Estas letras aquí, las palabras de estos poetas, trazan a boli diez puntos sobre el mapa posible de un territorio: el territorio abierto de la poesía joven en Andalucía. Se trata de un plano hecho así, a mano alzada, sin GPS, diseñado especialmente para el merodeo. En él aparecen marcadas diez de las bastantes luces nuevas que, por suerte, alumbran poesía desde este sur y que —hay quien asegura— en las noches claras de noviembre pueden avistarse desde Tánger y desde más cerca incluso, desde México. Como si se tratara de un bien endémico —siendo, más bien, un regalo del cielo y de la mixtura—, Andalucía ha sido siempre tierra fértil en acentos poéticos. Ahora también lo es, y con motivos. Frente a los que creen en la leyenda urbana de que siempre corren malos tiempos para la lírica, están los que cantan lo que les sale y porque les sale, y les sale bien. Ahora es tiempo de poesía nueva porque hemos recibido herencias recientes y tantas como para derrocharlas o auto-desheredarnos; porque tenemos un lenguaje —el español— tamizado —el andaluz— y común a tantos pueblos de América, que también lo tamizan, y con el que han hecho tamaños cantos, tamaños cuentos; súmele a eso la presencia de los otros lenguajes, como el musical o el visual. Ahora también es tiempo de poesía nueva aquí tal vez porque tenemos una estructura, unas arquitecturas, algunas sólidas, otras necesariamente efímeras y rampantes, alzadas en ocasiones por los propios poetas desde colectivos, imprentas y encuentros; tal vez porque seguimos teniendo de qué alegrarnos y por qué revolvernos; y porque —lo más mágico, lo más evidente— tenemos voces propias, si eso puede decirse así, poetas que escriben como sólo escriben los poetas.
Los poetas de los poetas
Es inmenso el legado que han dejado y continúan dejando, libres, regalados, tantos grandes. Algunos de ellos conocen este sur como si fuera una “nueva madre, la segunda que siempre tuve como hijo telúrico de mujer”, dice Carlos Edmundo de Ory. “Lo mío nativo es la arena”, también dice, y eso se le nota. “Hikmet, Quiñones, Chandler, Hank,/ Rimbaud, Pavese, Góngora…”,1 entre muchos más, los poetas de los nuevos poetas han dado, sin pretenderlo, lecciones sobrecogedoras de temperamento para la poesía y para la vida.
Influencias, pues, todas. Para colmo de bienes, como dijo algún sabio, limitamos al sur con César Vallejo. Y con Nicanor Parra, y con Juarroz, y con Carilda Oliver, y con Octavio Paz. Herencias hasta para derrocharlas, secuelas hasta para entretenerse con ellas; donaciones recientes como la polipoesía o más antiguas que la moaxaja; poetas-magos para jugar con ellos, antipoetas para rezarles por las noches… ahí están, cercanos a los poetas jóvenes. O más acá, incluso. Últimamente, en no pocos encuentros, fanzines o recitales, es la poesía de hoy la que vindica y vivifica la presencia de los poetas que leyeron, y los arriman ardiendo de nuevo a la gente, a la calle.
La gente, las calles son fortuna también, concedida a fondo perdido. Los poetas jóvenes andaluces tienen abuela. Y cuando la abuela habla, dice con su deje digno y lírico palabras que son vaya-a-saber-un-etimólogo de quién, y desde cuándo. Los poetas frescos salen a la calle y la calle fresca les sale a ellos por la boca. Resuenan, sin ánimo de hacerse portavoces de nadie —ni el gesto, ni las ganas—, ni de ser más o menos coloquiales o dialectales. Desde siempre hubo en el pueblo una poesía, la primera y fundadora, una poesía fuera del libro. Ahora también, distinta, mezclada, mediada, rural y urbana, globalizada y local, y es, como la vida, materia prima (¿materia hermana?) de la poesía recién hecha en Andalucía.
