Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción Isaac Asimov
Al momento de escribir estas líneas, la confrontación armada entre los Estados Unidos e Irak es inminente. Nuestra potencia vecina ha hecho gala de su poderío y ha desplegado tropas en la región con el fin de prepararse para la eventual guerra con Irak y el consecuente derrocamiento de Sadam Hussein. Sin embargo, existen dudas acerca de que verdaderamente Hussein represente un peligro real para la paz mundial. A muchos de nosotros, los ciudadanos comunes y corrientes, nos queda la incertidumbre sobre los motivos que impulsan al presidente Bush a reiniciar la tarea que dejó inconclusa su padre hace más de diez años. Para entender el contexto de este conflicto, debemos remontarnos a la historia: el actual territorio de Irak, entre los ríos Tigris y Éufrates, en la antigüedad fue ocupado por los sumerios. Irak fue cuna de la civilización sumeria hace seis mil años y durante largos siglos fue escenario de civilizaciones urbanas como las de Akkad, Babilonia, Asiria y Caldea. La región mesopotámica (del griego “entre ríos”) estaba en la ruta de todas las migraciones de pueblos y expediciones de conquista; hititas, mitanios, persas, griegos, romanos y bizantinos pasaron por allí, incluyendo al famoso Marco Polo en sus viajes a la mítica Catay. Tras ser conquistada por los árabes en el siglo VII, la Mesopotamia quedó en el centro geográfico de un enorme imperio. Un siglo después, la nueva dinastía de los Abbas decidió cambiar la capital de Damasco hacia el este y el califa al-Mansur construyó a orillas del Tigris la nueva capital: Bagdad. Durante tres siglos, la ciudad de las Mil y una noches fue el centro de una nueva cultura. Desde la Grecia antigua, el mundo mediterráneo no había visto tal florecimiento de las artes y las ciencias. Sin embargo, el imperio era demasiado extenso para mantenerse unido y a la muerte de Harum al-Raschid empezó a resquebrajarse. Perdidas las provincias africanas, independizada toda la región situada al norte y al este de Persia bajo los tahiríes (reino de Jorasán), los calilas tuvieron que recurrir cada vez más a ejércitos de esclavos o mercenarios (sudaneses o turcos) para mantener el control de un estado cada vez menor. Cuando los mongoles mataron al último califa de Bagdad en 1285, el califato ya estaba muerto como realidad política. Luego de las conquistas de Gengis Khan, que arrasaron la economía agrícola, la región se modificó profundamente y numerosos estados se sucedieron allí, gobernados por turcos seldjucos u otomanos, mongoles, turcomanos, tártaros o kurdos. El desplazamiento de pueblos de las estepas trajo gran inestabilidad a la media luna fértil, que luego de la tentativa de Timur Lenk en el siglo XIV, desembocó en la unificación bajo el dominio de los turcos otomanos en el siglo XVI. El periodo siguiente fue de relativa tranquilidad político-militar, lo que permitió la reconstrucción de los canales de riego y la ampliación de las áreas cultivadas. Arabia —cuyos vastos dominios llegaron hasta lo que hoy en día es Chin, India, España y Egipto— fue dominada por los turcos, y al despuntar el siglo XX, los movimientos partidarios de un “renacimiento árabe” también se mostraron intensamente activos en Irak, preparando el terreno para la gran rebelión que sacudiría el dominio turco durante la Primera Guerra Mundial. Surgieron entonces varios pequeños estados, mientras las tribus nómadas y las caravanas subsistían a través de los oasis y el desierto. Pero también estaban presentes los ingleses, preocupados por ampliar su influencia en la región. Derrotados los turcos, la expectativa independentista sufrió un revés cuando el gobierno revolucionario soviético hizo público el tratado secreto Syles-Picot de 1916, por el cual Francia e Inglaterra se dividían los territorios árabes. Faisal, hijo del jerife Hussain, se había proclamado rey de Siria y ocupaba Damasco; pero como ese territorio correspondió a los franceses, que no habían prometido nada a los árabes, fue expulsado militarmente de la capital siria. La formalización del mandato británico sobre Mesopotamia hizo estallar una rebelión independentista en 1920. En 1921, el emir Faisal ibn Hussain fue investido como rey de Irak, a manera de compensación. En 1930, el general Nuri as-Said fue nombrado