo inmoral, una nueva búsqueda de la feminidad que contraviene los cánones de la época y trastoca los estereotipos. La autocontemplación, como ocurre a menudo en la obra de La China, será para Ausencia una herramienta en la que buscará encontrar el sentido de su existencia, así como su pertenencia al mundo:


En sus viajes ella cargaba los suficientes espejos de mesa como para no separarse de sí misma y su origen, dando a los anonimatos hoteleros, a las recámaras alquiladas, un faro de luces propias, distintas fronteras y dimensiones. Eran siete, ovalados y redondos […]. Cada reverbero le contaba un cuento, y al llegar al séptimo era el cuento de nunca acabar puesto que detenía los ojos en el primero o en el quinto u oía el siete otra vez, y así desde que los escogió para estar con ella.3


La China fue un parteaguas en la literatura mexicana, tanto por su estilo barroco, su dominio del lenguaje, la exploración del erotismo, del cuerpo, del amor, como por proponer una feminidad transgresora mediante sus personajes complejos. En algún momento, María Luisa Mendoza mencionó que tenía sobre ella una nube negra: ser mujer, su temperamento, ser mexicana, ser pobre… y que quizá por eso fue relegada a la soledad. Alejemos esos nubarrones que se cernieron sobre su existencia para acercarnos a explorar la obra de esta magnífica escritora y así otorgarle el reconocimiento que se merece.





1 Entrevista En corto, María Luisa “La China” Mendoza, a cargo de Mayté Noriega, 2014.
2 María Luisa Mendoza, De Ausencia, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial UNAM, México, 2019, p. 120.
3 Ibídem, p. 120-121.