NARRATIVA MICHOACANA/No. 178


 

Todavía no se acaba esto, Tania



Alfredo Carrera
Morelia, 1984

 

 

 

A las cuatro de la madrugada,
cuando todo estaba en silencio,
podía oír cómo crecían las raíces de mi soledad.
Haruki Murakami



En la tarde del veinticuatro vi a Tania, sólo para que me dijera que se iba en dos días y que no había más qué hacer excepto despedirnos, claro, y no esperar comunicación por medio alguno. Ella huía de la ciudad con sus ganas de no volver y yo me quedaba solo, con mi peste. Para la noche no me sentía ni me asumí en ningún momento como un solitario, sin embargo, era imposible que llegara alguien a remediar mi nula compañía. Ni un gato, ni la posibilidad de llamar a alguien por teléfono para hablar de cualquier cosa. Entrada la noche pensaba en las opciones para el momento: buscar asilo en algún bar o, de plano, en algún hotel donde me podría sentir solo pero por lo menos no habría objetos personales que fueran rastro de un pasado.

Esa noche de lugares comunes pensaba en Tania: ella nada nostálgica, con la que jamás logré nada, sólo una amistad incipiente que esperé floreciera, por decirlo de algún modo, cuando lograra saber qué era lo que le pasaba a mi cuerpo y a mi cabeza para empezar a sanarme. Esa mujer que un día llegó a mi vida animosa de transformarme, se llevaba también esa derrota; y yo me quedaba huidizo con un fracaso que no me sabía tan mío.

Al final sí salí a la calle para ver cómo se consumían las personas conmigo, las que decidían salir a esa hora por la soledad que no permite conciliar el sueño, por esos sueños que se tienen en estado de ebriedad; pensar con alcohol en la cabeza sobre las personas que nos rodean, en las pequeñas cosas que nos hacen ser lo que somos y a la espera de algunas frases para desatar lo que nos oprime. La relación que había logrado establecer con la ciudad no era otra sino la de un habitante más al que le tocaba vivir en sus faldas, podría insultarla sin remordimientos pero ni la ciudad ni nadie respondería a mi enojo. Salir a la calle era aceptar la espera, una búsqueda por una nueva Tania que no dijera “no” a cada una de mis invitaciones, que no rechazara mi mano después de tomar la suya, que no me supiera tantas cosas para que con pocas palabras me destrozara hasta el llanto, y peor aún, buscaba a una Tania que no se fuera con tanta facilidad, sin siquiera voltear atrás, que no pensara, que igual que la ciudad, yo era uno más que le hacía daño.

Como siempre, en esos días que parecían normales para mí, caminé hasta su casa, como queriendo ver luz en su cuarto, con unas ganas de gritarle, sin saber qué. Me había dicho que no estaría, seguro habría algún hombre en su vida con el que tuviera lazos afectivos, no un hombre que a fuerza de cafés terminara siendo su amigo y nada más, su maldito mejor amigo.



La noche de ese veinticuatro fui a la casa de Tania, a sabiendas de que no estaría ni ella ni nadie. Al llegar no me atreví a tocar el timbre, ni a acercarme a la puerta; me escondí atrás de un carro estacionado enfrente; me hacía pequeño, tomaba la posición fetal y creía que en cualquier momento rompería en llanto, como esperando que Tania lo supiera.

