1
Y
—Mis botas.
—¿Eh?
—¿Mi alma, ha visto usté mis botas de piel de güevo de piojo? Se acuerda de ese par, ¿edá?
—Ei.
—¿On tan?
—Ay, Paulino. Se te va la tonada. Eran de Biblia Vaquera. Nunca has tenido botas de piojo.
—Pos ésas. Échemelas, que me las quiero encajar.
—Te las acabastes. ¿No te acuerdas? No te las quitabas ni pa treparte a sacudir el mezquite.
—Es que ésas eran botas y no estos ingratos zancos que me tienen el paso todo desgraciado.
—Quítatelas. Las cargas como a la culpa. Deja que la pata agarre aire.
—Luego, ¿cómo pego brinco?
—Ponte otras.
—¿Cuáles?
—Tas como las viejas, tú. Tienes el armario amurallao de cajas de botas y no te decides. ¿Qué, no hallas unas que te combinen con el pantalón?
—Pos todas esas mulas están igual de rengas que éstas.
—Estrénate unas. Quién quita y un par no te salgan broncas y las amansas.
—No. Mejor me voy a comprar otras.
—Ay, no Paulino. ¿Más botas? Ya no caben en el armario. Ónde voy a meter mis zapatos y mis vestidos.
—Usté no se apure, mi alma. Le fabricamos un doble fondo para que arréchole su chanclerío y sus disfraces. Se lo fabricamos como a las trocas se los provocan pa transportar la mota.
2
En calidad de mientras, El Viejo Paulino, desatendido de las peticiones de su dama, por no dejar, se presentó todo asoleado en el changarro Botas Roca. Ciudadano distinguido de San Pedrosburgo como era El Viejo, fue atendido por una de las enciclopedias andantes de las botas estilo norteño.
—Don Paulino, ¿qué lo trae por acá?
—Ah, qué pelao tan baboso. Pos vine a escoger unas botas, zonzo.
—Me acaban de llegar las de contrabando. Pura novedad, don Paulino, pura novedad.
—Sácalas todas. Quiero mirarlas todas, hasta las exóticas.
—Mire qué sabrosura, lomo de ballena azul, certificada. En qué calibre se las muestro. O éstas, aprecie, de auténtico nosferatu en celo. Pruébeselas. También me surtieron de dragón de Komodo. Vea, vea qué hermosura.
—Tas tonto tú, pelao. Esas parecen de luchador.
—Le voy a enseñar las de delfín de río.
—Párale, párale. Yo ando buscando unas de Biblia Vaquera.
—Ah, qué don Paulino. Se le olvida la tonada. Ya no las fabrican. Las sacaron del mercado porque dañaban la capa de ozono.
3
—Te lo advertí, Paulino. Pero le pierdes el acorde a la tonada. Botas de piel de Biblia Vaquera ya no hay en el mundo.
—Tiene usté razón, mi alma. Las dos pedradas son pa un solo pájaro: ni me consiguen las botas, ni pude toparme con unas que me destaparan la gracia.
—Paulino, no seas anestesiao, usa cualquier par de las depositadas en el armario. Nunca está de más.
—No, mi alma. Ésas permanecerán inéditas.
—Entonces, ¿pa qué las compraste?
—Ah, qué mi vieja. El valor de algunas botas consiste precisamente en eso, en mantenerse intactas. En cuanto me las ponga, voy a desheredarlas de todo su encanto.
—Oye, Paulino, si ya no las producen de maquila, ¿por qué no te las hacen a mano?
—Eso mismo pedía yo, unas de confección casera. El problema es la piel. Anda escasa. Dizque la Biblia Vaquera está en peligro de extinción.
—¿Y si las mandas inculcar a McAllen?
—Tampoco en Texas la disfrutan. Canija piel, se la cargó el payaso.
—Sin llorar. Resígnate, Paulino.
—Qué me voy a resignar ni qué jijos de la china hilaria. Yo soy más cabrón que bien parecido y voy a tener mis botas de piel de Biblia Vaquera aunque tenga que venderle mi alma al diablo.
