Carrusel | Entre Voces / No. 231
El placer en clave feminista. Entrevista a Marisabel Macías
Así como Carver se preguntó alguna vez de qué hablamos cuando hablamos de amor, yo me pregunto ahora: ¿de qué hablamos cuando hablamos de placer? ¿A qué placer nos referimos y para quién? Para pensar en compañía estas preguntas, conversamos con Marisabel Macías Guerrero (Sinaloa, 1986), filósofa feminista, erotóloga, escritora, tallerista y promotora cultural independiente, que actualmente reside en la Ciudad de México y estudia la maestría en Estudios de la Mujer en la UAM. Macías Guerrero es autora de los libros de relatos eróticos Penny Black (ISC, 2016) y Las hedonistas. Mujeres que narran placer y deseo (Lapicero Rojo Editorial, 2021). Actualmente forma parte del proyecto “Círculo Literario de Mujeres” y coordina círculos y tertulias feministas sobre erotismo, ética del placer y más.
Me gustaría iniciar con una pregunta para quienes no estamos tan versados en el tema. Algunos de los talleres que impartiste aludían a la “ética del placer”, ¿podrías ampliar un poco este concepto?, ¿de qué hablamos cuando hablamos de “ética del placer”?
Es un concepto y una propuesta elaborada por la filósofa mexicana Graciela Hierro, esbozada en su libro La ética del placer (2001). En ese texto realiza una profunda reflexión desde una mirada feminista respecto a tres temas fundamentales: las relaciones entre el poder, el saber y la sexualidad. Estos tres conceptos se entreveran en el discurso sexual, pero siempre referido a la sexualidad masculina, desde donde el poder patriarcal controla el cuerpo de las mujeres limitándolo a la procreación. Para Graciela Hierro es un hecho que las mujeres seguimos sujetas al poder patriarcal bajo la llamada doble moral sexual, que es la que designa una conducta específica y diferenciada para cada género y dicta lo que es “bueno” o “malo” según seas hombre o mujer. Frente a esta situación, que limita la sexualidad de las mujeres, ella propone una “ética del placer” que esté regida por una perspectiva feminista y que nos lleve a indagar una erótica femenina como condición necesaria para ser mujeres más libres, autónomas, dueñas de nuestra vida, creadoras del buen vivir. En esta propuesta hedonista se determina el sentido de la reflexión moral desde el feminismo: se obedece a las necesidades, a los deseos, a las aspiraciones y a las inclinaciones de las mujeres.
La ética del placer busca brindarnos las posibilidades para alcanzar el derecho al placer, al deseo, al erotismo, fuera de los condicionamientos sociales patriarcales. Trata de llevar una revolución cultural a la vida de las mujeres, que comienza con la toma de conciencia de nuestro estado de opresión, pero que también descubre otras herramientas que tenemos para superar y transformar ese estado de las cosas a través de la apropiación de nuestro ser, a través de preocuparnos por nuestra existencia, de apropiarnos de nuestra sexualidad y del propio placer. Estos planteamientos de Graciela Hierro también son como una guía que nos dice que uno de los primeros pasos es desligar la sexualidad de la procreación, ser críticas con la idea del placer que nos han vendido, así como de generar un proceso de transvaloración que nos permita generar condiciones para una buena vida, una vida gozosa para nosotras, para las otras y desde nosotras. Graciela Hierro escribe este libro como un intento de postular el placer como sentido de la vida, como sentido de la existencia.
En tu artículo “El deseo femenino”, publicado en la revista Este País, te haces una pregunta en la que me gustaría ahondar: “¿Por qué me importa tanto lo que deseamos las mujeres?”. A partir de ello quisiera preguntar cómo se vincula tu interés por el feminismo y los temas relacionados con el placer y el erotismo, con tu historia personal.