Estuve sentado en la banqueta por pocos minutos. No perdía las esperanzas de que apareciera ella para preguntarme qué hacía ahí a esas horas y con la playera que ella me había dado; estaba como esperando su reclamo, como esperando simplemente verla para que me dijera que no sufriera, que siempre no se iba, y entre sollozos buscaría abrazarla; pero uno sabe muy bien cuando busca donde no va a encontrar. Después de pensar en las posibilidades, después de que Tania me pateara en la espalda sin hacerlo, huí deseando que me hubiera visto, que mejor pensara que no me importaba, que ella supiera que no me moría por dentro. En otro tiempo volvería a buscarla, para preguntarle a su madre si sabía dónde la podía localizar porque tenía algo que comunicarle de dimensiones inesperadas, a lo que seguramente su madre, sabiendo dónde estaría y cómo, me diría que lo ignoraba, que prefería no saber nada de ella y mucho menos de mí. De cualquier forma huí: me fui a buscar un lugar dónde quedarme, un hotel barato sin el aroma a derrota que tenía mi cuarto con la cafetera que ella me había regalado, las tantas fotos de momentos que parecían tan fantásticos: postales de podredumbre, tan patéticas, tan asquerosas, porque estaban todos ellos, entre tantos además estaba Tania, estaba Ernesto que luego haría el amor con ella y lo divulgaría como si hubiera sido la muerte del Papa, pero sobre todo, estábamos Tania y yo, estaba yo con la mirada perdida y tal vez suplicaba que la cámara nos obligara a estar así la vida entera, como esperando a que Tania, al ver la foto, entendiera el amor que le tenía. Yo era el que se hacía presente cuando ella era derrotada por Ernesto y la sacaba del hoyo tan profundo, de esas zanjas que el estúpido abría para meter, indefensa, a esa mujer a la que esta ciudad le hacía tanto daño.

Pagué una noche en un hotel y pedí que me despertaran una hora antes de que se venciera el cuarto. Ahí dentro de esa habitación vacía imaginaba que era una mujer sin recuerdos. Me acosté desnudo y prendí la televisión con la esperanza de que en las noticias hablaran de un gran incendio en todo el continente europeo, en el que los muertos se confundieran con los vivos, todos tiznados o quemados.

Apagué la televisión: un corto circuito en las líneas del metro de Barcelona provocó incendios en la mayoría de las estaciones. Con el descontrol de las personas a la hora pico y con los vagones a mitad de los túneles, se generó el caos. Los incendios no se podían controlar, no se había querido cortar la luz eléctrica por completo por las personas que se pudieran perder a la mitad de las vías, aún así, al dejar sin electricidad las instalaciones se encendieron las plantas de luz de emergencia y éstas también expandieron el fuego. Las personas gritaban, pasando unas encima de otras, Barcelona entera en llamas como si fuera el fin del mundo; pasaba lo mismo en el mítico metro de París, se descartaba el ataque de terroristas en ese momento, pero momentos después lo mismo sucedió en algunas ciudades de Italia. La Unión Europea lanzó un llamado a la comunidad mundial para solidarizarse y buscar respuesta a tantas preguntas que se formulaban. Las personas morían en las ciudades, en cada una de las casas abrían las llaves de los lavamanos y baños para evitar el fuego. Se acusaba del incendio a la organización “Los que deseamos tener a Tania”, de forma especial al líder, Xavier, un mexicano que no quería que Tania Basurto huyera del país, que esperaba que se le espantaran las ganas de ir a un continente tan peligroso. Aunque se dudaba que una persona tuviera la capacidad logística para planearlo, cada una de las pistas, recogidas a la mitad del incendio, apuntaban hacia él.

Más noticias: en México, Tania Basurto acepta casarse con Xavier, líder del grupo terrorista que atacó Europa. Aunque él tuviera que pasar decenas de años en la cárcel, ella ha declarado que lo esperará, si es necesario, toda la vida; además, teme por la integridad física de ambos… En La Unión Europea se ha creado un tribunal especial que atrajo el caso de Xavier, lo someterán a un juicio para probar la alta peligrosidad que representa y justificar que lo condenen a muerte.



Abrí los ojos y luego me quedé dormido antes de que mi juicio terminara. No disfruté mis últimos días y minutos, no recuerdo mi última comida, las visitas maritales y la inyección letal. Dormí entonces en las ensoñaciones de provocar una catástrofe de dimensiones continentales, soñé que el club de “Los que deseamos tener a Tania” se unía por única ocasión para mantener a la mujer deseada unos días más en el país, bajo las justificaciones más absurdas.

