Dos principios básicos rigen al universo y acaso a la vida, a las relaciones familiares y al cine contemporáneo. El primero lo plantea Alfonso Reyes en “La caída. Exégesis en marfil”, cuando establece que “el dinamismo se ha vuelto flojedad” y más adelante explica: “un astro avanza por el camino que menos le cuesta […] y lo propio hace el electrón en el átomo, y acaso el hombre ante la mujer”. El segundo, menos filosófico y más científico, lo representa la Segunda Ley de la Termodinámica, que establece que todo sistema —el universo, la vida, las relaciones familiares y el cine contemporáneo, por poner algunos ejemplos— camina hacia el desorden y, pareciera entonces, está predestinado al caos.
Ambos principios no podrían estar más claramente representados en
De jueves a domingo, ópera prima de la chilena Dominga Sotomayor. A manera de postales que uno guardaría en álbumes familiares, se nos cuenta con maestría técnica y narrativa la historia de la destrucción del universo de una niña. Los padres de Lucía, antes de divorciarse (y tal vez poco conscientes de que esto resultará en un desbalance emocional para sus hijos: Lucía, de diez, y Manuel, de siete), deciden embarcarse en un último viaje familiar. Desde la óptica de Lucía seremos testigos de cómo pronta e inevitablemente el viaje muta —y también lo hace la relación familiar— de una salida al campo a una marcha hacia el caos.
Lucía es despertada por su padre en medio de la noche, él le dice que es hora de irse, la carga al auto y escuchamos cómo éste parte. Comienza entonces la destrucción del universo de Lucía. Sotomayor entiende la perfección del plano secuencia; el dinamismo se vuelca en flojedad, la película pareciera suceder en un tiempo etéreo y aletargado.
Éste es un filme de pequeños gestos y sutilezas, de los sonidos de la noche —únicos testigos de la partida de Lucía—, de las historias que nuestros padres nos contaban cuando niños antes de dormir, de las canciones pop que nos hacen llorar.
Ya establecía Abbas Kiarostami, padre y maestro del
road movie contemporáneo con
Ten,
Copia fiel y
El sabor de las cerezas, que el carro desnuda, que entre los kilómetros de carretera y los mapas que prometen llevarnos a cualquier sitio sale a flote la verdadera naturaleza humana. Así sucede en
De jueves a domingo, que puede ser también la historia de ese cruel, duro y trágico acto que llamamos crecer. Y de cómo, cuando adultos, quisiéramos volver a ser niños
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La película depende quizá más de la música que de la imagen; canciones pop de los años setenta son la manera perfecta de expresar lo que sienten los personajes. “Quiero dormir cansado”, de Manuel Alejandro, y una serie de canciones de Jeanette aparecen con insistencia a lo largo de la historia. La primera es una metáfora de lo que en conjunto sienten los personajes (quiero dormir cansado / para no pensar en ti /quiero dormir profundamente), y la segunda aparece como símbolo y metáfora de Lucía. Jeanette, la cantante británica nacionalizada española, es, así como Lucía (que entre sus gracias se encuentra la de imitar a la cantante), una manifestación de la belleza pura, de extranjería (la de Jeanette geográfica y la de Lucía acaso más metafísica o filosófica) combinada con inocencia, de una voz que pareciera estar a punto de quebrarse y convertirse en llanto desesperado. Y quizá allí se encuentre la única diferencia entre niña y cantante: el canto de Jeanette jamás se convierte en llanto, pero las risas y juegos infantiles de Lucía, hacia el final de la película, sí.
Y es acaso el final donde Sotomayor muestra que ésta es una historia sobre la destrucción, cuando Lucía, harta del mundo adulto y su imposibilidad de entenderlo, se pierde en aquel páramo donde su soledad se hace más grande, donde el caos es inevitable y la familia ha terminado (o comenzado, si es que todo final es también un principio) su camino hacia la destrucción.
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El cine chileno contemporáneo se ha convertido en el más dinámico e interesante de la región. Desde la revisión y reinterpretación de la memoria nacional en Post mortem (Larraín, 2010), al claro estudio de las clases sociales y los mecanismos que rigen a la sociedad chilena en La nana (Silva, 2009), la biopic que se transforma en la historia de un pueblo y una época en Violeta se fue a los cielos (Wood, 2011) o la mimetización entre cine y literatura en Bonsai (Jiménez, 2011). En este panorama, De jueves a domingo sólo reafirma la trascendencia del cine chileno, tanto estética como narrativamente, que se ha confirmado con el triunfo del filme en Rotterdam, aunque quizá el premio venga sobrando y la obra sea, por sí sola, una pequeña obra maestra.