No. 146/POESÍA DE COLOMBIA 

 

punto de partida 140Doce nuevos poetas colombianos:
entre la tradición y la transición


Federico Díaz Granados

   

 

Todo empezó esa fría, nublada y desapacible mañana del 5 de junio de 1967 en Buenos Aires. La gente se agolpaba en los quioscos para leer los ti­tu­la­res de La Nación, La Razón y El Clarín. Otros, por supuesto, acudían a con­se­guir El Gráfico para enterarse de los detalles de la fecha futbolera del día an­terior. River Plate estaba a punto de ser eliminado de la fase final del torneo, y entre revistas, periódicos y suplementos atrasados, los bonaerenses se encontraron con un libro de portada exótica: un galeón español que flota en medio de la selva y unas flores ana­ranjadas y un título en negro: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, Edi­torial Sudamericana.1

Nada volvió a ser lo mismo en la literatura colombiana: a partir de esa fría ma­ña­na argentina Macondo hacía universal a un país sumergido desde el mismo ins­tan­te de sus gestas independentistas en la más profunda y contradictoria violencia. La epopeya de la familia Buendía con su carga de mitos y supersticiones nos de­volvía, además, la memoria mutilada. Antes de Cien años de soledad, los textos ofi­ciales omi­tían episodios de nuestra historia como la Masacre de las bananeras entre otros. Allí, una vez más la literatura cumplía el honroso papel de contar las cosas y los sucesos desde el lado de los vencidos y no de los vencedores como suele ocurrir en la co­ti­dianidad.

Así, los poetas colombianos nacidos en la década de 1970 aprendieron a leer y a co­nocer la historia reciente de su país a través de la palabra del “patriarca” ma­yor de las letras nacionales. La saga macondiana les permitía entender la con­di­ción de ser nacionales en un país tropical y de reconocer una tradición que hasta ese entonces no despuntaba por fuera de sus fronteras pero que sobresalía con cier­ta dignidad gracias a obras como María de Jorge Isaacs, La vorágine de José Eustasio Rivera y los Nocturnos del “bogotano universal” José Asunción Silva.

Sin embargo, a pesar de la amnesia de tantas generaciones, episodios como la Gue­rra de los mil días, el 9 de abril, la violencia liberal y conservadora, los naci­mientos de las guerrillas, las masacres paramilitares de los últimos años, el fenó­me­no del narcotráfico y el sicariato eran parte del imaginario común de los padres de es­ta nueva promoción o generación de poetas. Pero si bien estos eran episodios del pasado de la patria, fue en la década de 1980, época en la que estos poetas lle­ga­ban a la adolescencia, en la que se terminó de de­sangrar al país: la toma del Pa­lacio de Justicia, el ex­terminio de un partido de iz­quierda y el auge del nar­coterrorismo marcaron para siempre a las nuevas ge­neraciones colombianas y, por supuesto, a sus poe­tas. Si bien los nuevos vates eran hijos de la llamada “Generación desencantada”, su escepticismo se ha­cía mayor ante la cruda realidad que pasaba indeleble an­te sus ojos.

A los poetas colombianos nacidos en la década de 1970, al igual que a sus coetáneos en otras latitudes y hemisferios, les correspondió vivir en un mundo an­cho y ajeno, con un porcentaje de hambrientos y anal­fabetos que supera todos los límites. El jeroglífico del mundo lo vieron de frente y las claves de acceso a los entresijos de la crisis cada día fueron más escasas. No hubo un sésamo que abriera esas puertas de la per­cep­ción, como diría el poeta William Blake. Se glo­bali­zó el hambre y la miseria y, como aldeanos globales, tuvie­ron el privilegio de ver en vivo y en directo el bom­bar­deo a Bagdad, la legendaria ciudad de las mez­quitas azules que conocieron a través de las páginas de Las mil y una noches. Fueron testigos de las des­di­chas y las guerras en la cuna de la civilización occi­dental por internet.

