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La mujer más anciana del mundo todavía bailaba, aunque no oyese música;
dormía su siesta regularmente, a cualquier hora, y sólo probaba el agua
mezclada con vino.
En todas sus tardes no leyó más de diez libros: demasiado largos, demasiado
borrosos.
Nació el mismo mes que Olivia de Havilland, el verano de la batalla de Verdún;
el año en el que murió Rubén Darío y un cirujano alemán
diseñaba la primera mano ortopédica.
Por primera vez el mundo la miraba; en la televisión le preguntaron por su vida:
demasiado larga, demasiado borrosa.
Cuando la noche se acercó a su ventana, una vez más la dejaron tranquila:
La mujer más anciana del mundo aún brillaba como una luciérnaga.
Pequeños derviches
Mi corazón al calorcito, tras su verjita de costillas;
conejo agitado, acurrucado, estúpido
Louis-Ferdinand Céline
Tendrían nueve o diez años y un solo cordel:
después de perseguirles en círculos,
el gato del vecino siempre parecía borracho.
Más tarde, lo probaron ellos mismos:
en sentido contrario a las agujas del reloj,
empezaron a dar vueltas sobre su pie izquierdo.
Con un poco de práctica dejaron de caerse, aguantaban minutos.
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A una edad conveniente se fueron distanciando, empezaron a ganarse la vida.
Nunca viajaron a Estambul, ninguno era creyente,
pero volvieron a esa azotea —a aquella hora— para girar sobre sí mismos.
Primero con las manos apretadas,
después con los brazos extendidos;
la mano izquierda mirando hacia la tierra;
la derecha, abierta al cielo.
Un cartero, un informático en paro y el dueño de una pajarería.
El falso espejo
Lo que cuenta es justamente el momento del pánico,
no su explicación
René Magritte
Un enjambre de turistas lanzaba migas de pan desde la escalinata;
los tontos patos sólo comían las que olvidaban los peces.
Una japonesa bajita abrió entonces su sombrilla de tela;
durante unos segundos eclipsó todo el estanque.
A lo lejos, el timbre de una bicicleta asustó a los tilos:
algunas hojas temblaron.
El flash de una instantánea devolvió algo de luz a la escena.
Esa misma tarde, los tilos mudaron de piel sobre el agua.
Neverland maquiavélico*
“El verdadero poder no consiste en matar
a millones de personas de una sola vez,
sino en hacer que una a una
se maten a sí mismas,
a solas,
lector.”
*“No te preguntes qué puede hacer EE.UU. por ti, sino qué puedes hacer tú por EE.UU.” J.F.K.
El charco
Algunos nacen póstumamente
Friedrich Nietzsche
La mujer llevaba un pensamiento rojo; el hombre, un sombrero borsalino.
Con sus manos entrelazadas, como un puente colgante,
intentaron alcanzar la otra orilla.
La flor voló hasta el agua, el sombrero salió huyendo;
un viento intratable había cruzado de acera.
Los dos se hundieron, sujetos al tallo de la flor,
con la misma resignación que un yunque.
Serían las seis de la mañana.
Todas las farolas, cíclopes de la calle, cerraron su ojo en ese momento.
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