Rexistencia / No. 226

Nuevo olvido


Cada vez que iba a las oficinas de la Secretaría, Genaro esperaba leyendo algo del montón de libros y documentos que siempre llevaba consigo, pero esta vez Juan lo sorprendió absorto, dándole vueltas a lo que iba a decirle al licenciado. La mano sobre su hombro lo sobresaltó al sacarlo bruscamente del ensimismamiento. Aunque se esforzó por corresponder a la efusión con que lo saludaba el vigilante, su estado de ánimo inquieto contrastaba con ella.

—Lleva semanas preguntando y preguntando “¿no ha venido don Genaro?”, “me avisas cuando lo veas” —atestiguó Martita, la secretaria.

—Lo que pasa es que le tenía aquí guardado un regalito —dijo Juan extendiéndole una botella—. No había podido darle la noticia de que Estela ya se quedó en la universidad.

A su agradecimiento, que expresó repetidamente, Juan sumó el de su mujer y el de su hija. Genaro, a su vez, agradeció el regalo y preguntó por los detalles. Estela estudiaría Odontología en la universidad del estado. Lo único que preocupaba a la familia era que se había quedado en el turno de la tarde y no sabían cómo hacer para que la muchacha tuviera que regresar sola de noche lo menos posible. El trayecto era largo y la zona peligrosa. Por lo pronto podía recogerla su hermano: estaba desempleado, pero tenían la esperanza de que un conocido del sindicato le conseguiría una plaza pronto.

Genaro seguía algo tenso, incapaz de mantener una de las amenas conversaciones que acostumbraba. Para compensar su silencio, el vigilante comenzó a explicarle a Martita, quien ya lo sabía, que una vez se le había ocurrido pedirle a él, puesto que era antropólogo, si podía ayudar a su hija a regularizarse en Historia, que nomás no se le daba.

—En eso salió a mí, para ser sinceros. Y mira que este hombre, tan modesto como lo ves, resultó ser un sabio que terminó dándole clases a Estela de Literatura, de Geografía, hasta de Matemáticas; de todas las materias que debía para terminar el bachillerato.

Lo interrumpió un zumbido del intercomunicador que hizo correr a Martita hacia su escritorio.

—Que ya puede pasar, don Genaro —anunció.

Genaro pidió a Juan felicitar a Estela de su parte y entró a la oficina del licenciado. Aunque ya estaba enterado de quién ocupaba el cargo en la nueva administración, ver al hombre en persona no dejó de impresionarlo. Recordaba los carteles donde se lo veía sonriente junto al escudo de su partido y algunas apariciones en los noticiarios cuando ocupó puestos públicos de mayor rango años atrás, pero, sobre todo, recordaba las caricaturas de los periódicos del estado que convertían su rostro en un morro canino para caracterizarlo como el perro fiel del gobernador de entonces. En lugar de ver los dibujos como una deformación del rostro que tenía enfrente, esos pómulos pronunciados, las mejillas caídas y los labios salidos le parecían una encarnación grotesca de aquellas caricaturas. Sin duda este despacho era un punto bajo para la carrera decadente del funcionario, pero no tan bajo como merecía. Sabía con quién lidiaba, y sentía vergüenza de tan sólo estrecharle la mano a ese hombre; sin embargo, se armó de paciencia, pues sabía que la diplomacia era la única forma de sacar a flote el proyecto. Tras algunas fórmulas de cortesía que le dejaron un regusto amargo en la boca, comenzó a exponer su caso sin poder llegar muy lejos antes de ser interrumpido.

—No siga, no siga. Déjeme decirle que no tiene nada de qué preocuparse. Usted no se va a quedar sin trabajo. Para eso está el sindicato, hombre. Yo personalmente puedo decirle que tiene una plaza asegurada. En efecto, la publicación del libro en el que venía trabajando va a tener que cancelarse definitivamente, pero eso no significa que lo vamos a dejar volando a usted.

