Este guerrero está siempre luchando.
Sabe que al final, haga lo que haga,
será derrotado.
Roberto Bolaño
Un narrador en la intimidad
Todo buen detective, todo buen matón, sabe que no debe entrar a ningún sitio sin haber preparado el terreno. Como la escena inicial de Ronin, con Robert de Niro, donde el protagonista da un rodeo de unos veinte minutos a un bar, sólo para asegurarse de tener un escape garantizado en caso de que las cosas salgan mal.
Sergio Pitol es lo suficientemente amable como para mostrarnos su biblioteca, y yo lo suficientemente lacra como para considerar robarme alguno de sus libros. Somos un grupo de alrededor de veinte personas y todos estamos absortos ante la cantidad de títulos que tiene Pitol en su casa. Su cocina literaria, su escritorio, parece una catedral de ébano negro, es un escritorio muy europeo, muy serio. Impone. Tiene preciosos detalles tallados en la madera y sobre él rebosan manuscritos y libros que no me atreví a espiar. Sin embargo, hay orden.
La única esquina del estudio que no está ocupada por un librero, un librero con muchos libros de distintas ediciones rusas o polacas, alberga una pequeña caldera de carbón. Me pregunto si ahí, alguna vez, Pitol ha quemado algún texto que lo haya avergonzado.
Mario Bellatin, quien nos propuso venir a Xalapa para platicar con Pitol, ya nos había advertido sobre la extensa biblioteca. También nos habló de la amabilidad y bondad de Pitol, que ha rebasado nuestras expectativas. Al menos, ha rebasado las mías. Recuerdo que nuestro anfitrión me permitió usar el baño de su cuarto. Buen tipo.
Leemos el lomo de los libros, ordenados por autor, editorial y país, con un poco de envidia en nuestros ojos. Mientras algunos compañeros le hacen preguntas a Pitol sobre a qué universidad o a quién se le heredarán todos sus libros (a la Universidad de Xalapa), me topo con La literatura nazi en América, de Roberto Bolaño, uno de los pocos libros que no he conseguido de su obra. Lo saco del librero y pondero.
Temo que las cosas han estado saliendo mal desde hace tiempo en la literatura. Hay demasiado vaquero, demasiado salir del saloon disparando con los ojos cerrados. ¿Cómo entrarle a la obra de Roberto Bolaño? ¿Por dónde empezar? Mi primer impulso siempre ha sido escribir sobre Los detectives salvajes, su novela más conocida. Mi segundo impulso es hablar sobre El gaucho insufrible, su primer libro publicado póstumamente. Podría hablar también sobre la colección de artículos, entrevistas y textosmiscelánea que conforman Entre paréntesis. O conjeturar acerca de ese monstruo que es 2666, que comenzó a hacer ruido mucho antes de ser publicado. La verdad es que de lo que más quiero escribir es sobre 2666. Las ganas de leerlo son casi de adicto, pero me contengo. En fin, muchas ganas de escribir sobre Bolaño y de leer a Bolaño. Esto es claro. Y también es claro que entrarle a Bolaño con los ojos cerrados es un poco imbécil. Sin orden, sin una vía de escape apropiada, estaría perdido.
Por supuesto, no me robo el libro. Lo devuelvo a su lugar y regreso con el grupo. Pitol nos ha dado una taza de café a cada uno y un lugar en su estudio. Platicamos. Robar libros no sólo me parece peligroso sino inmaduro. Cuando tienes la posibilidad de pagarlos se me hace un acto desesperado, estudiantil, de detective salvaje. Algo que se hace más por la experiencia y valor anecdótico que por necesidad. Además, Pitol me ha caído demasiado bien. Su conversación invita a seguir leyendo y a escribir como desaforado, en horas de trabajo. Es decir: a tener disciplina. Me falta orden en mi vida. Ay, juventud. Uno se harta de ella.
¿Quién es el valiente? ¿Quién tiene las agallas para escribir más sobre algo? No es cuestión de escribir como si se descendiera en paracaídas cantando tirolés, decía Bolaño, sino de aventarse al vacío sin esperar que se abra el paracaídas. O ya de perdida, de caer envuelto en llamas.