—Ay, Paulino. Se te va la tonada. ¿Otra vez? ¿Cuántas veces le has vendido tu alma al diablo?
—Ya sé, pero pedo no cuenta. Esta vez se la voy a ofertar en mi juicio. Pedo no cuenta. Pedo no cuenta.
4
Tan codiciadas botas, por fin se participaron. Sólo que en patas de otro.
Se anunció como festejo de carne asada por todo San Pedro, Capital Federal. Un juereño se anda comentando con unas botas que, si no son de Biblia Vaquera, al menos dan la finta de aproximación.
El Viejo Paulino, sobraba de suponerse, negociación en gramo, con paso imperfecto se cooperó frente al fulano pa mentarle que las botas le entonaban pa organizarse un corrido.
—Usté indulgente la querella compa, ¿pero la cáscara de esas trancas es piel de Biblia Vaquera original?
—Sí, no son piratas.
—¿Original original?
—Calidad Iso.
—¿Ónde las levantó?
—En el infierno.
—¿Ónde?
—En la zapatería El Infierno.
—¿Y qué rodada son, oiga?
—7 y tres octavos.
—Mire. Yo soy 7 y un pellizquito. ¿Me deja montarlas?
—Ah, cómo chingaos no, don Paulino. Con fe.
—Jijo e su.
—¿Qués, don Paulino?
—Inconsecuentes trancas, no me entran, pos qué tornillo les apretastes, pelao. Si sólo les falta una mami de alacrán pa ser de mi empeinada.
—Sepa. Porque nuevas nuevas han dejado de ser. Ya se aguangaron.
—Ira, ira. Una nadita y chorrean melcocha.
—Ah, que don Paulino. Se le va la tonada. Usté sabe que las botanas de Biblia Vaquera, si no son hechas al pelo se rajan, se desafueran de sus obligaciones. No se dejan tentar ni por los pies del sol.
5
—Mi alma.
—Dime, Paulino.
—Me voy de viaje.
—¿Tan temprano? Ay, Paulino. No te arrecies con esa melodía.
—Mi alma, mi afición a las botas no pasará al olvido.
—¿Ya almorzaste?
—No.
—Te preparo unos tacos de arrachera pal camino.
—No me acompleta el tiempo. Los caballos permanecen en sus sillas y mis hombres ya están estrictos pa consagrarse a la emprendida.
—Ay, Paulino. Se te escapa la tonada. Cuando se va de shopping no es congraciante que no te baile ni un frijol en los dos kilómetros de tripa que te coexisten.
—Ah, qué mi alma. Ésas son cosas de viejas. Yo sólo salgo por un par de botas.
—Oriéntate, Paulino. Es de riesgo. Pronosticaron el aporte del frente frío número ocho. Es de atenerse.
—No presuponga, mi alma. Esos eruditos del clima siempre profetizan errado. Están paralelos a los apostadores en las galladas. Se asumen siempre por el gallo equivocado.
—Ojalá. Ojalá y no atestigües una helada y te me enfermes de la friolera.
—Ni lo proclame, mi alma. No se desfile, voy a representármele ileso. Recuerde que a la enfriada, con un depósito de un kilo de tequila, doble poncho y sarape se le espanta.
6
—No toy cachuqueando, don Paulino. Se le extravía la tonada. Ya le arremetí que asegún las leyes, pelos y señas del juereño, aquí merito debía anticiparse el negocio la zapatería El Infierno.
—¿Tas seguro?
—Deatiro. En este lugar debería perdurar el establecimiento.
—Hay que indagar profundo.
—Ya rebuscamos requete bien duro a través del paisaje. Nostá.
—¿Tas sin equivocación de que son las coordenadas?
—Sí, Patrón. Mire: pa más certezas, ai tan la encrucijada, las vías del tren y el tabaretito onde venden la carne seca. Enfrentito debía pertenecerse El Infierno.
—¿Y qué compartió el tabaretero?
