Librero
Cuando amaneció se dio cuenta que había dejado de llover
Oía caer las gotas pero el cielo estaba despejado
Muchas mañanas despertaba sorda, movía los labios
Olía las sábanas, no obstante, el sonido seguía sin despuntar
Tímpanos abiertos, boca errada,
Oídos desnudos, ningún arete que respalde ni las creencias ni los afectos
De vez en cuando, imagina que al recorrer el pasillo
Ocurre que entiende los diálogos que se gestan en la recámara del fondo
Se acurruca en el hueco de la escalera
(no hay laberinto más difícil de descifrar que el cotidiano)
Le parece complicada esta escena
Oscura aunque el sol se empeñe en velarle cada rincón
Si cuenta las contradicciones se percatará que la verdad es un juego de mesa
¿De dónde venía la costumbre de exiliarse?
Intuía que lo aprendió antes aun de saber distinguir lo amargo de lo dulce
Arriba había una araucaria que proyectaba sombras
Si camina sobre ella sólo es para acercarse al abuelo
¿Y de los otros muertos? Nadie sabe, no se habla
Tembló un viernes
O fue sábado
De ese sismo se quedó con el movimiento oscilatorio
Así fue como el camino se hizo círculo
Solar donde a veces se le permitía acampar, nunca en compañía
Las negaciones le crecieron como enfermedad contagiosa
Aparecían al principio de cada deseo,
Se imponían a cualquier afirmación
No sabe si es el silencio quien la manda
O si es ella quien olvidó cómo deslizar la lengua sobre lo que le pertenece
Calla y mientras más lo hace menos posee
Hay días que recuerda haber soñado con un lago
En él flotan sus libros,
Si los abre, no distingue las letras, muerde cada folio, se alimenta de tinta
turbia.
Subsuelo
Siempre creyó que si alguna vez llovía tanto que al agua la cercara
Amarraría las jaulas de sus aves y trenzaría la bugambilia
Bajaría al baño de en medio y
Encerraría ahí todo lo amado.
¿Qué refugio resguarda la imprudencia de no poseer?
Ubica el punto más alto de la iglesia frente a su casa y
Entonces piensa en precipitarse sólo por el placer de la caída libre.
Teme ver caer los árboles sobre las rejas
Incendiar los llamados de auxilio
Escalar la puerta equívoca
Nadie la preparó para enfrentar las visiones al despertar
Entendió en este hueco que la memoria olía a humedad y era estrecha.
Quiere la palabra dar golpe de estado
Unificar las calles y vencer el extravío
Ensaya que aprende a pronunciarle
Almeja, alcaudón, alcaraván, al carajo con las definiciones
Bebió del mar sucio e inestable
Así fue como amaneció frente a esta isla
Nada, nadie, nunca, iza la bandera en la negación
Dulce y ajena en las capitales
Ondina y aletargada en los puertos
Necia y asfixiada en las montañas
A merced de los tifones
Revierte lo prometido por los oráculos.
En los márgenes confunde los pronombres
Lee para saber si usar el nosotros aplica también para quien olvida
Hay un naufragio de gardenias
Otra marimba que toca y desafina
Rima a destiempo el jaranero, se le oxidan las décimas
Irse es lo único claro, pero ¿hacia dónde?
Zapatea más fuerte para que la tormenta pase
Ordena los papeles y sus vestidos
Norte arriba, el pasado se abre y cae de bruces
Tiene los tiempos deslavados y pequeños de tanto dejarlos en remojo
El padre la espera, quiere verla saltar, que en un movimiento domine los
océanos.
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Marisol Robles. Ha publicado los poemarios Sombras de luna (Los Rollos
del Malandrín, 1991), De vírgenes y otras mareas (IVEC, 1994), Ante mare
undae (IVEC, 1998), Por la vereda tropical (Veracruz Portátil, 2006) y
Marherido (Veracruz Portátil, 2007). Actualmente es editora ejecutiva de
la revista Quo.
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