No. 134/EL RESEÑARIO |
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El espejo humano: tragedia y ficción en El último lector |
Rodrigo Martínez |
facultad de ciencias políticas y sociales, UNAM |
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David Toscana
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El cadáver de una chiquilla en un pozo, un aguacate convertido en sepulcro, un par de mulas varadas en el desierto, la tierra cada vez más áspera por la sequía, la gente sedienta, hastiada por el medio de un pueblo norteño donde un bibliotecario evoca a su esposa difunta y una mujer busca a su hija extraviada. Estas imágenes constituyen la quinta novela de David Toscana (Nuevo León, 1961), El último lector, donde la fantasía y la realidad, ambientadas en una atmósfera regionalista, se conjugan revelando que la existencia y la literatura son tragedia.
La trayectoria literaria de David Toscana es vasta, pues a partir del éxito de su segunda novela, Estación Tula, adquirió prestigio entre las editoriales que circulan en la capital. Miembro del grupo llamado “El Panteón”, al que también pertenecen Eduardo Antonio Parra y Hugo Valdés Manríquez, el novelista neoleonés forma parte de una tradición regionalista en las letras mexicanas que ha tenido numerosas manifestaciones. Su obra, que suma cinco novelas y un libro de relatos, ha explorado esta corriente artística mediante la recreación geográfica del norte. A diferencia de autores clásicos del género, como Agustín Yánez (La tierra pródiga), y alejándose del estilo de contemporáneos como Daniel Sada (Albedrío), el autor de Lontananza no recurre al rescate del habla regional, sino al manejo visual y al perfil de ficción sobre ambientes del norte, así como a la representación literaria del temperamento humano en aquel territorio.
En El último lector, tras varios meses de sequía en Icamole, Remigio halla el cadáver de una niña en un pozo. Impresionado, acude a Lucio, el bibliotecario del pueblo, quien le ayuda a sepultar el cuerpo al pie de un aguacate. La policía recoge testimonios por los que arrestan a Melquisedec, un viejo que reparte agua a los habitantes del pueblo. Las pesquisas aún no arrojan resultados cuando una mujer originaria de Monterrey revela a Lucio que perdió a su hija, llamada Anamari, en aquel páramo de sequedad y hastío. Ambos personajes, únicos lectores de los libros de la biblioteca, comienzan a tejer una serie de relaciones entre novelas y sucesos rememorando a los seres que han perdido. Con una prosa directa, contundente y caracterizada por el uso del diálogo, Toscana es fiel a temas como la soledad, las carencias físicas y emocionales, la muerte y el azar al tiempo que muestra su mirada del vínculo entre literatura y realidad. La novela es un nudo de personajes ligados a partir de una imagen sombría (el cadáver de una niña) que apunta irremediablemente hacia la realidad brutal que se vive en el norte de México: la violencia y los homicidios de mujeres. La violencia, el desamparo y la muerte del ambiente social y natural aparecen una y otra vez y, al igual que en la prosa de Jesús Gardea (La canción de las mulas muertas), confluyen en una mirada estética de carácter fatalista. En El último lector todo es tragedia y sólo la literatura arrumbada en la biblioteca de Lucio luce prometedora ante la sequía, el hartazgo y los difuntos. En la obra, que tiene afinidad temática con Duelo por Miguel Pruneda, todo es desierto, pero también todo es ficción; es decir, cada paso dado por los personajes fue escrito antes de que ocurriera. Esta serie de eventos azarosos, que semejan una especie de destino y cuyo símbolo es el descubrimiento que hace Remigio en el pozo, son los referentes de una realidad innegable. El asesinato de una mujer, las pesquisas infructuosas de la policía, la aprehensión de un anciano y el abandono histórico de la región, que se pudre en la sequía, son referentes del norte mexicano. Además, Toscana aborda episodios “nacionales” rescribiendo la historia desde una perspectiva regional para aterrizar al lector en una geografía explícita e incrementar la verosimilitud del relato. Por ello, como en Las bicicletas, narra las incursiones de Porfirio Díaz en el pasado de Icamole. Al igual que Estación Tula, Santa María del Circo y Duelo por Miguel Pruneda, la novela refleja el temperamento de los habitantes del norte mexicano. Aunque su lenguaje no es idéntico al de la región y a pesar de que no recrea tradiciones con fidelidad, es posible hallar una clara imagen visual del sitio. El conservadurismo, la soledad y cierta misantropía aparecen como rasgos del medio social que es descrito con tipos grotescos. A Toscana le interesa la ironía y el humor, pero también el reflejo del sinsentido de la existencia, y retoma los postulados de El mito de Sísifo (Albert Camus) al desnudar la conformidad de sus personajes con la vida y, especialmente, con su destino: la muerte. Esta sensación de perdición, acentuada por la temporalidad suspendida de la prosa, funda una novelística que coloca reflexiones universales sobre realidades tangibles. El último lector es la muestra más sólida de este efecto que, lamentablemente, produce personajes débiles que sólo son entrañables porque comunican significados. Adquieren valor porque simbolizan la condición humana y el absurdo de la existencia volviéndose permanentemente trágicos, pero aun así se desvanecen en el tejido de la trama que revela cómo cada hombre escribe su propio libro. Aunque Estación Tula y Santa María del Circo siguen siendo las mejores novelas de Toscana, la primera por su estructura y por el tratamiento del tema amoroso en una dualidad ficción-realidad, y la segunda por el manejo de tipos grotescos que simbolizan el patetismo humano, El último lector resulta un ejercicio interesante que reúne creación y reflexión al mismo tiempo que sugiere formas novedosas de ejercer la prosa regionalista. Por otra parte, el estilo narrativo del autor es sugerente y atractivo porque el argumento no se desvanece durante la narración. Las imágenes, ya violentas o grotescas, son indicadores de un mundo trágico y ponderan el significado pues se trata de una novela-ensayo sobre la fantasía humana. El vínculo que Lucio y la mujer hacen entre los libros y la realidad que atestiguan anuncia el eje de la trama pues, si dedicamos una mirada a las letras de cualquier época y lugar, topamos con que éstas recopilan la materia de la realidad. Por ello, en un ambiente perpetuamente monótono, en una región donde nada se transforma, la fascinación que ejerce el cadáver en el pozo y la mujer citadina son signos de cambio al igual que la lluvia repentina en el pueblo de Icamole. Este abanico de imágenes, también fatales, son las que resumen la estética de Toscana, estética de la tragedia y, acaso, de la esperanza:
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