Carrusel / Entre Voces / No. 224

Mujeres de la tierra:
Los surcos de la esperanza


Fotos: cortesía de la colectiva Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia

A María, a la memoria de Fishe


Como el petate —que se teje, se desbarata y se vuelve a tejer—, las experiencias y los saberes de Gris, Magos, Leti, Alma, Mari y Chío son la urdimbre de Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia. Esta colectiva brotó en Santa Ana Tlacotenco, uno de los 12 pueblos originarios que conforman Milpa Alta, el pulmón rural más grande de la Ciudad de México. Ellas seis, al calor del fogón, reinventan su vínculo con el campo y reexisten a través de él: juntas siembran la escucha recíproca y cosechan caminos propios para cumplir un sueño en común: sanar sus heridas, independizarse económicamente y habitar un espacio propio lejos de sus agresores.

Conocimos a Mujeres de la tierra, mujeres de la periferia a través del fotorreportaje de María Ruiz en Pie de Página. Con esta entrevista, Punto de partida tiene la intención de seguir sosteniendo los lazos para tender un puente entre ellas y aquellas otras personas que puedan intercambiar y ofrecer saberes que las ayuden en su camino.


¿Cuáles son las raíces de Mujeres de la tierra?

Chío [C]: Nos hermanan dos cosas: la violencia, que es algo muy triste, pero también los conocimientos sobre el cultivo de la tierra y las ganas de hacer cosas con ello. Ya conocíamos nuestras experiencias, a los agresores de las otras, a las familias de ellos y el contexto de cómo se concibe la violencia en los pueblos. Eso nos llevó a generar más empatía. Cada compañera tiene habilidades súper chingonas, sólo necesitábamos agarrarnos de lo que ya sabíamos hacer.

Somos seis compas: Leti, Alma, Gris, Mari, Magos y yo. Todas vivimos en Santa Ana Tlacotenco, somos vecinas de distintos barrios. Gris, Alma, Leti, Magos y Mari son casadas y tienen hijos. Todas viven con sus parejas-agresores y se dedican al trabajo informal. Leti, Alma y Gris trabajaban con un maestro vendiendo dulces y paletas. Magos siempre se ha dedicado al campo y a vender lo que cocina. Gris y Leti echaban tortillas en un puesto de barbacoa; ahí también hay precarización, violencia laboral, explotación: ellas no eran dueñas del negocio, trabajaban para los propietarios. Leti, por ejemplo, trabajaba de siete a siete por 300 pesos. Cuando llegó la pandemia todo se puso en pausa y las primeras en quedarse sin chamba fueron ellas. Gris fue la que comenzó a vender tlacoyos, y al encontrarme con estos testimonios les comenté la idea de abrazar estas prácticas, todo lo relacionado con el maíz, con el nopal, y hacer a partir de ello una colectiva no sólo para tomar pedidos y vender, sino también para trabajar nuestros procesos de violencia. Fue desde ahí, desde la escucha, como empezamos a juntarnos.

Alma [A]: Ya somos muy allegadas. Nos conocíamos desde hace tiempo, pero llevamos juntas como Mujeres de la tierra unos cinco meses; empezamos entre mayo y junio.

[C]: Cuatro somos de la sierra mixteca poblana. Allá nacimos, pero llevamos mucho tiempo habitando el territorio de Milpa Alta. Yo estudié Psicología, y para sostenerme y poder sacar la licenciatura fui trabajadora del hogar. Desde ahí me atravesaban muchas violencias, entonces tenía mucha necesidad de participar en un espacio de lucha y pude lograrlo; aprendí a organizarme no a través de la teoría, sino de la práctica. Sucedía algo interesante cuando llegaba a la casa por ropa limpia o a descansar: me enfrentaba con las experiencias de Gris, que ya estaba con el ojo morado; o las de Alma, que ya la habían corrido de su casa; o de Magos, que había pasado alguna situación de violencia. Me parecía que mi lucha, mi acuerpar y mi esfuerzo por estar en aquel otro espacio se quedaba en la nada porque aquí había mucho que hacer. Muchas veces me pregunté qué hacía allá si aquí también necesitamos hacer algo.


