DEL ÁRBOL GENEALÓGICO/No. 189 |
Robin Myers |
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Traducciones de Ezequiel Zaidenwerg |
Lo demás / Else ¿De qué se trata en realidad, esta necesidad de compararlo todo, de hacer que cada cosa se parezca a otra cosa, de abrirse paso a fuerza de metáforas hacia un tipo de calma que no sea parecida a un andamio construido alrededor del aire, sino concretamente eso? Me senté en una iglesia en Masaya, Nicaragua, mientras caía la tarde, elegí el banco por la forma en que la luz bañaba el suelo, filtrándose a través de los vitrales con reflejos rojos. Pensaba, al observarla, que esa luz se parecía un poco a una mancha de sangre que se fuera extendiendo sobre algo blando y luego se la dejara al sol; quizá se pareciera más al jugo de sandía derramado sobre sábanas blancas. Pero al final, honestamente, se parecía más a una luz roja reflejada en el suelo de una iglesia en Masaya, Nicaragua, mientras caía la tarde. Y te pido perdón por apartar esa luz de sí misma, por anunciarte que esta noche la luna es más delgada que una moneda sumergida en agua, por decirte que cuando te ríes te pareces a un fósforo al momento de encenderse. Yo, si pudiera, viviría de un fogonazo cegador a otro, si aquello no entrañara alguna forma de desesperación, un debilitamiento de la fe, si es que puedo tomar prestada esa metáfora; un desarmarnos a nosotros mismos como un rompecabezas, junto con cada vínculo que establecemos y pedimos; la plenitud, sin duda, es algo secundario y más penoso. Puesto que cada vez que respiramos es en verdad igual a la vez anterior; caso contrario, tengo que creer que eso que se transmite, se comparte, o al menos se recuerda, es hacia dónde va esa respiración, por qué sucede, por qué la necesito; es todo, todo lo demás. Subterráneo / Underground No se preocupen, no se preocupen, no se preocupen, dice, las únicas palabras que se distinguen en la confusión, mientras que se pasea por la jaula del vagón sin camisa, con los músculos bien definidos, y proclama otras cosas indescifrables, con la urgencia de un martillero, errático y resuelto, el torso recubierto de puñales y cruces dibujados con tinta y ahora borroneados, sacudiéndose al ritmo de un reloj invisible o destruido. Damas y caballeros, no se preocupen, por favor no se preocupen, espeta. Lo que a mí me preocupa es el ruido que sale del morral que tira ante sus pies, y me tenso y me aprieto contra el que tengo al lado, un amigo al que estaba intentando contárselo todo. Después el orador se agacha, abre con las dos manos el paño y se arrodilla frente a los vidrios rotos, y los mira a los ojos como se mira a un niño que llora y necesita un abrazo o un reto. Damas y caballeros, damas y caballeros, no se preocupen, dice, y agarra un vidrio roto y se lo pasa por el brazo; mira fijo hacia abajo, y no se inmuta y no deja de hablar. No se preocupen. No te preocupes, cirujano, que preparas tus manos firmes; tú tampoco, minero, que perforas la tierra. No te preocupes, conductor del metro, azafato de un mundo perforado, cartógrafo desempleado que vas hacia adelante todo el tiempo. Todos los padres son fantasmas. Todo contacto es un obstáculo. Me doy vuelta. Mi amigo me toca la rodilla y no me mira. Dos días atrás subimos a un claro en lo más alto de una montaña, donde nos abrazamos sudorosos y exultantes, mientras el viento abría todos los ruidos que nos circundaban y arrojaba hacia el cielo los pedazos. Gracias, dice ahora el hombre que se abrió surcos en la piel, camino a la estación de autobús. Gracias, repite, gracias, y va dejando un hilo de sangre tras sus pasos. Y las puertas se cierran detrás de él. En verdad, al bajar, no nos tocamos nunca. Union Square Station Después de tanto ardor —tanto tratar de encontrar las palabras y de tocar la carne, la tibieza de ambas, o tan sólo una manera de lidiar con sus efectos—, después de tanto espacio que nos queda cuando lo buscamos, sin importar si lo encontramos o no, pienso, parada en la estación desierta de metro, mientras un cellista solitario munido de su arco hace que los armónicos graves retumben por la cueva, que debe ser deseo esto también: dirigirse no al músico (y sin nada de fuego), sino al tren: Sé lento, sé lejano. Déjame que me quede este zumbido visceral en los pulmones. Oblígame a esperar. No vengas nunca. |
Robin Myers. Poeta y traductora. Varios poemas suyos han sido traducidos al español y publicados en las revistas Letras Libres, Tierra Adentro, Laberinto (suplemento cultural del diario Milenio), Revista Metrópolis, México Kafkiano, Transtierros y Ventizca. Otros de sus poemas en lengua inglesa han salido en revistas estadounidenses, entre las cuales destacan The Kenyon Review y Tupelo Quarterly, e internacionales. Ha traducido y publicado a diversos escritores de español a inglés, tanto poetas como narradores; entre ellos se encuentran Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Tedi López Mills, Eduardo Espina, Israel Centeno, Álvaro Bisama, Félix Bruzzone, Ezequiel Zaidenwerg y Alejandro Crotto. Fue becaria de la American Literary Translators Association (ALTA) en 2009 y del Banff Literary Translation Centre (BILTC) para realizar una residencia artística en junio de 2014. Desde 2011 vive en la Ciudad de México. |