Casi un año después de aquella visita a casa de Pitol en Xalapa, acompaño a un amigo al centro de la ciudad para hacer una “expedición Bolaño”. La expedición Bolaño consiste en pasear un rato por la Alameda, ver librerías, tal vez robar un libro del Sótano y terminar con una cerveza en el Café La Habana. Los detectives salvajes y las aventuras de sus personajes han influido demasiado en nuestra amistad. Bolaño nos ha hecho daño. A veces me temo que más que buenos lectores, somos fans.
Bolaño tiene una obra. Y la tiene porque fue valiente. Gracias a que no se dio por vencido ahora existe un nuevo campo, se ha creado un espacio, se han abierto las aguas —o al menos las puertas— y todo a partir de escuchar cómo se cierran, una detrás de otra. ¿Pero, dónde está el verdadero Bolaño? ¿En esa enorme respetabilidad post mortem? ¿En el mito de su arrojo? ¿O en su disciplina?
Bolaño sabía que la literatura era cosa seria, cosa real, cosa de importancia; pero también sabía que tenía una vida, y que ésta no estaba agotada en su literatura. Bolaño pensaba en Dora y Max Brod, los amigos de Kafka. Por un lado estaba el ángel Dora, quien decidió quemar los escritos que Kafka le pidió que quemara; y por otro lado estaba el diablo Brod, que decidió no quemar lo que Kafka le había pedido que quemara, consiguiendo así que todo mundo leyera a Kafka. Todo escritor, piensa Bolaño, tiene su propio ángel Dora y su propio diablo Brod. El ángel Dora en Bolaño era más fuerte que el diablo Brod.
Hemos hecho expediciones Bolaño antes, mi amigo y yo. Y era algo muy divertido. Pero han cambiado las cosas. Mi amigo ha conseguido un trabajo remunerado y estable y yo cada vez reconozco más las bondades de ceder, de hacer ciertas concesiones, sin, empero, claudicar en mi proyecto de vida.
Resumiendo, estamos viviendo menos como adolescentes trasnochados y más como personas serias. Creo que este inevitable cambio es algo de temer. Pero, ¿cuál es la necesidad de quemarnos por nuestra parte maldita? Es decir, ¿por qué apostar todo por el todo? Cada vez, creo, nos sentimos más alejados de los infrarrealistas en su eterna búsqueda por María Tinajero, que de los intelectuales que abandonaron la búsqueda de Archimboldi en 2666. No sé si sea bueno o malo, pero sé que es algo que debe suceder: dejar de hacer la guerra y comenzar a escribir con responsabilidad.
Los textos de Bolaño nunca fueron sagrados para Bolaño. Uno podría imaginarse algo distinto, apenas abra Los perros románticos, uno de sus libros de poesía, o Amberes, la única novela suya que no consiguió ruborizarlo. Ésos no fueron los primeros textos de Bolaño que leí, debo decirlo, pero ahora me hubiera gustado que lo fueran. Temo, por otro lado, que de haberlo hecho, nunca hubiera leído nada más de Bolaño, ni de Pitol, ni de Bellatin o de ningún otro escritor. Muy probablemente me hubiera dedicado a vagar o tal vez hubiera puesto cara de molusco y prendido la televisión decidido a vegetar. O quizá hubiera pensado que la literatura finalmente había muerto, tal vez habría aventado los libros a un rincón y hubiera abierto algo de Pérez Reverte o de Isabel Allende, los verdaderos literatos de nuestro tiempo, los más claros, los más legibles.
Amberes no es legible. Es un poco como acelerar un coche en reversa tratando de ponerle atención al ruido que hace la caja de velocidades. Los detectives salvajes no es ilegible, pero exige; igual que la mayor parte del resto de la obra de Bolaño; pero es en Amberes y en Los perros románticos donde se encuentran las claves.
No exageraré: no creo que se necesite ser valiente ni muy macho para leer a Bolaño, pues siempre estarán ahí Una novelita lumpen, o sus ensayos sobre el horror que son Nocturno de Chile y Estrella distante, novelas geniales, pero legibles. Sin embargo, si existe el desesperado, el temerario, el de bigotes que quiera entrar al vacío con los ojos abiertos, deberá comenzar por Amberes, y luego seguir con Los perros románticos, sólo así preparará su escape, su salida; de ahí, todo —y quiero decir todo— es cuesta abajo.
Ilustraciones:
Sergio Pitol. Archivo del Centro Nacional de Información y Promoción de la Literatura, INBA
Roberto Bolaño. www.scielo.cl
Roberto Bolaño. Archivo del Centro Nacional de Información y Promoción de la Literatura, INBA
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