ACTO ÚNICO
Zona atravesada por un muro; hacia un lado, un árbol; hacia el otro, piezas quemadas de un coche que yacen sueltas en el suelo. Durante toda la obra deberá escucharse sonido de tráfico que está detenido, así como las sirenas de muchas ambulancias también detenidas en medio del tráfico.
Noche
S. fatigado está trepado en el muro, se esfuerza por subir. Se detiene, jadea, vuelve a intentarlo, resbala, vacila un instante y cae estrepitosamente. Lanza un grito terrible. N. está del lado contrario, cerca del árbol, se aproxima al muro interrogante, empuña un rifle.
N.: (Amenazante.) ¡No se mueva!
S.: (Que no ha escuchado, se incorpora adolorido y da unos pasitos hacia el muro.) ¡Maldito muro! ¡Malditos mis pies! ¡Maldito mi cansancio! (Vuelve a intentarlo. Repite las frases una y otra vez, hasta llegar al balbuceo.)
N.: (Más alto.) ¡Deténgase!
S.: (Calla, permanece inmóvil un momento, desciende lentamente. Con la mirada recorre el muro en todas direcciones.) ¿Qué? ¿Alguien me habló? (Silencio. Vuelve a subir.)
N.: (Ofendido, dispara hacia el aire.) ¡Dije que se detenga!
S.: (Se detiene, mira hacia el cielo. Reflexiona.) ¿Una bala parlante? (Desciende lentamente.) ¿Una bala que da órdenes? (Se queda inmóvil, mira hacia el cielo.) Oye tú… señora bala… ya me detuve. (Silencio.) ¿Ahora qué debo hacer?
N.: (Enojado.) ¡Quédese ahí!
S.: (Imperioso.) No, imposible señora bala, necesito cruzar, me urge cruzar… ¿Entiende señora bala?
N.: ¡Métase a la señora por donde mejor le quepa! ¡No lo voy a dejar cruzar… ¿Entiende señora bala?
S.: (Mira el muro furioso, le da un violento puntapié, cae una piedra, la recoge y la arroja hacia el cielo, cae del otro lado.) ¡Debo cruzar, señora bala!
N.: ¡Me importa un carajo, señor piedra! ¡Aquí no pasa!
S.: (Vuelve a trepar.) Voy a cruzar, señora bala, y no me importa.
N: Señor piedra, he dicho que aquí no pasa, (con énfasis) eso debería importarle.
S.: Voy a cruzar y no me importa.
N.: (Casi dulcemente.) Le va a importar. Estoy seguro.
S.: ¿Por qué?
N.: (Tajante.) Porque si cruza lo mato.
Silencio. Permanecen inmóviles un momento. S. desciende rápidamente, da unos pasitos indecisos y luego se aleja del muro, reflexivo. Se detiene un momento. Regresa sobre sus pasos, a medida que se acerca avanza más rígido, sereno. Cada uno de sus pasos deja una estela de tierra. Susurra algo para sí. Se detiene. Su voz se vuelve ronca, seca, grave, gravísima.
S.: (Autoritario.) Me he encontrado a este pobre hombre. ¿Quién no le permite pasar?
N.: (Desconcertado.) Yo, señor.
S.: ¿Quién?
N.: (Tímido.) Yo…
S.: ¡Grite como hombre!
N.: (Más alto.) Yo señor, fui yo.
S.: ¡Ah, usted! Lo sabía. (Pausa.) Sabía que era usted.
N: (Ansioso.) ¿Lo sabe? (Duda.) ¿Quien soy?
S.: Lo sé y con eso basta. (Pausa.) Ahora dígame ¿cuál es su deber?
N.: (Igual de ansioso.) No sé, señor…
S.: Recibir órdenes y obedecer.
N.: (Abatido.) Eso hago siempre, señor… (Para sí.) Pensé que tenía otro deber.
S.: No parece hacerlo.
N.: Señor, parece que no me conoce.
S.: (Suspicaz.) Creo que no ha comprendido. Lo estoy poniendo a prueba.
N.: ¿Duda de mí?
S.: (Categórico.) Sí.
