No. 129/ENSAYO |
¿Diosas o prostitutas? Un mito para las devadasis* |
Valeria Luiselli López Astráin
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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
Madrugada de febrero en el sur de la India. El vagón de segunda clase va lleno, como es de esperarse. Alguien ronca en alguna camilla cercana y a lo lejos los vendedores de té cantan “chai, chai, garam chai, masala chai…”. Interrumpiendo el ensueño, una ruidosa peregrinación de panderetas y cascabeles entra al vagón. Se encienden las luces y ahí las vemos: un grupo de mujeres vestidas de sari, pero más arregladas que la mujer común. Gesticulando histriónicamente, moviendo caderas y brazos de un lado a otro, se sientan junto a nosotros y reducen el ya escaso espacio. Es entonces que nos damos cuenta: no todas son mujeres. Los delatan los gestos caricaturescos de una feminidad no consumada. Los delatan, detrás del maquillaje, rasgos inconfundiblemente masculinos. Otras sí son mujeres y parecen no tomar en cuenta las evidentes diferencias de género en el jubiloso grupo. Mientras nosotros, los “otros”, los “extranjeros”, nos miramos con cierta complicidad tejida por la incomprensión y el asombro, los demás pasajeros del vagón apresuran sus propinas con toda naturalidad. Uno de ellos nos explica: “they are eunuchs and devadasis, you give them money and good luck for you and your family…”. ¿Prostitutas sagradas? ¿Quiénes son las devadasis? La India es un festín de prácticas religiosas, iluminadas por el frenesí de los festivales, en donde conviven íntimamente vida cotidiana, mito y religión. De este festín inagotable emergen las devadasis como una historia que merece ser explorada a fondo. Para hacerlo, dejaré de lado a sus acompañantes, los eunucos, cuya historia no resulta menos interesante, pero ha de ser soslayada si queremos adentrarnos plenamente en las devadasis.
La palabra devadasi viene del sánscrito y quiere decir “sirvienta de la deidad”. Aunque el término es muy reciente —apareció formalmente en 1920, con el resurgimiento de la danza clásica hindú— la práctica de las devadasis es antigua.1 La mayoría de las fuentes sitúa su origen entre los siglos IX y XIV d.C., en la región de Tamil Nadu, al sureste de la India, aunque todavía existen disputas al respecto.2 Durante muchos años, las devadasis gozaron de los mismos derechos que los hombres en la patriarcal sociedad India, y algunas veces incluso consolidaron poderosos e influyentes matriarcados. Se distinguían de las otras mujeres en que no tenían que casarse con un hombre sino con una deidad, eximiéndose así de los valores y labores domésticos que toda mujer india debía asumir, y consagrándose al templo en vez de al hogar. El matrimonio se celebraba en una ceremonia idéntica a la de cualquier casamiento hindú, con la diferencia de que el esposo no era de carne y hueso sino un objeto —desde un cuchillo hasta una estatua en tamaño real de la deidad— que simbolizara la unión de la devadasi con su cónyuge inmortal. Ellas, empero, podían elegir a una pareja mundana para procrear, ya que era importante tener una hija a quien heredar el oficio sagrado. Las devadasis cumplían con labores básicas en el templo como encender las lamparillas de gas o abanicar a algún dios, pero sobre todo debían celebrar a las deidades a través del Natya (tríada de danza, teatro y música). El Natya era, en la época del esplendor de las devadasis, la manera más sagrada de rendir culto a una deidad. Sobre este culto detalla el Natya Shastra, texto sagrado del siglo ii d.C; en él se determina lo que se ha de bailar, cantar o tocar a lo largo de una ceremonia ritual. En el ritual, las devadasis bailaban el sensual Bharata Natyam,3 para lo cual habían recibido exhaustivo entrenamiento. En ocasiones, las devadasis debían ofrecer servicios sexuales a los sacerdotes del templo, así como a sus visitantes. Sin embargo, no fue sino hasta la colonización de india por el imperio inglés que apareció el apelativo de “cortesanas” o “prostitutas”. Esta interpretación del oficio de la devadasi fue producto del encuentro de la cultura india con los europeos, quienes no supieron ver más allá de los prejuicios que delimitaban su propio horizonte cultural, e imputaron así conceptos propios a una cultura radicalmente ajena. Denominar “prostituta” a la sirvienta de la deidad fue una falta de sensibilidad cultural por parte de los colonizadores, que culminó con la prohibición oficial de las devadasis en 1947. Hoy en día, hay