Al día siguiente me desperté al escuchar el timbre del teléfono, le avisé a la recepcionista que me quedaría una noche más y que en unos minutos bajaría a pagar para que no insistiera. A la hora exacta en que la habitación se vencía pagaba bajo el nombre de Ernesto Flores, con un odio hacia Xavier, el débil, el enfermo, y volví a la habitación pensando que era el propio Ernesto. Después de bañarme hasta que la piel se arrugara por el tiempo expuesta al agua, volví a la cama. Luego no recuerdo qué pasó, había caído de la cama; entonces recordé que me bañaba porque hacía unos instantes había tenido relaciones con Tania, y volvía a la cama que abandonó la mujer que hacía poco me había hecho tan feliz. Todos tenían que enterarse de que había sido yo y solamente yo el que la había tenido desnuda entre las sábanas, que había logrado besarla en cada rincón y que había logrado hacerla gritar; sobre todo le podía demostrar a Xavier, una vez más, que me había preferido a mí, y avisarle a todos sus conocidos que su eterno amor platónico había estado conmigo.

En la cama prendí la televisión: buscaba algún programa sobre la farándula, alguno de esos en los que la nota del día es lo más vulgar posible, como una que me causó risa días atrás: la actriz de la película Conquistando chicas, al terminar el rodaje, quedó embarazada del protagonista, el actor Bruno Martí, justo como pasaba en la película. Sin encontrar el programa que buscaba, veía la nota sobre Tania Basurto, la modelo, embarazada por un individuo llamado Xavier, del que no conocían profesión. Aunque otras fuentes decían que era un falso responsable, que el auténtico era el galán de telenovelas Ernesto Flores. Cuando la nota terminó, los conductores del programa despotricaban contra el presumible autor real del suceso, ese galán que con tantas mujeres había estado involucrado, pero aplaudían que hubiera un caballero que, sin importar el pasado, hiciera frente al escándalo. Después pasarían las fotos de Xavier bajo el titular “¿Quién diablos es Xavier?”, haciendo un escueto resumen: la epilepsia, su nulo triunfo académico y su único logro en el amor al lado de una Tania Basurto embarazada; un logro imposible de consumar porque, aseguraban, él nunca se había atrevido a tocarle otra cosa que no fuera la mano.

Cuando terminó la última nota pedí a la recepcionista que marcara un número local y que me comunicara con Ernesto Flores. Minutos después me contestó él, confundido al saber que le hablaba Ernesto Flores. Saludé a Xavier y le conté que Tania acababa de dejar el Hotel Paraíso, era cuestión de que la llamara para que pudiera comprobar el dato. Él parecía no entender nada y en algún momento preguntó si aquello era una broma. También le dije que al día siguiente los dos saldríamos con destino a España. Varias veces me preguntó si yo era Xavier. Se lo confirmé antes de colgarle. Volví a marcar a recepción y pedí una llamada a casa de Ernesto. Nadie responde, me dijo la recepcionista. Por último le pedí que marcara otro número y me comunicara con Tania Basurto, con premura porque tenía ganas de bañarme. Al sonar el timbre volví a levantar el teléfono y me avisaron que no se encontraba, que en la línea estaba la madre: aseguraba que era imposible comunicarse con su hija. Le supliqué que pasara la llamada, pero colgué al escuchar la voz de la mujer. Me bañé de nuevo y no hice más que ver la televisión.

Después me enteraría de que no le había sido suficiente huir de la ciudad sino que transmutaba y usaba dos nombres diferentes para que no la ubicaran. Nunca entendí a quiénes se refería, mucho menos con qué fines la estarían buscando. Yo, por mi parte, visitaba los lugares que eran nuestros con la esperanza de que un día apareciera una mujer que usara zapatos como los suyos y a la que el pantalón le cayera de la misma forma. Miraba hacia abajo por horas, y al final no me decidí por ninguna. Pensé en buscar la falda correcta, pero me pareció inútil. Por lo pronto continuaban las reuniones del club “Los que queremos muerto a Ernesto”.

 
 

Alfredo Carrera. Egresado de la Escuela de Lengua y Literaturas Hispánicas de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. Publicó Pequeños lugares para la perversión (Secretaría de Cultura de Michoacán, 2009) y Los últimos días (Colibritos, 2010). Ha sido becario del Sistema Estatal de Creadores de Michoacán en 2006 y 2010, y actualmente lo es de Jóvenes Creadores del Fonca. Fue director de la revista El Subterráneo y es el presidente de la Sociedad de Escritores Michoacanos.