No. 117/CRÓNICA |
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Una senda hacia Tizapán |
Ricardo García López |
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS, UNAM |
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Tizapán, colonia que se ubica al sur de la ciudad de México y en la que llegó a vivir el pintor, arqueólogo y director de danza moderna “Chamaco” Covarrubias, adquirió en mi vida un sentido mucho más atávico cuando descubrí la importancia que había tenido para mi abuelo y mi padre, ya que ellos al igual que yo crecieron en ella. Pero también allá afuera, recorriendo el asfalto y oliendo los olores de las calles y el barrio, me pude dar cuenta de que éstos son esenciales para la formación y consolidación de nuestra identidad, aunque hay quienes nos aferramos más a sus espacios y recovecos intentando dignificar y reivindicar su esencia. En la tarde paseamos a Chimalistac o a Tizapán y al Cabrío. Las señoras en burro, los hombres a pie o a caballo, y los músicos detrás de la caravana, para improvisar un baile debajo del primer grupo de árboles que encontrasen al encumbrar la montaña. No hay para qué decir que los tamalitos cernidos, el atole de leche y los chongos son todavía el elemento indispensable de estos paseos, en los que el amor, con todos sus graciosos y multiplicados incidentes, tomaba una parte activa; no pocos casamientos se concertaron en el Cabrío y en huertas frescas y floridas de Tizapán. El poeta y político Guillermo Prieto, en El verano en el Distrito Federal, se refirió a esta zona del sur de una manera similar: Los pueblecitos que rodean San Ángel son ramos de flores, cestos de frutos, tibores de perfumes, nidos de aves canoras, de encantadas mansiones de delicias […] Tizapán con sus bosques sobrios de manzanos; Chimalistac, con sus indios comedidos y sus jacalitos entre flores… También el pintor mexicano José María Velasco, en un lienzo titulado Fábrica de la Hormiga, plasmó a Tizapán. En la actualidad la alusión al barrio se encuentra manifiesta en canciones de distintos géneros musicales, tal es el caso de “Por las calles de México”, interpretada por la internacional Sonora Santanera: “Te busco por Guerrero,/ la Villa y Tizapán…”
La calle de Frontera
Una de las calles más importantes de esta colonia es la de Frontera, arteria por la que hace algunos años, cuando era de doble sentido, atravesaba el trolebús que iba de Taxqueña hacia la Unidad Independencia, y viceversa. En la actualidad el sentido únicamente es de San Ángel hacia Periférico y el trolebús es sólo un réprobo fantasma del que aún se pueden hallar algunos vestigios en el puente de avenida Toluca y Periférico y en reminiscencias de mi niñez: recuerdo que un amigo y yo solíamos viajar colgados, por toda la avenida Querétaro hasta la Unidad Independencia, en los “granos”' del trolebús. En el límite de Tizapán con San Ángel, en la esquina de la calle Frontera con la de Arteaga, se encuentra el Colegio Jesús de Urquiaga; en aquellos tiempos no era laico, ya que pertenecía a unas monjas Josefinas, y únicamente se impartían clases de preescolar, primaria y comercio. Cursé los seis años de primaria en este colegio, pero a pesar de la impositiva y morigerada educación que se impartía en ella, el sexto y último año —en el cual el colegio cumplió un siglo de vida— fue uno de los más felices de mi niñez. En este año comencé, a pesar de mi corta edad, a irme caminando del colegio a mi casa; eso me sirvió para recorrer y husmear cotidianamente toda la colonia y volverla cada vez más entrañable. Más adelante, pasando la calle del Árbol, del lado derecho, se encuentra el Foro Ideal. Su arquitectura art decó y hasta el mismo letrero que lo identifica pertenecieron al cine Ideal. Mi padre recuerda que se podían allí presenciar tres funciones de cine por sesenta centavos, en la parte de arriba, y por un peso con veinte centavos en la parte de abajo. Mi abuela frecuentemente llevaba a mi padre y a algunos de mis tíos a estas funciones, a las cuales asistían bien provistos de tortas que ella preparaba en casa. Sobre la calle de Rancho Palmas, perpendicular a la de Frontera y frente al Foro Ideal, se encuentra la secundaria número 261, que está asentada en lo que era el jardín de una casa que data de principios del siglo XX. La secundaria, en sus primeros dos años, no comenzó a funcionar en el terreno antes referido sino, irónicamente, dentro de las instalaciones de lo que era una cárcel preventiva —hoy ministerio público— que se encuentra entre avenida Toluca y calle Tlaxcala. En