1.
Un trozo de carne
Suelta humo en el campo —
carroña,
caput mortuum
sobras,
merma,
tripas,
sarro,
grasa botada de los basureros de hospital.
¡Teniente!
¡Este cuerpo no deja de arder!
2.
"¿Es usted Capitán?" Claro,
claro que me acuerdo - todavía lo escucho
aleccionándome a través del interfón, ¡Mantenga las armas prestas, Burnsie!
y luego gritando, ¡Deje de disparar, por el amor de Dios, Burnsie,
esos son amigos! Pero, por Dios Capitán,
ya había empezado, ráfaga
tras ráfaga, pijamitas negras saltando
y cayendo... ¿y recuerda a aquel piloto
que saltó en un paracaídas por el Norte,
cómo lo dejé hecho trizas colgando de sus cuerdas?
uno de sus ojos rasgados, un trozo
de su sonrisa, navegan frente a mí
cada noche, justo después del somnífero...
"Simplemente
me gustaba el sonido
que hacían, supongo que me gustaba
sentirlas explotar desde mis manos..."
3.
En la pantalla de televisión:
¿Tiene un cuerpo que suda?
¿Sudor que hiede?
¿Dentadura postiza que castañea en el desayuno?
¿Enfermedades temibles?
¿Jaqueca tan constante que le sobrevivirá?
¿Axilas de donde brotan pelos?
¿Almorranas tan grandes que no necesita una silla para sentarse a la mesa?
No todos hemos de dormir, pero todos seremos transformados...
4.
En el vigésimo siglo de mi trasgresión a la tierra,
habiendo exterminado a un billón de paganos,
herejes, judíos, musulmanes, brujas, místicos,
negros, asiáticos y hermanos cristianos,
a cado uno por su propio bien,
un continente entero de pieles rojas, por vivir en comunidad,
mil millones de especies animales, por ser infrahumanas,
y listo y ansioso por enfrentar
a las criaturas sanguinarias de los otros planetas,
yo, hombre cristiano, gruño el testamento de mi última voluntad.
Le dí mi sangre cincuenta partes poliestireno,
veinticinco partes benceno, veinticinco partes gasolina,
al último bombardero en vuelo, para que haya una hectárea
en este mundo gris donde aún pueda brotar la flor que besa,
que te besa tan largamente que tus huesos explotan bajo sus labios.
Mi lengua
va para el Secretario de los Muertos
para decirle a los cadáveres: "Disculpen, camaradas,
la matanza fue sólo una de esas cosas
difíciles de prever."
Mi alma se la doy a la abeja
para que la pique y se muera, mi cerebro
a la mosca, su espalda del histérico color verde del limo,
para que la chupe y se muera, mi carne al publicista,
el antiprostitutas, que desprecia la carne humana por dinero.
Le asigno mi columna torcida
al fabricante de dados, para que la corte en dados,
y decida la suerte de quién le tocará mirar su propia sangre
en la camisa y a quién la de su hermano
pues la carrera no la gana el rápido sino el torcido.
Al último sobreviviente de la tierra
le doy mis párpados gastados por el miedo, para que los use
en la noche absoluta de radiación y silencio,
y no pueda cerrar los ojos, pues el remordimiento
es como lágrimas filtrándose a través de párpados cerrados.
Le entrego mi mano al vacío: el dedo meñique ya no hurga en la nariz,
escoria se ciñe al negro palo del anular,
un poco de llama brota de la punta del dedo que te coge,
el índice acusa al corazón, que se ha esfumado
en el muñón del pulgar, volutas de humo piden un viaje hacia el vacío.
En el vigésimo siglo de mi pesadilla
en la tierra, juro por mis testículos de cromo
este testamento
y última voluntad
de mi voluntad de hierro,
mi miedo al amor, mi ansia de dinero y mi locura.
5.
En la fosa
serpientes surcan caminos fríos
sobre el muslo podrido, los huesos de los pies
se estremecen en el olor a hule quemado,
la panza
se abre como una venenosa flor nocturna,
se evaporó la lengua,
los pelos
de la fosa nasal se rocían con polvo blanco amarillento,
las cinco llamas en la punta
de cada mano se extinguieron, un mosquito
sorbe su última cena en este plato de serenidad.
Y la mosca,
pesadilla final, sale del huevo.
6.
¡Corrí
con el cuello roto corrí
sosteniéndome la cabeza con ambas manos corrí
pensando que las llamas
que las llamas pueden quemar el oboe
pero escucha jovencito no pueden tocar las notas!
7.
Unos cuantos huesos
yacen entre el humo de los huesos.
Membranas,
efigies prensadas contra el pasto,
envolturas de momia,
descamaciones,
huecos que colchones incinerados devolvieron al mundo,
recuerdos estampados contra los espejos de los techos de prostíbulos,
alas de ángel
llamadas a caer en las nieves de antaño,
se hincan
sobre la tierra chamuscada,
tienen la forma de hombres y animales:
no dejes que pase esta última hora,
no nos la quites, esta última copa de veneno en los labios.
Y un viento que guarda
los gritos de todas nuestras noches y días haciendo el amor,
se mueve entre las piedras, al acecho
de un par de esqueletos trenzados para descargar su último grito.
¡Teniente!
¡Este cuerpo no deja de arder!
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