La construcción
Los obreros hacen una casa.
empiezan por un cuadro que demarca
y bastidores de madera.
miden, acomodan los tabiques,
las tablas cortadas mismo ancho y largo
los obreros sin camisa sudan
cada músculo. tienen los brazos tatuados
estómagos fuertes
para dormir a resguardo
para soportar golpes
para comer con ansia
no hacen pausas en el día
van vienen cargando cosas
carretillas de material
van vienen ellos
forzando los brazos las manos
sin mirar a los lados
concentrados en la faena
la casa estará en el mar
hacen una casa
no la imaginaron pero la hacen con manos y pies
y bocas que resoplan
sus cuerpos enteros hacen una casa
con horizonte y cocina
terraza
sala de estar
dos habitaciones
ellos son cuatro.
uno por cada pared
que hará salir del piso la casa, una planta salvaje.
El pastel
el pastel es cremoso
verde
hecho a base de té
el tenedor se hunde sin ninguna violencia
como si entrara al mar
tan entregado que espanta
sin mirar atrás
sin pensar de otro modo
sabe a jardín lejano
o árbol que comienza
sabe a pasto
sabe a verde
entre los dientes
sabe a todo lo que recordamos es verde
la noche es verde
o agua de piscina
escurriendo de la boca
recién llegamos al mundo
pancartas de bienvenidos en la entrada
los brazos extendidos
nosotros, los hijos de alguien,
y la casa es aquí
donde no habíamos estado
a
Adentro,
sin ver nada más
está el ojo que cierra su inglesa marquesita
no hay carruajes de cortinas de seda
el ojo descansa olvidando estremecerse de miedo y de hambre.
Detrás de cinco cerrojos ha tirado la llave por la puerta de la noche:
se evade en pensamiento, en forma.
El ojo es una tumba. Se cierra en el desconcierto intermitente de una muerte a
medias, una muerte viva, una muerte que gotea su perfume sobre la mejilla
ardiente.
El erizo duerme con todos sus ojos encogidos, y se aburre en el sueño libre de
espinas, tan abierto que parece una planicie, un desierto oscuro, un océano.
Adentro, el otro ojo respira y se expande.
No enloquece.
Explora.
Anuncia.
Declara que no tiene palabras en el estrado.
Se mete bajo la cama y disimula.
Estos arrebatos son domésticos. Carentes de intelecto: arrebatos sin armonía
elevada.
b
Sumida en esta humedad pregunto:
¿dónde se han ido todos?
¿A qué compuerta fueron a dar las histéricas gaviotas?
o
los pasos
de
los amantes que saltan la mañana
—antes del desayuno para nadie—.
húmedamente palidezco
nadie puede acostumbrarse a esta soledad a ciegas
o
los navíos acaban de atracar la plaza cívica
llegamos al extremo: sin mar en la ciudad abordamos
lloramos todos tanta humedad absurda, por las paredes de los edificios lloramos,
es una humedad quieta, fortalecida
en su goteo enverdecido como una montaña que nace y se encabrita
de golpe
o
los pájaros chillan y después de mucho la gente —la masa compacta que hace
gente a la gente— halla sublime los chillidos del alba,
y habitamos
o
extrañamos
empobrecidos
las láminas del pan de antes de todo, la harina blanca, el aceite, la sal, el horno
esperando la materia.
Llegan hasta acá los estremecimientos de agua
cae la luna deslavada pero el pleno sol no puede con tanta celosía de agua por
todas partes
es un augurio
de qué
no sabemos
empobrecidos
este día este día revienta
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Brenda Ríos. Fue becaria de la Fundación para las Letras Mexicanas 2003-2004 y del programa Jóvenes Creadores del Fonca 2009-2010. Ha publicado ensayos y poemas en las revistas Guardagujas, Metapolítica, La cabeza del Moro, Este País, Luna Zeta, Luvina, Bien Común y Fractal, así como en la revistas electrónicas Letralia y Replicante. Pueden leerse ensayos suyos en <cuentoenred. xoc.uam.mx>, revista electrónica de teoría de la ficción breve. Ha publicado el libro Del amor y otras cosas que se gastan por el uso. Ironía y silencio en la narrativa de Clarice Lispector (FETA, F,L,M, 2005).
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