No. 141/POESÍA

Malos poemas


Jorge Octavio Martínez
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM

 


La exaltación del asmático

Yo, como si recibiese a una vieja amante,
preparo los muebles donde recostar a los pulmones,
las sillas donde acomodar las piernas inservibles,
el apoyo acolchado para las inquietas uñas verdes.
El asma acude con el poder admonitorio de su nombre,
un delicado beso de hielo que sofoca en su hervor
se va colando a los bronquios mientras jalo complacido
un estertor que tiene menos de angustia que de asfixia.


Las crisis del asmático se presentan por interrupciones
—por no mencionar su calidad de interrupción continua.
Las crisis del asmático tienden puentes de ahogo:
Y es que uno se agrega al gremio de los sofocados:
Ser hermano y más que hermano
del hombre que desdobla su cuerpo
en el fondo de trenes que se hacen borrosos.
Del viejo que cree desde su cama empapada
como si el jadeo no fuera cosa sin fin.
Del niño pálido a la busca del oxígeno,
evasivo de su muerte en el aire de las flores.

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Ilustraciones de Jarumi Dávila,
ENAP-UNAM


De la adolescente de ojos tonadizos,
a la hora de hender sus labios con el inhalador.

La enfermedad crónica, como la mujer amada,
nos hace incondicionales de la misma afluente.
Quien ya las padeció, es los amantes pasados
y los muertos de muertes anteriores.

Nuestros asma:
Quedo bien en la hamaca mientras fumo un puro
que sólo ayudará a incrementar la pobredumbre de mi tórax.
Quedo bien soterrado en mi habitación
con las paredes de corcho y magdalenas por la tarde.

El asma, a diferencia de lo que ustedes suponen,
nos regresa al sosiego —si es que alguna vez lo tuvimos.
Nos derriba porque así creemos robar más oxígeno a la vida.
Nos agita en lentas bocanadas
que son como las del pez en su agonía.

La enfermedad soy yo hasta el fin de mi tiempo.



De pesca con Míster Jémingüei

Míster Jémingüei es capaz de mantener un
pez ensartado en el anzuelo sin el menor esfuerzo,
es capaz de enfilar tiburones blancos, azules y verdes,
peces espada
perfectamente desenvainados,
mantarrayas franquistas,
gigantescos robalos vegetativos,
estrellas de mar y de cielo,
pequeñas medusas ciegas
y transparentes calamares de las profundidades
sin el menor esfuerzo.

jomartinez02.jpgMíster Jémingüei
es capaz de emborrachar una ballena
con el ron sacrílego que nadie más conoce,
es capaz de embriagar al mismo mar,
a la mujer que ama,
es capaz de beberse veinte botellas de whisky él solo,
frente al océano,
viejísimo,
hasta no reventar,
hasta no repartir insultos insondables
por carta y por voz,
en su barco,
mientras pesca habanas, campanas, corales suicidas,
botellas con planos falsos de un tesoro equívoco.
Todo esto mientras escribe.
Todo esto mientras roba
los minutos y las olas del caribe.




Maligna

En tu rostro de parca rediviva y hermosa
me encontré con las promesas de mujer abierta al cielo.
Un claro a medio fondo.
Y el tiempo de lluvia que nada objetó nunca.

Pero no te extrañé, Maligna.
Supe a qué huele tu carne herida,
conocí tus escondrijos azucarados,
pero la idea de ti huyó sin remedio.
No te necesito, Maligna,
pero te busco
en ventanales pulidos de oscuridad tuya,
te busco
en las flores muertas o pintadas.
En las caras rayadas por la felicidad
te busco.

Cualquier otro fue tu nombre en esos días,
cuando tu mirada funcionaba como el ala de toda ave,
cuando tus piernas valían por sí mismas
y no por ser las piernas bien torneadas
y las piernas bíblicas
y las piernas de cristal.

No sé si entiendas.
Yo no lo entiendo en absoluto,
Maligna.