—Que no existe tal latitud pa lo que buscamos. Que ya se lo informó a toda la caballada. Que un páramo no es idóneo pa una zapatería. Que aquí nunca ha guarecido El Infierno. Ni de vacaciones.
—¿No la estaremos cajetiando? ¿No será adelantando la loma?
—No, don Paulino. Pisamos en lo certero. Ai se fi-gura el negro. Acuérdese de lo que soltó el juereño. En la encrucijada, onde se ve el negro tocando la guitarra de palo, ai se consiste El Infierno.
7
—Se te va la tonada, Paulino. Pos por la trotadera. Vi a lo lejos la cuadrilla y supe que eras tú.
—No dimos con el changarro, mi alma.
—Y cómo querías atinarle si no te contribuyes nada. Te fuiste sin escapulario, sin almuerzo y sin mapa.
—Nos equipamos con una brújula. Sólo que se descompuso en la encrucijada. No se convencía a señalar sur al sur o norte al norte.
—Ay, Paulino, te he dicho que pa orientarse están la metida del sol, la posición de las estrellas y la caricia del aire en un dedo impregnado de baba.
8
—He sido de todo en la vida: coleccionador de caballos, de botas y gallos finos. Pero nunca un desertor.
—Ya, Paulino. Olvídate de las botas.
—No, mi alma. No me venzo.
—Ay, Paulino. Refórmate. Se te va la tonada. ¿Y cuando prometiste componerle un corrido al cuatrero que emboscaron en Buenos Aires, Coahuila?
—Es que pensé con argucia. Yo estoy pa que me compongan, no pa cantarles a otros.
—Desiste, Paulino. Las botas de Biblia Vaquera tan descontinuadas. Las retiraron del mercado porque sólo tú las procurabas.
—Antes desaparezco, mi alma.
—Convéncete.
—No. Ando decidido. Tengo que vender mi alma al diablo.
—Tas loco, tú.
—Voy a vender mi alma al diablo. Voy a vendérsela como las trocas: toda o en partes.
—¿Es en serio, Paulino?
—Sí, mi alma.
—¿Y tú crees eso?
—¿Creer qué?
—Que Satanás va a venir corriendo como Chabelo a hacerte una catafixia.
—Por qué no. Cada quien sus vicios. Ai ta la valseada del Cojo Martínez. Se paseó veinte años en una silla de ruedas y luego de una platicadita con el chamuco ai andaba ejemplificando con la bailada el par de piernas que recibió a cambio de un anillo de compromiso.
—Ay, Paulino. Se te va la tonada. Se te cuarteó la azotea. Eso es materia de corridos. Sólo ocurre en los corridos. Paulino, los corridos no son el equivalente de la realidad.
9
—Me insinué dos noches en el espinazo, grite y grite y el diablo no acudió.
—¿Usté solo, don Paulino?
—Solito, y aún así me obligué cuatro cajetillas de cigarros.
—¿Y tequila?
—Dos kilos de ayuda. Se obtiene un frío cabrón ai en la intemperie, invocando. Aprovecho: sírveme otra. Doble. Cómo cuál, zonzo, del que tomaba Pedro Infante. Tradicional.
—Ah, qué don Paulino. Se le perfidia la tonada. Todos conocen que el diablo periferia a la media noche por una calle del Cerro de la Cruz. Usté se hace persona y si hay fila, no la completa. Se antepone con su acreditación: El Viejo Paulino, compositor de corridos, y expone su bronca.
—Fíjate. Y yo puliéndome.
—¿Y es sincero eso de que va a rematarle su alma al diablo?
—Por supuesto que no, zonzo. ¿Luego de ónde me brotan los corridos?
—Y qué le va a ofrecer.
—Un pediquiur pa su pata de gallo y una herradura en miniatura pa su pata de cabra.
—Ah, qué don Paulino. Usté siempre en la burlona.
—No te creas, güey. Le voy a ingerir algo que no me va a retroceder. A la alazana. La más hermosa de mis yeguas. Se le va a engordar el ojo. Va a aceptar. Va a aceptarla porque nadie, ni siquiera el diablo, ha poseído una yegua tan preciosa.
