EL RESEÑARIO / No. 198
Hamlet, soy espejo y me reflejo
De William Shakespeare
Foro Sor Juana Inés de la Cruz, Centro Cultural Universitario,
del 10 de septiembre al 6 de diciembre de 2015
y del 6 de mayo al 19 de junio de 2016
Un lugar común es una expresión que de tanto repetirse pierde su efecto. Pocas obras tienen la fama de Hamlet. Para muestra, al mencionar el nombre, de inmediato llega la imagen del cráneo junto a la frase más trillada de la historia del teatro. El foro Sor Juana presentó Hamlet en el ciclo Los Grandes Personajes. No pudieron elegir mejor obra: Hamlet es un personaje extremadamente complejo, un cosmos cuya explicación es él mismo; no obstante ser el de más arriesgado abordaje.
Shakespeare no deja de ser un clásico, ni siquiera casi medio milenio de repeticiones han podido trivializarlo. En Hamlet analiza con maestría los recovecos de la mente, las tretas de la política, los alcances del poder y el valor de la vida frente a la muerte. Curiosamente, vivimos en un país en el que la muerte se ha devaluado y de tanto repetirse, ha terminado siendo un elemento de rating. Periódicos, noticieros y conversaciones hacen uso del mismo desapego al referirse a la muerte: ya no hay horror que nos trastoque, vivimos en el lugar común. La indignación contra la violencia también es un cliché pues dura lo que un trending; y de la memoria mejor ni hablar. Es preciso mucho ingenio para evadir tantos lugares comunes.
Aunque lo diga el programa de mano, Flavio González Mello no dirigió Hamlet; su trabajo fue más allá de preguntar por la mejor traducción y montarla. Primero, hizo una perfecta disección del texto, luego lo tradujo dándole un giro único al “to be or not tobe”: “Se es o no se es, a eso se reduce todo”. Además de abandonar la consabida frase, transformó el parlamento en un palíndromo. También logró trasladar el doble sentido del inglés en albures y juegos de palabras; esto es, realizó una deconstrucción: se adueñó de Hamlet, la convirtió en algo que nos incumbe, con el lenguaje que usamos, entregándonos un montaje soberbio. El espectador no va a ver Hamlet al foro Sor Juana; se infiltra en el castillo de Elsinore y se acerca hasta el roce con los protagonistas. En la escena del panteón, donde cavan la fosa de Ofelia, son los espectadores los que yacen dentro, desde abajo se puede ver al enterrador con su pala. Esto no lo había visto en ninguna de las versiones de Hamlet a las que he asistido, aquí el montaje nos dice más que las palabras. Esto sólo se pudo lograr con el dispositivo escénico de Mario Marín del Río al aprovechar el foro en su totalidad, pues nos desplaza por todos los niveles como invitados en la corte de Dinamarca. Matías Gorlero crea una atmósfera sobrenatural con el dominio de las luces, consigue que los destellos del espectro se reflejen sobre el público, conminándolo, como al príncipe, a tomar la acción y no sólo comer y dormir.
En la parte de la obra dentro de la obra, cuando el rey queda trastocado al ver en escena su crimen, resulta que se está viendo en un espejo, y es su propio reflejo eso que tanto lo horroriza. He ahí lo que vemos al final de la obra: un montón de cadáveres y espejos que nos reflejan. Lo lamentable es que muchos, como el enterrador, nos hemos acostumbrado tanto a las tumbas que por eso cantamos mientras se siguen cavando más fosas.
Arturo Ríos y Nailea Norvind derrochan frivolidad como la pareja real, esa farsa que es la cabeza del gobierno putrefacto se hace notar; Arturo Ríos también es el espectro. Emilio Guerrero está excelente como el parlanchín Polonio, su obsesión de controlar la salud del Estado y de sus hijos se hace patente. Leonardo Ortizgris y Marianna Burelli son Laertes y Ofelia (en la locura, pareciera que el personaje de Ofelia es interpretado por otra actriz).
Pero quienes se llevan la obra son Fernando Bonilla y Omar Medina. Cada uno interpreta ocho personajes, a veces irreconocibles; ellos son los enterradores, que en este montaje tienen un rol protagónico: son los sobrevivientes que llegarán al juicio final para contarle al mundo esta historia con total y absoluta veracidad. Todo el tiempo le toman medidas al resto del elenco, como sastres, y nos regalan los momentos más hilarantes de la noche.
Pedro de Tavira es el príncipe, con barba y lentes de pasta, que bien podría estudiar en la Ibero y no en Wittenberg. Pese a todo, en ocasiones Hamlet lo rebasa (y no es para menos); sin embargo, la obra torna la crítica sobre sí misma al decirle al que no quiera ser más Hamlet que Hamlet.
La obra cumple con el objetivo del teatro: muestra el reflejo de nuestra realidad. Con respecto a la duración, no creo que deba mencionarse ya que el tiempo es relativo porque, para mí, Hamlet ha durado toda la vida.
Gustavo Ponti. (Ciudad de México, 1988). Es dramaturgo e investigador teatral.