JÓVENES POETAS EN ESPAÑA/No. 177


 

Alberto Guirao

Madrid 1989



Contemporáneos

He visto hurtadas por los portátiles
algunas de las mentes más brillantes de mi generación.
En sus miradas, acorraladas de vértigo, vibraban las sustancias
de sempiternas creaciones: revoluciones en ciernes
apuntaladas a ese noventa por ciento de baldía maraña sináptica
con objetos aparentemente inofensivos, a saber:
mandos a distancia, electorales papelillos,
píxeles y ábsides y demás microorganismos.

La gruta, la ciudad (este subterfugio
en el que delegan una abdicación cromosómica
jamás consagrada con la expiación de sus pulsiones)
ha dejado en ellos estos días
un estancado glaciar en las gargantas. Las úlceras
son inquilinos autóctonos
de aguada sangre trémula
en sus bocas y el olor a derrumbe fija
la cal del suministro en el chicle o el lavabo.

Mis coetáneos
parapetados en las farmacias (estancado el wc)
estudian la descomposición de la mierda,
su salud paupérrima,
los solitarios paseos, la ropa mojada,
el frío de las columnas, la propia pérdida,
el añusgarse con la nada, la aceptada
degeneración, lenguas ajenas, coños ajenos,
drogas, luces, porciones de amor, …

Anoche, en el parking —música
en las tibiezas— se sentó uno a mi lado, uno
de esos coetáneos de los que hablo:
escupió a las piernas de la hierba, insultó a los próceres
y dijo tristemente levantarse en una cama
y tardar en ubicarse. Levantarse en una cama
y no encontrarse con nadie… no sé ni cómo nací.




El chucho megalítico lamenta su orfandad en la puerta
de la oficina de correos


Clavan, clavan, clavan… El clavicordio
es peligroso si siembra maculado. Clavan…
Sólo le dieron tres días, ¡Qué escándalo! Se lo comunicaron y adiós.
El último, ¿Quién es? (Al rasurado el pecho le tatúan a la CHIQUILLA sus ojos tras un vitral. Un vitral metazóoico es azogue que hostiga felices vaticinios. La CHIQUILLA, su sobre, sus ojos… los devora el CHAVAL OBLICUO con sus alergias a la transubstanciación y al damero de la oficina de correos, desangelado)
Clavan, clavan, clavan… (invoca el LOCO) Clavan, clavan…
(Zumbando paneles y el clac, clac, desde el mostrador de músculos-mataséllicos)
¡Qué comedia! Enfermo el mundo y nosotros gestionando aquí la espera. ¡Calla, calla!
(Desoyen al perro megalítico, a su cadencia, los HOMBRETONES. Resisten, lata en mano, las torpezas de su orquesta: inadvertidos infartos, despeñamientos, se reajustan malversando las asitas de la oficina de correos y se aprietan, para disimular las cabezas de albarrada, las boinas)
¡Nene, nene! ¡El guau-guau! ¡Mira el guau-guau!
¿Dices nene? No es tu padre, ¡Mira el guau-guau!
Esa baba no es alcohólica, mueve el rabo, dile hola. ¡Nene, nene!
(Insufla el chucho megalítico, a la entrada, las arterias de la MUJER del cochecito-atropella-gorriones. Se le conmueve un descolche a la MUJER en lo más hondo del vientre, recuerda qué sabemos que de la ausencia y el llanto y el abandono). Clavan, clavan, clavan… El último, ¿Quién es? El 23, ¿Quién es el 123?
(Un clamor entre el polvo le dilata al CHAVAL OBLICUO la lengua hacia el lóbulo de la CHIQUILLA desasosegada. Se estremece, oblicuo, el chaval) Eres tú, ¿eres tú el 123? ¿Te toca? No. Yo estoy por él. Aquel chucho megalítico me lo asustaron mis padres y robaron y entrenaron y yo lo acaricio por la noche con mi uña empapada en vino semántico. (El CHAVAL OBLICUO huele el gobierno de su naturaleza y piensa también:) ¿tendrá las manos frías, la chiquilla? (Lo piensa y se persigue el escroto con los dedos)
Clavan, clavan, clavan (grita el loco). Oiga, oiga, oiga, no me embosque al nene (la MUJER del) no me lo fulmine (cochecito-atropella-gorriones) con su encanto deletéreo.
Sólo le dieron tres días, y adiós, y adiós, y hasta nunca.
Ya pasará. ¿Qué serán cien años? Rimero de pelusas
contra los rodapiés, arrancar posiciones y exactas horas como cuando, pequeños, el palo de nácar soldaba espacio y tiempo en las verjas del convento, camino de la escuela. (Esgrime una sonrisa
y se le apean los dientes). Pero eso
no lo vive nadie, ni tú, ni yo, ni
ese loco, ni ese nene del carrito-atropella-gorriones que en sus ruedas cercena los cuerpitos de seda y estruja luego los piquitos por la calle. No,
cien años no los vive nadie. ¡El 123! ¡¿Quién es el 123?!

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Alberto Guirao. Licenciado en Periodismo, ha estudiado en universidades de Getafe, Sevilla y Roma, y ha trabajado como becario en medios de comunicación. Es autor del poemario Ascensores (Premio Marcos R. Pavón del Centro de Poesía José Hierro, 2010); su obra ha aparecido en la antología Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011) y en las revistas de creación literaria Cuadernos del matemático, Generación espontánea y Seconal. Durante los últimos años ha obtenido premios como poeta y narrador. Asimismo, ha participado en numerosos recitales de poesía, individuales y colectivos, algunos de ellos como miembro de la Red de Arte Joven de la Comunidad de Madrid.