Un milagro
El 31 de agosto de 2003, mi tía Amalia Gutiérrez de Ordináriz dio a luz a Juan III (Juan como su padre, mi tío político, y como el padre de éste). La noticia fue a la par causa de emoción y de angustia entre nosotros: Johnny entró a la vida con los blasones de primogénito y de sietemesino. Mi hermano, cuyas diferencias con Juan Ordináriz II habían echado a perder algunas parrilladas familiares, apostó a que la incubadora también sería el ataúd del descendiente del “Siempremezquino”. Le dije que no le tirase a la criatura sólo por llevar los mismos genes que nuestro óncol. “Tuyo será, porque yo no comparto una fibra de adn con ese idiota”, me contestó. “Oye, no seas malvibréitor. ¿Qué tal si esa estupidez que tanto te castra en nuestro tío se debiera a que él hubiese nacido prematuro, qué tal si es un problema congénito?”, argumenté. “Entonces no debió impregnar a mi tía”, replicó.
Por fortuna, mi hermano se equivocó. Juan Ordináriz Gutiérrez es un niño alegre, saludable y con destellos de inteligencia. Mi tía Ame lo mima y lo presume. La víspera de Año Nuevo de 2010 me enseñó un dibujo que su nene le hiciera y obsequiara en Navidad. Me dijo que lo iba a pegar en el refri junto con la boleta de calificaciones de Johnny y unos versos octosílabos bastante simétricos que éste le había dedicado a su Shar Pei.
Mi primera reacción ante el dibujo fue de indiferencia. La verdad es que no ofrecía nada innovador. Mi primo se había limitado a trazar una línea recta sobre una hoja de papel. Eso sí, la línea estaba muy recta, y el mérito consistía en que, según su madre, Johnny no había necesitado una escuadra. Estuve a punto de preguntarle qué era lo que el nene había querido dibujar, pero me detuve, pues si Johnny hubiese intentado hacer un… por ejemplo, un hámster, mi pregunta insensible hubiera puesto en evidencia la poca vocación del artista, y Amalia se habría afligido. Se me ocurrió otro plan: “¿No tiene título?”, inquirí. “No…, Johnny dice que representa el universo.” “Ah…”, repliqué, y de inmediato modulé un cumplido verosímil: “Me parece… mhh… su… su pulso es muy bueno para alguien de su edad…”
Indicios de grandeza
Era el 1° de enero de 2010, y yo estaba bobeando en You Tube. La nostalgia me hizo recordar las caricaturas del Canal Cinco. Busqué clips de mis series favoritas: Looney Tunes y Merry Melodies. En la sección de “videos relacionados”, un rubro me intrigó: El punto y la línea: romance en matemáticas básicas. Le di clic. Era un corto animado de Chuck Jones, ilustre caricaturista, padre de algunos miembros de Looney Tunes como El Coyote y El Correcaminos (de ahí la hermandad entre los videos).
El punto y la línea: romance en matemáticas básicas va de una línea recta que está perdidamente enamorada de un punto, que, juzgándola aburrida y con poca imaginación, no corresponde a su cariño. Por su parte, el punto es cautivado por la línea garrapatosa, un personaje desmañoso, ácrata y lleno de espontaneidad. La línea recta se pone triste. Piensa que nunca va a ser tan grácil ni tan suelta como la línea garrapatosa, piensa que el punto nunca la querrá. Sin embargo, un día descubre que si se concentra lo suficiente, puede doblarse. A partir de entonces comienza a poner en práctica ejercicios de flexibilidad cada vez más complejos. Su hallazgo es que de una línea recta puede surgir cualquier figura: polígonos, elipses, cuerpos tridimensionales… todo lo imaginado por la geometría. Se hace una experta en maleabilidad. El punto queda asombrado con lo creativo de la línea recta, de quien finalmente se enamora, olvidándose de la garrapática.
Recordé el dibujo de Johnny. En la madrugada del 2 de enero, insomne, rumié la posibilidad de que hubiese subestimado su inteligencia. ¿Podría ser que un párvulo hubiera comprendido lo que hasta la víspera yo no? ¿Sería mi pariente un genio de incubadora?
Otro indicio de genialidad… ¿coincidencia?