el patio, donde aún se podían avistar las regaderas en las que se duchaban los reos y desde donde los estudiantes podían mantener una distante comunicación con los presos a través de mentadas de madre, se encontraban unos improvisados cuartos de lámina que funcionaban como aulas. Continuando por la calle de Frontera, a la altura del mercado de Tizapán y en la esquina de la calle San Luis Potosí, en donde ahora se ubica un local de auto-lavado, se hallaba un inveterado edificio de viviendas que, decrépito y con ojerosas paredes, apenas se mantenía en pie. En ese sitio, por la cercanía de varias escuelas de primaria y secundaria, se formaban turbas de niños y jóvenes que daban al lugar y al edificio una gran carga simbólica; éste fue demolido hace algunos años, pero no ha sido borrado de la memoria de varias generaciones. Frontera encuentra sus límites en el entronque con la calle que, dividida drásticamente por el Periférico, representa el indefectible lado gastronómico de Tizapán: la de Veracruz. Sobre esta calle, evocada por los oriundos como la “calle del hambre”, se encuentran las más conocidas taquerías del rumbo. El histórico Tizapán Tizapán es indisociable del desarrollo histórico de México, en ella se levantó la primera fábrica de papel: Loreto, que ahora convertido en un centro comercial aún resguarda algunos vestigios arquitectónicos y de la antigua maquinaria con la que se fabricaba papel. También existieron otras dos importantes fábricas: La Hormiga y La Abeja. La Hormiga, en donde trabajó por mucho tiempo mi abuelo paterno, fue fundada con capital inglés y se encontraba cerca de donde hoy está la clínica No. 8 del IMSS. Su maquinaria era impulsada por la energía de un río que hacia girar una enorme rueda, y en ella se producía todo tipo de manta y algodón sin teñir. A finales de la primera década del siglo XX estalló en La Hormiga una de las huelgas más importantes de la República Mexicana, después de la de Cananea y Río Blanco: la huelga de 1909. El periodista norteamericano John Kennet Tuner, en su México bárbaro, registró las precarias condiciones en las que se encontraban los trabajadores de esta fábrica: Las huelgas en México han sido casi siempre resultado de la espontánea negativa de los obreros a continuar su vida miserable, más que fruto de un trabajo de organización o del llamado de los dirigentes. Tal fue la huelga de Tizapán, a la que me refiero porque de manera casual, visité ese lugar cuando los huelguistas estaban muriendo de hambre […]. Excepto en Valle Nacional, nunca había visto tanta gente, hombres, mujeres y niños, como en Tizapán, con las señas del hambre en sus caras. Es verdad que no estaban enfermos de fiebre, que sus ojos no estaban vidriosos a causa de la fatiga total por el trabajo excesivo y el sueño insuficiente, pero sus mejillas estaban pálidas, respiraban débilmente y caminaban vacilantes por falta de alimento. […] La huelga de Tizapán se perdió. La empresa reabrió sin dificultad, tan pronto estuvo en condiciones de hacerlo, puesto que, como dicen los prospectos de las compañías del país, en México hay mano de obra abundante y muy barata. En La Abeja se fabricaban artículos de bonetería de excelente calidad, hechos en distintos tipos de algodón, según el acabado del producto: para los finos se utilizaba el egipcio y para los comunes, el mexicano. Estas dos últimas fábricas tuvieron un efímero protagonismo durante la gran asonada revolucionaria. Las instalaciones de La Abeja llegaron a ser tomadas y desde las azoteas de La Hormiga se podía observar los enfrentamientos que, entre federales y zapatistas, se llevaban a cabo en Puente Sierra y San Jerónimo. Tizapán también cuenta con otros edificios históricos, como la Capilla de Nuestra Señora de Guadalupe. Sus antecedentes datan del siglo XVI, cuando los Dominicos, que evangelizaron el pueblo de Tizapán, levantaron una ermita. Hacia el siglo XVIII ésta fue transformada en capilla y en 1933, declarada monumento histórico. En Tizapán, como en muchos otros barrios del Distrito Federal, han desaparecido gran parte de las pulquerías y vecindades; las canicas y la tapa ya no son los rutilantes juegos que iluminaban los ojos de los niños en las calles; el merenguero que se jugaba la mercancía en volados ya no pasa más y las tradicionales posadas apenas subsisten. Sin embargo, como una evocación sempiterna, aún surca el cielo de Tizapán un número considerable de papalotes.
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Fotografías de Cecilia Mar, Escuela Nacional de Artes Plásticas |