primer ministro y firmó un tratado de alianza con los británicos, por el cual el país obtuvo una independencia nominal, el 3 de octubre de 1932. Ese mismo año se firmó el Pacto de Bagdad (alianza militar entre Irak, Turquía, Pakistán, Irán. Gran Bretaña y Estados Unidos), que fue resistido por los nacionalistas de Irak. La agitación antiimperialista condujo al golpe militar de julio de 1958, dirigido por el general Abdul Karim Kassim, que culmino con la ejecución de la familia real. El nuevo régimen se esforzó, en el otoño de 1959, por establecer una unión con Siria. Sin embargo, había fuertes corrientes contrarias a esa fusión: por un lado el Partido Comunista, uno de los más importantes de Oriente Medio en esa época, y por otro, los demócratas nacionalistas que aspiraban a un régimen parlamentario según el modelo europeo. Kassiim disolvió todos los partidos en julio de 1959 y proclamó que el emirato de Kuwait pertenecía a Irak. La Liga Árabe, dominada entonces por Egipto, autorizó el desembarco de tropas británicas para proteger el enclave petrolero y frustró el intento. La colaboración de la Unión Soviética y China con Kassim propició versiones de que Irak podía pasar a ser una “nueva Cuba”. Pero en el verano de 1960 dio un brusco giro hacia Occidente. De todos modos, hubo intentos de planificación económica, el poder de los grandes terratenientes fue debilitado por una reforma agraria y se restringieron las ganancias de la Irak Petroleum Company. En 1963, Kassim fue derrocado por los sectores panárabes del ejército. Varios gobiernos inestables se sucedieron hasta que el 17 de julio de 1968 un golpe militar instaló al partido Baas en el poder. Fundado en 1940, el Baas (palabra árabe que significa “resurgimiento”) conc¡be al conjunto del mundo árabe como una “unidad política y económica indivisible”, en la que ningún país, por sí solo, “puede reunir las condiciones necesarias para su vida independientemente de los demás”. El Baas proclama que el socialismo es una necesidad que brota de la razón misma del nacionalismo árabe y se organiza a nivel “nacional” (árabe), con direcciones “regionales” para cada país. Irak nacionalizó las empresas extranjeras y Bagdad defendió la utilización del petróleo como “arma política en la lucha contra el imperialismo y el sionismo”. Insistió también en la defensa de los precios y en la consolidación de la OPEP como organización que apoyara la lucha tercermundista por la recuperación y valorización de sus recursos naturales. Se decretó la reforma agraria, y ambiciosos planes de desarrollo llevaron a invertir los ingresos petroleros en la industrialización del país. En 1970, el gobierno de Bagdad oficializó el idioma kurdo y dotó al Kurdistán de autonomía interna. Sin embargo, instigados por el sha de Irán, y temerosos por la reforma agraria, los caudillos tradicionales se levantaron en armas. En marzo de 1975, el acuerdo fronterizo entre Irán e Irak los privó de su principal apoyo externo. Los rebeldes fueron derrotados. El gobierno de Bagdad dispuso la enseñanza del kurdo en las escuelas locales, una mayor inversión estatal en la región y la designación de kurdos en altos puestos de la administración pública. El 16 de julio de 1979, el presidente Hassan al-Bakr renunció y fue sustituido por el vicepresidente Sadam Hussein. Hussein intentó llevar a Irak a un puesto de liderazgo en el mundo árabe. Rechazó los acuerdos de paz de Camp David firmados entre Israel, Egipto y Estados Unidos, pero sus relaciones con otros países árabes también empeoraron. Una rama del Baas tomó el poder en Siria en 1970, pero las discrepancias con Bagdad llevaron a una fuerte rivalidad e incluso a algunas disputas por cuestiones de límites. Con iguales motivos y confiando en una rápida victoria, fuerzas iraquíes comenzaron en septiembre de 1980 el ataque a posiciones de Irán, desatando una guerra que duró ocho años. El 17 de junio de 1981, con el pretexto de que Irak se proponía producir armas atómicas, aviones de Israel destruyeron la central nuclear civil de Tamuz, construida con ayuda de Francia. Durante la guerra, los sauditas y kuwaitíes, que se beneficiaban con el freno que Irak ponía al fundamentalismo iraní, otorgaron numerosos créditos a Bagdad, que fueron utilizados tanto en el propio conflicto como en obras de infraestructura. Se