No. 141/POESÍA |
Malos poemas |
Jorge Octavio Martínez |
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
Los mismos huesos Perro suspicaz, brizna de viento creciendo en los bigotes, un colmillo ajado y el suave ardid: rezo triste en el ladrido, ondulación que de noche no compite con gallos de oro ni maullidos, gnosis fugaz de perro incompleto: nada pero nada volverá a ser como era. Perro con ojo de ángel, hocico bruñido en experiencia, lágrimas de can ensalivado amanecer magnánimo reducido por un escozor de garrapata. La hembra que se pierde en las calles del día, el olfato del dolor, la conciencia del canalla, gua, pero los mismos huesos los mismos huesos. Ella y los venenos 1 Las primeras corrupciones se debieron a las hojas podridas del jardín y a las hormigas muertas que caían sobre la leche. Los calzoncitos blancos de una niña -todas las niñas del mundo- se encargaron del resto. 2 Surge Ella. También hubo mujeres que trajeron la paz, pero frente a Ella todas fueron despojo. Donde descansan sus pies de bailarina eslava se desbarata el rosario de mi vida. 3 Nuestro compromiso fue el del simulacro. Setenta veces siete la hice mía sin poner mis manos en su piel. Unas caricias angostas como las que puede habitar el aire. Y su cuerpo fue el más desnudo de los cuerpos y su vagina la más perfecta. Setenta veces siete la declaré virgo intacta. 4 Cuánto tiempo, me preguntan. Años y semanas y el nombre de Ella. Todo persiste en su veneno y todo quema. Yo les voy a decir sus pies. Confórmense porque no sabrán su talle ni sus pechos, no sabrán uno de sus cabellos siquiera, o la boca que fue de sus mercenarios y no mía. 5 Un tiempo que olía mucho a Ella. Sus pies de materia viva. Los desnudé parcialmente con el poder de la imaginación. Las calcetas blancas no cedieron. Con el poder de la tristeza. Eran unos pies de princesa rusa y nunca se lo dije. El nadador
I Al fondo del río no hay canicas de vidrio azul, no hay caimanes. Queda un dragón que pronto se aburrirá de todo esto. Pero no hay martín pescador, no hay cristo del cubilete, no hay diminutos peces comehombres, no hay sirenas. Una sencilla alfombra de algas protege la ribera de los monstruos. II El fluir del río aquieta remos, descifra entre piedras la carne de sus bestias enterradas, canta a la estrechura, no contesta, susurra la hormiga azul y baja a mutilar el pulgar de los ahogados. III Hago buches de río para que las aguas me quiten lo hombre, dibujo en la cuenca de mi pecho a la persona que refleja la vertiente. Henchido por el verde sanguíneo soy un lote de fango cubierto por las hojas. IV Este río guía el espíritu de sus moradores a un olvido que les hunde el espinazo. El nadador traza líneas en la superficie y nunca se deja tomar por lo más hondo. Yo nado de pecho, de croll, de mariposa. Cuando las rodillas se acalambran, nado de muerto. V Al trayecto del que nada se interponen troncos de amate inventados por un rayo pero ya no hay forma de extirpar la rama. A su cobijo revive un sopor adolorido, descanso para multitud de tortugas ciegas que el nadador ignora entre el follaje. Nada sabe del gajo de su vida se trasegó con la vertiente. VI Leviatán se desplaza sobre la superficie. Cada viernes antecede a la ninfa desquiciada que alguien proclamó reina del río. Cada viernes el torrente verdea hasta la locura y los muslos de la reina emanan cálida agua roja. Leviatán se transforma en ajolote. VII Lástima por el nadador de fondo porque en los hoyos de su alma sólo habitan peces negros.
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