¿Cuál es la historia de su llegada a Milpa Alta? ¿Cuánto tiempo llevan aquí?

Alma [A]: Yo voy a cumplir 13 años radicando en [la Ciudad de] México.

Gris [G]: Yo llevo como 20 años aquí en Milpa Alta, desde que mis papás nos trajeron; aquí nos casamos y tuvimos a nuestros hijos. Tengo tres: uno de 15, una de nueve y otra de siete años.

[C]: Yo llegué en el 99, el 12 de diciembre; lo recuerdo por la peregrinación de la Virgen de Guadalupe. Dentro del imaginario de un padre machista, la mujer sirve para casarse, abrir las piernas, tener hijos, atender al marido y callarse. Nosotras vinimos con esa imposición en mente, pero yo, a diferencia de mis compañeras, no soy casada ni tengo hijos y me posiciono como lesbiana: rompo con los esquemas de mi padre y de mis propias hermanas. Llegar aquí con un posicionamiento distinto ha influido en cómo nos relacionamos incluso entre nosotras. Alma llegó después; todas llegamos en ese año, pero después mis papás se tuvieron que regresar al pueblo y Alma se fue con ellos. A mí me sacaron de la escuela y, cuando volví a Milpa Alta, ella, Gris y Leti ya se habían casado. Por eso hablamos de tiempos distintos aquí en la ciudad. Poco a poco nos hemos involucrado y vuelto parte de la comunidad.


¿De qué otras formas han vivido ese imaginario machista heredado?

[C]: También con la revictimización: si una mujer está siendo violentada, ante la comunidad siempre será porque algo debe haber hecho, “anduvo de noche o sola”; siempre se duda de si están seguras que les pegaron, siempre se cuestiona lo que están denunciando. En el pueblo aún está muy normalizada la violencia y cuesta mucho más trabajo ir a denunciar porque la revictimización se ejerce tanto en el Ministerio Público como dentro de la misma familia y comunidad.


Aunque el comercio justo de productos locales hechos a mano ya es una forma de cuidarse a través de su trabajo, también hay una labor más profunda entre ustedes. ¿Cómo se cuidan cada una a sí misma y entre todas?

[G]: Ha sido muy bonito. Como somos puras mujeres, este espacio nos ha servido para desahogarnos, ver nuestros errores, escuchar consejos. Para autocuidarnos. Si vemos que alguna está muy cargada de trabajo, la ayudamos. Cuidamos que las que se dedican a lavar trastes no metan sus manos en el comal caliente, por ejemplo. Chío nos ha ayudado mucho para que cuando pasemos por algo muy difícil se sienta el abrazo de todas, el apoyo. Es muy diferente estar entre puras mujeres que entre hombres y mujeres, sí hace la diferencia.

[C]: Cada día intentamos que éste sea un espacio en el que platiquemos mientras cocinamos. Si algo le pasó a alguna de nosotras, escuchamos cómo se siente, vemos cómo la podemos ayudar. Entre más experimento esto, más me sorprendo de la capacidad de apoyo mutuo que podemos encontrar y transferir. Hay días en que, si tenemos tiempo y no se tienen que ir corriendo las compañeras a su casa —porque a veces terminamos noche—, nos damos un rato para leer juntas, a veces poesía, y ahora que ya tenemos otros libros nos decimos: “llévate este libro, cuéntanos qué te ha parecido, qué dudas tienes, qué impresiones has tenido”. Alma, por ejemplo, se está involucrando mucho en las cartitas que regalamos en agradecimiento a quienes nos hacen pedidos. Yo les digo que desde ahí escriban, que no es necesario que lo hagan con reglas gramaticales perfectas, sino desde lo que sienten. En este espacio compartimos saberes, pero no sólo sobre si el tlacoyo está crudo o si al tamal le falta, sino también experiencias. En el caso de Alma, éste es un lugar en el que puede olvidarse de todo lo que está pasando, un espacio de liberación, y como somos sólo mujeres nos sentimos seguras.


En un tiempo se popularizó el #AmigaDateCuenta, que puede caer en una exigencia vertical y poco comprensiva. Su acompañamiento se percibe distinto, ¿cómo han hermanado sus experiencias para enfrentar estas situaciones?