10
—¿Quién anda ai?
—Yo.
—Ah, eres tú, Paulino. Cómo andas.
—Como cuando maté al finado.
—¿Y ya se te quitó lo borrachito?
—Ni madres, ni que fuera sarampión.
—¿Y qué se te trae por acá?
—Vengo a venderte mi alma.
—Újule, no, mira nomás cómo vienes, ahogao, hasta las manitas.
—Pos ando de parranda, güey.
—Sí, ya te vi, pero yo así no hago tratos. Ve a que se te baje la avioneta y cuando estés en tu juicio échate la vuelta pacá.
—No, pos de una vez. En caliente. Lo que vaya a percudirse que se vaya remojando en Ace. Pa qué me haces ir y volver de oquis.
—Paulino, tú no entiendes, se te descompone la tonada. ¿Cuántas veces has venido a ofrecerme tu alma? Siempre hasta el mecate. Vete a tu casa. Ya duérmete, puro vicio. Vente sobrio. Ya sabes que pedo no cuenta. Pedo no cuenta.
—Ah, qué pinche diablo tan joto. Diuna vez. No me rajo. No aseguran que los niños y los borrachos dicen siempre la verdad. Pinche viejo cascarrabias.
11
—Next.
—Buenas noches.
—Ah, eres tú, Paulino. ¿Cómo vienes?
—Fresquecito. Sobrio. Acabadito de bañar.
—Ora sí, ¿cuál es tu asunto?
—Vengo a malbaratarle una yegua por un par de botas de piel de Biblia Vaquera.
—No me interesa. Siguiente.
—Pero es de alcurnia. Pura sangre. Mírele la arrogancia.
—Sí se ve, el penco es de sangre azul, pero no tengo buena mano con los animales y las plantas. Se me va a perecer.
—Entonces le ofrendo mi alma.
—Tampoco me interesa.
—Los derechos de autor de todas mis canciones.
—Soy innorteñible. No me gustan los corridos ni la música norteña.
—No almaceno más. No tengo otros privilegios que inducirle.
—Sí tienes: tu mujer.
—Tas orate tú, compa. Si mi vieja se entera de que ando traficando con su alma, me carga la puritita chingada.
—No me interesa su alma. Sólo quiero acostarme con ella una vez.
—No tienes remedio tú, bato. Tas retorcido. No aceptaría. Primero me mata.
—Insístele. Hasta que la convenzas.
—Ni te creas. Si se lo embarro, lo mínimo que se me diagnostica es que de ojete y culero no me va a bajar el resto de nuestras vidas.
12
Anda cruzado el pelao
Obra en un acto.
Personajes: EL DIABLO y EL VIEJO PAULINO.
Camino en el campo, con árbol.
Anochecer.
Paulino, sentado en el suelo, está llenando un tanque. Se esfuerza haciéndolo con ambas manos fatigosamente. Se detiene, agotado, descansa, jadea, suelta el aire. Repite los mismos gestos. Entra El diablo (el público aplaude).
EL DIABLO: Epa. Para ser alguien acostumbrao al perico y la mota, ya estás bien arreglao, Paulino. ¿Te cruzaste o qué?
PAULINO: Mejor ¿o qué?
EL DIABLO: Te ves cansado, mi Estilos. ¿Qué te aflige, Viejo?
PAULINO: Mi mujer.
EL DIABLO: Ah, qué Paulino. Se te derrama la tonada. Con esas piernas tu mujer aflije a cualquiera.
PAULINO: Incluido tú. El mismísimo Satanás. El menos clandestino de los clientes de las salas de masajes.
EL DIABLO: Incluso a mí.
PAULINO: ¿Nos fumamos otro churro de mota?
EL DIABLO: Pos luego. Para estabilizarnos. Y aparte de esta yerba, ¿cuál te está intoxicando, pelao?
