Un personaje no es más que una sarta de palabras.
Robert Louis Stevenson
Una se pone a escribir con ahínco, pero llega una hora
en que la pluma no rasca sino la polvorienta tinta, y no
discurre ya ni una gota de vida, y la vida está toda fuera,
fuera de la ventana, fuera de ti, y te parece que nunca
más podrás refugiarte en la página que escribes, abrir
otro mundo, dar el salto.
Italo Calvino, El caballero inexistente
Día 1
El comandante entra a la oficina. Me informa que Norberto Boiato murió en la madrugada y que debo ser yo quien investigue el caso.
—Nunca fue de mis favoritos— reclamo.
—González sigue con el asunto del plagiario; Lutver se ocupa de un fantasma, y yo trato de salvar el colofón de este Departamento— responde con evidente molestia.
“Pobre Lutver”, me digo, siempre hace el trabajo sucio. Leo después en los periódicos:
Adiós, maestro
El prolífico escritor y ensayista Norberto Boiato falleció esta madrugada a la edad de cientos de reimpresiones. El presidente de la República, desde el extranjero, lamentó “la pérdida de una de nuestras mayores glorias de la literatura en el país. Descanse en paz, Norberto Baito” (sic). Diversos artistas, los integrantes de la Sociedad de Escritores Muertos, así como políticos, se unieron al pésame del presidente, unos a través de las redes sociales, otros en silencio.
El escritor falleció en su domicilio, tal como informó la Secretaría de Cultura. Se desconocen con certeza las causas de su muerte, aunque algunos dicen que “se le acabó la tinta”.
Sus restos serán velados […]
Tomo mi gabardina y mi sombrero, salgo del viejo Departamento de Asuntos Literarios y me encuentro con un día lluvioso. Camino hasta la estación del tren y abordo el primero con rumbo al sur. Es bien sabido que en este mundo de líneas y signos, los cadáveres no apestan, pero se borran en unos días, se convierten en tinta sin sentido. (“No somos más que relieves en el llano de la página”, creo que dijo Boiato alguna vez.) Luchamos contra la fuerza de gravedad, emergemos unas veces de un campo yermo, aunque casi siempre de tierras previamente cultivadas. La vida de un personaje, cualesquier de los oficios que practique, suele ser injusta. Unos están destinados al olvido; otros, a la muerte; otros más ni siquiera existieron por completo, casi siempre por culpa de su hacedor.
La lluvia cesa de este lado de la ciudad, no así la gente que se vuelca para ver —si tiene suerte— el rostro ilegible de Boiato. Avanzo entre admiradores, extras, lectores y periodistas. Con algunos problemas, llego a la valla. Apenas entro a la casa, la viuda, de muy buenas letras, me recibe con lágrimas en los ojos. Me identifico y la abrazo sin métrica.
—Cómo lo siento, era un grandísimo escritor— le susurro al oído y deslizo mi mano derecha por su paréntesis. Escucho “gracias” desde las profundidades de su alma. Tomo nota de sus generales y particulares. Camino después por el largo pasillo que lleva a la biblioteca.
Un uniformado revisa mi gafete y expresa con rapidez: “Dr. Kabir, adelante”. Justo a la mitad de la habitación, tendido, está Boiato. Otro hombre de uniforme vigila el interior. Interrogo la alfombra, los cuadros, el espejo de cuerpo completo, los altos libreros, las ventanas, las cortinas, la silla y el escritorio. La alfombra donde yace Boiato sin una gota de tinta, los cuadros como espejos, el espejo inmutable, los libreros callados, las ventanas abiertas, las cortinas densas, la silla tendida junto al cuerpo y el escritorio ordenado, sólo unos lentes redondos y una vieja máquina de escribir.
Miro a Boiato. “El cuerpo de un personaje hecho de ideas sin eco”, me digo. Cumplo con el protocolo y busco cabellos, huellas, fluidos, etcétera, sólo para descartar una posible naturaleza humana. Muevo la cabeza de Boiato, veo su rostro, advierto, en la comisura de los labios, un chorro de tinta. Reviso cajones, anaqueles y descubro, finalmente, una sección de libros apartados del resto (Il cavaliere inesistente, Sei personaggi in cerca d’autore, Mutter Courage und ihre Kinder… ¡pedante!), que resguarda un frasco de tinta china añejo, vacío. “From Luc’s Kingdom”, leo con mi mejor inglés.