 

retrato de Nicolás (de la serie expreso de imprecisiones), óleo/tabla, 30 x 40 cm, 2006
Retrato de Nicolás (de la serie Expreso de imprecisiones), óleo/tabla, 30 X 40 cm, 2006

 

 

Así, globalizados, internetizados y desutopizados son los poetas de esta nueva generación, he­rederos de una hermosa y compleja tradición literaria y cercanos a la sensibilidad del rock y de los nuevos héroes: Ma­radona, Michael Jackson, Madonna, fue­ron los íconos caídos en desgracia; We are the World  fue el himno de una década que los involucró en el mundo, y peres­troi­ka, glasnot, Chernobil, fueron al­gu­nas de las pala­bras que aparecieron en la jerga co­mún de los jóvenes.

Nunca, en sus años formativos, generación o pro­mo­ción alguna estuvo expuesta a tanta información, a tan­tas imágenes, a tantos mensajes. Ante estos ojos se derrumbó un país y, con él, muchas verdades y cer­te­zas. Ha sido ésta, la más reciente promoción de poe­tas, una generación que heredó fragmentos y apla­za­mien­tos de una modernidad llena de miedos y paranoias.

Al mirarse en el espejo de la realidad, la poesía de estos años representa la fragmentación de tendencias y la consolidación de voces individuales. Cualquier re­flexión sobre los acontecimientos que han marcado el final del siglo XX y los primeros años del XXI en Co­lombia establece de inmediato una relación con la historia de su poesía, la cual ha dibujado una diver­si­dad de voces que, a pesar de tener similares preo­cu­paciones por el contexto social que rodea su quehacer creativo, el manejo del idioma y un permanente nutrir de las lecturas clásicas y contemporáneas, se han di­ferenciado por los intereses concretos de acuerdo con las realidades personales de cada poeta. Sin embargo, se puede notar en la gran mayoría de los incluidos en este panorama una profunda preocupación por el len­guaje, la configuración de la imagen y la reins­crip­ción en tonos o formas clásicas.

La ciudad como escenario dominante y emblema del mundo moderno es protagonista de la nueva poe­sía co­lombiana, como también lo sigue siendo el amor, la muer­te, el implacable paso del tiempo y la cotidia­ni­dad con sus miserias. El viaje a la semilla, a la ni­ñez, la elección de un lenguaje —conscientes de que es éste el vehículo a través del cual se representan y se per­ci­­ben dentro del mundo—, seguirán siendo preo­cu­pacio­nes cardinales de los recientes poetas.

Se pueden observar en esta muestra las carac­terís­ti­­cas de una promoción que busca respuestas en la tra­dición poética y presenta menos intenciones rupturistas o neovanguardistas, consiguiendo con esto una poe­sía cuidadosa de la unión entre forma y sentido. Es cu­rio­so que los jóvenes poetas colom­bia­nos mantengan un talante tradicional en su poé­tica. Poco de mala­ba­ris­mos vanguardistas o propuestas vertiginosas e irre­ve­rentes se ven en esta poesía, y sí mucho de trabajo riguroso con el idioma y de la delimitación de mun­dos personales desde la emoción y la reflexión.

Sin duda se trata de una promoción que ha hecho una lectura juiciosa y afectuosa de los poetas co­lom­bianos y de muchos de los autores ya considerados canónicos por la crítica, la academia y los lectores. Per­manentes correspondencias con poetas clásicos la­ti­no­americanos y colombianos. Conexiones pro­gra­má­ti­­cas e involuntarias afinidades permiten ver en es­tas vo­ces ecos del Siglo de Oro español, de Rubén Darío, de Ne­ruda, de Vallejo, de Huidobro, de Bor­ges, de poe­tas es­pañoles contemporáneos como Va­len­te, Gamo­ne­da, García Montero, y de compatriotas como José Asun­ción Silva, Porfirio Barba Jacob, Aurelio Ar­turo, León de Greiff, Héctor Rojas Herazo, Álvaro Mutis, Mario Ri­ve­ro, José Manuel Arango, Giovanni Que­ssep, María Mercedes Carranza, Raúl Gómez Ja­ttin, Darío Jara­mi­llo Agudelo, William Ospina y Pie­dad Bonnet, entre otros.

En los últimos veinte años la poesía colombiana ha evolucionado con un rigor y una fortaleza a la par de un amplio movimiento poético y editorial, herencia de los años setenta, que se expresa a través de la crea­ción de talleres y grupos, y en el desarrollo de nuevos es­pa­cios para la lectura de poesía, tales como re­ci­ta­les, encuentros, festivales y presentaciones. Vale la pe­na des­tacar la ardua labor de revistas como Golpe de da­dos, Ulrika, Prometeo, y festivales como los que cada año se reali­zan con éxito en Medellín, Bogotá, Car­ta­ge­na, Manizales y Pereira, entre otras ciudades. De igual forma hay que destacar la honda huella que ha dejado una institución como la Casa de Poesía Silva en Bo­go­tá.

