No. 129/EL RESEÑARIO

 

Por el puro morbo: sobre una estética
de los excesos y la transgresión




Rodrigo Martínez
 




Eusebio Ruvalcaba
Por el puro morbo: cuentos eróticos, pornográficos y escatológicos
Daga Editores, México, 2004, 150 pp.




por-el-puro-morbo-martnez.jpgLas diez historias de Por el puro morbo: cuentos eróticos, pornográficos y escatológicos constituyen, por un lado, un muestrario de la psicología de los personajes de Eusebio Ruvalcaba y, por el otro, una dosis de literatura erótica que, por medio de esta antología, termina un proceso de afianzamiento en la narrativa mexicana pues establece, al fin, los patrones de una estética personal fundada sobre dos pilares: el exceso humano, materia de toda su poética, y la transgresión, elemento tradicional de la escritura erótica en México.

Eusebio Ruvalcaba (Guadalajara, 1951) se da a conocer en el panorama de las letras mexicanas con un Hilito de sangre (Planeta, 1991), que ganó el Premio Agustín Yáñez para Primera Novela. Desde entonces, el autor, quien ha escrito mejores obras, ha mantenido su popularidad por este texto ya que la temática, ligada a la juventud de una generación, tuvo reducidísimos ecos beat u “onderos” que ganaron el guiño de un sinnúmero de lectores adolescentes y la censura de los moralistas. El acierto de aquella obra, el cual prevalecería en la intencionalidad literaria de algunos trabajos posteriores, radica en que se planta como un experimento distinto a los realizados sobre el tema en México. El desborde inconsciente de Gazapo (Gustavo Sainz), la vitalidad de El rey criollo (Parménides García Saldaña) o la vida ligera y desencadenada de los muchachos en De perfil (José Agustín) no tienen voz en la obra de Ruvalcaba quien explora, inteligentemente, las inquietudes de un mozo inmerso en la amistad y el advenimiento de la sexualidad.

Tras el éxito de un Hilito de sangre, Ruvalcaba progresa hacia sus temas y, gradualmente, sus páginas se completan con las historias, por lo común monologadas, de gente ordinaria, burócratas, oficinistas, prostitutas, solteros y artistas mediocres que siempre, cobijados en la marginalidad, cometen excesos o transgreden las leyes de una sociedad con naturaleza represora. Por su estilo, Eusebio es un pupilo directo de Ernesto Hemingway, Henry Miller, Traman Capote, Charles Bukowski y la novelística rusa del siglo XIX; por sus temas, el autor de Cleant Eastwood, hazme el amor (Nueva Imagen, 1996), hasta el momento su libro más logrado, es un heredero de Georges Bataille, pues su obra indica que sólo en la desmesura el hombre hallará la mesura, es decir, a partir del exceso puede conocerse la perdición y alcanzarse el equilibrio, aforismo que simplifica algunas ideas trascendentes del escritor francés.

En Por el puro morbo, Ruvalcaba vuelve a recorrer sus dos mecanismos de escritura: el exceso y la transgresión que, casi siempre, se muestran como perversidad o como ruptura con la sociedad. Ambos son materializados a través del erotismo, el cual, como advierte el epígrafe de Miller, es un “proceso de autoliberación”. Los diez cuentos de la antología guardan raíces profundas con esta noción y, además, establecen una tradición del erotismo en México que ha ido construyéndose en la clandestinidad literaria. El sexo, ya oculto o elocuente, violento o pornográfico, es el motivo de esta narrativa, la cual ha permitido al autor establecer puentes con escritores anteriores, así como revelarse original.

En México, la literatura erótica ha pasado por un desarrollo muy singular, pues ha derivado de la asimilación de patrones extranjeros adaptados a una cultura controlada por la ética y la moral religiosas. En el entorno social mexicano, el dogma católico es un peso que ha llevado a la literatura amorosa hacia la clandestinidad. Las obras de Juan García Ponce y salvador Elizondo o los relatos aislados de José Revueltas donde hay sexualidad desbordada, ocurren en ambientes cerrados, incógnitos y, muy a menudo, opresivos. en el apando la libertad significa la posibilidad de lo sexual; en inmaculada o los placeres de la inocencia el erotismo emerge en las sombras de la ingenuidad como un hecho perverso, y en Farebeuf, obra ligada nuevamente a la estética de Bataille, ocurre la pasión mediante los extremos de la violencia y el masoquismo meditados. Otras formas de erotismo, registradas en las obras de Jorge Arturo Ojeda, René Avilés Fabila, José Agustín, Guillermo Samperio o Alberto Ruy Sánchez no sólo tienen aires de enfrentamiento contra lo establecido, sino también juegos de ironía y perversión.