Genaro agradeció la oferta, pero se apresuró a dejar en claro que no era la falta de empleo lo que le preocupaba. Si había comenzado aludiendo a sus años de trabajo en la investigación era sólo para mostrar la cantidad de esfuerzos y recursos invertidos que resultarían vanos si no se concretaban en el libro. Pidió la intervención del licenciado para mantener en pie el proyecto, aduciendo la urgencia de visibilizar la cultura de una comunidad en condiciones tan precarias.

—Mire, Ortega, le voy a ser franco. La Secretaría tiene un propósito bien definido, al igual que el programa que hasta ahora le ha otorgado los recursos. Usted comprende que no se puede financiar cualquier cosa nada más porque sí. Todo proyecto que surja de esta dependencia debe estar encaminado a reforzar la identidad nacional. Ésa es nuestra misión. Cuando yo llegué a este despacho tenía entendido que usted estaba realizando una investigación sobre los mayas y de pronto, en el reporte que se le solicitó, me encuentro con que se trata de historias de indios guatemaltecos. Ni siquiera parece un estudio cultural; habla de una dictadura, de represión militar, de guerrilla… De política para pronto y, encima, de otro país. Yo creo que usted quiso agarrarse un tema en el que será muy experto y del que tendrá mucho que decir, pero el programa no es una beca para estudiar a su gusto, hay lineamientos que debemos seguir.

Desconcertado por las palabras del licenciado, que al parecer desconocía por entero el proyecto, salvo por algunos pocos detalles que debía de haber retenido tras hojear las primeras líneas de su reporte, Genaro se olvidó por un momento del discurso que había repasado mentalmente y, con la paciencia de un profesor de secundaria, explicó que los ixiles en efecto son grupo étnico maya, y que una parte de los sobrevivientes del genocidio del que se habla en la investigación habitaba en Campeche y Quintana Roo.

—Algunos sobrevivientes en Campeche y Quintana Roo —repitió el licenciado con tono irónico—. ¿Y estamos hablando de una población de cuántos en el país? ¿Nada más? Dese cuenta. —El comentario del licenciado sorprendió tanto a Genaro, quien estaba seguro de que la exigua población de la comunidad ixil sería un argumento a favor de la importancia de su investigación, que no alcanzó a reaccionar antes de que el otro continuara su perorata—. El programa de difusión de las culturas indígenas debe ser inclusivo. Usted conoce mejor que yo la gran cantidad de comunidades que existen en nuestro país. Nuestros proyectos deben abarcar toda esa diversidad, no podemos concentrarnos en una sola etnia con un porcentaje poblacional tan mínimo y desperdigada en rincones de los estados vecinos. Si estuviéramos en alguno de ellos tal vez tendría más sentido. Los fondos que requeriría mantener su investigación durante el tiempo que aún estima necesario, más la impresión y la distribución de los ejemplares, serían demasiado altos comparados con los beneficios que ofrece. Comprenderá que nuestro presupuesto es muy limitado y tenemos que aprovecharlo de manera óptima. Optimización de resultados: ésa es la visión del gobernador entrante y nosotros tenemos que apegarnos a ese eje desde todas las instancias estatales para llevar a cabo una estrategia integral de desarrollo...

Genaro casi podía sentir cómo las palabras del licenciado lo arrastraban hacia un terreno pantanoso y arrasaban a su paso con los frutos de años de investigación. Sentía que iba a hundirse bajo las olas de su verborrea no sólo su propio trabajo, sino el de decenas de proyectos y programas culturales que sabía erigidos en terrenos de por sí poco firmes. Cuando por fin pudo recuperar la palabra, aludió a la situación crítica de la cultura ixil. Apenas quedaban vestigios tras décadas de erosión a causa del abandono de vestimentas por precaución durante el exterminio en Guatemala, de la precariedad con que los sobrevivientes habían llegado al país y de la asimilación a la que tuvieron que someterse para adaptarse a la tierra ajena. No había tiempo que perder. Sólo quedaban unas decenas de hablantes de la lengua, ya desgarrada en variantes casi irreconciliables. Si no actuaban para intentar conservarla, pronto quedaría condenada a un silencio total.

