No. 123/CUENTO |
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Trasfondos |
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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
De las pocas personas que consideran una biblioteca el peor lugar para leer, Natalia encabezaba la lista. El dinero ganado como mesera no le bastaba para comprar todos los libros que deseaba, y tenía que resignarse con venir en su tiempo libre a leer y a soportar el tumulto de la biblioteca Luis Ángel Arango. “Deberían respetar más el aire que respiramos”, se decía mientras veía que la gente continuaba entrando y llenando la sala. Así se quejaba cuando no lograba concentrarse y sentía una extraña energía que la incitaba a odiar a los demás. Un viernes en que se dijo decidida “no voy al trabajo”, para terminar con la colección de poetas malditos, concluyó que todo el mundo era corto de vista y de olfato, que nadie escucharía nunca sus quejas y que debía mantenerse en su silla, obligando a su mente a concentrarse, a respirar el abundante CO2 que contaminaba la sala. Entonces un hombre se le acercó y levantando algo del suelo le dijo: —Señorita, se le ha caído esto. Era un trozo de papel en que decía: —¡Desaparece de mi vista, Natalia! ¡Desaparece! La chica levantó el rostro y sólo pudo ver de espaldas al hombre. Era un joven casi de su misma edad, que vestía jeans, camiseta negra y zapatos del mismo color. Lo siguió con mirada de odio, queriendo matarlo si sus ojos pudieran disparar. Mientras imaginaba esto, cerró inconscientemente el libro y el hombre se perdió de su vista. —¡Imbécil! —dijo Natalia y abrió de nuevo el libro y leyó: —¡Imbécil! —dijo Natalia y abrió de nuevo el libro y leyó: —¡Imbécil! —dijo... Sorprendida levantó la vista e interrumpió su lectura. Miró en derredor con el deseo de encontrar a alguien que la estuviera observando o a algún cómplice que se hubiera percatado de su descubrimiento. Pero sólo pudo ver a algunas personas enclaustradas en sus libros y a otras que hacían parecer a la biblioteca como una cafetería. Entonces regresó al libro, lo abrió y leyó: Sorprendida levantó la vista e interrumpió su lectura. Miró en derredor con el deseo de encontrar a alguien que la estuviera observando... No pudo continuar. Gritó como nunca es permitido en una biblioteca y salió corriendo. Un hombre levantó la mirada, la observó y dijo: —Loca —y volvió a su lectura y leyó: Al salir tropezaba con odio con la gente que iba entrando. Un policía, que para no aburrirse leía de pie, gritó tomándola del brazo: —¡Oiga muchacha! ¿Qué le pasa? —Nada que a usted le importe. ¡Suélteme! El policía la dejó ir y siguió leyendo: Luego de liberar su brazo, bajó las escaleras a toda prisa. Al terminar miró hacia un lado y luego hacia el otro, y se dirigió a una chica que leía mientras esperaba su turno en el teléfono público: —¡Pellízcame! Quiero que me pellizques —le dijo. —¿Perdón? —preguntó la chica. —Que me pellizques, por favor, pellízcame. La chica sin entender nada retorció sus dedos en el brazo de Natalia. Ella dejó salir un pequeño grito y dijo: —Gracias. —De nada —respondió la chica, mientras veía que Natalia seguía hacia el baño. Luego continuó con su lectura y leyó: Al llegar al baño se tropezó con un hombre que salía del de caballeros. Era el que le había dado el papel y al que había llamado imbécil. Él la miró con ansiedad, puso sus manos sobre sus hombros, la sacudió y le repitió casi encima de su rostro: —¡Desaparece de mi vista, Natalia! ¡Desaparece! —¡Qué le pasa, idiota! Yo no lo conozco. —Lo sé, pero yo sí a ti y ya no sé qué hacer contigo. Llevo noches frente a hojas en blanco tratando de encontrar un final a tu historia, pero no lo consigo. ¡Déjame ya en paz y vete! —dijo el hombre y se alejó corriendo. Natalia le gritó —¡No, espere! —y corrió tras él. El hombre salió de la biblioteca y siguió corriendo. La chica insistía detrás de él. El hombre corría con más ímpetu y ella lo seguía sin perderlo de vista. Y el hombre corría y ella detrás de él hasta que en algún momento imagen y creador pudieran reconciliarse.
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Dibujos de Martha Medellín, Tecnológico de Monterrey, Ciudad de México |