que admitirlo, la práctica de las devadasis sí se reduce exclusivamente a la prostitución. La degeneración del culto vino en el mismo barco que los primeros colonizadores y evangelizadores europeos. La conquista por parte de los ingleses empobreció gradualmente a los reyes, quienes subsidiaban a la mayoría de los templos —y por ende a las devadasis—. Así, sin el apoyo económico de los reyes, éstas se vieron obligadas a pedir dinero por sus servicios a los visitantes del templo y finalmente se convirtieron en prostitutas. En busca del mito Únicas entre los sirvientes del templo, por ser mujeres, y diferentes del resto de las mujeres, por eximirse del matrimonio, las devadasis han suscitado gran interés y controversia. Sobre ellas se han realizado numerosos estudios. Sin embargo, la mayoría de éstos son de carácter sociológico o histórico.4 Pocos o ninguno ofrecen un enfoque que responda a la pregunta que más reverberaba en mis reflexiones: ¿cuál es el origen mítico de las devadasis? Esta pregunta se gestó con base en la muy plausible hipótesis de que todo fenómeno religioso —como lo es el culto de las devadasis— tiene origen en un mito, leyenda o cuento folclórico. De no tener un origen mítico propiamente, los fenómenos religiosos encuentran al menos una justificación o explicación en el mito. En otras palabras, sostengo que todos los cultos y prácticas religiosas son, necesariamente, la expresión de una concepción teorética —sea ésta consciente o inconsciente— cuyo origen se puede trazar hasta un mito. Con esta intuición en mente, me embarqué en la tarea de encontrar el mito que dio origen a las devadasis. El mito Renuka-Yellamma Renuka era la esposa de un “sadhu” de alta clase, Jamadagni, y era tan casta que se le había concedido el don de cargar agua en vasijas de barro aun no cocido. Un día, sin embargo, vio bañarse en un río a unos jóvenes muy atractivos y esto suscitó pensamientos adúlteros en ella. Así, Renuka perdió sus poderes especiales. Al darse cuenta Jamadagni, enfurecido, ordenó a cada uno de sus cinco hijos varones matar a Renuka, quien había huido, atemorizada, a refugiarse en la cabaña de una anciana de casta baja llamada Yellamma. Cuatro de los cinco hijos de esta pareja desobedecieron las órdenes de su padre, pero el más chico, Parashurana, accedió y fue en busca de su madre a la aldea de Yellamma. Jamadagni, mientras tanto, castró a los cuatro varones desobedientes.5 Parashurana llegó a la casa de Yellamma y mató a las dos mujeres. En recompensa por su obediencia, el padre le ofrece concederle cualquier deseo. El hijo pide a su padre que devuelva la vida a Renuka, y Jamadagni, quien era tan poderoso que podía conceder cualquier deseo, accede, dándole una vasija de agua sagrada que Parashurana habría de verter sobre su madre, luego de reunir su cabeza con su cuerpo decapitado. Sin embargo, Parashurana se equivoca y une la cabeza de su madre con el cuerpo de Yellamma. La nueva mujer era una mezcla de las dos castas situadas en los extremos opuestos de la escala social. Renuka-Yellamma se volvió una deidad inmediatamente, reproduciéndose y extendiéndose por todo el territorio.6
No he creado la danza para el mero entretenimiento de los hombres y los dioses […] creé este nuevo arte siguiendo los movimientos de la tierra, estando ésta en paz, en medio de risas, en batallas o matanzas; entregando el fruto de la virtud a quienes prosiguen la ley moral, contención a los indomables, disciplina a los seguidores del reglamento; creando sabiduría en los ignorantes, entendimiento en los estudiosos; ofreciendo apoyo a los reyes y perseverancia a los que están llenos de lamento; la danza está llena de emociones, informada sobre las variantes pasiones del alma, ligada a todos los actos de la humanidad […].11 Una vez escrito el quinto veda, Brahma dio a Bharata las primeras lecciones sobre el Natya y le pidió que lo difundiese entre los hombres. Bharata escribió el Natya Shastra y, con la ayuda de las “apsaras” y los “gandharvas” (bailarinas y músicos celestiales) mostró ante Shiva el nuevo arte de la danza en un anfiteatro incrustado en los Himalayas. Su espectáculo representaba la historia siguiente: el dios Indra, rey de todos los cielos, había perdido su poder a causa de un demonio. Para recuperarlo, vierte poderosas hierbas en un mar de leche que revuelve con una montaña sagrada. A partir de la mezcla de Indra se crearon numerosos seres mitológicos (como las apsaras), algunos dioses (como Lakshmi) y la luna, entre otras cosas.