La escritura ha sido una de mis grandes pasiones desde que era pequeña. Todo lo que representara un acontecimiento se traducía en frases o en historias completas que guardaba en libretas y luego en documentos de Word en una PC que compartía con mis hermanas. Después, en la adolescencia, cuando de los enamoramientos pasé a las exploraciones sexuales y al descubrimiento un poco más consciente de mi cuerpa, de mi placer, del deseo en diversos aspectos, mi escritura se tornó claramente erótica. Además, hubo varios parteaguas. El primero me hizo reconocer lo que estaba haciendo en términos de la escritura al abordar estas temáticas: fue el descubrimiento de la figura del marqués de Sade.
Descubrir a Sade me dejó la idea de que el erotismo era todo aquello que nos mueve, lo que transgrede, lo que rompe la monotonía, lo que nos asombra, lo que nos desata por dentro, lo que puede saber a amor pero también puede ser devastador y cruento. Y digamos que los distintos libros que leí de él reafirmaron la idea de la sexualidad como definición ontológica y de autocosificación dentro de lo social como posibilidad para validarme. Por supuesto, esto último estaba determinado por la condición de género, pero eso no lo comprendí en aquel momento. Yo así lo vivía, así me veía y así veía a las demás mujeres de mi entorno. Debo decir que esas exploraciones, aunque terminaran con alguna reflexión a partir de la escritura creativa, también me provocaban sentimientos ambiguos. En retrospectiva ahora distingo todo esto. En ese tiempo era un punto ciego, ya que esos aprendizajes sobre la sexualidad o la dimensión erótica también estaban vinculados con la cultura de un país, y particularmente de Sinaloa, mi estado natal, donde la estructura patriarcal es parte de la norma, creo que por eso en aquel momento yo no podía verlo.
También debo decir que escribir relatos eróticos no siempre era bien visto por las demás personas y quizás por eso me obsesionó más: quería saber por qué provocaba esas reacciones, por qué no era tan bien visto. Me acuerdo de que me acercaba a talleres, a tertulias o a lecturas en voz alta y siempre había reacciones ambivalentes. Por un lado, había hombres que se maravillaban con mi halo de Lolita y, por otro, estaban los que me criticaban diciendo que lo que escribía no era literatura, lo que me hacía sentir que estaba errada porque, además, me dedicaba a escribir un género considerado menor. Estuve a punto de renunciar y de creer que la literatura erótica era sólo para excitarse, para leerse en pareja, hasta que me animé a mandar un manuscrito a un concurso y el jurado decidió que esos relatos eróticos tenían un valor literario. Creo que, después del descubrimiento de Sade, ese fue otro parteaguas en mi proceso de investigación y creación sobre lo erótico.
Un último parteaguas muy importante fue mi encuentro con el feminismo. Entendí mucho de lo que me sucedía por ser mujer en una estructura patriarcal, en un país como México, en una sociedad tan machista como la sinaloense, y también pude vislumbrar la potencia revolucionaria que puede tener para las mujeres estudiar el erotismo, desmontar lo establecido sobre esa y otras categorías.
A partir de lo que dices me quedo pensando cómo el erotismo ha sido narrado históricamente desde la perspectiva masculina y, en ese sentido: ¿qué nos puede aportar en cuanto a una mirada estética que estos temas (el erotismo, el placer) sean escritos desde una perspectiva feminista?, es decir, ¿qué oportunidades estéticas abre en términos formales una escritura erótica feminista?
Creo que, en términos estéticos, la mirada feminista nos abre la posibilidad de cuestionar lo que se ha dicho sobre este tema en la literatura: cómo se ha abordado, qué temas aparecen, cómo se han planteado los personajes (principalmente los femeninos), qué mensajes o ideologías lleva de trasfondo esta literatura erótica canónica creada principalmente por varones. Kate Millet, en su tesis doctoral Política sexual, hace un análisis sobre esto. Creo que ha sido uno de los grandes aportes de la crítica literaria feminista a la literatura erótica canónica.
