A partir de 2009, varios escritores argentinos (Hebe Uhart, Samanta Schweblin, Eduardo Muslip, Federico Falco y Maximiliano Tomas, ente otros) participaron de un taller de narrativa en el Centro Cultural Virla, en la provincia de Tucumán. Una de las organizadoras de los encuentros, María Lobo (nacida en 1977) publicó este año su primer libro en una editorial independiente de la ciudad de Buenos Aires. En Un pequeño militante del PO —título de uno de los cuentos del volumen— se perfila cierta excentricidad temática provista por la distancia con respecto a la centralidad de Buenos Aires y por el desarrollo de nuevas sensibilidades en la literatura argentina, vestida a veces —algo inevitable— con viejas formas.
Los seis cuentos de Lobo, presentados por Muslip como una constelación en la que cada personaje brilla como una estrella con luz propia, mantienen una calidad uniforme regulada por la distancia de los diferentes narradores con relación a los hechos y por el encadenamiento hábil de la información. Los dos primeros cuentos, situados en sendos escenarios de la clase alta tucumana, en mansiones con jardines, bosques y piscinas, con personajes que manejan empresas exportadoras y que administran negocios e incidentes domésticos en vuelos transoceánicos, son los mejores del conjunto. “Salvajes”, que cuenta la relación de una chica con sus padres, separados por un motivo velado (velado para los personajes: la homosexualidad crossdresser de Marcos, el padre), salta de la infancia de Celina a su juventud, cuando ella estudia Bellas Artes y trabaja en comunidades aborígenes. “En los años que compartieron Celina y Marcos, él jamás perdió las esperanzas de que su hija abandonara la militancia popular y se ocupara de la administración de sus propiedades: el campo, las vacas y los caballos.”
Personajes femeninos y masculinos, algunos de ellos narradores en uno u otro relato, parecen intercambiables. La voz cauta y displicente que Lobo les presta a unas y otros alimenta el mismo caudal; la concordancia de sus observaciones, una respuesta semirreflexiva o la acción confusa que sigue a las palabras propias y ajenas es lo que provee el espesor de unas conciencias híbridas, astutas, deliberadamente maniqueas. Este recurso le permite a los lectores, inclusive, imaginar cómo hubiera sido contada la misma historia si el foco narrativo hubiera recaído en otro personaje.
El contrapunto entre las historias personales y el contexto social adquiere en estas ficciones de Lobo casi siempre un sesgo decepcionante, como si los dos factores se parasitaran uno al otro. El cuento que da título al volumen (que hace referencia al Partido Obrero argentino, de orientación trotskista) es un buen ejemplo de esa estrategia para amortiguar y al mismo tiempo afirmar la decepción ante el estado de las cosas. En referencia a un pájaro que vuela apartado del resto (pero también a un ex novio de Amalia, la protagonista del relato), el “pequeño militante del po” aparece así en palabras de la abuela Grey, quien establece las perennes coordenadas del imperio familiar: “¿Ves que no va a llegar a la altura y lo intenta igual? ¿No es un amor?”
Bajo la forma de pequeños milagros verbales, como la amalgama de los pájaros y la ideología en la frase de la tierna autócrata, se construye (en palabras de la autora) “una sensibilidad frágil”. Tanto las elipsis temporales, poco frecuentes para el formato elegido (en el primer cuento hay una que abarca más de diez años), como distintos niveles de sobreentendidos (entre los personajes, entre la voz narrativa y los personajes, entre esa voz y los lectores) aligeran la escritura de Lobo y le permiten condensar significados diversos, no sólo contrapuestos, sino también —y preferentemente— paradójicos.
En “Baby”, la acción se reparte entre Madrid y un pequeño pueblo de Argentina. Narrada en pasado, futuro y futuro perfecto (“Con el paso de los años, Patricia habrá ido al sur”), un triángulo sentimental se superpone e incluso pierde interés dramático con la serie de exilios forzados y voluntarios de los personajes. Los otros cuentos de Lobo transcurren en territorio tucumano. Cuentan casi siempre historias familiares, con parejas heterosexuales en primerísimo plano, sin hijos, acaso sin ganas de tenerlos, con proyectos moldeados por el hábito, la imitación de los demás y algunas curiosas leyes no dichas.
“Si a Laura se le ponía una idea en la cabeza, eso estaba escrito”, se lee en “La histeria de los pájaros”, donde un padre médico, viudo, cree que aún la Facultad de Medicina está poblada de “topos” (es decir, de informantes al servicio de los militares, como en la época de la dictadura, cuando él estudiaba). Los militares, con apoyo de sectores civiles, derribaron el gobierno democrático un año antes del nacimiento de María Lobo: ese trauma social, en plena vigencia todavía en la literatura argentina, adopta en este cuento final un leve acento desquiciado que parece cuestionar, si no el agotamiento, la sobreexplotación de ese universo narrativo.
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