tendió un oleoducto por Turquía como alternativa al que cruzaba hacia el Mediterráneo, cerrado por Siria en solidaridad con Irán, y se mejoraron las carreteras hacia Jordania. Tras diecisiete años de ruptura diplomática, en noviembre de 1984 se restablecieron los lazos oficiales con Estados Unidos. Pese a las declaraciones norteamericanas acerca de su neutralidad en el conflicto entre Irán e Irak, los hechos vinieron a demostrar el doble juego de la superpotencia, que quedó al descubierto en el escándalo “Irán-contras”. Por el armisticio de 1988, Irak se quedó con 2,600 km2 de territorio de Irán y con un ejército poderoso y fogueado. Además de negarse a fijar cupos de exportación. Kuwait extraía de los yacimientos ubicados en la frontera con Irak más petróleo del que le correspondía. Ante un aparente guiño de neutralidad estadounidense, Bagdad pensó que podría cobrarse el favor a Occidente ocupando el territorio de su vecino y usufructuando sus riquezas. El 2 de agosto de 1990 invadió Kuwait y tomó a miles de extranjeros como rehenes. Cuatro días después, la ONU decidió la implantación de un bloqueo económico y militar total hasta que Irak abandonara sin condiciones el territorio ocupado. Se rechazó una propuesta de retirada a cambio de discutir los problemas del Oriente Medio en una conferencia internacional. Cuando Irak comenzó a liberar a los rehenes e intentó negociar nuevamente, Estados Unidos cerró las puertas al diálogo y exigió una rendición incondicional. Los ataques efectuados por la alianza de treinta y dos países dirigida por Estados Unidos comenzaron el 17 de enero de 1991, dando inicio a la Guerra del Golfo. En marzo, cuando empezó la ofensiva terrestre, Sadam Hussein ya había anunciado que se retiraría incondicionalmente. El ejército iraquí no resistió la ofensiva y apenas intentó efectuar una retirada organizada, pero sufrió grandes pérdidas. La guerra finalizó en los primeros días de marzo con la derrota total para Irak. Sobre el fin de la ofensiva, Estados Unidos alentó la revuelta interna de los chiítas del sur y los kurdos del norte para que derrocaran a Sadam Hussein, pero las diferencias políticas entre ambos bandos hicieron imposible una alianza y Washington dejó que los rebeldes fueran aplastados por el todavía poderoso ejército iraquí. Más de un millón de kurdos buscaron refugio en Irán y Turquía para escapar de las fuerzas de Bagdad; miles murieron de hambre o frío al llegar el invierno. En la guerra murieron entre ciento cincuenta mil y doscientas mil personas, en su mayoría civiles. Por los efectos del bloqueo aún vigente, habrían muerto setenta mil personas más, entre ellas veinte mil niños. A fines de 1991, tanto turcos como iraquíes seguían reprimiendo militarmente a los kurdos de la zona fronteriza. Según documentos capturados después de la guerra y difundidos por el grupo Middle East Watch, el gobierno de Irak hizo uso de armas químicas contra la población del Kurdistán, en un intento de exterminio, a fines de la década de 1980. En particular se mencionó el ataque a Halabja, en marzo de 1988, en el que murieron unos cinco mil civiles kurdos. Las condiciones para el levantamiento del bloqueo se endurecieron, por la voluntad estadounidense de provocar la caída de Hussein. Además, según los periódicos The New York Times y Sunday Telegraph, Estados Unidos introdujo en Irak enormes cantidades de dinares falsos a través del contrabando por las fronteras de Jordania, Arabia Saudita, Turquía e Irán. Bagdad impuso la pena de muerte para quienes participaran en tales operaciones. A fines de 1991, el gobierno iraquí autorizó la supervisión de los centros militares por parte de la ONU. En 1992 se comprobó la existencia del programa de enriquecimiento de uranio con ayuda alemana. Los equipos de la ONU destruyeron cuatrocientos sesenta cohetes de 122 mm equipados con el gas venenoso sarín. También desmantelaron el complejo nuclear de al-Athir y las instalaciones de enriquecimiento de uranio de Ash-Sharqat y Tarmiyah, así como la fábrica de armas químicas de Muthana. Durante 1994 prosiguieron las presiones sobre Irak, entre otras cosas para obligar a Bagdad a reconocer la nueva frontera con Kuwait, la que según el presidente Hussein quitaba a Irak una pequeña parte de su territorio en favor del país vecino, finalmente, en