Tenía la esperanza de volver temprano a casa, beber un poco y esperar el siguiente caso de una literatura más cercana a mí; pero este viejo reclama lentas páginas. Llamo al comandante.
—Te escucho, Kabir.
—Parece que Boiato se suicidó —digo.
—¿Estás seguro?
—Sobredosis —argumento.
—¡Qué tipo! Hablé con la Sociedad de Escritores Muertos, quieren el cuerpo de Boiato para despedirlo como merece un hombre de letras. Seguro darán de brincos con la noticia. Les dije que te dieran unos minutos.
—Una cosa más, jefe; pediré que empaquen todos los papeles sueltos de Boiato. Investigaré el caso a fondo.
—Como quieras.
Dejo la biblioteca y me dirijo a la sala común, donde el llanto de la viuda empeora. La abrazo con tiento y le explico la situación. Ella, turbada, me pide que dé parte a la prensa de lo sucedido. Salimos tomados del brazo; los reporteros esperan.
—¿Qué tiene sobre el caso Boiato? —se escucha una bruma.
—La familia solicitó nuestro servicio para considerar, desde el punto de vista de la literatura, la muerte del maestro Boiato. Ésta requiere de un estudio profundo, pero las primeras investigaciones arrojan que se trató de un suicidio. Ordenaré que se traslade parte de su obra a mi oficina con la intención de buscar un posible esclarecimiento, literario, por supuesto. Enseguida vendrá la Sociedad de Escritores Muertos, se leerán algunos escritos y se dará fin a la vida del maestro. Yo estaré en contacto con la viuda permanentemente para informar mis avances. Norberto Boiato no se ha ido, estará por siempre en nuestra memoria. Hoy las letras se visten de luto. El Departamento de Asuntos Literarios trabaja en beneficio de los escritores, incluso poetas. Buenos días.
Los reporteros lanzan nuevas preguntas que ignoro con profesionalismo. Beso la mano de la viuda y salgo del lugar entre empujones y aplausos.
De regreso, me detengo en una librería, donde pido las Obras incompletas de Boiato, que se venden como pan caliente.
Día 2
Llamo a la viuda para saludarla. Está muy bien. Sola y sin consuelo, y bien.
Día 3
Sigo con la investigación. Agoto primero los artículos electrónicos sobre Boiato. Wikipedia, Frases para el alma, De escritores y habladores, etcétera. Conceptos como transficción o ficción compartida me aturden. Luego de varias horas, copio en mi libreta: “La transficción fue descrita por Boiato como el vacío por el cual elementos de una literatura ajena pueden atravesar las barreras diegéticas en un relato o novela. Es decir, se trata de los lugares de indeterminación que son llenados con otras historias, pues éstos las potencian y las posibilitan.”
Me carga la chingada.
Llamo al comandante, le hago saber que la investigación va viento en popa; después, a la Sociedad de Escritores Muertos, pero no responden; por último, a la viuda. No entiendo cómo Boiato, encerrado en sus juegos ficcionales, ignoró las redondillas y las silvas de esta mujer. Al fin agendo una cita con ella para esta tarde. Emprendo el camino.
Cuando un escritor muere, el Departamento está obligado a ofrecer sus servicios para el esclarecimiento literario de dicha muerte. Con el tiempo hemos perdido presencia, pues los familiares no aprecian nuestras interpretaciones. Poco a poco nos convertimos en un departamento que soluciona casos de tipo metalingüístico, es decir, de presencias extrañas en las diégesis de otros.
