Carrusel / Heredades / No. 230

La mirada del escarabajo
Para Ángeles, Emiliano y Pablo

 



Desde su oficina repleta de humo, el fotógrafo Marco Antonio Cruz (Puebla, 1957 - Ciudad de México, 2021) defendía la costumbre de fumar: a medida que editaba fotografías y videos, un cenicero se llenaba de colillas. A puerta cerrada fumaba como un insecto frente a la luz de la pantalla, absorto en la labor de montaje, tratando de interpretar la mirada kafkiana.

Tira de contactos cortesía de Javier Hinojosa

Gymnopédie Nº 1, una de las tres obras para piano compuestas por Erik Satie en 1888, sonaba una y otra vez en su oficina. Estaba Cruz sumergido en la línea del tiempo de un video donde los actores principales eran insectos. Convencido de que tratar con los humanos era complicado, el fotógrafo decidió volverse dueño de un circo de escarabajos que alimentaba con manzanas.

Junto a la computadora, en la mesa donde acostumbraba observar fotografías, una caja funcionaba como un set de grabación: una maqueta de madera a escala, réplica de la habitación de Gregorio Samsa, personaje principal de La metamorfosis (1915) de Franz Kafka, era refugio para los insectos.

Dentro de la habitación de Samsa, Cruz produjo toda una atmósfera melancólica y críptica, parte del proyecto titulado Ensayo del Dr. Kafka y La metamorfosis. La maqueta fue el inicio de un viaje multidisciplinario al texto del escritor checo, que Cruz tomó como eje para realizar un experimento sobre la mirada, la materialidad y las formas en cómo el arte adopta los códigos literarios de esta narración arquetípica.

Algunos escarabajos pasaban días dentro de una manzana devorando su interior de la misma forma en que Cruz se encerraba a trabajar. Él era consciente de que el escarabajo más famoso pertenecía a Kafka. Atesoró, transcribió e incendió fragmentos del escritor checo y tramó la forma de fotografiar la Dům U Minuty (‘La casa del minuto’) en Praga, donde el escritor vivió su infancia; expedición que no logró concretar para este ensayo.

Trabajar con escarabajos le permitió reflexionar sobre el tiempo y la fragilidad de la existencia, sobre ese “proceso sin fin” que Walter Benjamin encontró en la obra de Franz Kafka. Inconscientemente, Cruz interpreta el Mistkäfer, el escarabajo estercolero más famoso de la literatura occidental, a través de parábolas visuales que contienen un pensamiento acerca del hombre y la modernidad.

La maqueta es un nodo en este ensayo, pues su manufactura nació de una serie de dibujos de grafito que imaginan el momento de transformación de Samsa y, al mismo tiempo, la habitación está presente en obras posteriores que Cruz realizó. Aficionado al universo de los coleópteros, observó con atención y delineó con precisión sus antenas articuladas al cuerpo, su cabeza en forma de rombo y sus tenazas.

Se obsesionó tanto con los escarabajos que entre 2012 y 2020 realizó más de 80 piezas: acuarelas, dibujos en grafito, pinturas, grabados, afelpados, grisallas, un títere y figurillas de plastilina referentes al universo kafkiano. Concentrado hasta el insomnio, hizo variaciones de escarabajos con diversos materiales y llegó a pintar al menos 26 tipos de ellos con acuarela sobre papel de algodón.

En 2012 dibujó Paisaje con espinas, un retrato de Kafka con un sombrero acompañado de un escarabajo. Las espinas son plumas fuente desperdigadas en el paisaje, como si para Cruz la escritura fuera un territorio lleno de trampas filosas. También destaca otro retrato de Kafka hecho con pigmentos naturales, acompañado con escarabajos de madera y alambre finalizado en 2016, o un exvoto para san Kafka con ojos de vidrio alrededor.

Muchos de sus trazos se inscriben en la tradición de los grabados del coleccionista de insectos Joris Hoefnagel (1542-1601), quien con sus escarabajos impresos pretendía superar la técnica y destreza de Alberto Durero durante el Renacimiento alemán.


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Clic, tic, clac, tac. Para Cruz cada paso de la manecilla era una posibilidad de abrir el obturador. Conocedor del tránsito vehicular y de la luz, accionaba un disparador portátil frente a un par de árboles contaminados o encima de ríos de automóviles como Viaducto y Churubusco. Esperaba el momento adecuado con el pulgar apretado en el émbolo, mientras analizaba la luz del atardecer.

Fotografiar implica conocer el tiempo, pero no en un sentido común de quien espera. Entender algo fotográficamente requiere alterar la forma de mirar la realidad y buscar alternativas para encapsularla en un soporte duradero. Conocedor de mecánica, Cruz era partidario de hacer las cosas por uno mismo; para él, cada fotógrafo debía ser capaz de construir su propio aparato fotográfico, además de hacerse cargo de las labores de revelado que el oficio conlleva.

La Ciudad de México fue su velódromo visual. Se trasladaba en bicicleta con una mochila donde guardaba una pequeña caja de madera con biseles en las orillas, un reloj de manecillas en la tapa, una mirilla huérfana de una cámara Leica y un pedazo de madera con un pequeño hueco al centro. Un armatoste experimental para capturar el tiempo: una cámara estenopeica.

