Poesía / No. 199
Yo he sido el único cliente de Ricardo
No hay tristes que sean pendejos.
Ricardo Castillo
Una vez, de niño, en el jardín de un santuario conocí a un poeta que era un triste pendejo. Sentado en una silla frente a una máquina de escribir gritaba: ¡sólo se cobra el papel! Llamó mi atención, además, su playera que decía “Poeta”. Me acerqué y le dije que hiciera un poema sobre él. El hombre, que después supe se llamaba Ricardo, hizo algunos gestos. De su morral sacó un brandy, arrancó la hoja de papel y nos fuimos a emborrachar.
Muchachas de la Condesa
Alguna vez vi una película donde un hombre ofrecía hojas de papel a cambio de unos tacos. Eso es mendigar. La poesía no se intercambia. Quién va a querer un poema. Pero en la Condesa se han acercado a mí algunas muchachas para desvestirme, tomar mi falo y orarle como si, de veras, la dureza de Dios estuviera en la punta de mi glande. Tengo que bendecirlas mientras un cardumen de semen les atraviesa la garganta.
Afuera de la Casa del Poeta Ramón López Velarde
Estoy viendo en el ojo de una tormenta. Escribo y recorro la línea del metro. Paro en la Roma, leo “Casa del Poeta Ramón López Velarde”. ¡Ah!, que lean sus fragmentos. Que partan un verso para ver si sangra. Escribo desde mi lengua con tijeras en completa autonomía. Se asoman los poetas por la terraza para echar óleos de pulmón. Dios baja a bendecirlos con un toque de humo. Les palmea la espalda con su traje de lana. Y les da otra oportunidad.
Me llaman Jack
Me aventé del cuarto piso, y me detuvo la mano de Dios.
Me arrolló un coche, y me detuvo la mano de Dios.
José Luis Calva Zepeda
En el camino un par de zapatos. Los calzo y adopto al instante cierta piel, tales movimientos. Soy Jack. Me digo desde mí. Es de noche y Londres se sostiene en duermevela. Una densa niebla cubre mi vista más allá de mis manos. En la nariz un dulce olor a moscas zumba y me llama. Al fondo, como un lienzo, trazos de luz: ocre y gris. Palmo las trenzas de una dama y entonces dos fardos de pintura bañan la total oscuridad. Un hombre baja por una escalera que ha formado la neblina y me obsequia un pincel. Su mango de madera cabe perfecto entre mis dedos. ¡Jack!, grita un ruido en algún callejón. Intuyo que es un callejón por la sonoridad del eco. Y el grito se repite una y otra vez hasta paladear. Es ella: la contemplo como un Jack sin preámbulos y se desviste como un ángel mientras se mantiene a unos centímetros del piso. Mis zapatos atrofian la belleza del silencio al zurcir los tacones al suelo en cada paso. La pinto, bella, en su aureola reflejante. Soy un magnífico artista, la he tallado idéntica en el vaho gris. Poco a poco, hacia atrás, otra vez hacia atrás mis huesos truenan, se quiebran. Estoy sentado en mi departamento. Tocan a mi puerta. El ángel hierve y salto como me ha enseñado Dios.
El más culpable de tus males
Dios, permítele al soldado norteamericano que desvistió a mamá brillar en su trinchera. Anúnciate como un petardo en medio de sus ojos. Incrústate como el beso que la madre pondría en la boca de su hambre, lineal y fulminante cual bala disparada. Pero antes acércate a sus ojos y repara tus gastos. Verás en él la luz. En cada estación que has creado se han de caer tus lágrimas de los árboles porque asentirás estas palabras. Las botas del soldado perforaron tu nombre en nombre mío. El aire se empuñará con su ruido de metales para darte, en el mentón, un limpio golpe. Merezco, señor y dador de muerte, un lienzo firmado por tus ángeles desollados porque en tu nombre está escrita la vida de todos los infiernos. Yo soy el infierno. Por eso debes permitirle a ese soldado norteamericano que abra su mandíbula y se trague a sí mismo, mastique sus huesos, se digiera. Porque van a estudiar ese flechazo de semen que navegó en el vientre de mi madre. Porque yo soy esa flecha de bondad en tu gastado silencio. Yo soy esa noción de lumbre en la quemada soledad de tu misterio. Soy el más diablo de los dioses y te arranco de la cruz, el nombre.