Al día siguiente llamé a mi tía para preguntarle si me podía mandar por mail una foto del dibujo de Johnny. Casi lloró de emoción. En la noche recibí el archivo. Éste es el dibujo:
Al verlo detenidamente, algo me pareció conocido. Pensé en las posibles influencias pictóricas que un mocoso de la primaria podría tener en la actualidad. ¿Cuáles son las caricaturas que miran hogaño los niños, qué personajes de qué avanzados videojuegos llenan su fantasía, a qué pintores canónicos ven en la asignatura de arte? Como el ejercicio me resultaba oscuro, recurrí a la experiencia y recordé mis propias fuentes de inspiración: los mundos de Chuck Jones, el universo de HannaBarbera, los trazos escabrosos del Mortal Kombat de Super Nintendo, los arbolitos de Bob Ross en el Once, Mafalda… La imagen de la pequeña precoz hizo que sonase una campanita en mi mente; había un vínculo extraño entre la línea de Johnny y los monos de Quino. Tomé de mi baúl un volumen conmemorativo del monero, el cual reunía algunos dibujos de temática diversa que ya habían sido publicados por el autor en distintos periódicos.
Por ahí de la mitad del volumen, una viñeta me corroboró que el vínculo entre la obra de Johnny y la del monero sí existía. Era un dibujo que había visto muchas veces: un hombre en un museo está admirando una obra que se titula “La línea”, la cual consiste en un lienzo en el que está trazada verticalmente una línea recta. Lo interesante del dibujo es que sobre la cabeza del hombre flota una línea, también recta, que, de pronto, se va convirtiendo en una serie de imágenes ejecutadas de manera continua e ininterrumpida, como esos esbozos donde la punta del lápiz nunca se levanta del papel. En esos trazos se ven un cuerpo femenino, un signo de dinero, un brazo con una macana, un perro, un tipo levantando un puño amenazador y apuntando con un índice jurisdiccional al hombre que, con cara de agobio, observa la obra; esos garabatos son las obsesiones, los deseos, las preocupaciones, las fobias y quizá también los recuerdos que una simple línea ha desatado en la imaginación de este hombre.
Quino parte de la idea de que el todo surge de la partícula. Su viñeta nos sugiere que la imaginación usa principios básicos para tejer universos complejos, que las más elaboradas fantasías ópticas son reelaboraciones, cortes y dobleces de una línea que, a su vez, está formada por una serie de puntos. Lo importante no es la línea, sino el potencial que ésta posee en la mente de cada ser humano; si nos enfrentásemos a esa línea en un museo, cada uno de nosotros imaginaría cosas diferentes.
A lo anterior se suma lo cómico de un personaje que sufre al ver un trazo en apariencia inocuo y sin virtud estética. La sana visita a un recinto cultural se revela como una dolorosa sesión de autoanálisis a quien sólo quería distraerse con un cuadro y, a pesar suyo, acaba envuelto en las preocupaciones cotidianas de las que deseaba evadirse. La tortura intelectual del hombrecillo es hilarante.
No era completamente ilógico asumir que Johnny se hubiese “inspirado” en la viñeta para realizar su obra. Queriendo salir de dudas, le hablé a Amalia para preguntarle si tenía algún libro de Quino que me pudiera prestar, explicándole, con una mentira, que en la uni me habían dejado hacer un análisis de sus viñetas. “Uyy, hijo, tenía un volumen de Mafalda, pero al casarme lo tiré porque a mi Juan le parecía panfletario y peligrosamente subversivo.” “Ah…, ¿y no tienes un corto que se titula El punto y la línea: romance en matemáticas básicas? Es para otra tarea.” “¿Qué es un corto?”, preguntó. “Es como una película, pero más corta.” “Oh… Es que aquí en tu casa no tenemos tele; tu tío la considera un aparato vicioso.”
¿Sería posible que Johnny, nacido antes del noveno mes, hubiese plasmado en un papel la misma sustancia argumental que Quino había empleado en la viñeta y que Chuck Jones había puesto en movimiento en su corto, sin conocer la obra de ninguno de los dos?
