No. 137/EL RESEÑARIO |
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Espacio en disidencia, o la visión que se desdobla |
Christian Barragán |
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Iván Cruz, Leopoldo Lezama,
Ante un tiempo roto, fracturado por su propia velocidad, y dentro de un espacio extraviado; en medio de un escenario estéril, hueco, informe, desollado por actos y actores pedantes, soberbios, ciegos; en un ambiente viciado por discursos fétidos, corruptos, caciques, la poesía instaura y permanece. A pesar de la nubosidad de palabras vanas e ilegibles que enturbian el paisaje, la mirada del poeta se mantiene límpida, aguzada; penetra en su derredor, en la belleza y miseria que le cercan, y reconoce lo mirado, se reconoce ahí, en sí misma (transparencia), lo hace suyo, se hace suya, se habita, se reconcilia: construye (asume y disiente) la visión que le pertenece. De entre los poetas mexicanos posteriores a la primera mitad del siglo xx destacan tres o cuatro de los años 50, un par de la década siguiente y no más de tres de los años 70. Son pocos ciertamente; sin embargo, todos poseen una voz madura e inconfundible, así como una obra renovadora, imprescindible, un puente para con la literatura poética emergente. Y ésta, para sorpresa de muchos que aún concilian juventud con invalidez, ya existe. La conforman, en su mayoría, autores nacidos en los años 80; tres de ellos tienen un libro publicado; otros —los más— han aparecido aquí o allá en antologías, anuarios, revistas y suplementos; pero casi nada, además de esto, se sabe de ella. Por lo que la aparición, la irrupción, de un volumen que recoge la obra de siete de ellos no puede de ningún modo ignorarse. Espacio en disidencia no es la reunión arbitraria de siete poemarios de otros tantos y distintos hacedores, no es tampoco una muestra o selección de los textos más aplaudidos por su antologador, pues ni el conjunto es una antología ni tal personaje es concebible. Es, en cambio, un acto volitivo de sus integrantes, un decir convergente, plural; red, animal de siete cabezas, aristas del mismo cristal, diálogo. Son de Chiapas, Tabasco, Oaxaca, Guanajuato, Estado de México y el Distrito Federal; además, los poetas Saúl Ibargoyen y Hernán Lavín Cerda han escrito la presentación y el prólogo respectivamente; tiene ciento diecinueve páginas; su edición estuvo al cuidado de Carlos López; la acertada fotografía en la cuarta de forros es de Adela Golbard; las viñetas que dividen el interior son afortunadas; el tiraje fue de mil ejemplares y la portada es una pintura del catalán Albert Ráfols-Casamada. Es, también, una sola visión que se desdobla en siete miradas: Iván Cruz, Leopoldo Lezama, Rafael Mondragón, René Morales, Luis Paniagua, Luis Téllez y Alberto Trejo. A pesar de las diferencias en tono y respiración, de la preferencia por algún tema o recurso en su escritura (Cruz favorece el uso de un lenguaje violento, rígido; Lezama asiste al encuentro del ritmo y el encadenamiento visual; Mondragón alterna matices de voz, experimenta con la intertextualidad; Morales habla desde el desencanto de un erotismo grotesco; Paniagua busca el conocimiento a través de la imagen, de la analogía; Téllez escruta minuciosamente la naturaleza con un vocabulario coloquial, conversa; Trejo emplea el monólogo para decir la soledad, el amor perdido, la muerte), estos poetas construyen una atmósfera lúgubre en que todo convalece, urden un círculo alrededor de la nada, del silencio. Así, en un primer momento inquieren, rechazan, disienten violentamente del espacio en que se encuentran insertados: deconstrucción; para posteriormente llegar a la nada, al fin, al principio: recomienzo; entonces, un tercer momento en que fraguan la casa que les corresponde, el nombre que los llama verdaderamente: alumbramiento. "No habla ni calla, / su lenguaje es la vida / entre las piedras, / el no saber nada / y morir recorriendo veredas de lluvia / y despojos de tierra" (Téllez). La condición del hombre, la pobreza en que habita su vida y el mundo, es el argumento primordial que el poeta esgrime para la realización de su empresa. Señalar el dolor, "la lenta agonía de una imagen / que no termina de morir" (Trejo); reconocer la podredumbre de su existencia, el sin sentido en que se solaza, le conduce inevitablemente a la noche, al mutismo, a la muerte: "hace falta cerrar los ojos, / cerrarnos / los unos a los otros / los ojos / como a los muertos" (Cruz). Porque la deconstrucción contiene en sí el comienzo, la esperanza y la conciencia de que es posible (re)iniciar, el poeta sabe que desde la nada "aún podemos cantar", "maullar hasta que se nos reviente la garganta"(Morales). Entre la mudez que no es silencio y la palabra que no significa, que no posee lo nombrado; entre la noche del derrumbe y el alba de la inauguración, una pausa, el tiempo que no transcurre, la inmovilidad, lo que aún no es y todo lo que ha sido, paréntesis. Entonces sucede el nuevo primer vislumbre, amanece: "En la mañana madura el silencio, como el pan recién hecho que regala su olor" (Mondragón) y "Todo lo que es / Todo lo que se figura en un instante y se evapora [...] / Todo lo que parecía ser verdadero y finalmente se escapaba / Todo aparece ya, todo se ordena" (Lezama). Ya no la muerte, la soledad, el vacío; ahora el día se corona de sí, la vida copula, florece la palabra, reconciliación. Ahora el tiempo se renueva, el espacio se ocupa agradablemente, la mirada está desnuda, el mundo es claro y limpio; el poeta —asombrado— reconoce lo mirado, se reconoce ahí, en sí mismo, ensimismado, transparente, lo hace suyo, se hace suyo, se habita, nombra: "La tarde cayó / Partida en dos por la navaja / De la lluvia. / Hubo un vuelo de pájaros / Como un grito nocturno" (Paniagua). En medio de un escenario estéril, hueco, informe, desollado por actos y actores pedantes, soberbios, ciegos; en un ambiente viciado por discursos fétidos, corruptos, caciques, la poesía instaura y permanece. Dentro de la nubosidad de palabras vanas e ilegibles que enturbian el paisaje, Espacio en disidencia es el horizonte en el que confluyen algunas de las miradas más límpidas y aguzadas de la poesía mexicana presente. |