Ruvalcaba es un continuador de esta tradición ya que en su compilación más reciente hay clandestinidad, morbo y escándalo. Los textos son monólogos y, por lo mismo, descubren psicologías perversas, muy ocultas; o bien, revelan mentes elevadas que, como había reclamado Bataille, asumen la sexualidad como un acto solemne, semejante a la muerte o la tragedia, y no como un comportamiento despreciable. “Perfume de violeta” es el Farebeuf de Ruvalcaba, representa su aproximación al Marqués de Sade, y “Amaranta o el corazón de la noche” aparece como el descubrimiento de lo sutil en lo erótico. Ambos constituyen excesos y transgresiones. En ellos existe, como en otros, el riesgo de la desmesura y el resquebrajamiento de la moral establecida.

De esta forma, el exceso, que Ruvalcaba exploró de manera notable con Cleant Eastwood, hazme el amor, especialmente porque crea el universo de borrachos más verosímil de toda la literatura mexicana; y la perversión, que alcanza gran forma en Jueves Santo (Joaquín Mortiz, 1993), obra ganadora del Premio de Cuento San Luis Potosí 1992, El portador de la fe (Seix Barral, 1994) y Las memorias de un liguero (Daga, 1997), antecedente más emparentado con Por el puro morbo, construyen la estética del autor que, como he señalado, parte del rechazo a la tradición, la heterodoxia y la censura de la sexualidad, asumida como acto de liberación, ya como agonía sutil, desborde escatológico o pornografía realizada.

Pero la narrativa del autor de John Lennon tuvo la culpa (Círculo de Lectores, 2004) no sólo descansa en la estética. Su escritura se nutre de la tradición realista, de la narración simple y directa, a semejanza de los escritores de la Lost Generation, así como del trabajo del lenguaje cotidiano, normalmente citadino. Si su primer libro (¿Nunca te amarraron las manos de chiquito?, Planeta, 1990) evidenció fallas relativas a la escritura y la estructura, Por el puro morbo es un testimonio del crecimiento de un autor subversivo porque en éste, a través del lenguaje y la forma del texto, los personajes se vuelven convincentes y los argumentos efectivos. Cuentos como “Por el puro morbo” (cuya primera versión se tituló “Esclavas, remen para su sultán”), “16 de septiembre” y “En pie de guerra” se sostienen en el habla monologada, en el diálogo y la expresión coloquial; en cambio, relatos como “Domingo de lluvia” y “Lo divino también se come”, anegados de concupiscencia, viven de la fascinación anecdótica, la acción constante —sello de Ruvalcaba— y la transgresión ejecutada por la perversidad. Otros textos, como en Miller, viven de imágenes violentas y de acciones totalmente visuales como en los casos de “Wanda”, “Caras vemos” y “En pie de guerra”, lo cual permite al escritor la construcción de voyeurs insaciables que, como en gran parte de su narrativa, son de carne y hueso, ya que no surgen acartonados por la falsedad, pues el autor libra el peligro de que todos sus personajes hablen igual.

Sin duda, Por el puro morbo es un libro revelador por la temática erótica. Aunque se trata de una antología de autor puede sumarse a trabajos colectivos como El cuento erótico en México (Diana, 1975) de Enrique Jaramillo; Antología del cuento erótico (UNAM, 1981) de Jorge López Paez; Corazón de palabras: una antología de los mejores cuentos eróticos (Grijalbo, 1981) de Gustavo Sainz, y el desafortunado Los amorosos relatos eróticos mexicanos (Cal y Arena, 1993) de Sergio González Rodríguez, ya que todos ellos demuestran la existencia de una tradición de esta literatura en México que, a pesar de existir fragmentariamente, por lapsos o pinceladas, ha sido constante. Incluso, en el caso de Ruvalcaba, existe una suerte de ensayo-relato sobre teoría erótica con Las cuarentonas: consideraciones sobre la mujer, el amor, la noche y temas afines (Sansores y Aljure, 1998).

Con esta recopilación, Eusebio Ruvalcaba consolida su carrera literaria ya que la realización de su estética muestra madurez artística. La constante de su obra ilustra una convicción como escritor que sabe hacia dónde apuntan sus esfuerzos narrativos y, aunque la antología tiene un relato disonante, “Memorias de un liguero” —porque no es realista, sino un oasis de humor negro tratado como thriller fantástico, un brochazo de realismo mágico— el lector puede hallar una lectura cómoda, veloz, y sobre todo, intensa. Todo ello producto de un autor efectivo que no se regodea líricamente con el lenguaje, sino con la trama, tomándose muy en serio el camino hacia la “Autoliberación” que, desde principios del siglo XX, fue trazado por Henry Miller.