Hemos esbozado el mito originario de la danza y la historia del mar de leche narrada en el primer espectáculo de danza. Ahora bien, debemos preguntarnos si estos mitos dan cuenta del origen mitológico de las devadasis. Para responder esta interrogante, dirijamos nuestra mirada hacia las apsaras, aquellas bailarinas celestes que emergieron del mar de leche y mostraron ante los dioses el nuevo arte creado por Brahma. ¿Se podrá interpretar a las devadasis como la representación mundana de las apsaras? las apsaras eran las sirvientas-bailarinas de la corte de Indra. Se concibieron como mujeres profundamente sensuales y seductoras que en ocasiones cumplían el papel de consortes de las deidades supremas, o de recompensa para hombres excelsos que habían muerto en batalla. Las apsaras son el arquetipo de la feminidad que quedó estampada en la psique india. Parece lógico, además, que en la organización interna de los templos se haya querido imitar el modelo de las cortes divinas —como la del dios Indra—: Los templos hindúes buscan ser una reproducción del paraíso de alguna deidad […] Los gandharvas eran representados por la banda del templo, y las apsaras, por las cortesanas que bailan y cantan en él. Estos están al servicio de la deidad, pero también ofrecen servicios a sus seguidores. Generalmente se les llama devadasis, sirvientas de la deidad (…).12 Así, parecería que las apsaras son la figura mitológica más cercana a la de las devadasis. De hecho, en un estudio realizado por Srinivasan13 en diversas comunidades del sur de la India, se encontró que algunas devadasis contemporáneas situaban su propio origen en las apsaras. A través de la figura de las apsaras podemos explicar dos de los tres elementos que hemos destacado como los fundamentales de la figura de la devadasi: la feminidad y la danza. Las apsaras fueron las primeras bailarinas, ofrendas y sirvientes para los dioses, como lo son también las devadasis. Ambas son, también, arquetípicas figuras de la belleza y la feminidad.
Por último, debemos recuperar la noción de prasada que, si bien no tiende un puente directo entre las apsaras y las devadasis, contribuye a un entendimiento holístico de la importancia de estas últimas. Las sirvientas de la deidad establecían un contacto directo con los dioses por medio del ritual sagrado de la danza. Sus bailes, muchas veces sensuales o hasta eróticos, podían representar una comunión sexual, comunión que las apsaras establecían directamente con los dioses. Los espectadores que participaban en el ritual tenían primero un contacto con las deidades, mediante la danza de la bailarina, y luego podían gozar de su sexualidad, que se ofrecía como prasada después del espectáculo.