N.: ¿Qué debo hacer para convencerlo?
S.: Deje pasar a este hombre.
N.: No, no puedo.
S.: ¿Por qué?
N.: He recibido órdenes.
S.: ¿De quién?… El único que da órdenes soy yo. No te confundas.
N.: ¿Y quién es usted?
S.: (Se yergue orgullosamente.) Yo soy uno de los más distinguidos y honorables hombres de raza superior.
N.: (Meditabundo.) ¿Ah, sí? ¿Pero qué hace del otro lado con los de raza inferior?
S.: (Ofendido.) Imbécil. ¿No lo sabes?
N.: (Confundido.) No lo recuerdo, discúlpeme.
S.: (Cada vez más dueño de la situación.) ¡Qué salvajada estás diciendo! Eres un retrasado ¿o qué? (Sagaz.) Me haces dudar… sólo un hombre de raza inferior podría perder la memoria… ahora entiendo… tú eres uno de ellos… Sí, eres un hombre de raza inferior. Eso es. Pero ¿cómo es que estás de aquel lado? ¿Qué hiciste para cruzar? Y… ¿por qué? ¿Para qué? ¿Cuáles fueron tus motivos? (Pausa.) Claro, te comprendo… cruzaste al otro lado porque estás huyendo… ¿verdad? Huyes… porque no hay otra salida. Pero ¿de qué o de quién huyes? De… todo. ¿Cierto? Eso es, pero ¿cómo lograste cruzar? Fue… ¿clandestinamente? ¿Hiciste algún trabajo sucio? ¿Transaste o diste alguna mordida? Te disfrazaste… Sí… sólo un hombre como tú podría hacer eso… eres un estafador, un cobarde, criminal, prófugo de la justicia. Te delataré.
N.: (Asustado.) No. Por favor. No haga eso. No piense mal. Ahora precisamente lo recuerdo todo en detalle. (Piensa.) Sé quién es usted y por qué está ahí. Perdóneme por favor, perdone mi cabeza torpe. (Lastimeramente.) Usted sabe, “jefe”, yo nunca duermo, nunca reposo… mi memoria está cansada. (Afectuoso.) Lo extrañé… ¡Qué suerte volver a encontrarlo!
S.: (Pausa. Aliviado.) Que no vuelva a repetirse. ¿Escuchó bien? No quiero volver a dudar de usted. Así que, por favor, no interrumpa mi labor altruista. Este pobre amigo está muy desesperado. Déjelo pasar. ¡Obedezca!
N.: De acuerdo, jefe… pero, eh, yo…
S.: Me voy…
N.: ¿La recompensa…? ¿Sigue siendo la misma?
S.: (Duda.) Sabe que sí. Actúe ya.
N.: Recuerde… el anticipo.
S.: ¿Anticipo?… dinero… mujeres… un puesto… Yo te prometo que…
N.: (Interrumpe excitado.) Sí, exactamente, eso es lo que quiero, una promesa.
S.: (Impaciente.) Dígala ya, sin rodeos. Yo sabré si la merece.
N.: Sólo prométame que la va a cumplir, ése es el anticipo.
S.: (Ríe.) ¿Eso es todo? ¿Prometer cumplir? (Pausa.) Acepto, sin reserva alguna. (Transición.) Bueno, ya tiene mi promesa. (Amenazante.) Ahora cumpla usted primero.
N.: Jefe, una cosa más: Quiero preguntarle a su pobre amigo si es fuerte, tenaz y valiente.
S.: ¿Para qué?
N.: Para saber si logrará pasar. Usted conoce el muro, jefe. Es monstruosamente alto y peligroso.
S.: (Su voz vuelve a ser normal, con tono amable.) No se preocupe, gentil hombre. He pasado por cosas peores. El muro es una simple pared. Una estúpida pared grandota y parásita. (Pausa.) Lo que importa es que usted, por fin, me va a dejar pasar.
N.: Sí, sí, no voy a impedírselo. Puede empezar.
S.: (Jubiloso.) ¿Ya?
N.: Sí. Adelante.
S.: Gracias, no sabe cuánto se lo agradezco.
N.: No me lo agradezca a mí, sino a mi jefe.
