Buscando una poética
La poesía siempre está donde nadie la busca, donde nadie la molesta. Las bibliotecas me interesan, pero me atraen más las gasolineras —o la idea de las gasolineras—, los kilómetros deshabitados de la meseta castellana. Aquí, en Burgos, hablar de poesía es hablar del frío. El frío institucional, el frío literario y el frío que se desprende de la quietud. Si la poesía está donde nadie la busca, en esta ciudad está la poesía. Yo, personalmente, creo que no. Pero en algún lado tiene que estar, y por eso escribo. Por eso la busco.
Recordando una felación adolescente
Carmín. Toy Story. ¿Y tú qué quieres ser?
Viajar en autobús era una experiencia.
Y la sierra estaba nevada pero no había nieve
suficiente sobre las pistas.
Macarrones otra vez pero nada importa.
Es el momento más puro, cinco mil pesetas
pueden llevarte al final de los días o a Barcelona
si todo falla.
Viajar en autobús es una experiencia y
el amor es sólo lo que uno quiere que sea,
y el amor es sólo lo que dicen las revistas
y la música no tiene por qué ser independiente
y las grandes multinacionales nos gustaban.
De lo bueno lo malo
Sólo así podía conseguirse que la voz por un lado
y la imagen por otro adquirieran, cada una, un valor autónomo.
Xavier Rubert de Ventós
Es una habitación.
Es una habitación desangelada, sola, una habitación en llamas
que se propaga, que quema al fuego, que apaga el agua,
es la habitación del crimen, una charca de motel
con nombre de diosa en la A-62.
Fango entre los dientes.
Es allí donde follan las prostitutas, las mujeres, las hermanas,
las hijas y las novias despechadas o a punto de despechar.
Y es el lugar más hermoso del mundo.
Y es el lugar más solitario del mundo.
Y tienen las cortinas manchas de semen verde,
y pintalabios, y debajo del armario vacío hay una nota de suicidio
que nadie leyó jamás, menos el interesado.
Y eso sirvió de poco.
Es un espacio sin trincheras, es un espacio que nada tiene que ver
con la libertad, con los padres de la patria,
con las cosas que nos hicieron estudiar los curas y los huesos de las cunetas.
Es sólo una habitación de motel, caro por lo demás,
donde copulan las putas y los adolescentes
despiertan a la vida con un esputo parecido a la esperanza.
Generación sacrificada
(a Houellebecq, sin abrazo)
Asunto asqueroso pertenecer.
Ser por descarte, comodín, nueves y ochos —no
barajes así que te las cargas—.
Hace años que no se fuma en la cafetería de la facultad.
Cada vez hay menos repetidores.
Se pierden los valores
o se recargan.
Los teléfonos son, hoy en día, una inversión más sabia
si llega a compararse con la amistad.
Nosotros venimos del cuero,
del rocanrol incompatible con el politono.
Esbirros cerveceros, cambia de acera
que ha llegado a tu barrio la sombra del fracaso,
el enemigo acérrimo del Corte Inglés.
La Generación Sacrificada.
Los de la mirinda, los de la aceituna, los del palillo
y los del celta,
los de las cosas que recuerdo y no te creerías y déjame
en paz niñato, que yo soy joven,
que yo soy joven contra la voluntad de la tele,
contra los retrovirales,
contra todo lo que significa la red social.
Tras un viaje al Burgo de Osma
¿Dónde estabas, Claudio? Dónde estabas cuando salimos
del bar, y hacía frío, y alguien dijo que ya no habría
ningún sitio
—ya no queda ningún sitio para nadie—
y volvimos a la casa, rodeada de otras casas sin techo,
muros erectos contra nada, contra nadie
y que tardarían, sin embargo, mucho tiempo en caer
todavía.
Muros de adobe, muros de mierda como dijo Laura,
quien, por cierto, no quiso acostarse conmigo pero
accedió a enseñarme un pecho porque le dije
que yo era, después de todo, un hombre lisiado,
un demente,
una persona que sólo era feliz embriagado por la casuística,
un tipo que leía a Claudio Rodríguez poco,
que apenas pasó por la universidad
y un hombre, en suma, capaz de amar el adobe
con el mismo estupor que luego,
entonces,
mostraba frente a ese pecho blanco,
frío,
demasiado lorquiano para ser poético.
Demasiado hermoso para aquella tierra de Osma.
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