PAULINO: Mi mujer, que anda de subversiva. Encima de que no concede a revolcarse contigo, me soltó que quiere estirarse al baile de Valentín Elizalde. Yo no la voy a llevar. Me entran ganas de involucrarle una yombina. A ver si se da una calentadita y me hago de las botas.
EL DIABLO: Yo coopero con una receta más fácil. Vamos a afortunar una farsa: me auspicias en tu casa a medirnos al pócar. Apostamos tu dinero y lo pierdes. Todos tus bienes y los pierdes. Al final nos jugamos el acostón con tu mujer y pierdes.
PAULINO: No creo que acepte. No es muy devota de la baraja.
EL DIABLO: Tú le indicas que los voy a despojar de todo. Que si consiente, les reconsideraré la deuda. Que afloje y no los echo a la calle.
13
—¿Ónde fue?
—En la cantina de la Mole.
—Ay, Paulino. Si se te va la tonada, pa qué apuestas.
—¿Entonces qué, mi alma?
—No, Paulino. Yo no soy elaboración de corrido. A mí no me vas a entesorar con niun tahúr.
—Pero si usté se aprieta no volveremos nunca a conquistar una cena en El Rey del Cabrito. Nomás una nochecita, mi alma. Es buena persona.
—Decente que fuera. ¿Tú crees que estoy pa que me promuevas a intercambio como si fuera cacahuates?
—Con eso quedaría cubierta la deuda. Hasta me saldría debiendo el güey.
—Paulino, dime la verdá. ¿Cuánto perdiste?
—Todo.
—¿También el Nacimiento?
—También esos pinches monos de yeso.
—Porcelana, son de porcelana.
—De lo que sean. Tan reojetes pinches monos.
—Tas enfermo, Paulino. Me niego a acostarme con un desconocido pa enderezar tu regazón. Me largo. Me voy a casa de mi mamá. Quiero el divorcio.
—¿Y qué ganas? No tengo nada. Ni el rancho ni los derechos de las canciones ni mis canas. En cambio, si te apaciguaras y te despilfarras tantito con el tahúr, aquí no ha pasado nada.
—Paulino, dime la verdá. ¿Cuánto perdiste?
—Todo. Hasta la mugre de las uñas.
—Bueno. Está bien. Voy a dar mi brazo a torcer. Conste que sólo lo hago pa no quedarnos en la pobreza. Las cosas van a cambiar mucho en esta casa, Paulino. Pero dile al señor ése que no es seguro que le voy a emprestar mi cuerpo. Déjale muy claro que sólo le voy a aceptar una invitación al baile de Valentín Elizalde. Luego ya veremos.
14
—No me vengas con mamadas de película de Vicente Fernández, Paulino. Deudas de juego son deudas de honor. No seas mamón.
—Yo ya cumplí con lo pactado. Ora te toca a ti, pendejo.
—No seas necio.
—Mi parte está hecha. Te va a acompañar al baile. De ti depende llevártela a la cama.
—Que no, Paulino. Hasta que no me afloje tu vieja no lucirás esta temporada primavera-verano botas de Biblia Vaquera. Tal fue la condición.
—La única condición que yo valido es la del norte. La condición norteña. La de todos los pelaos que cuando se involucran en acuerdos no se fruncen. Pinche diablo, pa eso me gustabas.
—Ah, qué Paulino éste. Se te va la tonada. Dando y dando. Espérate a aquellito y te amanezco las botas. Además, te voy a regresar a tu mujer girita girita. Contentita. Bien atendida.
—Mira, puto. Podrás ser el diablo, pero a mí me la pelas. Sin botas no hay trato. Y como me vuelvas a decir que se me va la tonada te parto tu madre.
15
—No exagere, mi alma.
—Cómo no, Paulino, si al tahúr ése le debías hasta la machaca.
—Ni tanto.
—Esto tuvo que ser intervención de un santo.
—No enfame, mi alma. Son gajes del oficio de la jugada. Se cobrará con otro.
