No. 119/EL RESEÑARIO


 

Entre el desenfado y el erotismo



Carlos Pineda

 


Héctor Carreto
Coliseo
Joaquín Mortiz, México, 2002


 

pineda-carlos01.jpgHay poetas “de oficio” (que no con oficio) que de tanto darse de topes eufemísticos con la palabra, no pasan de deletrear el asfixio; otros, dada su tendencia telúrica (en especial su filia por lo marmóreo) pronto se anquilosan, dejan por aquí y por allá vestigios de su esclerosis creativa y a uno no le queda sino limpiarles de vez en vez el detritus seco de las palomas que adornan sus delirios. Poetas hay también, los menos, que ríen, que elevan su carcajada (a veces de raíz dolorosa) hacia los dioses, quienes con el ceño fruncido los miran con desconfianza.

Es éste el caso del poeta mexicano Héctor Carreto (México, 1953), quien a lo largo de su quehacer poético ha visto en el humor una herramienta no sólo de crítica, sino de conocimiento de la realidad, de esa otra realidad escondida tras el acartonamiento propio de lo cotidiano. Esta visión humorística desacraliza al hecho poético mismo, pero por otro lado funda nuevos derroteros a partir de los cuales se puede asaltar lo inaudito. Su poesía siempre se ha caracterizado por la utilización de un lenguaje contenido, coloquial, esta postura suya frente al lenguaje poético lo acerca a los preceptos estéticos de la antipoesía del poeta chileno Nicanor Parra. Sin embargo, Carreto tiene sus propios caminos de desacralización, y no sólo a través de lo humorístico, sino también de una lectura transgresiva de lo sexual. Así, incluso el sagrado erotismo se ve burlado. En su último libro Coliseo el mítico caballo de Troya se transfigura en “El caballo de Trojan” (cualquier parecido con cierta marca de condones, es intencional). En este poema el yo poético consuma la conquista no gracias a la espada y el canto de guerra, sino a través del gemido, el suspiro y la estocada precisa en la entrepierna de Helena en ese otro campo de batalla que es la cama. En este mismo tono se inserta el poema “Quemando la Ciudad Eterna” donde a través de una oda, el poeta nos hace cómplices suyos tanto del adulterio que comete con “la joven leona enjaulada” mujer de Tirano (uno de tantos) como del escarnio contra éste. El pícaro poeta le dice al amante engañado: “Si alguna noche retoma sin aviso/ y desde la cumbre avizoras un potente fuego/ no será, te lo aseguro,/ la cremación de mis papiros […] Algo que dices tuyo arderá en mis brazos./ ¡Adivina!”

El desenfado, el gusto por evidenciar la hipocresía imperante en el medio intelectual, la crítica constante a la falacia de la mal llamada República de las Letras, el amor carnal “al margen de la ley” que gusta del extremo para sentirse vivo, todo esto y lo que de ello deriva, está en la poesía de Héctor Carreto, poeta que logra lo que pocos: la sonrisa en el lector. Vale.