S.: (Duda, permanece en silencio, toma aire, luego su voz se torna nuevamente ronca, grave, gravísima.) Es mi deber. No tiene por qué agradecérmelo.
N.: (Reflexivo.) Lo sé, jefe, y estoy contento de haberlo encontrado otra vez. (Permanecen inmóviles un momento. Luego S. se precipita al muro y comienza a treparlo.) Jefe… jefe… ahora le falta cumplir su promesa. (S. finge no escuchar, y continúa afanado en el muro.) Jefe… ¿Me escucha? (S. no responde. N. con creciente nerviosismo.) Jefe… ¿Sigue ahí verdad? (Pausa.) Respóndame, por favor (S. no responde. N. comienza a enojarse.) ¿Jefe? ¿Dónde está? Le estoy hablando. No escucha. (Gritando.) ¿Dónde demonios está?
S.: (Se detiene exhausto. Permanece en silencio. Toma aire. Su voz se torna ronca, seca, grave, gravísima; la dirige hacia el suelo.) Aquí. No me he movido. Pero ya me voy. (Intentando ser amable.) Me dio mucho gusto volverlo a encontrar ¿eh? Adiós.
N.: (Aliviado.) ¡Ah, qué bueno que no se ha ido! Pero no, no puede irse. Es imposible, jefe. Tiene que quedarse ahí.
S.: (Fríamente.) Debo irme… ya lo sabe. Adiós.
N.: Jefe, tiene una promesa.
S.: (Atónito.) Ya la hice ¿no? Ahora me voy. (Pausa.) Ya no tengo tiempo. (Continúa trepando. Mira hacia el final del muro: hay una gran distancia, suspira.)
N.: (Desconcertado.) Jefe… eso era sólo el anticipo, ahora hay que cumplir… (Suspicaz.) ¿Ya lo olvidó?… Usted siempre cumple.
S.: (Con creciente nerviosismo, su voz comienza a debilitarse.) Está bien, lo que tenga que cumplir dígamelo ya. Estoy a punto de partir. (Se impulsa hacia arriba con gran esfuerzo.)
N.: Escuche bien, jefe, usted debe permanecer ahí hasta que su amigo cruce. Cuando él caiga hacia este lado, le diré exactamente lo que debe hacer. Así que usted tendrá que permanecer ahí hasta que yo le diga. Jefe, es muy sencillo: el pase de su amigo, a cambio de que usted permanezca del otro lado… sólo por un momento. (Sentencioso.) Jefe, si usted no se queda de aquel lado, su amigo caerá muerto. (S. cae desmayado.) ¡Pobre amigo! (Para sí.) ¿Está bien? ¿Se lastimó?
S.: (Despierta de súbito.) ¡Maldito sea el muro! ¡Maldita sea mi cabeza! ¡Y maldito mi susto! (Repite las frases incesantemente hasta que llega al balbuceo.)
N.: (Autoritario.) ¡Levántese y vuelva a intentarlo!
S.: (Harto.) Estoy cansado. Renuncio. (Se incorpora y da un paso.)
N.: Tiene que hacerlo.
S.: No puedo.
N.: ¡Se lo exijo!
S.: Imposible.
N.: ¿Le faltan… fuerzas o qué?
S.: Sí, pero no a mí.
N.: ¿Qué dice?
S.: Le falta fuerza y vida a él, no a mí.
N.: (Desconcertado.) ¡Sea claro!
S.: (Con dolor.) Quien ha caído no he sido yo, sino su jefe y… ¡está muerto!
N.: (Estupefacto.) Imposible… mi jefe… ¿muerto? (Lastimeramente.) Y sin haber cumplido su promesa, su misión…
S.: Seguro fue un infarto.
N.: Sí, sufría de corazón pequeño. (Pausa.) Es una lástima, tenía una misión importante que cumplir… por favor, se lo suplico… entiérrelo. (Movimiento interno.) Fue un hombre honorable, especial, que merece una digna sepultura (enfático) para que descanse en paz.
S.: (Sonríe malicioso.) Así sea.