—Ay, Paulino. Se te va la tonada en regar mantequilla. Te peló en la tirada y nos dejó sin cuacada, sin propiedades y sin corridos. Y de repente, sin argumentar nada, emprende retirada. Se marchó sin reclamar la velada. Esto tuvo que ser intervención de un santo.
—Santígüese, mi alma. Santígüese. Lo importante es que usté ya no tiene que promocionarle nada al tahúr. Ni a ése ni a niuno.
—Paulino.
—¿Eu?
—¿Entonces, ya no voy a ir al baile de Valentín Elizalde?
—Pos no.
—Paulino.
—¿Eu?
—Llévame.
—No, ni madres. ¿Yo qué chingaos voy a andar en un baile del maricón ése?
—Ay, Paulino. Dame permiso, pues.
—No.
—Órale, no voy sola. Que me custodie mi hermana. Ándale. Por qué no quieres. No me va a pasar nada.
—Usté cómo sabe, mi alma. No. Le prohíbo que se interfiera en el baile. Temo por usté. El diablo onde quiera anda.
16
—El Gran Marquís.
—¿En cuál?
—En el Gran Marquís.
—No. Vámonos en la troca.
—Por qué.
—Nos va a sospechar. Cuando no vea el carro gris, sabrá que nos apuntamos al baile. Mejor en taxi.
—Ay, hermana, ya estás como Paulino. Se te va la tonada. El que nada fuma, no alucina. Si pedimos taxi, nos apropiamos de delito.
—¿Y a pie?
—Qué. Tas loca.
—Es en la Terraza Riviera. Está aquí cerquita.
—No. Nos trepamos en el Marquís y a tupirle al taconazo.
—Tengo miedo. Si tu marido nos atrapa, nos alisa a cuerazos. Me madrea la cirugía. Ni los dólares que me dejé en Jiuston.
—No seas panchenta. No se va a enterar. No creo que Paulino se entosque tanto si nos descubre.
—¿Y si nos pasa algo?
—Qué nos va a pasar. Quién se va a fijar en dos vaqueritas entre tanta multitud.
17
—Perdóname, Paulino.
—No se me apachurre, mi alma. Tranquilícese.
—El doctor dijo que no tengo que quedarme internada niun día. Las quemaduras fueron de segundo grado. Puedo recuperarme en casa.
—Usté no se atiricie. Descanse.
—Paulino. Perdóname.
—La perdono. Pero repose, repose. No se altere, mi alma.
—Yo cómo iba a saber que el gorrudo del baile traía de fuego el trazo.
—¿Cómo era el pelao?
—Normal. De botas, cinto piteao y hebilla de veinte centímetros de diámetro.
—¿Y cómo se llama?
—No sé. No me dijo su nombre. Se me acercó y me pescó pal bailongo. En la segunda pieza, me comenzó a quemar retupido el cuerpo de onde me tenía apretujada.
—Y qué siguió. ¿Por qué no pidió socorro?
—Sí lo hice. Pegué chico gritote. Eso fue después de que le mirara los pies. No eran de humano. Tenía una pata de chivo y otra de gallo.
—Ah, cabrón.
—Varios sombrerudos sacaron sus pistolas y sonaron balazos a lo macizo. Nadie supo pa ónde ganó. El chamuco sólo se apersonó para tatemarme y desapareció.
—Tranquilita, mi alma. Ya pasó.
—Paulino.
—¿Eu?
—Ora ya me puedes escribir un corrido. Salí en todos los periódicos. Antes muerta que sencilla: El diablo la sacó a bailar.
—Se lo compongo, mi alma.
—Paulino.
—¿Eu?
—Hace más rato vino un enfermero con unas botas idénticas a las que usté persigue.
—Ah, sí. Las guaché en un aparador cuando venía pal hospital.
—¿Las están vendiendo otra vez?
—Ei. El encargao de la zapatería me dijo que las tan fabricando otra vez.
—¿Y por qué no se compró unas? Tanto las quería.
—Es que se me fue la tonada, mi alma. Ya sabe que se me va la tonada. Se me va la tonada.
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