noviembre el mandatario iraquí reconoció los nuevos límites que la ONU ya había demarcado en pleno desierto. Ese mismo año se abrió un paso fronterizo con Turquía para permitir la llegada de ciertos alimentos y medicamentos autorizados por la ONU, como únicas excepciones al embargo comercial. Sin embargo, pocos meses después, en marzo de 1995, tropas turcas ingresaron en el Kurdistán iraquí —bajo tutela militar de fuerzas “aliadas”, básicamente estadounidenses— para reprimir a miembros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) que lanzaban desde allí ataques contra fuerzas turcas estacionadas en el Kurdistán turco. El aislamiento internacional de Bagdad se agudizó aun más cuando Jordania se distanció del gobierno de Sadam, al mejorar sus relaciones con Kuwait y Arabia Saudita. Irak volvió a ser blanco de acciones militares en 1996. En septiembre, tras combates entre miembros del Partido Democrático del Kurdistán, apoyados por Irak, y de la Unión Patriótica del Kurdistán, apoyados por Irán, Estados Unidos lanzó nuevos ataques con misiles contra posiciones iraquíes. Como en ocasiones anteriores —incluso en la propia Guerra del Golfo—, resultó imposible evaluar el número de víctimas civiles. El mantenimiento de las sanciones siguió teniendo graves efectos para gran parte de la población iraquí. Según algunas estimaciones, quinientos mil niños de menos de cinco años murieron entre 1990 y 1996 como consecuencia directa o indirecta del embargo. Países como Arabia Saudita prosiguieron las presiones sobre Estados Unidos para impedir el levantamiento del embargo contra Irak. El petróleo saudita reemplazó al iraquí en muchos mercados, y un aumento del volumen de ventas de crudo provocaría un nuevo descenso de los precios, al que se oponían los otros estados exportadores. Sin embargo, el Consejo de Seguridad de la ONU votó el levantamiento parcial del bloqueo, permitiendo la venta de crudo para que con las utilidades se comprasen alimentos y medicamentos. El permiso de venta de petróleo fue renovado en junio de 1997 por otros seis meses. Durante abril y mayo de 1997, tropas turcas cruzaron la frontera en la zona del Kurdistán iraquí para atacar a bases militantes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán. Cerca de unos diez mil efectivos participaron de la operación, que tuvo como resultado varias centenas de muertos del bando kurdo y varios helicópteros turcos abatidos. A partir de 1997, el ejercicio de las sanciones impuestas por la ONU y el establecimiento de una zona de exclusión aérea en territorio iraquí, así como esporádicos ataques de uno y otro bando, han construido una tensa paz en el área, a punto de romperse por la intervención armada de los Estados Unidos y países aliados. Como podemos observar, la civilización árabe ejerció y ha ejercido poderosa influencia en el resto del mundo, y es el origen del monoteísmo musulmán, aceptado por gran parte de los habitantes de Asia y África, sustentado en las enseñanzas del profeta Mahoma resumidas en el Corán. De igual manera, el territorio que actualmente ocupa Irak ha sido siempre un espacio privilegiado, desde la época de los antiguos sumerios —con los ríos Tigris y Éufrates bañando sus tierras y conviniéndolas en óptimas para el cultivo— hasta hoy, cuando su subsuelo constituye una de las mayores reservas petrolíferas del mundo, lo cual le ha indudablemente beneficiado pero también ocasionado problemas con los países circundantes y las grandes potencias como Rusia, Francia, Alemania e Inglaterra en los siglos XIX y XX, y ahora con Estados Unidos, que ve con codicia esta riqueza.
Sadam Hussein A los occidentales no estudiosos del pueblo iraquí nos resulta difícil comprender la historia de Irak sin asociarla con la persona de Sadam Hussein. Se ha hablado mucho del líder iraquí pero se conoce poco de su vida personal y sobre todo de su infancia y juventud, por lo que es preciso adentrarnos un poco en estas etapas para entender de mejor manera la personalidad de este hombre y su importancia en la comprensión y posible solución del problema. Sadam Hussein nació el 28 de abril de 1937 en el seno de una familia campesina extremadamente pobre y sin tierras en la villa de al-Auja, cerca del pueblo de Takrit, sobre el Tigris, en el corazón de la zona musulmana sunnita, unos 160 km al norte de