Silencio. S. recorre la muralla pensativo, avanza cojeando en varias direcciones. Va y regresa sobre sus pasos, hasta que deja de cojear. N. agudiza el oído.
N.: ¿Qué hace?
S.: Lo estoy enterrando.
N.: No escucho que lo haga. (S. va y viene de un lado a otro.) No escucho que cave. (S. no responde.) ¿Por qué demonios no empieza a cavarle su tumba?
S.: (Desconcertado.) ¿Cómo? ¿Tumba? ¿Para qué? ¿Por qué?
N.: (Enojado.) Merece una digna sepultura. Y usted se la tiene que dar.
S.: (Rompe a reír.) Le tengo una buena noticia.
N.: ¿Revivió?
S.: No… Para qué cavar la tumba de un hombre que no existe. (Categórico.) Al que usted llama su jefe, fue un invento mío. Sólo cambiaba mi voz (modifica su voz simulando ser su jefe) para que tú me obedecieras (regresa a su voz) ¿te das cuenta?
N.: ¿Me engañaste?
S.: (Se detiene.) ¡No! Usted quiso imaginarlo así.
N.: (Tras reflexionar estalla iracundo.) ¡Basta! Dime la verdad. ¿Quién eres?
S.: ¿Y para qué?
N.: ¿Necesito saberlo?
S.: Eso no importa. (Pausa.) Uno sólo debe preocuparse en conseguir dinero y ya. Lo demás no importa. (Pausa.) Uno vive al día y ya, o acaso yo te pregunto tonterías como: ¿Por qué estas ahí? ¿Quién eres? ¿Cómo te llamas? ¿Por qué me impides pasar? (Reflexiona.) ¿Por qué?
N.: Yo no te impido pasar. Puedes pasar, pero si llegas a cruzar de este lado te mato. Eso es todo. Ése es mi trabajo.
S.: ¡Ah! ¡Ése es tu trabajo! Pues ¿quién eres?
N.: (Nervioso.) No sé, no sé nada.
S.: (Burlón.) ¿No sabes quién eres?
N.: No sé. Dime tú.
S.: ¿Qué?
N.: (Más alto.) ¿Quién eres?
S.: (Con voz débil.) ¿Yo? Soy un humano.
N.: (Lanza una carcajada.) Eso lo es cualquiera. (Sagaz.) No me has respondido. ¿Quién eres?
S.: (Pausa. Toma aire. Levanta la voz desafiante.) Soy quien quieres que sea.
N.: Un imbécil.
S.: ¡Oh!, ¿yo? (Pausa.) Bueno… por lo menos soy alguien. Temí que ibas a decir “Nadie”.
N.: (Ofendido.) Lo has visto… Gracias a mí eres alguien. (Pausa.) Ahora a ti te toca hacer algo por mí, “imbécil”.
S.: Si me dejas cruzar, tal vez.
N.: Te dejaré, si haces lo que yo te ordene. (S. no responde.) ¿Qué opinas? (S. no responde.) Oye, tú… humano, imbécil… o como te llames, ¡te estoy hablando!
S.: (Se vuelve bruscamente.) Llámame S..
N.: (Fingiendo interesarle.) ¿Sí? ¿Sin más?
S.: Sí, S., así llámame.
N.: (Impaciente.) Bueno S., te propuse algo, deberías aceptar.
S.: No me gusta, suena como al trato que le propuso a “su jefe”.
N.: Di que sí, y ya verás.
S.: (Huidizo.) ¿Y tú como te llamas?
N.: N..
S.: ¿N.? ¿Sin más?
N.: Sin más, sin más ¿Qué dices del trato, eh? Sólo así te dejaré pasar.
S.: (Curioso.) N.… ¿Por qué N?
N.: (Pausa. Buscando darle una respuesta.) Y tú ¿por qué S.?
S.: Por Samuel.
N.: (Duda.) Yo… por Noé.
S.: (Irónico.) S. también por Simón.
N.: (Sigue el juego de S..) Y también de Nicolás.
S.: Y por S. de Salomón.
N.: (Divertido.) N. por N. de Nicanor…
S.: (Se yergue orgulloso, enfatizando la S..) Por S-ócrates.