Arquitecturas para la poesía
“Dadme un boli y moveré el puño”, podría decir cualquiera que sea poeta. Al que espera, a la que espera a que se le vengan a la boca “aquellas tres, cuatro palabras/ que no se habían juntado antes/ o nunca habían sonado de aquel modo,/ y que dejaban dicho algo,/ sencillo acaso como ellas,/ pero tan verdadero, tan nuevo y tan antiguo/ que os suspendió y enmudeció un instante/ como a algunos de los que os escuchaban”, dijo Fernando Quiñones, le bastan mientras un lápiz y una servilleta de papel para sacar ahí a bailar las letras. O un ordenador, o una libreta donde pasar a sucio las cóleras del genio, el teléfono móvil, el ticket del cajero, no sé, el reverso de todo, las páginas de cortesía, socorridísimas, de libros inspiradores… éste es el andamiaje módico del que escribe. Al poeta, a la poeta, en tanto que poeta, sólo se le puede desproveer de dos maneras: si le aplican la sharia, en su modalidad de amputación de mano, o si de repente se le retira la poesía, nadie está ajeno, y entra en una especie de menopausia lírica. También puede, claro está, autolesionarse, pasando, no llegando —verán que lo señala Juan Manuel Gil en su poética— a tiempo a su poema o, directamente, amordazándose, muriéndose en vida, en cualquiera de sus atractivas variedades. (“El escritor vive para escribir, y el poeta vive para vivir”, da de pleno Antonio Portela, en las palabras que ha escrito para esta antología.)
Hablamos, pues, del utillaje elemental para la poesía en cualquier circunstancia, cuya ausencia desgracia, pero no aún de aquello que la respalda, ayuda a sacarla y la potencia; de las posibilidades para el encuentro y del tráfico libre y espontáneo de versos, de referencias, de miradas sobre la poesía o cualquier porción del mundo. Éstas son las arquitecturas para el encuentro.
En Andalucía, hoy, al igual que en otros lugares de España, existen estructuras resistentes por donde habita, transita y se sale la poesía joven (y otras al menos permeables a ella, que la respaldan; instituciones públicas e incluso mecenas privados y discretos, que la fomentan). Bares, palacios, acueductos, catacumbas, catedrales, acequias, zulos, charnaques rave… Son varios, y pintos, los sitios y maneras de celebrar la fiesta de la última poesía.
Talleres de poesía para jóvenes en centros cívicos, colectivos de agitación y transformación social a través del acto poético, festivales (el único Spoken Word español se celebra desde hace dos años en Sevilla), fundaciones para nuevos creadores, algunas ayudas por parte de organismos públicos a la creación poética, premios pensados desde instituciones públicas, desde universidades grandes como pueblos o desde pueblos pequeños como universidades; librerías con librero que sabe de poetas arcanos, recitales a pie de barra, revistas, portales literarios, editoriales,2 encuentros (tantos y tan distintos: Encuentro de Poetas en Moguer, Cosmopoética, de Córdoba; Edita, para la edición independiente en Punta Umbría, Huelva; el de Poesía Última, de la Fundación Rafael Alberti; el Mapa Poético, de Córdoba; Poesía en Resistencia desde Sevilla… y más). Sin hallarnos en un territorio poético idílico, los jóvenes creadores que hacen poesía desde Andalucía saben que hay sitios —y que si no, se los inventan—, los que cada cual prefiera, donde estar, donde nunca ir y desde donde partir.
Pero sin duda, de todas las estructuras para el encuentro, la más fina de todas es la arquitectura del vínculo, del vis a vis (suele llevar de cabeza a la amistad), entre quienes tienen la misma visión del arte y la vida, o no, pero sí sostienen que la poesía es un acto abierto y generoso, una fiesta y un emperro, y a eso van.