Sólo el comandante, González, Lutver y yo quedamos de una nómina que alguna vez contó con más de cien investigadores. El gobierno se ha encargado de no prestarle atención a lo que en su momento llamaron “la búsqueda de fantasmas en la mente del escritor”. Primero, eliminaron toda la sección de poesía. A decir verdad, yo mismo la creía prescindible. De vez en cuando nos caen asuntos poéticos; el comandante, con mayor tiraje, suele hacerse cargo de ellos. El Departamento de Prosa, antes llamado así, en el que se incluía biografía, autobiografía, ensayo, etcétera, pasó a ser el único departamento. La Sociedad de Escritores Muertos absorbió los apoyos más jugosos del gobierno. Se encarga de montar una faramalla alrededor del escritor, que termina con creces, pues éste se cubre de gloria y su obra asegura un lugar en este mundo de ficción. Por ello no entiendo la muerte de Boiato. Se trataba de un autor con algo de renombre, citado más de una vez en los coloquios de literatura escapista y esas cosas.
Arribo a la casa del finado, las multitudes se han ido. Esta vez la viuda me recibe entre hojas amarillentas.
—Lamento no haber estado en la ceremonia, sigo trabajando en el caso —digo.
—Pierda cuidado. Gracias por su dedicación y tiempo.
—Veo que tomó en serio mi recomendación de reunir la obra varia del maestro.
—Así es, ya casi terminan los muchachos.
Veo a los “muchachos” y advierto que uno de ellos, de sonrisa dibujada, lee de arriba abajo a la viuda. “¡Maldito oriental!”, musito.
—¿Disculpe?
—Nada, pensaba —apresuro.
—¿Qué nuevas tiene de Norberto?
Esa forma de llamarlo, tan familiar, me desconcierta.
—No mucho. Por eso estoy aquí. Debo hacerle unas preguntas para complementar la investigación. Estoy en espera de los escritos del maestro y reviso con calma su obra. Pero, dígame, ¿usted cómo sigue?
—Mejor —apenas responde.
—Debe respirar otros silencios —le digo—, la invito a tomar un café.
Vamos a Nota al Pie, un pequeño establecimiento de luz tenue, apartado de toda suspicacia. Dos cafés acompañan nuestra plática. Primero la cuestiono sobre su relación con Boiato.
—Al principio —responde ella—, el oficio de Norberto no le exigía estar encerrado todo el tiempo. Luego prefirió las noches para hacerlo. Cuando sus labores de escritor lo absorbían hasta el amanecer, me dejaba un ramo de flores frente a la cama, quizá como una manera de pedir disculpas por su ausencia. Con el tiempo, este hábito se disolvió. Dejó de ser, digamos, cariñoso. Se encerraba en la biblioteca, sin importar la hora, y me prohibía entrar.
—¿Y cómo se dio cuenta de la muerte del maestro?
—Desperté a media noche. Norberto llevaba todo el día en la biblioteca; salió a tomar un poco de licor, pero nada más. Estaba oscuro y noté que la luz persistía. Decidí entrar, y lo encontré tendido en el suelo. Llamé de inmediato a los reporteros y a su Departamento.
Esta vez ahoga el llanto, pero se ve destrozada. Envidio a Boiato: hasta en la muerte tiene el cuidado de esta mujer.
—Resignación —digo—, resignación.
—Aunque debo confesar —dice con algo de rencor— que ya no era el Norberto que conocí. Antes, hasta poeta; después, ni un solo verso dedicado.
Me pierdo de nuevo en esos ojos negros que gotean tinta.
—¿Sabe de alguna obra inconclusa? —trato de distraerla.
—No. Más bien, no lo sé.
—Qué extraño. Revisé la obra del maestro y no tiene publicaciones recientes. Y ahora me dice que solía refugiarse por horas…
—Es verdad —interrumpe con tono desprotegido y solitario.
Bebo mi café y pienso en Boiato. Una mujer sin ripios y el maestro en la biblioteca. No comprendo. Boiato debió tener una razón más poderosa…
—¿En qué piensa? —interrumpe la viuda.
—No sé cómo lo vaya a tomar, pero pensaba en usted, y en el maestro, claro —confieso.
—¿En mí?
—Sí, me preguntaba por qué el maestro recurrió al encierro cuando, lo diré con todas sus letras, tenía frente a sí una obra magistral.
Nos quedamos callados. Por un momento, creí que la confesión había sido un poco impertinente, demasiado explícita como para no comprender el cuerpo del texto.