N.: (Ríe enfatizando la N..) Por N-ietzsche.
S.: S. también por S-hakespeare, S-artre y S-ísifo.
N.: N. también por Newton, Napoleón, Narciso y Nazismo…
S.: (Con rapidez.) Por Sabio, Soñador, Sobreviviente, Suicida…
N.: (Con mayor rapidez.) Por Natural, Nuevo, Necesario, Necio.
S.: (Con vivacidad.) Sur.
N.: (Secamente.) Norte… Noche.
S.: Sol.
N.: Nada, Negación, Nunca.
S.: Sí, Siempre.
N.: No.
S.: Soy.
N.: Nadie.
S.: San, S., o sea, un Santo.
N.: (Lanza una carcajada.) O sea, Satán ¿no?
Silencio.
S.: (Reflexivo.) ¿No me crees Santo?
N.: (Riendo.) Por eso.
S.: ¿Por qué?
N.: Porque para ser Santo hay que ser Satán.
Interrumpe el ruido de un aleteo. S. mira hacia el cielo. Crece el aleteo. N. levanta la mirada. Un enorme gallo blanco vuela vertiginoso arriba del muro. Se para en el borde. Descansa sus grandes alas de lado a lado. Picotea el muro. N. baja la mirada sin darle importancia.
N.: (Meditabundo.) ¿Por qué quieres cruzar, S.?
S.: (Sorprendido.) ¿Es un gallo?
N.: ¿Para qué cruzar, S.?
S.: Ya lo viste, N., es un monstruo. No, no creo que sea un gallo.
El gallo canta el quiquiriquí.
S.: ¡Sí, es un gallo!
N.: (Secamente.) Son de esos que crecieron bajo las piedras.
Ambos permanecen mirando el gallo; S. entusiasmado, N. inexpresivo. El gallo deja de picar, se queda inmóvil, y luego gira su cabeza hacia un lado, se queda inmóvil, y luego hacia el otro lado, se queda inmóvil, repite los movimientos.
S.: (Excitado.) ¡Nos está mirando, N.!
N.: (Irritado.) ¡No seas imbécil! ¡Los animales no saben mirar! Son sólo animales, sólo eso.
El gallo vuelve a aletear, repite el movimiento de los giros. En cada intervención inclinará la cabeza hacia el lado de quien hable.
S.: ¡Es maravilloso! (S. se precipita a la muralla, escala a grandes zancadas, hace un ademán de alcanzarlo.)
N.: ¡Déjalo, S., puede picarte! (Pausa.) No me has respondido. ¿Por qué quieres cruzar? (S. obsesivo extiende sus brazos en dirección al gallo, y luego con una mano alcanza a rozar la punta de sus plumas.)
N.: ¡Es un gallo deforme, no sirve para nada! (El gallo aletea violento.)
S.: (Molesto.) ¡Cállate, estúpido! ¡Lo asustas!
S. sube un poco más, vuelve a intentarlo, tira con fuerza de las plumas. El gallo se desprende y aletea. S. sigue el movimiento con una mano.
S.: ¡Maldición, casi lo agarro!
N.: Déjalo, S., no te canses, es un gallo anormal.
S.: (S., en un movimiento rápido casi lo pesca de la cola. Con furia.) ¡Llévame!
N.: (Rompe a reír a carcajadas.) ¿Y tú crees que sabe conducir?
S.: N… es anormal. (Enfático.) No es cualquier gallo, podría sostenerme y pasarme al otro lado.
N.: (Tras imaginarlo.) Eso es clandestino.
S.: ¡Qué importa! ¡Funcionará!
El gallo aletea vigoroso y emprende el vuelo a gran escala, hace grandes movimientos zigzagueantes a uno y a otro lado, S. lo sigue con la mirada. N. empuña el rifle… De súbito, el gallo vuelve suspendido arriba de N., S. de pronto se queda inmóvil, empieza a olfatear con un gesto de extrañeza, luego lo hace obsesivamente como averiguando de dónde proviene el olor.
S.: Oye, N., huele raro, como… a carne quemada.
N.: (Indiferente.) Es tu hambre.