—Una verdadera pena, Ortega. Yo soy el primero en lamentarlo. Pero comprenda: ésa no es la imagen que buscamos difundir con el programa. Genocidios, dictaduras, lenguas agonizantes... Todo eso es muy lúgubre. No, no. Para visibilizar a las culturas indígenas tenemos que aprovechar su lado más vistoso y colorido. Fomentar el optimismo y la armonía, hombre. No insista, ya está decidido, los fondos del programa serán empleados en un festival cultural que tendrá un impacto mucho mayor que un libro. Porque seamos realistas: usted podría terminar su investigación, pero ¿luego? Va a ser más difícil encontrarle lectores que hablantes de esa lengua en extinción. Los libros siempre se quedan amontonados en las bodegas hasta que se estropean. Pregúnteme cuántas toneladas he mandado a reciclar en el poco tiempo que llevo a cargo. En cambio, el festival llega a más gente. Ya está programado para la segunda semana de octubre. Habrá música, danza folclórica, baile, venta de artesanías y productos textiles, y una exposición de carteles informativos dedicados a cada uno de los grupos étnicos que habitan en el estado. Vamos a tomar en cuenta a toda la diversidad, ¡no sólo a unas decenas! Pero si encuentra algunos ixiles que vivan acá, les dedicamos uno a ellos. Mire: si le interesa, yo puedo recomendarlo con el encargado de difusión para que usted nos ayude con los carteles; es algo más modesto que su libro, pero así no abandona por completo el programa.

Ante la evidencia de que el licenciado no iba a atender razones profesionales, Genaro intentó dirigir la discusión al terreno legal y aducir el acuerdo al que había llegado con la administración pasada.

—No me venga con la administración pasada, Ortega. Si usted tenía favoritismos antes, ya no, lo siento... Yo le puedo echar la mano, pero no se aferre al mismo presupuesto que tenía antes, no sea abusivo.

Que aquel hombre lo llamara abusivo terminó de ofuscar a Genaro, ya de por sí exasperado por las continuas interrupciones. La indignación acumulada le subió a la garganta como una onda de bilis que expulsó en una increpación compulsiva. Sin poder contenerse más, señaló con rabia todo lo que sabía sobre el dichoso festival: el mínimo porcentaje de los fondos del programa que costaría en realidad, las cuotas —altísimas para los artesanos indígenas— que iban a cobrar por vender la mercancía, las licitaciones para los negocios del licenciado y sus allegados, la fecha programada próxima al periodo de campaña. Genaro no se había dado cuenta del momento en el que se puso de pie, ni cuándo sus palabras se convirtieron en gritos para superponerse a las del licenciado que esta vez no logró interrumpirlo; sólo sintió de pronto la mano de Juan en el hombro reteniéndolo con fuerza.

—¿Qué le pasa, don Genaro? Me extraña verlo así. No me vaya a poner en la pena de tener que sacarlo.

Por un instante, Genaro miró el rostro de Juan como si no lo reconociera, luego volteó hacia el licenciado que seguía en su sitio tras el escritorio y lo miraba con una mueca de entre desprecio y risa. Mareado, tomó sus papeles y se fue sin decir más.

—¿Qué pasó, licenciado? ¿Todo bien? —preguntó el vigilante cuando salió Genaro, a quien nunca había visto tan alterado.

—Está encabronado porque no se le va a hacer su librito. No quiere soltar su hueso. ¡Y tanto que me lo recomendaban todos cuando llegué aquí! ¿No que era de confianza? Mira, si se ve que hasta venía tomado el muy descarado —dijo el licenciado señalando la botella que Genaro había dejado olvidada sobre el escritorio—. Además de insolente, borracho.

—Ésa se la acababa de regalar yo, licenciado —explicó Juan apenado, como disculpándose.

—Y el sindicato, licenciado —intervino Martita asomada desde la puerta de la oficina con la discreción para casi no hacerse notar que la caracterizaba—, ¿no le podrán conseguir otro trabajito a don Genaro? Es buena gente.

—¡Martita, si fue lo primero que le dije! Pero se le echa la mano y lo que hace es morderla. Eso no está bien, carajo.

—No, y menos como está la situación —convino Juan.

—¿Entonces es tuya? A ver, destápala para pasarnos el coraje.