[C]: Claro, no le podemos pedir a la persona que está viviendo el trueno que vea la luz. Se trata de priorizar la escucha. Cuando nos alteramos y nos dejamos llevar por la emoción, debemos escuchar por qué la otra está diciendo lo que está diciendo, detenernos, no apresurarnos a hacer conjeturas o conclusiones. Yo he notado que sí hemos encarnado nuestra participación aquí y que somos conscientes de que estamos juntas para cambiar algo. No voy a romantizar el proceso porque hay muchas cosas que pasan entre nosotras, momentos complicados; aunque estamos hermanadas, somos distintas. Pero yo les comento a las compañeras que está bien expresar siempre aquello con lo que no estás de acuerdo, lo que no te gusta o no es bueno para ti y decirlo como lo sientes; está bien verbalizarlo y ponerle nombre. Lo importante es que seamos capaces de razonarlo, que haya humildad para poder reconocer en qué sí nos estamos equivocando. Y como dijera una amiga: aquí no hay errores, aquí hay procesos de aprendizaje, todas tenemos algo en lo cual trabajar. A algunas nos cuesta un poco más aprender ciertas cosas, no ha sido fácil. Esta diversidad es bien bonita, pero otras veces se vuelve complicada porque como mujeres debemos trabajar cómo nos relacionamos y esforzarnos para no repetir las violencias ejercidas sobre nosotras no sólo por hombres, sino por otras figuras, incluso otras mujeres u otros espacios. Necesitamos cuidar la forma de vincularnos porque, si ya nos violentan por todos lados, hacerlo entre nosotras… pues no, no está chido.


Para ustedes, mujeres que viven en y del campo, ¿qué sentido tiene el lema “La tierra es de quien la trabaja”?

[C]: Con el proyecto nos hemos dado cuenta de que no basta con que la familia del agresor vea que te partes la madre para trabajar en la casa que estás construyendo en el terreno de ese güey. Cuando hay conflictos, cuando sacan a una mujer a la calle, la familia no ve que ella deja su vida y su esfuerzo en ese lugar. Sólo la juzgan y condenan, y enfatizan que el terreno es de él porque está a su nombre, no ven lo demás. Es algo muy fuerte. Aunque ella no tenga el documento de la propiedad, por derecho le corresponde algo porque ella también trabaja para que esa propiedad se pueda construir. Se quedan en esta idea del hombre como proveedor porque trabajó y compró el material, pero no ven que la mujer estuvo ahí preparando comida para él, para que tuviera ropa limpia, para que los niños comieran… Ése también es trabajo, y a ella nadie le paga, pero debe considerarse. En el caso de las compañeras de la colectiva, ellas también trabajan fuera, son proveedoras y aun así cargan con toda la responsabilidad en la casa.


¿Cuáles son las posibilidades de una mujer para ser propietaria de una tierra o para heredarla?

[A]: En Milpa Alta las tierras son ejidales y hay más oportunidad para los hombres. Los papás piensan en heredar a los hijos hombres; a las mujeres les dicen: “a ti como mujer te va a llevar el marido y te vas a ir, el terreno que tenemos se lo vamos a dar a él que es hombre”. Nos hacen menos. En mi caso yo rento, y antes pensaba: “¿cómo dejo a mi agresor si no tengo un trabajo que me dé para una renta?, tengo a mis hijos chiquitos”. Ahora, con este proyecto, gracias a Dios, pienso un poco diferente; tengo un poco más de dinero y podría dejarlo.

[C]: Comentábamos antes que como comunidad hay una cosmovisión, ideologías. Otra compa me decía que tiene la preocupación de qué le va a dejar a su hijo hombre. En cuanto a la hija, se da por hecho que se va a casar y que no tiene que preocuparse por el terreno porque con quien se va ya tiene uno.

En la convocatoria del trueque de saberes buscamos a una abogada que trabajara derecho de lo familiar y de la propiedad para investigar e informarnos un poco más. Por ejemplo, si una compañera dice: “yo ya quiero dejar a mi agresor”, no es sólo irse; hay otras implicaciones. No podemos dejarla para que se las arregle sola, la vamos a acompañar, no vamos a dejar que se vaya con las manos vacías porque ésa también es su casa. Para eso necesitamos tejer muchas redes.