S. se queda callado, pensando, después encoge los hombros en signo de no importarle, luego sigue al gallo con la mirada, se entusiasma. N. levanta el rifle y apunta hacia el gallo. Dispara. El gallo se aleja y se acerca. N. lo sigue con el rifle, vuelve a disparar. Por un rato, N. permanece cazándolo y el gallo huyendo mientras que S. ríe cada vez que escapa el gallo. Luego de varios intentos N. se detiene y el gallo se aleja definitivamente.
Silencio.
S. atónito extiende sus manos débilmente hacia donde salió el gallo, no puede sostenerse por mucho tiempo y cae. Lanza un grito terrible y permanece en el suelo adolorido.
S.: (Furioso.) ¡Maldición! ¡Maldito sea el gallo! ¡Maldita sea la esperanza! (Repite incesantemente hasta llegar al balbuceo.)
N.: (Mirando el cielo con fastidio.) ¡Qué forma de interrumpir!
S.: ¿Regresará?
N.: (Acaricia el rifle.) ¡Qué desperdicio! ¡Cuántas balas al aire!
S. se sienta en el suelo, mira la suela de sus zapatos, encuentra hoyos en la suela. Pasa los dedos por los hoyos. Busca en el suelo algo para remendar sus zapatos.
N.: (Meditabundo.) S., ¿por qué quieres cruzar?
S.: Estoy huyendo.
N.: (Prestando profunda atención.) ¿Huyendo?
S.: (Con gesto de fastidio.) Huyo de Zeta.
N.: ¿De Zeta? He escuchado hablar de él.
S.: (Interrumpe.) No sé quién o qué cosa es, pero sé lo que hace.
N.: ¿Qué hace?
S.: Sería insoportable recordarlo. Lo he visto todo.
N.: ¿Todo?
S.: Sí… Zeta hace la guerra, el hambre, la peste, los terremotos… Zeta es la desgracia misma… es quien da la muerte.
N.: No, no lo has visto todo.
S.: Tú no has visto nada.
Silencio. Permanecen inmóviles por un momento. Luego S. encuentra un zapato izquierdo semihundido en la tierra. Lo extrae, le quita el exceso de polvo. Lo examina. La suela está en buenas condiciones. Se descalza el zapato izquierdo, lo hace a un lado. Coloca el pie izquierdo en el zapato. Se levanta, da unos cuantos pasitos y regresa a donde estaba. Fija la mirada en el hueco que dejó el zapato sobre la tierra. Voltea a varias direcciones buscando otro, con la mirada recorre el suelo alrededor del hueco.
N.: ¿Y tú crees que de este lado te salves de Zeta?
S.: Sí, Zeta nunca llegará ahí.
N.: ¿Cómo lo sabes?
S.: Lo dice la gente.
N.: ¡Bah!
S. encuentra otro zapato semihundido y a un lado descubre una montaña de zapatos. Les quita el exceso de tierra y extrae unos cuantos. Elige un derecho mejor conservado. Se descalza el zapato derecho y coloca el pie derecho en el zapato. Se levanta. Mira los zapatos, camina un poco. Los vuelve a mirar. Asiente convencido. Luego voltea hacia un lado y hacia otro. Se decide por el lado izquierdo. Camina hacia allá. N. agudiza el oído.
N.: ¿A dónde vas, S.?
S.: ¿Conoces a alguien que pueda ayudarme?
N.: Es posible.
S.: ¿Quién?
N.: Yo.
S.: (Resignado.) ¡Qué va! (Se aleja.)
N.: No te vayas.
S.: Estoy cansado.
N.: Perderás tú última oportunidad.
S.: Buscaré a alguien…
N.: ¡Voy a ayudarte!
S.: (Lo piensa.) ¿Vas a ayudarme?
N.: Sí.
S.: ¿Y me dejarás cruzar?
N.: Sí, pero hay que negociarlo. ¿Qué dices?
S.: (Meditabundo.) Tengo sueño. Vamos a dormir.
N.: Sólo tendrás que aceptar un trato…
S.: Calla y duerme.
N.: No puedo.
S.: Hay vigilantes que duermen… y no pasa nada.
