El proceso
Se impone el derrumbe a lo largo de la fibra de un impulso ciego.
Es la meta que el aire le fija al pulmón destrozado a los pies del lenguaje.
Los puños se hunden en la íntima bruma que cae del sol al latir de los ríos.
Y no hay pausa en la humedad tejida en que el cuerpo se oculta y limita.
Las manos agitan el viento en silencio y construyen navíos de espanto.
Y la noche transcurre en murmullos que obstruyen el golpe total de las olas.
Los hombres entonces invocan a náufragos de otra presencia.
Sus bocas profieren palabras que implican sentido.
Sus bocas son enormes navíos que transportan el lúgubre amor de un origen.
Así una pregunta renace en el fondo olvidado del sueño en que el hombre
conserva su vida.
Así una promesa atenta y remota alimenta el valor de unos pasos cerrados.
Una tierra perdida en el pecho conserva el furor sublevado del polvo.
Ahora se vuelve a casa y se ve que el trayecto es compuesto en provecho.
La operación
Del tajo de letras sostenidas un tiempo rebrota la sangre de un rostro vacío.
Pero el rostro del tiempo no necesita la herida que inflige el amor de lo justo.
Hay rostros dejados de lado que son ellos mismos el tajo del tiempo.
Y así las palabras que operan apenas suturan la herida visible a los ojos.
Del tajo de letras sostenidas un tiempo rebrota la sangre de un rostro vacío.
Última ausencia
No hay una voz detrás de estas letras que al ser leídas conmueven en silencio a
la voz.
A veces parece que cada línea escrita implorara escapar a través de una mirada
ajena.
Entre líneas reincide una voz olvidada que intenta anteponerse ante cualquier
memoria.
Es entonces que el tiempo se proyecta y prolonga con un ritmo asfixiante que
obliga.
Y los hombres se encogen de pronto asediados sin entender porqué nadie se
escucha.
La enfermedad es una estela suicida que acentúa la costumbre amorosa de los
ojos.
Es costumbre enfermarse ultimando una voz que se esconde entre líneas del
tiempo.
Al final de la estela hay un punto de urgencia que impulsa a acercarse al abismo.
Pero la muerte así vista es la imagen creciente de una voz que idolatra su
ausencia.
Por lo cual yo me corro del juego y me encargo de morir bien a salvo a lo lejos.
Paisaje
En torno a un punto muerto preciso lo escrito despliega el registro de un asedio.
Sopla el viento y traza líneas sobre una materia desnuda que espera una
entrada.
Se trata de un desierto y de figuras listas para abordar un río.
Pero el hombre concibe un objeto antes de hundirse en el río que habita.
En el desierto hay líneas de sueños administradas por la sed.
Cualquier objeto es un río que corre al eclipse de un tiempo.
No tiene sentido el formarse a la espera de un objeto que muere en sí mismo.
En verdad el objeto atacado es el aire y apenas se dicta una respiración.
Solo en un punto muerto el preámbulo es arte de un poema que avanza.
Los bordes del habla
En nombre de un sueño inhabitable se larga el lenguaje a un más allá de su uso.
O es el uso en los bordes del habla en que el cuerpo se entrega al desamparo de
la niebla.
Y la niebla prosigue su marcha a través del bullicio de un territorio hambriento.
Domina lo extraño el deseo incompleto de fundar en palabras la vida.
En nombre de un sueño se hizo la niebla adarga de lo mudo y voz de plenitud
dispuesta.
Veloz vacío
Cruza antes de estar afuera.
Una extensión más y ambos nacemos.
Una utopía
O acto o gesto, estas líneas, detenido
tiempo elaborado, crean cuerpo,
pues otro integra a sí, y crece o rompe
espacio al que una mano da sustento,
ya que el obrar sujeto está al lenguaje,
todo lenguaje a un tiempo,
y en ese tiempo hay que decir lo justo,
o entonces un tirano nos implica,
o bien nosotros mismos a nosotros
mismos derrotamos, convertidos.
Memoria ciega abruma la mirada,
a veces sólo el sol se ve visible,
se ve y el sol de allá no ve de vuelta,
pues libres de destino están sus rayos,
el fin lo encarna el hombre entre palabras
que corren por el río hasta tocar
olas de mar, y vamos imponiendo,
acumulando fe, sedimentando
historia, sin que un límite del resto
exista en plena noche a ciencia cierta.
La libertad no brilla desde afuera,
no acepta el curso, entonces, ni al estado,
sino que hacia lo extraño se derrama,
abre un refugio abierto en que se siente,
se desenvuelve el mar de los sentidos,
la espuma del objeto ante los ojos
nace, y alrededor es parte plena
de nosotros, que amando más aún
alzamos esta lengua, arrinconando
al pecho opaco, al sol volviendo cuerpo.
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Christian Anwandter (Santiago, Chile, 1981). Máster en Semiología del Texto y de la Imagen en la Universidad de París VII. En París, participó como editor de la revista de poesía Nigredo, en la que también publicó poemas propios y traducciones de poesía contemporánea francesa. Actualmente reside en Santiago de Chile, escribe artículos sobre poesía para la revista Ronda y edita la revista de poesía VA, además de participar como coeditor para Ediciones Tácitas en diversos proyectos. |