A propósito de la organización política de la vida rural conurbada, ¿han hecho lazos con otras mujeres en resistencia?

[C]: Es una tarea que está emergiendo. Hemos conocido a otras compañeras que están luchando desde sus trincheras, a su forma y a su modo; nosotras nos sumamos a las luchas que nos atraviesan a todas las que habitamos estos territorios. Como mujeres nos hemos involucrado acuerpando estas luchas. Es bien bonito porque así sabemos las unas de las otras. Tejemos juntas.

Y hay de periferias a periferias. La de Milpa Alta es una periferia rural que ha resistido en muchos sentidos. Es una de las alcaldías que reserva mucho más territorio para siembra y cultivo que cualquier otra, incluso que Xochimilco. Existen espacios donde aprender a sembrar, no nada más en tu huertito de azotea; también está la posibilidad de comprar un terreno y sembrarlo, todo sin salir de la Ciudad de México.

Todas vivimos nuestros feminismos de maneras distintas. Para nosotras, el feminismo nace todos los días desde la mentalidad, la experiencia y la vida de cada una. Creemos y comprendemos la diversidad de los feminismos, los respetamos y apoyamos mucho. Nos posicionamos desde la claridad de la diversidad, y nunca nos atreveríamos a juzgar a ninguna mujer por no hacer las cosas como nosotras pensamos que debería. Si alguna llegara a replicar algún tipo de violencia, no la juzgaríamos como lo haríamos con un agresor hombre porque no hay comparación. Aquí no hay pecado: en lugar de juzgarla, de excluirla, la abrazaríamos más fuerte y la acompañaríamos para trabajar su proceso. Queremos hacer las cosas diferente. Nuestro trabajo es por y para las mujeres; no importa si es chaparrita, alta, si es de la okupa, si es de clase alta… Somos mujeres, y como tales nos respetamos. Lo hemos vivido con las compas de aquí, de la periferia, pero también con quienes nos han hecho pedidos y han estado al pendiente. Valoramos mucho eso. Somos como la semilla que nació de la tierra. Pero no habríamos crecido si no fuera por todas las que nos han comprado, eso ha hecho que sigamos existiendo. Somos gracias a las redes de apoyo.


Dentro de la cosmovisión de su comunidad, ¿cómo describirían su identidad? ¿Qué de las tradiciones es importante proteger?

[C]: Creo que conservas aquello que te genera sentido, que no te lastima, que no te hace daño; te haces a un lado de aquello que te duele. Si te lastima no está bien, aunque te digan que es por amor. Hay cosas que conservar: el respeto a la tierra, saber sembrar, cultivar, cocinar, escuchar. Necesitamos reconocer a la otra, al otro, que camina al lado nuestro en la calle, en el metro; detenernos unos minutos. Por ejemplo: aquí en Tlacotenco, por Día de Muertos, se acostumbra poner fogatas. En todas las calles, en cada casa, las familias salen y ponen la suya. Si un helicóptero tomara fotos parecería panteón gigantesco porque todas las familias salen a soplar, a platicar, ponen música. Hablamos de la fogata, del fuego, del fogón. Nosotras como colectiva decidimos abrazar el fogón como un símbolo de lucha y resistencia. Mucha gente podría decir: “pues sí, el fogón es el que convoca a las mujeres en la cocina, reproduce el rol de género…”. Nosotras decidimos revalorar esos saberes que como mujeres nos vamos transmitiendo: la cocina, cultivar la tierra. No cualquier hombre va a venir y se va a armar un buen mole. Son cosas que sabemos hacer y de ahí nos agarramos: de resignificar lo que el fogón representa para nosotras y el vínculo de ser hermanas. Nos decimos así porque de verdad nos hermana, entre otras cosas, el ser mujer. El fogón no sólo convoca a cocinar: alrededor de él platicas qué soñaste, cómo te sientes, qué vas a hacer mañana, cómo lo vas a hacer, cómo lo vas a resolver. La escucha de la otra, de sus opiniones y su forma de vida, te puede dar herramientas para que tomes una decisión.

