Cuando me invitaron a esta mesa, aún sin saber qué es lo que iba a hacer, decidí leer una de las obras de García Márquez que todavía no conocía: Del amor y otros demonios. Curiosamente, fue esta novela la que me dio la clave de lo que debía comentar sobre nuestro querido Gabo. Conforme me adentraba en el libro noté que me pasaba algo raro y que se debía a que las ilusiones creadas por García Márquez son tan intensas que uno ya no quiere dejarlas. Nos sentimos bien en esas ilusiones y cuando cerramos el libro y volvemos a la realidad sentimos que el mundo está mal hecho. Siempre he creído que se escriben y se leen historias porque el mundo nos supera, se nos escapa de las manos; en cambio, en la literatura, concretamente en las novelas, el mundo es algo que podemos controlar: literalmente lo tenemos en las manos. No es algo casual que como lectores poseamos la decisión de entrar o salir de un libro, pues eso afirma que somos nosotros quienes decidimos el mundo que queremos habitar. Y lo que hace todo novelista es crear pequeños mundos en los que cabemos. Claro está que no todos los mundos creados por los escritores nos gustan. Entonces uno tiene la decisión de dejar el libro y meterlo como calza de la cama para que no se mueva.
Por eso la censura es una de las peores enfermedades que podemos tener, porque al sernos negado el acceso a un libro, en realidad se nos está negando la entrada a un mundo posible, a uno que sí nos gustaría habitar. Leer es, ante todo, ser libres. Algunos dirán que me curo sin estar enfermo porque la censura ya no existe y que cuando se presenta más bien favorece la venta millonaria de libros. Sí, es cierto, pero yo pienso en esa otra forma de censura que consiste no en prohibir los libros, sino en ponerlos fuera del alcance de los lectores. Pienso en los sesenta millones de mexicanos que por vivir en la miseria no saben lo que es un libro. Pienso también en otros treinta millones de mexicanos, entre los que me cuento, que debemos sortear muchos obstáculos para llegar a esos mundos en los que seríamos más felices. Mirada de esta manera, veríamos la censura no como una prohibición, sino como una imposibilidad de la lectura. Y menciono esto porque me parece fundamental hacerlo cuando se habla de un escritor que, ante todo, se caracteriza por la libertad de sus narraciones. Pero, ahora sí, voy al grano.
A mí me gustan los mundos de García Márquez y no los tengo arrinconados bajo la cama o en el baño, sino bien acomodados en un librero; me gustan sus ilusiones y es por eso que me he propuesto describir algunas de las cosas que producen efectos mágicos y alucinantes en esos mundos imaginados y queridos. Así que empiezo con algo que me llamó la atención en Del amor y otros demonios, para luego pasar a otras obras.
El personaje más importante de esta novela tiene el exótico nombre de Sierva María de Todos los Ángeles. Ya desde el nombre, este personaje nos habla de la rareza como una de sus cualidades. Lo curioso de esta muchacha es que, por no ser una hija deseada, es criada como expósita, casi como una huérfana, y desde niña queda a cargo de una esclava. Es por eso que “aprendió a bailar desde antes de hablar, aprendió tres lenguas africanas al mismo tiempo, a beber sangre de gallo en ayunas y a deslizarse por entre los cristianos sin ser vista ni sentida, como un ser inmaterial”. Así que a pesar de presumir ser la sierva de todos los ángeles, es una clara practicante de la santería y de una mezcla simpatiquísima de rituales africanos (uno de ellos consiste en comer varias cebollas al día y por eso la muchacha suda con un olor que ninguna mujer desearía). Por si fuera poco, en el pueblo se cree que esta sierva de los ángeles es, más bien, sierva del demonio y está poseída por él. De tal manera, podríamos establecer la rareza de los personajes como una de las estrategias de la ilusión utilizadas por García Márquez. De paso menciono que muchas de estas rarezas están sustentadas en un principio de contradicción. ¿Qué quiero decir con esto? Me explico y pongo varios ejemplos. Así como esta muchacha que debería ser sierva de los ángeles crece practicando rituales africanos y se cree habitada por el diablo, hay otros personajes extraños que nacen de una contradicción o de la unión de opuestos. Esta contradicción, imposible en la vida real, es precisamente la que nos hace ver en los personajes un efecto mágico. En el cuento “Un señor muy viejo con unas alas enormes” tenemos un ángel tan humano que muchos dudan que se trate, en verdad, de un ser divino. Incluso la gente del lugar se debate en si es un ángel caído o, como lo dice el título del cuento, sólo un viejo con alas muy grandes como las de los buitres (gallinazos, dicen en Colombia), por eso se le insulta y es aprisionado para exhibirlo como si fuera una atracción de circo. La contradicción mágica de este personaje es la de ser un ángel terrenal. En Los funerales de la Mamá Grande tenemos a una mujer, la Mamá Grande, que sobrevive de tanto agonizar y por eso ve morir a sus descendientes. Todos esperan que muera pero la mujer es terca y su agonía se vuelve todo un ejemplo de sobrevivencia. En los primeros cuentos de García Márquez, Ojos de perro azul, nos encontramos con “La tercera resignación”, una narración rara porque se trata de un joven que padece la enfermedad de “una muerte viva”, y es algo cercano al coma, pero como este “muerto” tiene la conciencia de estar muerto, pues en realidad está vivo. Es, de verdad, un muerto viviente que nada tiene que ver con las alucinaciones hollywoodescas de zombis o de monigotes que resucitan para iniciar una carnicería; se trata sólo de un muchacho que sufre mucho porque ya no sabe si está vivo o realmente muerto. Incluso en Crónica de una muerte anunciada, que es una narración menos mágica e irreal que otras obras de García Márquez, el protagonista, Santiago Nasar, es la inesperada víctima de un asesinato sobrentendido y anunciado. De tal manera que mientras todos saben que Santiago va a ser asesinado, él se pasea, claro, porque ignora que unos tipos bastante machitos quieren destriparlo para lavar la deshonra de su hermana. Si nos fijamos, también aquí hay cosas que parecen ser contrarias, pero en la prosa de García Márquez están unidas de tal manera que producen una rareza y una tensión en las situaciones y en los personajes que uno difícilmente puede alejarse de esa ilusión. Así podrían seguir los ejemplos pero prefiero pasar a otra cosa.
Otra estrategia de la ilusión consiste en la desproporción. Uno de los aspectos que más sorprenden al lector al acercarse a las obras de García Márquez es la cantidad de cosas que caben en sus libros. Caben tantas que, mientras avanzamos en la lectura, realmente llegamos a creer que frente a nosotros se está inventando un mundo, y ese desfile de cosas nos produce el efecto de que algo es irreal y mágico. Eso es lo que pasa en Cien años de soledad. Como se trata de la historia de Macondo, el narrador debe dejar constancia de todo lo que está vinculado con el pueblo: de tal manera que nos describe las generaciones de los Buendía, la situación geográfica con ciénagas y manglares, los inventos mostrados por los gitanos, los animales, las historias personales con sus amores y sus desilusiones, la historia colectiva, marcada por la entrada de los ferrocarriles y las compañías bananeras. Ahora bien, el narrador manifiesta la desproporción o lo exuberante con minuciosas descripciones y enumeraciones, como si su voz fuera la de alguien que realiza un inventario y dice “hay esto y esto y esto”. Pero si nos fijamos, tanto la enumeración como la descripción son rasgos de la novela, así que habría que preguntarnos qué es lo que hace que en García Márquez eso parezca irreal. Lo que vemos es que, sobre todo en Cien años de soledad, las cosas son descritas desde su origen, como si se tratara de una fundación, y eso es lo que permite que en la narración haya cosas dispuestas de una manera que en la realidad no es posible. Con Cien años de soledad, García Márquez ha creado un mundo que se acerca al de los mitos. Por ejemplo, algo que favorece esta idea es la ya tan conocida lluvia de Macondo, que, como señala Mario Vargas Llosa, parece ser un verdadero diluvio bíblico. En Macondo llovió “cuatro años, once meses y dos días” y en ese mundo esto es algo mágico pero posible. No me gustaría pensar qué haríamos en la Ciudad de México con algo parecido, pues apenas llueve unos minutos y ya todo es un caos. En el mundo real no es necesaria esa desproporción, porque basta con que llueva unos quince minutos para que todo se paralice: choques, apagones, gente que no llega al trabajo o a la escuela, amantes que nunca se volverán a ver porque llegan tarde a una cita.
En fin, éstas son sólo algunas de las estrategias de la ilusión y son ellas las que nos enganchan a los mundos de García Márquez, son trampas que nos hacen volver una y otra vez a esos mundos mágicos. Y aunque sepamos que son irreales no importa, es precisamente esa irrealidad la que nos hace ver que en la realidad algo no funciona. Y creo que todos hemos caído en esa trampa, porque más de una vez hemos deseado que la realidad se parezca un poco más a la irrealidad de Gabriel García Márquez, y también, cuando llueve, nos gustaría que el caos de la vida en la ciudad fuera más llevadero, como en la lluvia de Macondo.
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