Al mirar a contraluz a la nueva poesía colombiana se pueden apreciar, a pesar de tratarse de obras en marcha, unas líneas estilísticas y estéticas clara­men­te marcadas: una primera línea crítica y autoirónica, en la que podrían inscribirse las voces de Andrea Co­te Bo­tero, Lucía Estrada y John Galán; una segunda línea colo­quial, que se puede apreciar en poemas de John J. Junieles, Catalina González y Juan Carlos Acevedo, quienes de­muestran que la vida diaria y la conver­sa­ción coti­diana son fuentes verdaderas de la poesía de todos los tiempos; una tercera línea de talante clásico y filo­só­fi­co cercana al aforismo y a la reflexión, en la que en­con­tramos al poeta Felipe García Quintero; una cuarta línea de perfil barroco que encabezaría el poe­ta Ale­jandro Burgos Bernal; una quinta línea de corte pro­­sai­co y narrativo, en la que se ubicaría fácilmente a Ricardo Silva Romero, Felipe Martínez Pinzón y Pas­cual Gaviria; y una sexta línea lírica formal, que se pue­de vislumbrar en un poeta como Giovanny Gómez.

El presente panorama reúne, además, un azar de vo­ces, de acentos y de tonos que considero son re­pre­sentativos del mapa poético del país y cuyo recorrido ya ha comenzado a alcanzar el recono­ci­miento nacio­nal e internacional. A los premios internacionales de poe­sía Jaime Sabines en México y Casa de América en Espa­ña, otorgados a dos de los poetas más signi­fica­tivos entre los nacidos en la década de 1960 —Juan Felipe Ro­bledo y Ramón Cote Baraibar, res­pec­tiva­men­te—, se suman los reconocimientos a John J. Ju­nie­les (Pre­mio Internacional de Poesía, Ciudad Ala­juela, Costa Ri­ca), Alejandro Burgos Bernal (Pre­mio Internacional de Poe­sía Gabriel Celaya, España), Felipe García Quin­tero (Pre­mio Internacional de Poe­sía Pablo Neruda) y An­drea Cote Botero (Premio Mun­dial de Poesía Joven “Puen­tes de Struga”, otorgado por la UNESCO y el Festi­val de Poesía de Ma­cedonia), entre otros.
 

Cuerpo (de la serie Expreso de imprecisiones), óleo/tabla, 100 x 80 cm, 2007
Cuerpo (de la serie Expreso de imprecisiones), óleo/tabla, 100 X 80 cm, 2007
De ahí que estos poetas configuren la carta de na­ve­gación para un nuevo siglo en la poesía colom­bia­na, entrecruzando diferentes tendencias de la tradición li­te­raria de nuestro país. Son los antecedentes de una propuesta estética y ética frente al mundo, de un rea­lismo testimonial, de una lírica decantada, presente en estos poetas nacidos entre 1970 y 1981, quienes han sa­bido asimilar sabiamente las luces y las sombras de sus antecesores y de cada escuela, grupo y movi­mien­to presente en el panorama lírico colombiano. Se trata pre­cisamente de una promoción de autores que no plan­tean un “parricidio”, sino que, por el contrario, asi­mi­lan y realizan una lectura crítica de sus obras, y desde su pluralidad de voces logran esbozar un nuevo cro­quis de la geografía poética del país, una especie de in­no­va­ción ligada a la tradición. Innovación no se tra­ta precisamente de romper, sino de indagar las raíces en sus mares profundos y secretos, y redefinirlas.

Por eso no se trata de una voluntad de grupo, ge­ne­ración, mo­vi­miento y corriente sino, por el contra­rio, de mos­trar una diversidad de configuración de mun­dos, tó­picos, lenguaje donde el tono generacional lo mar­ca un compás especial como lo es la lectura de la tra­di­ción lírica colombiana e hispanoamericana en par­­ti­cu­lar. Así podemos encontrar una poesía que regre­sa sobre sí misma a su matriz temática, confesional, reflexiva, testimonial, con un alto contenido de metá­fo­ras y de imágenes.

