Carrusel / Bajo cubierta / No. 221
El deseo con canas
Balli Kaur Jaswal.
Historias eróticas para viudas del Punyab.
Grijalbo.
México, 2018, 384 pp.
Los ancianos tienen sexo. Pero el asunto se omite, como si se tratara de algo que no debiera discutirse. La cultura popular nos lo implora a gritos: sólo es cosa de echarle un ojo a la cartelera del fin de semana para comprobar que las historias románticas, pasionales, casi siempre están protagonizadas por jóvenes. El amor entre viejos en la gran pantalla, en todo caso, queda para la guasa, para la anécdota cómica. Como si los viejos tuvieran prohibido sentir, como si el cuerpo con arrugas dejara de ser un cuerpo con deseo.
Historias eróticas para viudas del Punyab, de la escritora singapurense Balli Kaur Jaswal, relata los puntos de encuentro y desencuentro entre dos generaciones. La protagonista es Nikki, una veinteañera británica, hija de inmigrantes de la India y parte de la comunidad sij del oeste de Londres; el sijismo es la quinta religión más grande del mundo y el grupo es conocido por su hermetismo en la capital de Inglaterra.
A pesar de que los miembros de su comunidad son conservadores, Nikki es una hija rebelde, progresista, que porta —un tanto ingenuamente— la bandera del feminismo. Para disgusto de su madre viuda, vive en el piso superior del pub donde trabaja. En contraparte, su hermana busca un matrimonio arreglado.
Un día, después de mucho insistir, su hermana convence a Nikki para poner un anuncio de búsqueda de marido en el corcho de avisos de la gurdwara, el templo. Ahí, Nikki se encuentra con su destino: “Se busca profesora de escritura creativa para mujeres”. La joven llega a dar su primera clase con una actitud fresca, convencida de que será un factor de cambio para las mujeres sijes. Excepto que nunca tomó en cuenta que sus estudiantes resultarían viudas sin saber escribir.
La joven rema a contracorriente la primera clase, su ligera manera de conducirse choca con el conservadurismo de las viudas. Para la segunda sesión, por casualidad, Nikki deja en su escritorio un libro de relatos eróticos, se lo llevaría a su hermana para molestarla. Sale del aula un instante y la única viuda que sabe leer empieza a contar las historias a sus compañeras. Todas convienen en que los relatos son aburridos y sin sentido. Así, inventan algunos al vuelo. Después de escucharlos, Nikki decide que la clase servirá para crear historias eróticas y no para enseñar el alfabeto inglés.
El curso se termina convirtiendo no sólo en una colección de fantasías, sino en una exposición de deseos reprimidos y consumados, experiencias sensuales y anécdotas complejas vividas por mujeres que parecen un cero a la izquierda. A la par, lo que sucede dentro del aula levanta sospechas entre los miembros sijes más tradicionales, lo cual no sólo pone en riesgo la clase, sino la vida de las narradoras.
En la novela, es mal visto que las viudas externen sus deseos sexuales. En la novela, hay una lucha generacional para que las mujeres tengan mayores libertades. En la novela, la vida de las viudas corre peligro por el simple hecho de ser mujeres.
¿Suena familiar? Jaswal demuestra, contando una historia casi privada, que las preocupaciones de las mujeres en el siglo XXI son globales y distan mucho de estar resueltas. La autora pone especial énfasis en una problemática fácil de pasar por alto: la capacidad de las personas de la tercera edad de crear narrativas alrededor del sexo.
En la novela de Jaswal, una de las viudas decide contar una historia que involucra infidelidad; luego, otra más cuenta una donde hay una escena de sexo lésbico. Las viudas publican de manera clandestina y con pseudónimo sus historias. El resultado es que tanto hombres como mujeres encuentran en los relatos eróticos un detonador de nuevas experiencias sexuales. Se demuestra que la vasta experiencia no está disgustada con la creatividad; se ancla en ella.
Cuántas historias callarán las mujeres de cabeza blanca que caminan por las calles. ¿Tendrán el espacio, incluso en casa, de satisfacer sus deseos? Para muchos, es inimaginable plantear cómo manifiesta el deseo sexual alguien en la senectud. Al mexicano, por ejemplo, le gusta pensar que su mamá es virgen. ¿Acaso esto no también tiene un dejo de violencia? ¿Promover la imposibilidad del cuerpo a ser?
En un tono que transita fluidamente de la comedia a la tragedia —y de regreso— Jaswal describe cómo sigue habiendo fricciones intergeneracionales en la actualidad, aun en ciudades cosmopolitas. A pesar de las diferencias, propone que tender puentes, incluso en contextos complejos donde intervienen la tradición y la religión, es posible.
Hoy se levanta la voz para que las mujeres con múltiples parejas sexuales dejen de ser juzgadas, ¿no tendría el mismo derecho una anciana de ejercer su sexualidad como mejor le plazca? Parecería más cómodo seguir teniendo una venda en los ojos, olvidando que el cuerpo siente. La realidad es muy distinta: saciar el hambre del cuerpo es, también, seguir viviendo.
Después de todo, no importa la edad que tengan, su religión o su color de piel, las mujeres tienen derecho a mantener un profundo y pasional deseo sexual: les seguirá latiendo el corazón.