Ahora, sobre la alimentación “sana” hay que preguntarnos: esa lechuga “saludable” que te venden en el WalMart, ¿cómo fue cultivada? La torta vegana que te venden en Insurgentes, ¿de qué está hecha? Depende mucho de conocer. En nuestro Instagram no sólo promovemos nuestras ventas, sino también compartimos saberes. Si quieres comprobar si una tortilla es de maíz azul, por ejemplo, échale unas gotas de limón; si se despinta y se pone rosita, sí es. La cocina es oro puro, y México aún tiene un chingo de gente que cocina día a día.


El valor y los aprendizajes que están cosechando para cambiar su vida es un gran legado para sus hijas e hijos, ¿qué más les gustaría heredarles?

[G]: A mí me gustaría que mi hijo no sea machista, que sea un joven que sepa hacer tanto lo que hace una mujer como lo que hace un hombre. En la actualidad los hombres pueden hacer quehacer, lavar trastes, su ropa, ser independientes. Me gustaría que estudiara. Veo a las muchachas que nos han visitado y que han estudiado, a mi hermana Chío, y es bonito porque ya están muy abiertas de ojos, ya no las engañan, están muy preparadas. Para mis hijas, quiero que no tengan una vida como la mía, que se superen y vivan cosas que nosotras no pudimos, a lo mejor por nuestras malas decisiones.

[A]: Tengo una niña y un niño. Quiero platicar con mi niña y decirle que no se debe dejar nunca de un hombre, que vale lo mismo. Ella va conmigo a trabajar, le da mucho gusto ir y aprender. No sólo es importante estudiar; también saber todo eso que nos dejaron nuestras abuelas, nuestras mamás: hacer tlacoyos, tortillas. Quiero que aprenda eso y que estudie. Se pueden ambas cosas. Igual con mi niño: que le eche ganas, que no sea machista como los agresores que tenemos en casa. Hay que dejarles buenos saberes, están chiquitos y aprenden de todo: lo bueno y lo malo.

[C]: Yo no tengo hijos, pero lo que veo en las niñas, los niños, les niñes es que en sus manos está cambiar muchas cosas que estamos viviendo; pero eso también depende de nosotros como adultos. Hay una frase: “nadie ama lo que no conoce”, y nadie va a repetir lo que no le es transmitido. Yo quisiera que Mujeres de la tierra enseñara a los retoñitos a que se amen y aprendan a tener vínculos sanos, respetuosos, armoniosos; a que construyan codo a codo. Que sea una generación que nos enseñe a las personas adultas que sí se puede convivir y crear una sociedad que vaya para adelante.

Respecto a los saberes: es tan valioso que tengas un título universitario como que aprendas a cultivar la tierra. El papel de la campesina y del campesino nos va salvar de muchas cosas. Hay que enseñarles a que acojan la diversidad para construir, no para excluirse; que abracen lo comunitario y hagan a un lado el individualismo, el egoísmo. Alguien podría decir que transmitir un saber puede hacer que se reduzcan los ingresos porque ya no van a comprar tanto. Nosotras no lo pensamos así: no vemos a la otra como competencia. Queremos compartir lo que sabemos, porque si no qué sentido tiene nuestro discurso. Así vamos a ser muchas las que hagamos tortillas: 20, 50… Sólo así nos vamos a chingar al verdadero enemigo: esos sistemas de las tortillerías que venden transgénicos. Ésos son nuestros enemigos porque no nos están alimentando como necesitamos. Es importante saber qué estamos comiendo y qué realmente es el maíz; como el azul, que debería tener más valor por sus propiedades, por ejemplo.


Si pudiéramos amplificar su voz y acercar a Mujeres de la tierra a más personas, ¿qué otros saberes necesitan?