N.: ¿Para qué quieres que duerma?
S.: ¿Vas a ayudarme?
N.: Sí.
S.: Entonces duerme.
N.: Ése no es el trato.
S.: Para mí, ése es el trato… ¿Vas a ayudarme o no?
N.: ¡No puedo!
S.: No le demos más vuelta. Finge dormir y ya… Mira… yo cruzaré velozmente y me echaré a correr hasta desaparecer… luego abrirás los ojos lentamente y entonces… no verás nada… nunca viste nada y nunca sabrás si crucé o no… ¿Estamos?... Y si acaso recuerdas algo… lo soñaste.
N.: Imposible, no puedo, ni siquiera fingirlo.
S.: ¿Quién se va a dar cuenta?
N.: (Pausa. Movimiento interno.) Escucha bien, S.. Tengo un grave problema que pocos saben: ¡Nací con los ojos muy grandes, demasiados grandes, descomunalmente grandes… y no tengo párpados! ¿Entiendes? (Con violencia súbita.) ¡Nací sin párpados! (Pausa.) ¿Cómo podría cerrar los ojos? ¡No he dormido nunca! ¡Ni un solo día, ni unas cuantas horas, ni siquiera un instante! ¿Entiendes? Y para colmo ¡no sé qué es soñar!
Silencio. Permanecen inmóviles, luego S., tras un momento de incomprensión, mira sus zapatos; le quedan grandes, se sienta, les hace nudos a las agujetas.
S.: Dime qué tengo que hacer.
N.: Un trabajo especial.
S.: ¡Qué tipo de trabajo es?
N.: ¿Tienes algo con qué cavar?
S.: ¿Qué voy a hacer?
N.: Busca algo con qué cavar y después te digo.
S.: (Desconfiado.) Tengo que irme. (S. se levanta y camina alejándose del muro.)
N.: (Conciliador.) S., ¿somos amigos, verdad?
S.: Ya no tengo tiempo.
N.: Te dejaré pasar si haces el trabajo que necesito.
S. regresa sobre sus pasos.
S.: No sé si pueda hacerlo.
N.: ¿Tienes manos?
S.: Todavía.
N.: Suficiente… ahora, busca algo con qué cavar, lo que sea.
S. se dirige hacia el coche, se detiene. Lo mira con escrutinio. Observa la defensa, que pende de un lado. Luego se inclina y la arranca. Regresa al muro. N. envaina el rifle cerca de un cinturón. Se inclino bajo sus pies, a su lado hay una roca, la mueve, se ve un hueco, extrae del interior una cuerda enorme, luego la toma de una punta, le hace un nudo y la extiende, impulsándola hacia arriba. Se atora en una varilla del muro. La ensarta con fuerza.
S.: N., encontré una defensa.
N.: Pruébala. Quizás funcione.
S. clava la defensa en el suelo, la empuja hacia dentro, la impulsa hacia fuera y extrae tierra, vuelve a repetir la acción. N. sostiene la cuerda y comienza a impulsarse hacia arriba, con las manos hace un gran esfuerzo para jalar su cuerpo. Se le resbalan las manos, tira de la cuerda, vuelve a impulsarse, la cuerda se desprende. N. cae estrepitosamente. S. se detiene y se vuelve sorprendido hacia el muro.
S.: ¿Qué te pasó, N.?
N.: (Se incorpora sin queja alguna.) Nada… (Ansioso.) ¿Ya estás cavando?
S.: Sí, funciona bien la defensa. (Mira la varilla y la cuerda ensartada. N. vuelve a la cuerda, la ensarta y se impulsa nuevamente.)
S.: ¿Qué haces, N.?
N.: Sigue cavando.
S. mira fijamente la cuerda.
N.: (Sin atenderlo.) Que el hoyo sea grande y profundo, ¿escuchaste? (Se impulsa afanoso hacia arriba con gran esfuerzo, pero en ese momento la cuerda se desprende.)
S.: ¿Te caíste, N.?
N.: (Se incorpora sin dolor alguno. Con frialdad.) Dedícate a cavar.