—¿Puedo confesarle algo? —pregunta.
—Claro.
—Me parece que es un buen hombre y que lleva a cabo su trabajo con total entrega. ¿En verdad cree eso de mí? —cuestiona con algo de vanidad.
—Por supuesto. A juzgar por estos días, eres… —aprovecho el momento para usar la segunda persona.
—Dime cómo soy —acepta y apresura—, no tienes de qué avergonzarte.
—Tu cuerpo niega los ripios, cada palabra es un acierto que lo adorna. Tus cabellos son redondillas que se precipitan como un signo al vacío de tu espalda. Una silva luce tu figura, de versos medidos y rimados, no por una mano prodigiosa, sino por una boca que anhela paladearte una y otra vez, como un ritmo que se aferra a la memoria.
Sonríe.
—No puedo aceptar tantos halagos.
—Son verdades —arguyo.
—No hay verdad en la ficción.
—Además, inteligente —agrego.
La viuda toma mi mano. Correspondo el gesto.
—Me siento mucho mejor ahora —dice.
—Idem —confirmo.
Día 4
En el Departamento de Asuntos Literarios, motivado. Consulto el último volumen de la obra de Norberto y veo, en el índice, un texto que leí en la Academia hace años, cuando la idea de investigador literario era divertida y hasta prometedora, cuando la inteligencia se asociaba a la acumulación de libros, aun sin leerlos. El ensayo es “Transficción, transmigración, transgénero”, desterrado después de su obra canónica, pero recogido por la Academia, que busca la chismoliteratura y la pluralidad. Aborda Norberto el concepto de ficción como: a) imitación de algo y, por extensión, copia; b) fingimiento de un rasgo, hasta de una vida, y, por extensión, falsedad.
Con base en ello, se centra en el estudio de los personajes para ejemplificar cada concepto. Señala que un personaje puede ser transficcional cuando éste pasa de una diégesis a otra. Critica con ahínco a los autores de fórmulas; es decir, aquellos que repiten una y otra vez rasgos, escenas, incluso tramas, cuyo protagonista es el mismo personaje, pero con otro nombre.
Dedica enseguida largas páginas a la apología de los personajes fantásticos —esos que nuestra literatura ha desterrado con acierto— frente a muchos de nosotros, a los que Boiato denomina “irreales”. Transcribo un párrafo:
No sin maestría y letargo, algunos escritores describen copiosamente las circunstancias de sus personajes. Abundan, así, en acciones y rasgos que, en lugar de dibujarlos, terminan por borronear con excesivas palabras su rostro. A este tipo los denomino “irreales”. Por otro lado, hay personajes, cuya naturaleza se plantea desde un inicio como fantástica, pero que no dejan de lucir en la trama. Los fantasmas, por ejemplo, carecen de una concreción en el relieve de la escritura, no así del significado. Prefiero estar frente a un fatasma carente de gestos, que a una mujer bordada palmo a palmo con signos inútiles. (Boiato, II: 69)
Las aseveraciones me parecen escalofriantes. De todos los indefinidos, los fantasmas tienen ventaja. Siempre ocultos en el espacio de la narración, develados sólo por breves marcas: a veces un nombre, otras algún efecto secundario, muchas más bajo la mirada de un tercero. Nunca me cayeron bien. El mismo jefe, avezado en las argucias literarias, desdeña a estos pseudopersonajes. Ahora entiendo por qué se trata de un volumen marginal en la obra de Norberto, de esos que los no menos desdibujados tesistas presumen a la hora de escribir sus proyectos.
Señala después Norberto que el concepto de transmigración parte de la naturaleza fantasmagórica de algunos personajes, pues ellos, capaces de cruzar muros y puertas, ven con entera cotidianeidad el paso de una diégesis a otra. Norberto admite una ventaja de este tipo de personajes frente a otros. Es así como arremete sobre su naturaleza de personaje en largas y lentas líneas, eso que suelo llamar de manera pleonástica, no sin reprimenda del comandante, máculas filosóficas.
