Poética
“Dentro de mí hay otra que grita en mi silencio.” No sé muy bien quién escribe cuando escribo. Tal vez sea ella, porque yo suelo quedarme en blanco ante el papel en blanco. La otra no tiene pudor. A veces ataca, aunque casi siempre es consuelo. Suele llegar al acabar el día, porque la noche se desviste de belleza y trae la realidad desnuda. Durante el día la voy rompiendo, la dejo morir para resucitarla levemente en un atardecer y sentirla viva de nuevo cuando no queda rastro del día pasado. Llega entonces el silencio. Con el silencio, el más pequeño de los dolores y la más inusual de las alegrías se agudizan, toman forma y su olor despierta, una a una, todas sus voces. Hablan ellas en el papel y dejan su presencia detenida en un espacio infinito ante la realidad desnuda. Después ella duerme conmigo. No sé muy bien quién sueña cuando sueño. Tal vez sea yo.
Origen
Soy la ofrenda de aquella noche,
retrato y flor de aquella muerte:
él la desnudó con dedos de carbón
(ella aún tiene el sexo tiznado),
descubrió el sensual surtidor,
puso un ánfora en sus manos
y bebieron boca con boca
el vino de su placer adolescente.
Todos los sepultureros dormían
cuando bajo una manta,
junto a la vieja chopera,
ellos murieron de amor.
Otro cuento de princesas y dragones
¿Fuese alguna vez
que una niña quiso ser dragón y
convirtiendo el fuego en palabras
alumbrar sus cuevas de silencio?
Decía la niña dragón
no tener tiempo para princesear
en azul o en rosa los sueños.
Ella dragoneaba un invierno de poesía
en los refugios de su adolescencia.
Hubiese abrigado con su rugido
los versos que aún durmieran
de haber nacido en un cuento.
En secreto atendería a la noche
y, si le dictaba versos a su boca,
su voz escribiría música
en las sílabas mismas del silencio
para poner trampas a la belleza
que de ella se alejara.
Érase una vez que la niña
pronunció suave los recuerdos
que la noche le fue rompiendo
en versos como espadas:
el susurro de sus filos
despertó al dragón
y ella escribió en su cuaderno:
“Érase esta vez una niña
que, convertida en dragón,
morirá en el último verso.”
Se dice que de aquel invierno
sólo quedó en algún lugar
un dragón salvado por un poema.
¿Y la niña?
Nunca más supe de ella.
Anochecida
¿Cuándo empezó?
¿Cuándo se hizo la grieta?
Un día me descubrí
el torso abierto.
Vi, al mirarme en el espejo,
que al fondo,
tras la piel,
entre la sangre,
bajo el esternón,
un cielo mordido
se desteñía.
Otro día
me desnudé,
pensando en ti,
y bajo el cielo líquido
que empezaba a verterse sobre el mundo
una máquina de escribir
dejaba márgenes al aire
(situaba un adiós entre paréntesis).
Una interrogación sirvió de anzuelo
y de horca.
Tiró de mí y me sumergió
en la corriente celeste.
Enterrada en mi materia
mi voz fue silencio…
…Después anochecí.
Ventana de terror
Se abre una ventana al terror
y una lámpara de interrogatorio
dibuja un sendero de luz que nada ilumina
sino a un lado sangre, a otro miedo.
Hay un dolor entre dos hombres,
un silencio más hiriente
que metralla de palabras de un verdugo,
y una mirada de odio y vergüenza:
esto es el ser humano.
Un mono miraría indignado
preguntándose “¿En esto va mi evolución?”
Fanatismo y dioses caídos,
mentiras, repudias, odios:
esto trajo el verdugo en su maleta,
en cada destino le espera un muerto.
Necesita un trago más
para hincharse de violencia cada vez.
Glorias y medallas, honores sin honra,
a cambio de la vida que de niño
él también soñaba pero ya no recuerda.
Mientras su uniforme se pudre engalanado
con palmaditas de manos limpias,
una bomba de relojería late
la cuenta atrás de la humanidad.
Estallará cuando ya no queden otros
y la venganza recupere su sinsentido.
Cuando ya no queden muertos
nadie habrá que entienda
que nunca hubo otros.
El mono se alejará de esta terrible ventana
y, desesperado de la evolución,
pensará en su suicidio.
Nadie en el espejo
A Alejandra Pizarnik
Es el rostro de la muerte
el que te mira desde el espejo
cuando piensas que el jardín,
tu único jardín,
estará siempre del otro lado
y tú en éste esperando
a que la vida sea algo más
que lo que va quedando en nada
mientras tallas para nadie, quizá,
los recuerdos de ese nunca
a ratos interminable
que serás tú.
Te romperé el espejo hoy y la muerte
te parecerá que está en todas partes.
No temes porque crees que te llevará
a la orilla oscura de sus flores
para que las huelas y descubras
las mismas flores que escribes
cuando la noche
se hermana con tus palabras
que son tú.
Tiemblas, tienes frío, porque
tus palabras marchitarán su memoria
cuando la noche se vaya de ellas
y el rostro de la muerte se desfigure.
Entonces no habrá nadie en el espejo:
sabrás que las flores eran tus palabras
y tú estabas en ellas.
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Andrea Mazas. Poeta, editora y correctora profesional, licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Salamanca. Tras escribir y dirigir su cortometraje Ángel (2002), se trasladó a Madrid, donde inició su formación en Edición y Corrección de Estilo. Ha participado en diversos espectáculos de radioteatro como coguionista y presentadora, y como actriz en el montaje teatral El marinero, basado en el texto de Fernando Pessoa y dirigido por Óscar Martín. Recientemente ha dirigido la edición ilustrada de Adán y Eva (Ediciones Mar Futura, 2010), del mexicano Jaime Sabines. Actualmente colabora con diversas editoriales y participa de forma habitual en recitales. Salvo algunos de sus textos, que han aparecido en diversas publicaciones periódicas, su obra es inédita.
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