Cuando leemos una traducción de lo que cada uno de nosotros podría llamar literatura, comúnmente olvidamos que leemos una traducción, entonces hablamos de obras y autores, y hacemos de lado la obviedad de que leemos su traducción. El papel del traductor queda en un segundo plano, y por ello no me refiero al reconocimiento que éste pudiera tener, a las regalías que podría recibir por su trabajo (como a bien ocurre en Francia), al crédito que se le otorga o no en cualquier parte de un libro… Pienso que, más allá del estatus, lo importante es el trabajo mismo del traductor. Una crítica de la traducción, si tiene algo de seriedad, debe buscar las herramientas del traductor, sus modos de hacer, sus formas de poner en movimiento un discurso literario, y entonces, quizá, se pueda ver el papel de una traducción en los intercambios culturales y, en lo que aquí concierne, en el hecho de la literatura, y de manera más precisa y arriesgada, en el hecho de la poesía.
A final de cuentas, a partir de la traducción se puede encontrar al traductor, su lectura, su forma de trabajar el lenguaje, e incluso algunas de sus nociones sobre el lenguaje y la lengua. Así que a partir de ahora hablaré de Jacques Dupin, de Iván Salinas, y del Jacques Dupin de Iván Salinas, a riesgo de confundirme yo mismo. Una primera labor de Iván Salinas consistió en escoger, en definir una serie de textos, entre la obra plural de Dupin, para formar esta antología. Desde allí, la apuesta de Salinas es presentar a Dupin como poeta. Este proyecto es también la muestra más generosa que se tiene de Dupin en español. Y no es casual. Me aventuraría a decir que, con todo, la literatura francesa es una de las más traducidas al español, incluso la llamada poesía, en cualquiera de los países hispanohablantes. Sin embargo, la supuesta abundancia no garantiza que se traduzca jamás una muestra lo suficientemente representativa de una literatura tan fuerte como la francesa; tampoco garantiza, como sucede en la realidad del mercado, que se traduzcan obras de valor. Además, Jacques Dupin es uno de esos que podría llamarse poeta difícil. En ese sentido, el proyecto de Salinas rebasa de una zancada obstáculos como el de la imposibilidad de la traducción de poesía, o el de las dificultades editoriales para la poesía, al hacer posible la publicación de un libro de poemas traducidos. Con esto, Salinas introduce un elemento nuevo en el ámbito hispánico.
Hay otra apuesta, con su obstáculo incluido, que no debería subestimarse. Dupin es un poeta contemporáneo, y traducirlo es quizá también una lectura que Salinas hace del presente de la literatura francesa. En qué detenerse, en qué reconocer un valor, en qué ponerse a trabajar son preguntas vitales, me parece, para un traductor como Salinas. La publicación de El sendero frugal no es sino la muestra de una larga y detenida relación con la Francia contemporánea.
Es interesante —aunque no sé si representativo— ver que para el Dupin poeta de Salinas hay una inclinación hacia la reflexión de la escritura, o mejor dicho, en el Dupin que Salinas nos presenta aparece constantemente el acto de escribir como motivo de la escritura. Podría decirse que este motivo literario —que lo es— se resume en términos corrientes como “el miedo a la página en blanco”. Son varios los momentos en que puede rastrearse este acto definido por el terror, el horror de escribir. Curiosamente, a mi parecer, más que una reflexión general sobre la escritura, es un retrato de Dupin y de su relación particular con la escritura. Hay, incluso, una especie de poética, “Fragmos”, en que el verbo en infinitivo “escribir” funciona como un estribillo que es, a su vez, un punto de partida, un motivo, la descripción de un acto e incluso una declaración de principios. El problema de partir del “miedo a la página en blanco” —motivo romántico que, por ejemplo, no se planteaban los clásicos— es que se parte de un ideal: el del poema como algo concebido que sólo debe verterse o traducirse en escritura, y no como algo por hacer. De allí que también su lenguaje tenga que ajustarse a los parámetros de logro o fracaso, de posibilidad e imposibilidad, casi siempre con una dosis de pesimismo.
Hay en Dupin también una forma de pensar en la poesía a partir de Mallarmé. Tanto por sus procedimientos de composición como por algunas frases de Mallarmé que se toman como motivos o temas de poemas. Por ejemplo, la forma de trabajar la sugerencia, la alusión. O esa cita de que “la obra pura implica la desaparición elocutoria del poeta, quien cede la iniciativa a las palabras”. De estas premisas parten cierta forma de composición y ciertos motivos de la poesía de Dupin. Hay una preferencia por ciertas formas verbales despersonalizadas, como el gerundio o el infinitivo, que permiten a Dupin desarrollar acciones sin sujeto gramatical —lo cual, jugada del lenguaje, no quiere decir ausencia del sujeto del discurso—. Es esa forma de pensar la ausencia y la desaparición del poeta la que en ocasiones también lleva a Dupin a jugar con las palabras, con el orden de las frases, y a poner en ello su apuesta poética.
Fuera de la imposibilidad o del miedo de escribir, otros poemas de Dupin trabajan el desconcierto. Entre ellos está “El arnés”:
El manantial donde nos bañábamos los ojos
En lugar de secarse, se agriaba.
Llevo su sajadura en el rostro,
El reflejo que desconcierta.
Desde que en él cualquier flor
Te oprime, luz, hermética luz.
Al brusco asentamiento del cuerpo, de la voz,
Responde, húmeda todavía, la hierba de un rostro
Cuya oscuridad se desgarra.
Mi pie se arquea lentamente
Como el mar
Antes de retomar el sendero,
La milenaria estrofa,
El sol creciente.
Partir de una situación y hablar con un tono impersonal, en un diálogo semejado, o en la ilusión de un diálogo creado con un tú, o con la naturaleza, no es sino una forma indirecta de hablar consigo. La emoción apenas está dibujada y la alegoría se trabaja a detalle: el camino que se sigue y se retoma, como una estrofa que existe por sus interrupciones y que supone un antes y un después.
Hay también una forma de composición muy distinta que quizá se acercaría a lo que se conoce como un poema lírico que se manifiesta más sólidamente en el Dupin tardío. Un texto como “Ovillado” es una memoria lírica, donde la voz inventa un relato y su propia memoria. Es curioso escuchar aquí el fraseo, es decir, la continuidad de la frase, menos interrumpida o entrecortada que en otros textos y, por mucho, más personal (es, me parece, incluso un texto biográfico).
Estos son algunos de los rasgos del Dupin de Salinas, es decir, de los trazos que Salinas como traductor ha hecho para retratar a Dupin con color hispánico.
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