Suerte / No. 232
Rituales
Celular, cartera, llaves. Celular, cartera, llaves. Celular, cartera, llaves. Palpas cada bulto una, dos, tres veces en las bolsas de tus pantalones antes de dar un paso fuera, pero te equivocas y retrocedes —una—, vuelves a salir con el pie derecho —dos—, una última —tres— y, ahora sí, cierras la puerta con llave, dos vueltas, siempre tres sacudidas a la manija para asegurarte. Al bajar los escalones del edificio evitas el decimotercero con un salto y caminas en dirección a la parada: tres pisadas por cada recuadro en la banqueta. Eludes las grietas en el cemento —las más visibles, las más grandes, o no podrías caminar— y evitas cada registro de agua potable. Avanzas, pero al fondo de la calle una imagen te frena por dentro: la escalera de un electricista reclinada sobre un poste. El triángulo que no piensas cruzar ocupa toda la acera. Cambiarse de banqueta es imposible: nunca te vas por ahí, quién sabe qué pasaría hoy si lo haces. Así que planeas: caminar hasta el poste, bajar de la banqueta, rodearlo con dos pasos y subir de nuevo. Caminas, te fijas que no venga ningún coche y, cuando al fin estás frente al poste y la escalera y quieres bajar a la calle, escuchas el estruendo del motor de un auto que salió de la nada y viene acelerando hacia ti, te espantas, dudas, tu pie está en el aire y lo cambias de dirección, pudiste detenerte, pero una fuerza extraña te lleva hacia adelante y caminas: cruzas por debajo de la escalera. Sientes sobre la nuca el peso de la incertidumbre y el horror de lo que viene, pero sonríes. ¿Por qué?