Poemas sin etiqueta
Poesía. Joven. Desde Andalucía. En 2006. Estos son, estrictamente, los elementos que estas diez voces recogidas para Punto de partida tienen en común. Y no es poco decir.
No obstante, desde mi manera de mirar las cosas, estos grandísimos elementos no traban —ni lo pretendieran— una nueva generación. Los poetas jóvenes de Andalucía tienen en común algunos factores externos a la propia poesía, pero llamarles generación sólo por eso, por criterios extrapoéticos, caería más bien en lo sólo promocional. Por otro lado, tienen en común que hacen poesía —y no es perogrullo, que una cosa es intentar hacer + poesía, sin más pamplinas, y otra dedicarse a escribir versos—, pero eso los convierte en hermanos de todos los poetas habidos y por haber, ya que, afortunadamente, ese intento creativo es lo que une a todas las generaciones y degeneraciones poéticas del mundo.
Poesía. Aquello que estos diez tienen en común es el regalo que no desprecian, es la mano y la intuición poética. Por lo demás, cada uno, cada una, es de su padre y de su madre. Ni todos órficos ni todos lógicos, ni todos periféricos ni evidentes, ni indagadores ni elegíacos, ni todos sociales ni todos intimistas. La más lógica se nos puede poner aquí estupenda; hasta al más esteta, el mundo que vive le retumba por dentro, y a su gusto, y con su ánimo, y con su letra, canta. “Definir es cenizar”, escribía Lezama Lima,3 y con mis gafas de poeta (las únicas que tengo, para ver de cerca y de lejos), con respeto compilé y entreveré poemas sin querer prever para ellos estanterías ni compartimentos.
Hacer + Poesía
No está ahí gratis el verbo hacer. La poesía tiene algo de movimiento, de cosa que se agita y se prestidigita, sale el ritmo y entra, el verso se hace verbo, no sé, algo pasa, dicho sea sin afanes milagreros. Estamos en ello. La poesía joven de Andalucía se compone hoy de poetas activos de palabra, obra y omisión. De forma individual o en grupos y colectivos artísticos, se disponen a la creación, la investigan y la ejercen; unos montan el taco, la mayoría de las veces con nocturnidad; otros se abren un blog; otros abundan en el estudio de las múltiples posibilidades de la poesía; otros, sin ser los más prolíficos, directamente dicen lo que quieren y como quieren y aún así, ¿cómo hacen, que siempre clavan el acento en la primera, la sexta y la décima?
Siendo la poesía como un andar —cada poeta tiene unos andares— en lo que se conoce estrictamente como “acción poética”, cada vez son más las calles, los bares, más los mercados de Andalucía donde se vive la fiesta de la poesía como arte público, en forma de performances, intervenciones, recitales o cualquier otra manifestación de poesía fuera del libro.
Pero son más las cosas de la poesía que pueden subrayarse de colorado en la creación artística hecha desde aquí, y a la luz están, a las largas luces de estos diez autores. Urden libretas con versos y a eso le encuentran algo, un no-sé-qué, unos verdad, otros malabares, otros resistencia, otros juego, otros a sí mismos o al que ama o al mundo, otros, electricidad, otros palabra, otros fulgor, otros baile auténtico, otros calles, otros su casa, otros llanto. O todo junto. No seré yo la que diga qué y por qué escriben estos diez poetas, cada uno lo cuenta a continuación con sus poemas. Y como es joven (aunque quien la escriba tuviera los años del Indalo) la poesía corre, y es fresca y pancha, y por eso no deja de ser honda y llana, y ondulada. Es libre, no se anda con demasiados cálculos. A veces se escribe en los márgenes y desde los márgenes. Está loca. Así le va. Sabe (mejor dicho, diciendo aprende) lo que se dice.