¿Podrá toda aquella emoción leída y degustada, to­da aquella maravilla verbal modificarse? ¿Morirá toda aquella fuerza espiritual bajo el peso letal del consu­mismo? Pues no. Ni el sarampión de la tec­nolo­gía ni la transformación aparente de los géneros lite­ra­rios ha­rá desaparecer esta indefinible comunión. Cuando el transporte de la diligencia se implantó en los caminos pedregosos de España, el poeta imitó su letanía de rue­das con los después famosos y monó­tonos poemas es­cri­tos a la cuaderna vía. Quizás en los próximos años algunas de estas voces poéticas in­ten­ten imitar los mis­terios sin gracia del ciberespacio, la aldea global y la realidad virtual de estos días pos­mo­dernos adversos a cualquier manifestación de la be­lleza.

Por eso, en estos tiempos en los que muchas mito­lo­gías han quedado atrás y resultan anacrónicas, y cuan­do nuestra búsqueda del origen se ha perdido en la no­che de los días cibernéticos, lo divino ha encon­tra­do en la poesía su verdadero refugio para conciliar sus certezas. La poesía de este nuevo siglo agonizante lle­va en sí misma la atroz letanía de lo apocalíptico. Ya no existe la amenaza de destrucción nuclear que nos ate­rrorizaba hace veinte años, pero sí nos produce pe­sa­di­l­las la probabilidad de que el mundo moderno cer­cene nuestras íntimas emociones. A pesar de todo eso, y si bien la juventud es un accidente cronológico que, afor­tu­nadamente, se pasa con el tiempo, este “par­te de gue­rra”, estas noticias de la nueva poesía co­lom­bia­na, nos permiten pensar que no todo está per­dido y que, como lo recordó el poeta León de Greiff, “Des­pués de tan­tas y de tan pequeñas cosas busca el es­pí­ritu mejores aires, mejores aires”.


 
 1Eligio García Márquez, Tras las claves de melquíades, Norma, Bogotá, 2003, pg.16.

 



Federico Díaz-Granados. Poeta, periodista, pro­fesor de literatura y divulgador cultural na­ci­do en Bogotá en 1974. Ha compilado las an­tologías Os­curo es el canto de la lluvia. Antología de una nueva poesía colombiana (Alianza Fran­ce­sa/Ca­sa de Poesía Silva, 1997), Inventario a contraluz. Antología de nueva poesía colom­bia­na (Arango Editores, 2001), Poemas a Dios (Planeta, 2001) y Poemas a la patria (Planeta, 2001). Es coautor de El amplio jardín. Anto­lo­gía de poesía joven de Co­lombia y Uruguay (Embajada de Colombia en Uruguay / Ministerio de Educación y Cultura de la Re­pú­blica Oriental del Uruguay, 2005). Además ha publicado los libros de poesía Las voces del fue­­go (Proyecto Editorial Famas y Cronopios, 1995), La casa del viento (Golpe de dados, 2000), Hos­pe­da­je de paso (tres ediciones: Ediciones San Li­bra­rio, 2003; Universidad Na­cio­nal de Co­lom­bia, 2003 y Gol­pe de da­dos, 2004). La Uni­versidad Ex­ternado de Co­lom­bia publicó una an­tología de sus poe­mas con el título Álbum de los adioses (2006). En 1998 apa­recieron sus versio­nes de la poesía de Jim Mo­rri­son bajo el título Una oración ame­ri­ca­na (Al­tazor Editores). Ac­tual­men­te es subdirector de la revis­ta de poesía Golpe de dados —la más anti­gua pu­bli­ca­ción de poe­sía en Colombia—, a la cual está vincu­la­do des­­de 1996. Forma parte del co­mi­té organi­za­dor del Fes­tival de Poesía de Bogotá. Sus poemas, al igual que sus reseñas y ensayos so­bre literatura han aparecido en publicaciones de Co­lombia y el exterior. Ha parti­ci­pa­do en nume­ro­sos festivales, congresos y even­tos literarios en Ar­gen­tina, Uru­guay, Chile, Perú, Cu­ba, Ecuador y Ve­nezuela, en­tre otros.