“Hay historias de dos mundos: uno es el real, el otro es el mundo posible”, dice Nikita, el niño salido de la cabeza febril de una de las mellizas Olsen, nacidas en Noruega con cuarenta horas de diferencia. Sin embargo, nada indicaba que la madre estuviese embarazada de la que resultó Taleena Judith (alumbrada en la camioneta celeste del padre) cuando la mujer salía del hospital llevando en brazos a la pequeña Anne Marié. O sea, aclara el narrador de “Frío helado sobre la osa mayor”, las Olsen son y no son mellizas. Y el niño Nikita habla porque una de ellas escribe tantas historias sobre él que lo hace real. De todos modos, no se sabe quién es más fantasmático. El autor no se ocupa de aclarar este punto. De las hermanas Olsen adjunta una foto equívoca (una chica rubia, hermosa, que mira a cámara tapándose un ojo con la mano) con la leyenda “Anne Marié o Taleena Judith, a los veintiún años o a los veintiún años y un día”. De Nikita Olsen, asegura el autor, no hay fotos.
El libro Un oso polar, de Pablo Natale, fue publicado por la editorial Recovecos en 2008. Incluye cinco cuentos: “Un oso polar”, “Acerca del verde claro”, “Dibujos (Diario de viaje)”, “Pieles rojas!” y “Frío helado sobre la osa mayor”. El texto que da nombre al libro recibió el Premio Estímulo a los Jóvenes Creadores en el rubro Cuento en 2007, y se publicó en forma autónoma por la editorial española Alpha Decay el año pasado.
Natale nació en Rosario en la década de los ochenta. Ha contado en alguna entrevista que a los siete años se mudó con su familia a Carlos Paz, en la provincia de Córdoba, una localidad que por entonces se afianzaba como centro turístico en una zona serrana muy distinta a la llanura sobre la que se asienta Rosario. Después volvió a mudarse, a la ciudad de Córdoba, donde vive ahora. Natale es autor de la novela Los Centeno (Nudista, 2013) y de los poemarios Vida en común (Nudista, 2011) yViaje al comienzo de la noche (Vox, 2014). También publicó Cuatro cosmo cuentos (Sofía Cartonera, 2012), Berenice y las ocho historias del pálido fantasma (Cuenta Conmigo, 2012), y dos libros “para seres menores”, como le gusta definirlos desde que su hermana —que entonces tenía ocho años y ahora es adolescente— le pidió relatos para ella. Sus textos se pueden rastrear en el blog <www.pacmanvuelve.blogspot.com>, que mantiene desde 2006, cuando estaba terminando de estudiar Letras. También forma parte de una banda de música: Bosques de Groenlandia.
Los cuentos de Un oso polar son autónomos, aunque en cada uno hay una línea que guía hacia los otros. Por ejemplo, en “Dibujos (Diario de viaje)”, la alusión a que en la televisión informan sobre “el tercer viaje turístico a la luna”, en el que participa un hombre “con ascendencia piel-roja”. Y así, “Pieles rojas!” (con signo de admiración final porque la otredad siempre causa sorpresa o desconcierto), se llama el cuento siguiente, en el que una familia de pieles roja se muda al barrio mientras algunos vecinos opinan que “son unos salvajes”. De esta manera, el conjunto de los relatos traza una organicidad propia conformada por el canto coral de personajes que se desplazan por el mundo. Cada uno de ellos —los hay rebeldes, vacilantes, decididos, outsiders— canta a su modo, pero ninguno se queda quieto en estos textos. Más que el punto de llegada, a Natale le interesa registrar el desplazamiento, esa huella suspendida en el aire a través de diálogos, cartas, recuerdos. En el libro, además, hay dibujos y fotos, como en auténticos álbumes de recuerdos o diarios de viaje.
Todos los cuentos están divididos en pequeños capítulos y hay un interés especial por el nombre de cada personaje (uno se llama Lautaro Hans Melzenberg, otro —un gato– se llama Infierno Vacío). No se trata de un capricho estético, sino de trazar los rasgos más importantes (¿qué es un nombre si no un mensaje cifrado?) y lograr que el lector se concentre en ellos. Esto determina que cada relato tenga además una cualidad poética, si se entiende lo poético como el revés de la palabra, como la búsqueda de un silencio elocuente.
En ese sentido, los cuentos de Un oso polar son las puntas de un iceberg. O, mejor aún, los colores que va teniendo el iceberg a medida que el sol recorre el camino de un día. Y es que se trata de textos donde las horas pasan, errantes, como los protagonistas, que cambian según cómo la luz se refracta en ellos. El volumen se abre con un epígrafe de Wallace Stevens: “La lengua es un ojo”. Y, se sabe, el ojo que mira es capaz de trascender el mundo real y sumergirse en otros mundos, hechos con letras, pero profundamente visuales.
Gilles Deleuze ha dicho que la literatura consiste en inventar un pueblo que falta. Natale transita esa senda. Cuando uno lee Un oso polar, siente el eco de una tradición siempre extranjera, que reúne a quienes buscan cruzar la línea mágica y llegar al territorio de la invención constante.
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