Diez poetas jóvenes desde Andalucía en Punto de partida
Una a uno, estos diez jóvenes vinieron desde Andalucía a Punto de partida por su propia palabra: por lozanos, por su chorro de voz, porque al leer sus correos electrónicos juraría haber tenido la sensación de oírlos todavía teclear, por urbanos, por campantes, por polimorfos, por hacer lo suyo. Por su letra bonita. Llegan a la Feria sin carreta, procedentes de Jaén, Córdoba, Sevilla, Huelva, Cortadura (Cádiz), Málaga, La Zubia (Granada) y Almería. Son el claro ejemplo de que, a estas alturas del campeonato, una puede ser poeta en su tierra. Todos han recitado, publicado y son reconocidos por estos sures —cuento al vuelo y recuento, por poner un ejemplo, que por lo menos tres de los diez obtuvieron el Premio Andalucía Joven de Poesía— y también por lo ancho y largo de España. Y aunque no lo fueran: aquí los han traído sus poemas, que hablan por ellos y hay días que hasta más que ellos.
Menos es nada. Las semblanzas de cada uno, de cada una, cuentan poco, pero algo, del itinerario vital del poeta. No es preciso conocer la vida y obra de los autores para vibrar con sus poemas; es más, por su poesía los conocerás, pero igual es grato el mínimo dato, que hayan tenido esa deferencia de dejarse asomar también por estos otros procedimientos, como en la biografía.
O como en la foto. A cada cual le pedí su viva estampa o, en su defecto, una foto, la que más les gustara o más coraje les diera, y recibí instantáneas de retratistas de pulso cirujano y bendito trípode, con poetas dentro, todos calvos de lengua y de dilatadas pupilas gustativas.
Regalados, también nos dieron sus poéticas. Como Aníbal Núñez, soy de las que piensan que “la reflexión sobre la tarea poética nunca está de más”, y sobre todo, “que esa propia reflexión no deja de ser materia poética”.4 Para ser sinceros —ellos lo saben—, estas poéticas dieron con sus letras ahí para ayudarme, por varias páginas, a ensayar este prólogo.
Poetas jóvenes desde Andalucía. Todos los que están, son. Pero sería casi imposible que estuvieran todos los que son. La memoria recientísima, las estanterías, las calles, los bares, la internet, las conversaciones, están llenas de nombres de poetas nuevos que vuelan de un cuaderno a otro, y de ahí al descubrimiento grato a veces sólo hay un paso; cada día es una posibilidad real de encuentro con una letra clara.
Como en esos hallazgos y en su lectura compartida, para esta recopilación en Punto de partida tuve constante y exquisita compaña. Por eso, tengo muchas gracias para David Eloy Rodríguez y para Gonzalo Escarpa, poetas de guardia, por su conversación y ayuda, por estar tan cerca; para José Ramón Carriazo, que lee fino, y para Pepe Calvo, por su codo junto a mi codo en el inventario de las revistas y editoriales andaluzas hechas por poetas y para poetas.
El agradecimiento es trasatlántico para la Universidad Nacional Autónoma de México, de forma muy especial para Carmina Estrada, editora de Punto de partida, y ora trasatlántico ora fluvial (depende de dónde se meta) para Fernando Iwasaki.
En las páginas que siguen están los poemas rimados, mimados y medidos, el endecasílabo, el poema visual, el poema en prosa, la alegría de verte, campos de noche, recuerdos urbanos, otra más en el bar sevillano La Carbonería, y nos vamos, mala pipa, el perdón, un montón de gente, los bailes, la ironía, la ciencia, la caja registradora de ayes, el ojo patio, el cine, colores, las carnes, la resistencia, la botánica que se aprende sin flexo, la pena, los juegos de azahar. Rosario Pérez, David Eloy Rodríguez, José Cabrera, Valero Cortadura, María Eloy-García, José Daniel García, Luis Melgarejo, José Mª Gómez Valero, los antes mencionados Antonio Portela y Juan Manuel Gil, trajeron poesía inédita para Punto de partida. A todos ellos, mis mil gracias.
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