Protopoética
Aceptando que son las relecturas más que las lecturas lo que en último término puede hacer visibles las influencias de un poeta, podríamos señalar a algunos autores que para Víctor J. Vázquez han sido desde hace tiempo compañeros de viaje. Así, la necesaria admiración que la poesía española siempre proyecta sobre el 27, en este caso tiene una especial referencia en Lorca y Aleixandre, poetas que no ha soltado desde su infancia. Del mismo modo, el interés por la imagen en la poesía ha hecho que Gimferrer sea uno de los poetas de cabecera de este autor, que comparte también una fascinación generacional por Gil de Biedma y Ángel González. Raymond Carver y René Char, dos de las debilidades foráneas más visitadas por este autor, a quien hoy le cuesta bajar al sirio Adonis de la maleta. No obstante, de una primera lectura de los poemas de Víctor J. Vázquez es fácil deducir que es también el lenguaje poético del cine una de sus principales influencias y, en concreto, una de las razones para que en su poesía busque reflejar a través de imágenes la épica de la contemporaneidad.
Perro semihundido en la arena
Lo vimos una y mil veces
y nadie se escandalizó
por la belleza del fuego,
por la armónica muerte
del animal en la foto,
la perfección del tiburón
comiendo el edificio
y su explosión evocando
la memoria perdida de la tierra.
Comimos con la muerte
al amor del pan,
con los ojos fijos
sobre el dolor lejano
del lienzo luminoso.
Después de todo,
nadie esquiva la sangre
que escupen las noticias,
y lloramos más
la agonía de aquel perro
semihundido en la arena,
que el sufrimiento oculto
tras los resplandores.
Y tampoco son las cifras
las que nos rompen la voz,
sino la paz de los amantes
abatida de amor,
los naipes huérfanos
en los gulags del olvido.
Y al final
es el nombre que quedó
escrito en la litera
el que nos estremece
y da nombre al dolor
en blanco y negro.
Al cuerpo del hombre
siempre marcado por el hombre,
vieja bandera culpable
de este inmenso lugar
en donde sólo cabe
el heroísmo extraño
de amar la vida
y conquistarla.
O.K. Corral
¡Deja de llorar,
My darling Clementine!
Yo he visto hombres
abordar colinas de cristales
desnudos como el ébano.
No tenían tiempo ya
para ser los otros
o confesar la culpa
por los huecos
de las piedras orientales.
Aún así, debes saber
que la asfixiante cifra de luces
no rindió la eternidad
de los sombreros
dispuestos a morir,
en el lugar
donde lloran los leones
y se pierden los misterios.
Bajo un resplandor naranja
el amor vencerá,
My darling Clementine.
Un viejo poema
Yo a mi muerte iré dejándome llevar
con esta misma sonrisa y esta lágrima.
Hará falta valor para soltar tu ingle
y el viento necesario
soplará sobre el río
para llevar mi muerte
abierta ya
sobre todas las muertes.
Esta vida quedará aquí
con su esplendor,
libre ya de las formas
de otro hombre.
Y en el camino,
eternas las tardes de gloria
como el miedo a los pájaros,
seguirá mi cojera de amor
poderosa y bella
que tanta venganza lleva.
El sabor de las cerezas
A veces el recuerdo
tiene el vigor dorado
del mordisco en la fruta.
Alguna vez, os reconozco,
la amistad del niño y el caballo
devuelve al alma
aquel primer destello.
Sé que Cristo estuvo cerca.
Más cerca aún,
la Virgen surgió entre el tomillo,
para calmarnos el placer sonoro
de los ciervos
y el miedo detrás de las tapias
y los visillos negros.
Pero aún así, debo recordar
que no podíamos amar.
Quiero decir que podíamos creer,
no éramos héroes,
y prefiero que no vuelva
que no vuelva jamás
el verdadero sabor de las cerezas.
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