No. 115/DEL ÁRBOL GENEALÓGICO


 
Héctor Valdés


Eduardo Casar



Hacer nacer es una de las cosas

más bastante importantes de las vidas,

es una de las cosas más hermosas

según cómo se enlacen los pentágonos-casas

del código genético.

Aquí digo su nombre: Héctor Valdés,

un hombre de voz grave,

de caminar pausado por su voz siempre curva.

De creación cupular

con las lentas esferas desbocadas.

Héctor fue mi padre sin que nadie supiera,

padre ascendiente, intelectual, oral, sonoramente,

quitado de su pena, nunca de la memoria

de sus alumnos que le conocieron

el alma de su calma y la sabiduría

de su modo de estar gravitando con ellos:

no entraba en el salón:

estaba en el salón como si fuera

la parte iluminada,

la menos cara negra de la sombra

de los aprendizajes.

(En su clase conocí a ciertos amigos

que fueron tan importantes

como para morir con ellos.)

Él nos dijo: no es nadie quien no lea La regenta,

mas no lo dijo así: nunca nos dio instrucciones,

sólo fuentes y cauces, el amasante suave

del jardín del desierto.

Cuando lo conocí yo comenzaba a ser

una forma estudiante:

hoy soy un carcamán cuya cabeza toca

el techo de los años.

No me agacho y retiemblan

las bardas de mi sangre pero sí se me secan.

Pero junto las manos

para decir con calma: “Héctor Valdés”.

Para mí no es un nombre:

es una oración

que no quiso tener subordinadas.

Cuando junto las manos una mano es la suya

y al tocarme no siento que me toca:

siento que estoy tocando en otras puertas.

 


Nota del autor: fue en la revista Punto de partida donde yo publiqué mi primer texto. La maestra Eugenia Revueltas nos pidió un trabajo final para su clase allá en 1972, hace treinta años. A ella le gustaba la obra de Octavio Paz y a algunos de nosotros no. Entonces, junto con otro compañero (cuyo nombre me reservo no por ponerme misterioso sino porque no le he preguntado si quiere que lo señale) decidimos escribir mi texto criticando la poética de Paz y algunos aspectos de su poesía y de “Piedra de sol”, con la clara intención suicida de la provocación. El trabajo se llamaba “Octavio Paz o ¡quita esa mano de encima!”. Después de que la maestra Revueltas revisó el trabajo pidió que nos identificáramos, nos felicitó y solicitó nuestra anuencia para publicarlo en Punto de partida que ella dirigía. Ese acto fue una gran lección de tolerancia intelectual y espíritu universitario. Hoy publico aquí, de nueva cuenta, un poema sobre otro de los grandes maestros de mi generación: Héctor Valdés.