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Los mismos huesos


Perro suspicaz,
brizna de viento
creciendo en los bigotes,
    un colmillo ajado
y el suave ardid:

rezo triste en el ladrido,
ondulación que de noche
no compite con gallos de oro ni maullidos,

gnosis fugaz de perro incompleto:
    nada
    pero nada
    volverá a ser como era.

Perro con ojo de ángel,
    hocico bruñido en experiencia,
    lágrimas de can ensalivado
    amanecer magnánimo
    reducido por un escozor de garrapata.

La hembra que se pierde en las calles del día,
el olfato del dolor,
la conciencia del canalla,
gua,

pero los mismos huesos
los mismos huesos.



Ella y los venenos

1
Las primeras corrupciones
se debieron a las hojas podridas del jardín
y a las hormigas muertas que caían sobre la leche.
Los calzoncitos blancos de una niña
-todas las niñas del mundo-
se encargaron del resto.
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2
Surge Ella.
También hubo mujeres que trajeron la paz,
pero frente a Ella todas fueron despojo.
Donde descansan sus pies de bailarina eslava
se desbarata el rosario de mi vida.

3
Nuestro compromiso fue el del simulacro.
Setenta veces siete la hice mía sin poner mis manos en su piel.
Unas caricias angostas como las que puede habitar el aire.
Y su cuerpo fue el más desnudo de los cuerpos
y su vagina la más perfecta.
Setenta veces siete la declaré virgo intacta.

4
Cuánto tiempo, me preguntan.
Años y semanas y el nombre de Ella.
Todo persiste en su veneno y todo quema.
Yo les voy a decir sus pies. Confórmense
porque no sabrán su talle ni sus pechos,
no sabrán uno de sus cabellos siquiera, o la boca
que fue de sus mercenarios y no mía.

5
Un tiempo que olía mucho a Ella.
Sus pies de materia viva.
Los desnudé parcialmente
con el poder de la imaginación.
Las calcetas blancas no cedieron.
Con el poder de la tristeza.
Eran unos pies de princesa rusa y nunca se lo dije.
 


El nadador

I
Al fondo del río no hay canicas de vidrio azul,
no hay caimanes. Queda un dragón
que pronto se aburrirá de todo esto.
Pero no hay martín pescador,
no hay cristo del cubilete,
no hay diminutos peces comehombres,
no hay sirenas.
Una sencilla alfombra de algas
protege la ribera de los monstruos.
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II
El fluir del río aquieta remos,
descifra entre piedras la carne
de sus bestias enterradas,
canta a la estrechura, no contesta,
susurra la hormiga azul y baja
a mutilar el pulgar de los ahogados.

III
Hago buches de río para que
las aguas me quiten lo hombre,
dibujo en la cuenca de mi pecho
a la persona que refleja la vertiente.
Henchido por el verde sanguíneo
soy un lote de fango cubierto por las hojas.

IV
Este río guía el espíritu de sus moradores
a un olvido que les hunde el espinazo.
El nadador traza líneas en la superficie
y nunca se deja tomar por lo más hondo.
Yo nado de pecho, de croll, de mariposa.
Cuando las rodillas se acalambran, nado de muerto.

V
Al trayecto del que nada se interponen
troncos de amate inventados por un rayo
pero ya no hay forma de extirpar la rama.
A su cobijo revive un sopor adolorido,
descanso para multitud de tortugas ciegas
que el nadador ignora entre el follaje.
Nada sabe del gajo de su vida
se trasegó con la vertiente.

VI
Leviatán se desplaza sobre la superficie.
Cada viernes antecede a la ninfa desquiciada
que alguien proclamó reina del río.
Cada viernes el torrente verdea hasta la locura
y los muslos de la reina emanan cálida agua roja.
Leviatán se transforma en ajolote.

VII
Lástima por el nadador de fondo
porque en los hoyos de su alma
sólo habitan peces negros.