Bagdad. Las noticias o testimonios que se tienen en relación a los primeros años de la vida de Sadam son oscuros e inciertos, unas versiones mencionan que su padre Hussein al-Majid murió antes de su nacimiento o bien cuando apenas había nacido el ahora presidente iraquí; otras apuntan hacia un abandono a la familia, pero de cualquier forma, el pequeño Sadam creció en la ausencia de su verdadero padre. De esta manera, su infancia transcurrió bajo la tutela de su madre Subha y su padrastro Ibrahim Asan, quien se sabe maltrataba y golpeaba a su hijastro. Ello marcaría para siempre su vida. Después empezó a ir a la escuela y se fue a vivir con un hermano de su madre, Jayrallah Tulfah, quien tendría una gran influencia en la vida posterior del futuro gobernante iraquí. De la generación de líderes árabes que tomaron el poder en los golpes militares durante las décadas de 1950 y 1960, Sadam Hussein era el único sin experiencia militar, pues en distintas ocasiones intentó ingresar sin éxito a la Academia Militar de Bagdad; sin embargo, en 1976 consigue ser nombrado teniente general y en 1979, al convertirse en presidente de la República, se asciende a sí mismo a mariscal de campo. Contrario a lo que pudiera pensarse, el presidente iraquí es una persona preparada; estudió en varios países como Siria y Egipto, ingresando a la escuela de leyes de la Universidad de El Cairo. En resumen, podríamos inferir que, por lo que ha vivido y hemos observado, el líder iraquí es una persona con conflictos emocionales derivados de una infancia difícil, que siempre deseó erigirse en el gran líder de su pueblo, el que conquistara territorios y le devolviera la grandeza de la antigua Babilonia. ¿Amenaza para la paz? Ahora bien, es pertinente analizar si verdaderamente Sadam Hussein representa una amenaza para la paz y seguridad internacionales, y en consecuencia, si la intervención militar estadounidense para derrocarlo está justificada o bien es una obstinación del presidente George W. Bush, quien busca distraer la atención del problema económico que vive su país, o si los verdaderos motivos de la invasión tienen que ver con el control de la riqueza petrolera en el Medio Oriente. Muchos han sido los rumores sobre si el presidente iraquí ha tratado de comprar armas químicas a otros países u organizaciones, o si ha intentado producirlas en su territorio. Estos rumores nunca han sido confirmados, excepción hecha de las notas de prensa aparecidas a mediados de enero del presente año, cuando los inspectores enviados por Naciones Unidas encontraron once ojivas nucleares en un sitio cercano a Bagdad. Sin embargo, no son pocas las voces que señalan la posibilidad de que éstas hayan sido sembradas para darle a la superpotencia estadounidense el motivo que esperaba para, con el apoyo de Gran Bretaña y otros países, atacar a Irak y derrocar a Sadam Hussein. Nadie duda que la batalla podría ser breve. Aunque no son pocos quienes recomiendan no confiar tanto en el poderío militar norteamericano. De hecho, los miembros del gabinete del presidente Bush con experiencia en confrontaciones bélicas, son los que se muestran más reacios a una intervención militar por los posibles riesgos que ello conlleva. Por el contrario, quienes tienen poca o nula experiencia en conflictos de guerra confían plenamente en la supremacía estadounidense. Empero, el desierto y las bajas temperaturas en esta época del año son factores que no deben subestimarse. Aquellos que están a favor de la guerra sustentan su posición en que el poderío estadounidense encontrará poca resistencia en los iraquíes, sobre todo porque los servicios de inteligencia informan que Irak cuenta con un equipo militar viejo y en malas condiciones, aunado a que gran parte de los miembros de su ejército están mal preparados o bien son veteranos de la Guerra del Golfo inconformes con el régimen del presidente Sadam Hussein. Todos estos factores pueden anunciar que el desenlace de la guerra se dará poco tiempo después de iniciadas las hostilidades. Sin embargo, nadie puede saber qué pasará después de la guerra. La forma de gobierno que se implantará tras el derrocamiento de Hussein es un misterio, y muchos analistas de la situación dudan que pueda generarse la paz con la caída del régimen actual, dado que en el territorio de Irak coexisten