Ángel en picada
(fragmentos)
I
La primera luz y la última
son y siempre han sido la misma luz.
Un golpe luminoso contra el pecho. Un golpe.
Al principio fue la herida y sólo entonces
—solamente entonces— la creación
y como consecuencia la caída. Insisto.
Somos y siempre hemos sido la misma luz:
el instante preciso anterior
al contacto contra el suelo.
II
El primer ángel cayó de las alturas
cayó desde una nube dorada. Acarició
su grito la penumbra
hirió de grietas
la oscuridad. Dijo:
“Hay una espina
en la tierra. Hay una espina que hiere
—dijo— y en su punta hay un jardín.”
La gaviota
Como una cabra alada la gaviota desentierra Copenhague
hunde el cuello entre sus brazos de ceniza
se relíe
y todo si no es blanco lo devora.
¿La has visto al amanecer?
¿mareada? ¿la gaviota?
¿mareada desde el alba
en su labor insólita de oleaje?
la corteza del pan no la perdona
y las manchas soñolientas de tu rostro
bajo sus viejas alas blancas las esconde.
Mareada dando vueltas como ciega
—más que ciega la gaviota
todo lo que no es blanco lo devora
y todo si no es blanco contradice.
Y Copenhague
la blanca
la blanca blanquísima Copenhague
el colmo de la nieve
desde una interior fuente se descubre
rompiendo los cimientos del planeta
elevándose en el aire
jalada en las alturas por gaviotas.
Desnuda se relíe
bosteza y se levanta.
El sol de molestarla se enrojece
y toda blanca de boda es Copenhague.
Entonces lo sabíamos
no se puede extrañar en Copenhague
no
ni morirse
que la ausencia que se cae como una roca
sobre sus viejas torres blancas se estremece
y el tiempo que se baila en tus arrugas lo devora
y todo si no es suyo contradice
y no
no se puede morir.
—¿La has visto? ¿la muerte?
¿desnuda como un muerto
en su labor insólita de río?
Es una encrucijada como ausente
y no
no se puede morir.
Toda blanca de boda es Copenhague
y todos expectantes blanquecinos
no despiertan al discurso pajaresco de la muerte
ni a las plumas de aquel pájaro inefable.
Johanna
Recordar cuando sólo me mirabas
antes
aún antes de tu ombligo.
Enramada entre tus dedos
con tus manos tan temblando de temblores
y tus ojos tan temiendo de temor
mucho antes del contacto con tu ombligo
cuando sólo me llamabas
con tu voz incomprensible acariciando
mi nombre impronunciable
aún antes del primer contacto
recordarlo todo
desde el instante de mis manos en tu ombligo
hasta volverte a preguntar si ya eras mía
hasta el último temblor de ti
es tan sólo un recuerdo
girasol.
Y recordar cuando sólo
me mirabas
es tan sólo un recuerdo.