Consejos prácticos
Acostarse con putas es la más grande de todas las respuestas. Otorga sobriedad, valor. Acostarse con putas como respuesta es una estatua de la libertad. Cuando alguien edifique un artificio que apunte sobre ti, cuando algo te señale con un láser sobre la sien, cuando una máquina de preguntas te construya una imagen tan falsa como la sonrisa de McDonald’s, sólo abre bien la boca y desde el hedor más perverso de tu cuerpo, di: siempre me ha gustado acostarme con putas. Nada sé de las víctimas. Y avienta los papeles al aire a manera de triunfo, y quítale las medias a la muerte.
Los días de triunfo
A las afueras de Graz, un grupo de excursionistas juega a trazar la tierra con sus manos. El juego les permite descalzarse, se besan en lo frío. Una muchacha cae y encuentra la mandíbula de Schempf. La huelo desde un fino bar inglés en Long Beach. Mi escolta policial es una escuela de torpes que han masticado tabaco y olfateado el culo de sus esposas. No saben cómo el olor se adhiere entero con los puños cerrados, con los ojos cerrados, con las lenguas erradas. L.A. se viene en la sospecha de mi sombra y me abundo de mí, tantísimo que me celebro, rotundo, al enroscar unas calcetas en el blanquísimo cuello de Sherri Ann Long, que me palpita.
Desde el Asilo Broadmoor para Criminales Lunáticos
Disculpe usted, Señor Dadd. No habría conseguido lo que soy de no ser por su blandura de cepa. Estos últimos días he estado pintando largos trazos de aliento para ver más allá del aire. Camino en las mañanas, me detengo frente a árboles a contemplar su belleza hosca, me desnudo frente a damas que se abaten en la abertura de la música. Los árboles dan música, se abren como pájaros al mar de donde llueve. La risa de Dios mueve las cortinas de Broadmoor y se cuela su voz por la ventana. Logro ver el aire.
El leñador sostiene un hacha
Voy a pintar un cuadro donde un hombre soporte un hacha. El hombre será un leñador que soporte un hacha. Gnomos y hadas en el submundo del leñador que soporta el hacha lo observarán. Sombrío. Lianas y arbustos. La música abierta. Flores muertas de tan blancas. Naceré ahí, en el golpe. Un hombre observará, dos hombres observarán. La mirada es una línea que sostienen mis hadas. El duende tiene miedo de mí. Sus ojos me ven tanto al oído que lo escucho. El leñador está a punto de quebrar el aire nueve años después. Fin. Cae el hacha sobre Robert Dadd. Parto en dos su cráneo. El lienzo tiene mi firma.
Fernando Trejo (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas. 1985). Es comunicólogo, actor de teatro y poeta. Ha publicado, entre otros libros, Circuito amor, Raíces de un sueño, ¿Adónde van las palabras?, Cuaderno invertebrado (Premio Juegos Florales San Marcos 2006), Travelling, Bérsame (Premio Regional de Poesía Ydalio Huerta Escalante 2008), Las alas de mis ensoñaciones que son pájaros (Premio de Literatura Joven Max Rojas 2011), Solana (mención honorífica Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 2014), Ciervos (Premio de Poesía Inédita Enoch Cancino Casahonda 2014) y Base Atenas (Premio Centroamericano de Poesía Rodulfo Figueroa 2015, en prensa). Ha obtenido el Premio Municipal de la Juventud 2007 y el Premio Estatal de la Juventud 2009, en el área de poesía. Ha sido becario del PECDAen 2005 y 2008, así como del Centro de las Artes de San Agustín Etla, Oaxaca, en 2007, y del Imcine en 2010. Su obra aparece en diversas antologías y revistas de México, Perú, España, Colombia, Argentina y Puerto Rico. Dirige el Encuentro Nacional de Escritores Carruaje de Pájaros y conduce el programa de radio homónimo por la 102.5 FM (<http://radio.unicach.mx>) en su ciudad natal todos los viernes a las veinte horas.