diversas etnias que, por la necesidad de enfrentar a un enemigo común, al momento se encuentran aparentemente unidas, pero se presume que una vez derrocado el dictador las cosas seguramente cambiarán y todas tratarán de obtener ventajas sobre las demás y ser las mayores beneficiarías de la caída del régimen. No debemos tampoco pasar por alto que en caso de producirse la guerra, las consecuencias serían devastadoras para el pueblo iraquí, la verdadera víctima de la confrontación armada, un pueblo que siempre ha vivido en el sufrimiento y la desolación; siempre en la guerra y, por tanto, siempre en la miseria, siempre defendiéndose de sus invasores, en constante zozobra por repetidas amenazas y violaciones a sus derechos. El motivo de la confrontación, concluimos, debe ser finalmente el petróleo. El problema no es político sino primordialmente económico. A una potencia comercial y militar como Estados Unidos no le interesa que exista democracia en los países de Medio Oriente, que éstos sean libres o bien que profesen una determinada religión, lo que en verdad le interesa son sus recursos naturales, sus riquezas petroleras y el impacto que éstos tienen en la economía mundial y, sobre todo, en la norteamericana. De ahí, por ejemplo, la resistencia de Francia a otorgar su apoyo a la invasión armada a Irak, pues se dice que en este momento es una de las grandes potencias que tiene privilegios sobre el petróleo iraquí y en caso de estallar una guerra en la que Francia no participe o lo haga muy tarde, no alcanzaría a repartirse el “botín” al finalizar la misma. Por otra parte, el presidente Bush ha sido criticado por mostrarse demasiado beligerante con Irak y. en cambio, muy complaciente con el régimen comunista de Corea del Norte. Esta contradicción se evidencia en el momento en que el régimen norcoreano anuncia al mundo que ha decidido abandonar el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares y que se reserva su derecho a realizar pruebas nucleares cuando así lo decida. Ante esto, el gobierno estadounidense muestra una paciencia que no tiene con el presidente iraquí: privilegia el diálogo sobre la confrontación y, con débiles llamados, insta a los norcoreanos a pensar bien su decisión. Entonces es preciso concluir y preguntarnos por qué no se actúa de la misma manera en ambos casos; si existe una verdadera voluntad y preocupación por parte de los norteamericanos por el pueblo iraquí, o bien, si son otros los intereses que subyacen en la intención de derrocar al régimen de Hussein. Los Estados Unidos se han autoproclamado, desde hace un siglo a la fecha y de manera más marcada en la historia reciente, tras el final de la Guerra Fría y la caída del Muro de Berlín, como los policías del mundo; son ellos quienes deciden quién tiene razón y quién no: invaden territorios soberanos so pretexto de buscar la democracia en los países atacados; derrocan regímenes que a su juicio consideran totalitarios y persiguen criminales que suponen peligrosos. Esta actitud, desde luego, sería plausible si contara con el apoyo de la comunidad internacional, si se tomaran la molestia de consultar a los demás miembros al solicitar su apoyo y, sobre todo, si se sujetaran estrictamente a las resoluciones del Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas. Sin embargo, la actitud de la superpotencia ha sido arrogante, pues no puede llamarse de otra forma al talante que advierte a la comunidad internacional que se reserva su derecho a actuar de la manera que considere conveniente, obtenga o no el apoyo de los demás países. Esta postura, desde luego, es soberbia. A falta de un contrapeso como lo fue la antigua Unión Soviética en la Guerra Fría, los estadounidenses se proclaman los preservadores de la paz internacional. Ante ello, es preciso hacer oír nuestra voz; la guerra es el fracaso del diálogo y la negociación, y una guerra arbitraria como la que estamos a punto de vivir puede afectar a los mexicanos más allá de la simple atención a las noticias impresas y los informes televisivos, pues como ya afirmaba Herodoto: “... ningún hombre es tan tonto como para desear la guerra y no la paz; pues en la paz los hijos llevan a sus padres a la tumba, en la guerra son los padres quienes llevan a los hijos a la tumba...”.
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