El mito originario de las devadasis es uno de los muchos ejemplos de tradiciones arrojadas al olvido. Cuando los rituales pierden el mito que los respalda, se convierten en meros procedimientos, simples trámites. El mito se olvida, el ritual queda vacuo, las figuras sagradas se desacralizan. Las devadasis ya no son prasada, sino motivo de propina. Han bajado de las cortes de Indra para peregrinar hasta Yellamma, han dejado de bailar para instalarse en un vagón de tren. Si el festín que es la India queda huérfano de mitos, ¿de que van a alimentarse los rituales? ¿Estarán condenados, ellos también, a una peregrinación hacia el olvido?
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1 Existen tres documentos antiguos que utilizan el término devadasi, pero ninguno de ellos parece referirse específicamente a las devadasis como se conciben hoy en día.
2 Véase J, Shankar, Devadasi Cult: A Sociological Analysis, Ashish Publishing House, New Delhi, 1994. 3 Bharata Natyam es una forma de danza clásica originada en Tamil Nadu durante el periodo Chola en el siglo X d.C. 4 Debo decir que la buena bibliografía en torno a las devadasis es muy escasa. La mayoría de las fuentes son artículos amarillistas en internet que hablan de la prostitución. Aparte de éstos, encontré sólo dos estudios serios que sirvieron como bibliografía central para mi investigación. En ellos se citan varios libros y artículos, pero ninguno trata el tema de las devadasis exclusivamente, con excepción de un texto de Saskia Kersenboom, que resultó imposible conseguir. 5 La reverencia de los eunucos o castrados a la diosa Yellamma encuentra una buena explicación en la figura de estos cuatro hermanos. 6 Véase Pattanaik, D., Devi. The Mother-Goddess, Vakir, Feffer and Simons Ltd., Mumbai, 2000, pp. 52-53. 7 Todos los dioses de la tradición védica tenían una contraparte femenina. Las Shaktis eran, a la vez, consortes y fuerzas que contrarrestaban a los poderes de las deidades masculinas. 8 Véase Pattanaik, D., op. cit., p. 17. 9 Este mito es narrado en el Natya Shastra de Bharata, considerado como el quinto Veda. Lo que aquí ofrezco es una paráfrasis y algunas citas (traducidas por mí) de un fragmento de este texto sagrado. El texto mismo resultó inasequible en México, así que me vi obligada a usar una fuente de internet: http://www.drbarboza. com/divineorigin.htm 10 Cabe mencionar aquí que existe una miríada de “quintos vedas”. El Natya Shastra no es el único texto que ha sido considerado sagrado por el hinduismo, y distintos sectores de la religión hinduista postulan distintos “quintos vedas”. 11 http://www.drbarboza.com/divineorigin.htm 12 J.N. Farquhar, Movimientos religiosos modernos en India, cit. en Orr, Leslie C., Donors Devotees and Daughters of God. Temple women in medieval Tamil Nadu, Oxford University Press, New Cork 2000, p. 3. 13 Referencia en Orr, L., op. cit., p. 7.
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Bibliografía Agrawala, P.K., Godesses in Ancient India, Abhinav Pub., New Delhi, 1984. Campbell, J., The Mero with a Thousand Faces, Princeton University Press, New Jersey, 1973. Dhawan, N., Dance: Empowerment Manifested, trabajo para la Universidad de Montreal no publicado. Feldehaus, A., Water and Womanhood, Oxford University Press, New York. 1995. Hiriyanna, M., Outlines of Iridian Philosophy, Motilal Banarisidass Pub., New Delhi, 2000. Kale, Pramod, The Theatrical Universe: A Study of the Natya Shastra, Popular Prakashan, Mumbay, 1974. Nivedita & Coomaraswaray, A., Hindus and Budhists, Senate, London, 1994. Orr, Leslie C, Donors Devotees and Daughters of God. Temple Women in Medieval Tamil Nadu, Oxford University Press, New York, 2000. Pattanaik, D., Devi. The Mother-Goddess, Vakir, Feffer and Simons Ltd.; Mumbai, 2000. Shankar, J., Devadasi Cult. A Sociological Analysis, Ashish Publishing House, New Delhi, 1994. Páginas de Internet http://www.drbarboza.com/divineorigin.htm
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