Por otra parte, me parece que, en el caso de la escritura erótica de las mujeres, además de tener esta postura crítica, parte de abrir las posibilidades y propuestas tiene que ver con presentar una erótica nuestra, una erótica de las mujeres, y de hablar de los temas que para nosotras están dentro de la dimensión erótica. Esa dimensión, cuando es pensada y escrita por mujeres, incluye un montón de temas que la literatura erótica escrita por hombres ha dejado de lado, como la menstruación, la menopausia, la maternidad, la relación con la comida o la amistad, entre muchos otros. También nos permite crear a nuestras propias heroínas, presentar a mujeres de nuestro tiempo, crear personajas que nos representen y que sean sujetas deseantes, que muestren la complejidad y la diversidad de las mujeres, nuestra dimensión placentera y, sobre todo, que brinden modelos distintos a las nuevas generaciones.
Además de dedicarte a la investigación y escritura relacionada con estos temas, impartes talleres para mujeres, algunos de ellos, de hecho, se han enfocado en la ética feminista del placer. Desde tu experiencia, ¿qué importancia tienen este tipo de espacios colectivos para pensar estas temáticas?
La mayoría de los talleres que he impartido los he denominado “Círculos de escritura erótica” o “Talleres de relato erótico y reflexión feminista”. A mí me parece que tienen una importancia tremenda, ya que estos espacios se vuelven potenciadores, liberadores, subversivos, placenteros, espacios de encuentro, donde se forman redes de apoyo o alianzas políticas.
El hecho de que las mujeres podamos reunirnos a escribir y a leernos nos lleva a apropiarnos de la identidad de creadoras, de escritoras, al hacerlo estamos apropiándonos de espacios que históricamente se nos han negado. Todo esto, además, transgrede el mito de la enemistad femenina, rompe esos presupuestos patriarcales de que somos enemigas una de la otra. Reunirmos a conversar y escribir sobre estos temas específicos, que aún hoy en día son tabú en muchos lugares del país, implica un acto doble de rebeldía: el de ocupar espacios que nos estaban prohibidos y el de quitar los velos, los prejuicios y los estigmas sobre la sexualidad de las mujeres, sobre nuestro cuerpo, el placer y el erotismo.
¿Qué importancia tiene tratar estos temas públicamente en un país como México?
Me parece que México es un país donde las instituciones tradicionales de control hacia las mujeres siguen vigentes: la heterosexualidad obligatoria, el amor romántico, el matrimonio, la maternidad patriarcal, el mito de la belleza y la familia nuclear, entre muchos otros. También muchos discursos mediáticos y políticos siguen aludiendo a que las mujeres tenemos cierto compromiso emocional, sexual y reproductivo con los varones e incluso con la sociedad. Son mensajes que además no sólo se proclaman desde las instituciones, sino que muchas veces provienen de discursos intelectuales y culturales, y que se propagan en la literatura, las películas y los medios de comunicación. Además, son ámbitos que en muchos sentidos siguen controlados por los varones, y desde ahí se instauran marcos normativos que expresan representaciones de lo femenino en función de una sexualidad patriarcal donde las mujeres seguimos reducidas a ser cuerpos para los otros. En ese contexto, es sumamente importante que nosotras tomemos la palabra y empecemos a resignificar conceptos como la sexualidad y el placer. Me parece que ese es uno de los aspectos importantes de estas tertulias feministas que abordan el erotismo en un país como el nuestro.
Actualmente formas parte del Círculo Literario de Mujeres, ¿podrías contarnos cómo surge esta iniciativa, cuáles son sus objetivos y qué tipo de actividades impulsan?
Círculo Literario de Mujeres surge en 2017 y es una iniciativa entre amigas que nace de la necesidad de tener espacios para nosotras. Actualmente soy cofundadora de la colectiva, junto con Michelle Campos y Katia Albertos. Su principal objetivo es difundir el trabajo creativo e intelectual de las mujeres, principalmente mexicanas, aunque también de mujeres de otros lugares del mundo, así como divulgar el feminismo a través de diversas actividades.