A sus 64 años, Cruz era un ciclista distinguido: impecable en la bicicleta, con un casco fosforescente y su cuerpo tan delgado como 30 años antes, cuando bajaba a toda velocidad por la carretera México-Tres Marías, pedaleando para no ser aplastado por un tráiler. “Imposible hacer fotos andando”, decía quien precisaba de observar el entorno y detenerse a capturar el tiempo.

Cruz no sobrevivió el naufragio de la pandemia. Su ser trascendió a otro plano durante uno de sus viajes en bicicleta, encima de un puente vehicular que trepaba a pedaladas algunos días rumbo a su domicilio, el viernes 2 de abril de 2020.

Vuelo y sol de Marco Antonio Cruz
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Marco Antonio Cruz fue insecto en todas las etapas de su vida profesional. Alejado de la vanidad y la charlatanería, componía en silencio sus piezas documentales, colocándose siempre a sí mismo en el lugar del sospechoso que no conoce de intrigas ni complots. Al final de su carrera editorial, el joven comunista que fue golpeado por su forma de pensar el 20 de octubre de 1981 se escondía entre insectos que alimentaba secretamente en su oficina.

Cruz no concibió la fotografía desligada de un compromiso ético-estético, tampoco se visualizó como alguien ajeno a su tiempo. Sus imágenes se inscriben en esa tradición fotográfica de inmersión social, donde la cámara es una herramienta que revela y documenta las condiciones de vida urbana y rural. Fue un fotógrafo proletario con la idea de lo social como brújula, de ahí su relación ética con la alteridad reflejada en fotografías de la marginación.

A su paso por La Jornada, propuso una nueva manera de ver el entorno urbano. Se construyó como un observador de las desgracias de una ciudadanía paupérrima y contradictoria. Fotografiaba al populacho, a las víctimas del sistema y sus antagonistas, representados en una serie de retratos que también ayudaron a establecer una crítica al poder y al sistema democrático.

Fotógrafo de la modernidad, documentó las transformaciones del país desde los años ochenta. En su trabajo más visible, modela un fotoperiodismo que se perfecciona con paseos callejeros. Un peatón fotográfico sorprendido por unas tortillas secándose al sol o por dos enamorados que pasean frente a alguna inscripción urbana. Sus fotos dan lugar a historias superpuestas que bien pueden llegar hasta la abstracción poética.

Como buen peatón, Cruz sabía interpretar los mensajes ocultos en las calles. A través de su mirada era capaz de transformar a una mujer en pavorreal o perseguir perros callejeros sin rumbo fijo. En la Ciudad de México deambulaba en el Centro, persiguiendo manifestaciones, interceptando pequeños actos de la vida cotidiana, siempre con una mirada digna y humana. Sus fotografías producen un impacto retórico, resultado del oficio fotoperiodístico.

Hacedor de microhistorias visuales, construidas en fotoensayos y fotolibros, deja un amplio testimonio documental de otra época, una en la que había tiempo para detenerse a contemplar. Contra la pared (1993) da testimonio de las rutinas policiacas y las redadas a principios de los noventa. Cafetaleros (1996) documenta las condiciones de vida de los campesinos en Chiapas. En Habitar la oscuridad (2013) ya había algo de insecto fascinado por las zonas de penumbra, donde Cruz revolotea como escarabajo ahí donde la luz surte efecto. Bestiario (2014) y Bestiario II (2016) formulan una memoria autoral a partir de la búsqueda de archivo y la edición de cuadros ignorados por no contener información noticiosa relevante.

La condición relativa de lo que vemos nos obliga a entender el mundo en imágenes concretas, fotografías que después serán ícono, referencia o memoria colectiva, como aquella imagen del edificio Nuevo León, en Tlatelolco, derribado por el sismo en 1985.

Distanciado y fastidiado de la actualidad que tanto persiguió durante su vida profesional, Cruz se planteó crear de otra manera, a otro ritmo, desde la contemplación, más cerca de los escarabajos. El mundo de insectos donde conjugó su mirada intuitiva, la conciencia social y su labor documental preserva una realidad desbordada. Su arte consiste en la única cosa de la que no podemos estar seguros: el tiempo presente y la vida de los escarabajos.

Vuelo y sol de Marco Antonio Cruz
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Un par de meses después de su muerte, mientras regaba un agave oaxaqueño, debajo de una de sus pencas se me apareció un escarabajo que desde hace meses se alimentaba de él. Las hojas ya eran un queso gruyère y ni el mejor insecticida pudo impedirlo. Lo capturé en memoria del amigo y lo metí en un diminuto frasco de vidrio.

Con un cuentahilos lo observo como si fuera un negativo: su caparazón tornasol verdeazulado como el agave, pequeños pelillos recubren sus patas, sus ojos negros como semillas de kiwi. Conservarlo es un recuerdo del olvido en el cual se transforma el hombre. Es pensar que alguien nos mirará como negativo en un archivo.