[C]: Valoramos todo tipo de saber, pero ahorita nos interesa lo que nos permita trabajar nuestros procesos de violencia: apoyo psicológico, jurídico, apropiación del cuerpo. Algo que nos interesa mucho y que no se ha concretado, aunque lo hemos buscado, es lo ginecológico: es importante saber si alguna verruga es síntoma de VPH o es otra cosa, por ejemplo. Todo lo que nos apoye con los procesos de violencia de las compañeras lo agradeceríamos mucho. También nos interesa la crianza de los niños, el autocuidado, el amor propio.

[G]: Yo estoy muy interesada en el apoyo psicológico. Tengo algunos problemitas con mis hijos y eso me ayudaría mucho, quisiera trabajarlo.


Retornando a la pregunta con la que iniciaron esta conversación: después de empezar a reexistir como Mujeres de la tierra, ¿cómo está su corazón?


[A]: Hace seis meses mi corazón estaba casi quebrándose; ahora está muy contento por esta oportunidad que se nos brindó. Hemos salido de muchas cosas de las que no podíamos. Mi corazón está bien conmigo misma, con mis compañeras, con mi trabajo…

[G]: Mucho ha cambiado mi corazón, la cuestión económica nos ha ayudado mucho y es muy diferente. Nos estábamos tronando los dedos pensando qué íbamos hacer, no había dinero; esto nos ha levantado el ánimo, sí se puede. Nos ha dejado muchas enseñanzas esta colectiva. Me gusta porque hemos conocido y socializado con muchas personas, por lo regular puras mujeres. Eso cambia tu corazón porque te hace sentir tranquila, estar bien económicamente. Quizás no para aventar pa’ rriba, pero tener qué darle de comer a nuestros hijos es muy importante. Me siento más libre, más tranquila, feliz porque eres independiente, sales y sabes que vas a traer un dinero que aportar del cual dependen tus hijas.

[C]: Mi corazón está de dos maneras: en llamas y mezcladito de muchas emociones. Por un lado siento mucha alegría, mucho gusto. Veo a Gris, a Alma, a Leti, a Magos, y ya no son las mismas. No son las mismas desde que deciden organizarse un día antes para ir al taller, para los pedidos que hay. Es bien bonito ver cómo eligen quién va al molino, quién va a comprar, quién hace los tamales; cómo han encarnado estas decisiones, cómo se han concretado los procesos para sacar las tareas. También cómo se expresan: a Alma le costaba mucho trabajo y ahora ya puede; Gris ya comienza a abrirse sin la preocupación de qué va a pasar después de expresar lo que siente.

Ninguna de las compañeras sabía andar en metro. Yo me encargaba de repartir, pero desde hace un mes tuve que entrar a trabajar. Al principio me llevaba a Leti para enseñarle. Me sentí como la mamá que lleva a sus hijos por primera vez al kínder: cuando Alma y Leti salieron a repartir, yo estaba muy preocupada, atenta de cómo iban. Ahora estamos todas involucradas de una manera más horizontal. Poco a poco nos hemos encargado de que las seis participemos en todo. Antes sólo yo estaba a cargo de la página; ahora todas tienen acceso a ella, a los mensajes, y pueden ver cuántos pedidos hay. No se trata de entregar y ya, sino de conocer a las personas, ponerles un rostro a aquellas palabras que te escriben e intercambiar con ellas. Que sigamos existiendo me pone el corazón en llamas de alegría. No sólo por los pedidos, sino por lo emocional.

También me preocupa que a veces no haya encargos. Podemos estar muy entusiasmadas pero el dinero también se necesita. Los objetivos fuertes de esta colectiva son nuestra autonomía económica y el acompañamiento de nuestros procesos de violencia. Nosotras vendemos lo que preparamos, no sólo pedimos dinero. Queremos que nos compren con un precio justo y digno para ambas partes, ser conscientes de las dos realidades. No queremos nada regalado, no nos interesa el paternalismo que hace que la banda no trabaje y que no desarrolle sus habilidades. Me preocupan cosas como los señalamientos; me repito que no hay errores, pero no deja de ser doloroso. En fin: hay de todo un poco, pero es puro abono pa’ florear.


N. de la E.: Mujeres de la tierra preparan tlacoyos, tamales y otros productos derivados del maíz y del nopal. Para realizar pedidos se les puede contactar mediante su cuenta de Instagram: @mujer_esdelatierra