Pertenezco al segundo tipo [irreal]. Para quienes llevamos tal marca en la frente, precisamos de una migración con el único fin de que la literatura continúe. Los personajes, si la costumbre del escritor así lo permite, pueden mudar de un texto a otro, de un género a otro. El sentido no está en sus rasgos particulares, sino en las propias palabras que le dan sentido. (Boiato, II: 71)
Finalmente, el concepto de “transgénero” se sustenta en la propia experiencia del personaje, en la posibilidad narrativa de que éste no sólo pueda mudar de historia, sino de género… En esto ando cuando llega González, con fiscolibros bajo el brazo.
—¿Cómo va lo de Boiato? —pregunta.
—No me quejo. ¿Y tú? Supe que seguías con el asunto del plagiario.
—Sí, el comandante me asignó el caso de un escritor que copia hasta los artículos de Reader’s Digest y está a punto de obtener un premio de una institución respetable. El asunto iba bien, hasta que aparecieron los abogados de la Sociedad de Escritores Muertos. Mañana será el veredicto.
—Está de moda decir que las palabras son de todos, así como las ideas —arriesgo.
—Pues los Muertos dicen que son suyas. Creo que quieren implementar un impuesto. En fin. ¿Qué sabes del jefe? —dijo resignado.
—Hace días que no lo veo. Escuché por ahí que el asunto lo llevamos perdido. Y ahora con la presión de los Muertos no me extraña. La Cámara asegura que cualquier elemento narrativo importa más que los personajes, hasta un narrador.
—¡Hijos de Best Sellers! —increpa González.
—¿A dónde vamos a parar?
—Por cierto, recibí una llamada de Lutver. Dice que estará con nosotros en unos días. Envió su informe para que el comandante lo presente lo más pronto posible. Aquí está el sobre. ¿Puedes encargarte de esto?
—Seguro —respondo.
González se despide. Antes de dejar el informe en el escritorio del comandante y descansar algunas horas, decido echarle un ojo: siempre me ha gustado el estilo de Lutver.
La historia del duque de Luc
A la muerte de su sirviente, el duque de Luc ordenó tirar los objetos de su habitación que le recordaban a su amado mayordomo: la tina de baño, los jabones de jazmín que tanto preferían, los espejos, las sábanas que fielmente traducían su silueta. Pero su recuerdo era tan vivo que a veces lo veía en la biblioteca o frente al jardín. Abrumado por las alucinaciones, hizo quemar las pinturas que retrataban el talle y los labios, y los libros que sabía de memoria y los poemas escritos en su honor y los adornos del castillo que habían comprado en sus largos viajes por el mundo y los juguetes de los hijos que nunca hubieran tenido. Cuando ya nada quedaba, cuando el vacío era tan grande como los corredores y los salones, el duque lloró tanto que su cuerpo se disolvió en lágrimas y no fue más que un personaje devenido en fantasma encerrado en muros inútiles.
Salió entonces un día de las fronteras de sus dominios en busca de objetos que llenaran los huecos de su vida. El palacio, en apenas unos meses, estaba habitado por sillas, comedores, camas, cubiertos, velas, manteles, sábanas de diferentes colores, pues eran de diferentes hogares. No pregunte el lector cómo fue que el duque consiguió todo esto, basta con decir que su calidad de fantasma facilitó las cosas. Tras cubrir los huecos del palacio, emprendió la búsqueda de un nuevo mayordomo, con la intención de cubrir ese otro hueco que el tiempo y la soledad habían dilatado. De intentos fallidos estuvieron plagadas sus noches, hasta que un día, desvelado por la ficción, encontró a un hombre angustiado por su condición de personaje. Al principio lo vio encerrado en su biblioteca, con las ventanas y cortinas abiertas y una vela infinita. Después nutría sus noches con apariciones y murmullos. Terminó por internarse en su vida hasta discutir con él sobre los temas más diversos de la literatura. Las letras eran mero pretexto para chorrear no sólo tinta. Es justo decir que ambos quedaron embelesados por los encantos del otro. Con el tiempo, el hombre irreal se ofreció como su sirviente sin importar el género o los límites impuestos por su creador, con la condición de compartir con el duque los tiempos venideros.