El infinito: el potencial de una línea
Aunque lo haya negado una y otra vez, estoy seguro de que mi hermano vio el dibujo de Juan en mi cajón cuando usó mi pipa, “la Churchill”, a finales de enero de 2010. Yo había impreso una copia de la foto que mi tía me enviara por mail, y la había guardado en el cajón de mi escritorio, donde tenía guardada mi pipa. La mañana del 30 de enero encontré “la Churchill” en la azotea sobre dos cajas de pizza y junto al telescopio de mi jefe. Eso explicaba el olor a hidropónica y a peperami que había entrado por mi ventana en la noche. No podía seguir confiando en la débil seguridad del cajón. Tomé la pipa, la copia del dibujo de Johnny y una moneda de Belice y las escondí en otro sitio… pero ya era tarde.
Porque, dos meses después de que yo viera por primera vez la caricatura de Chuck Jones, ocurrió lo siguiente.
A principios de marzo apareció un artículo sobre mi hermano en la sección cultural de la Gaceta universitaria. El encabezado leía: “Gandasha Gutiérrez Figueroa gana el tetragésimo concurso de pintura de la enap.” Había una foto de mi hermano con un pie de ídem: “El artista junto a su obra, El infinito, tras la premiación.” El aludido portaba un cheque gigante junto a un lienzo cuyo único atributo era una línea recta de color negro.
No obstante mis reclamos, Gandasha hízose el imbécil cuando le enseñé el dibujo original. Alegó que nunca lo había visto. “¿Seguro que no lo viste en mi cajón por ai de enero, cuando te pachequeaste con “la Churchill” para estudiar los anillos de Saturno?” “Oquéi, sí, usé tu pinche pipa, pero no vi ningún dibujo en tu cajón.” “No me interesa tu cheque —le aclaré—, sólo que se me hace mala onda que le hagas esto a Johnny. Allá tú.” Gandasha siguió con su plan de Rainman.
Su obra cautivó a los críticos. “Es un regreso a las formas básicas […] Abre la era en la que los lienzos se dejarán intactos”, asegura uno; otro aventuró la hipótesis de que Gandasha es el pregonero de una nueva corriente: el nadaísmo. Figuras de otras disciplinas no la pasaron por alto. Un jefe delegacional del prd propuso que su obra representaba “la ambición de una minoría tozuda, ambiciosa y poderosa que, a su paso inflexible, convierte todo en vacío”. Un miembro de la NAACP1 concluyó que en The Infinity está plasmado elocuentemente “el devenir de la comunidad afroamericana a través de los eriales hostiles de las mayorías caucásicas en eua.” La onu y el Banco Mundial realizaron un spot con un diseño parecido a la obra de Gandasha, con el eslogan: “One humanity, one economy.”2 Gandasha reclamó por el uso no autorizado de El infinito, mas el representante de la Junta del BM arguye que la línea de su spot es añil, no negra, y que la tienen patentada. En la Expo Religiones en el WTC, un carlomengo dio una conferencia sobre monoteísmo, usando de soporte visual un afiche análogo a la pintura de mi bróu (sin su salvoconducto). Gandasha no quiso meterse con Míster Teo Dívini, pues en la escuela católica donde realizó la primaria le habían enseñado a querer profundamente a sus superiores. Stephen Hawking asistió a un talk show en el que dijo, con su timbre robótico, que iba a desarrollar una teoría sobre los “rayos negros”. El inglés no tuvo la humildad suficiente para descubrir a su Musa.
Asuntos familiares
Ayer, 11 de mayo de 2010, contesté una llamada del licenciado Jonathan VIDRIERA DE VIDRIERA, GORGIAS Y AHARTERO ABOGADOS. Es el representante legal de Juan Ordináriz Hídeput, mi tío político, quien, interviniendo en favor de Juan III, acusa a mi hermano de robo intelectual y exige una compensación económica. El Lic. me explicó que le era urgente hablar con mi hermano. Le dije que mi hermano estaba en una exposición de pintura en Querétaro, le pedí que me dejara su teléfono y le aseguré que yo daría el mensaje a Gandasha. Me solicitó su número de celular; le expliqué que mi bróu es adverso a las nuevas tecnologías y a cualquier “atadura del estáblishment” y que jamás ha usado un móvil. “¿Sabe en qué hotel se hospeda?”, inquirió. “Él no cree en el concepto común de hotelería. Cuando viaja suele seducir a viudas vulnerables a cambio de un cuarto con desayuno incluido”, le contesté.
La verdad es que mi hermano no fue a ninguna exposición. Lleva tres días en Oceánica. Sufrió una sobredosis de coca en el Palladium. El médico dice que la línea que esnifó probablemente estuviera adulterada.
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