Día 5
Suena el teléfono. Me doy cuenta de que estamos en el nudo de la historia y yo con la hoja en blanco.
—Kabir, encontré una nota. —Es la viuda.
—Buenos días —digo somnoliento.
—Se trata de un poema que Norberto le dedica a un tal Luc, a su “amado Luc”.
—¿Cómo?
—Estaba preparando tu habitación y encontré un poema de amor que le escribe Norberto a un monarca o algo así. ¿Sabes algo al respecto?
—¿El duque de Luc? Por supuesto —digo con algo de soberbia.
—¿Qué sucede?
—Voy para allá, después te explico. Por favor, cita a una conferencia de prensa. En unas horas estaré contigo.
Maestro del engaño, de la ficción, de la simulación, ése es Boiato. Clausuró su vida para no dejar escapar el verdadero significado de sus palabras. Llevó a la práctica sus postulados, acaso para encontrar un mejor destino, narrarlo como él hubiera querido. Lo demás fue ficción. Luc representó para él un nuevo comienzo, una nueva naturaleza.
Llamo al jefe.
—¿Qué pasó, Kabir? Estoy ocupado —dice.
—El caso Boiato está resuelto, jefe. En unas horas ofreceré una rueda de prensa.
—Me alegra escuchar buenas noticias. Los políticos presionan.
—¿Me acompañará? —pregunto.
—¿A la rueda de prensa? No puedo, sigo en la Asamblea.
—Entendido.
—Sin embargo, espero tu informe a primera hora.
—Así será, jefe. Hasta pronto.
Apenas cuelgo el teléfono, tomo mi gabardina y mi sombrero, me dirijo a la estación de trenes y abordo el primero con rumbo al sur. El mundo está plagado de signos, sin relieve, sin espesor, ¿pero devenir en fantasma? No podré revelar completamente mi hallazgo, al menos no si quiero conservar a la viuda. El Departamento necesita finales felices, no nuevas investigaciones que retarden la última página.
Pienso que quizá Boiato se sentía borroso, a punto de extinguirse apenas surgido, y además sin poder ofrecer su amor. Quizá esto lo orilló al suicidio con la esperanza de que su figura desdibujada adquiriera mayor relevancia en otra diégesis, en otros brazos. Con suerte, un hombre llegará a ser un personaje, aunque parezca imposible que un personaje aparente ser hombre. Quizá un personaje pueda escribir lo que un hombre no. Podrán decir que los hombres son más complejos que los personajes, pero estos tienen menos límites que aquéllos. Quizá Boiato esté en mejores páginas ahora.
Llego a la casa de la viuda. Reporteros, personajes incidentales y un par de representantes de los Muertos esperan. Antes de salir al jardín, donde dictaré mis conclusiones, me adentro en la casa y beso desaforadamente a la viuda. “Te veo al final del texto”, musita. Sonrío. Tomados del brazo, salimos a la conferencia de prensa.
—Hace unos días, el Departamento de Asuntos Literarios —comienzo— fue notificado del hallazgo de los restos de Norberto Boiato. De inmediato asistí al lugar de los hechos. En la biblioteca se identificó al citado escritor.
“Los resultados de la investigación revelan que el escritor Norberto Boiato se suicidó en la búsqueda de nuevas y mejores oportunidades como personaje, así lo demuestran sobre todo sus textos ensayísticos, en los que establece la posibilidad de mudar de un género a otro. El maestro Boiato ha sido fiel a sus escritos, al grado de llevar hasta las últimas consecuencias cada una de sus líneas. Conceptos como transficción y transgénero marcaron la línea literaria, primero, de su obra, después, la de su vida. Pero no lloremos más por él, acaso el maestro Boiato nos lee desde otra diégesis, acaso nosotros podemos encontrarlo en una nueva novela o un cuento.
”El Departamento de Asuntos Literarios trabaja para ustedes. Muchas gracias.”
Día 6
Lutver regresa, González gana el juicio, el comandante dice que los políticos, luego de los lectores obtenidos, aumentarán el presupuesto de nuestro Departamento, y yo escribo estas páginas desde la habitación de la viuda.
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