N. vuelve a intentarlo. S. mira hacia la cuerda.
S.: ¿Por qué trepas, N.?
N.: (Pausa. Suelta un sollozo.) Tengo que cruzar.
S.: ¿Hacia este lado?
N.: Necesito tu ayuda, S..
S.: ¿Qué vas a hacer?
N.: Termina de cavar y luego te explico.
S.: No deberías cruzar.
N.: Sigue cavando.
S.: ¿Y si te sorprende Zeta?
N.: Tú me escondes.
S.: No, no podría. Si lo hago, me mata. Mejor no cruces.
N.: Debo hacerlo.
S.: ¡No!
N.: Voy a cruzar.
S.: (Autoritario.) No lo permitiré.
N.: (Desafiante.) Estoy seguro de que sí.
S.: Romperé tu cuerda.
S. se precipita al coche, arranca un fierro largo. Regresa al muro. Se trepa. Extiende el fierro. Alcanza a tocar la cuerda. Comienza a cercenarla.
N.: ¿Qué haces, imbécil? (S. no responde.) ¡Es por tu bien! ¡No lo hagas!
S.: No te dejaré pasar.
N.: (Imperioso.) Déjame, te lo suplico.
S.: Imposible. (Sigue cercenando.)
N.: (Angustiado.) ¡Ya, por favor, no lo cortes! (S. no responde. N. se enciende.) Está bien, hazlo. Pero antes tienes que saber algo.
S.: ¿Qué?
N.: Si la cortas, tú tampoco cruzarás. (S. se detiene.) Hicimos un trato. Si tú haces tu parte, yo te daré la cuerda.
S. tras reflexionar deja caer el fierro y desciende lentamente del muro. Abatido toma la defensa, la sumerge en la tierra y comienza a cavar.
S.: No me has dicho todo lo que tengo que hacer.
N.: Cuando haya cruzado, te lo diré.
N. con gran esfuerzo llega al borde del muro, se sienta. Mira a su alrededor. Suspira. Luego mira hacia el hoyo que S. está cavando.
S.: (Fatigado.) ¿Qué tan profundo lo quieres?
N.: Como una fosa.
S.: (Voltea a verlo sorprendido.) ¡Lograste llegar, N.!
N.: Estoy justo en la mitad.
Silencio.
S.: ( Echando una ojeada a N..) ¡Nunca imaginé que fueras así!
N.: ¿De qué hablas?
S.: ( Hace un gesto de desagrado.) ¡Qué raro estás, N.!
N.: ( Lanza una carcajada.) ¿Ah? ¿Y tú ya te viste?
S.: ( Enmudece de golpe. Se palpa lo cara avergonzado.) ¿Qué tengo?
N.: ( Indiferente.) Termina de cavar.
Silencio. Permanecen inmóviles, luego S. voltea a mirar la cuerda.
S.: ( Señalando con el índice.) ¿Y la cuerda?
N.: ¿Qué tiene?
S.: Si se rompe… y no estoy atento.
N.: Entonces te llamaré…
S.: ( Regresa a cavar.) ¿Cuánto me falta?
N.: Lo suficiente como para que quepas en él.
S.: ( Atónito.) ¿Es para mí?
N.: No. Fue un ejemplo.
Se miran entre sí.
N.: ( Meditabundo, hace varios nudos alrededor de la varilla.) ¿Qué vas a hacer cuando hayas cruzado?
S.: ( Con vitalidad.) Buscaré el árbol de las sombras.
N.: ¿El de las sombras?
S.: Sí. Necesito que cambie mi rostro. ( Pausa.) ¿Sabes cómo lo hace? Tú lo conoces. Debes haberlo visto… Dicen que es muy grande.
N.: ( Dubitativo.) No lo recuerdo bien…
S.: Sí. Es un árbol que da muchas sombras. ( Movimiento interno.) Sólo él puede cambiarme.
N.: ( Repentinamente lo asalta una imagen.) ¡Ah, sí! El árbol de las sombras… Lo veo lodos los días… Lo conozco perfectamente. ( Movimiento interno.) Cuando llega la noche, el viento mueve su follaje, entonces de entre sus ramas se oyen como ronquidos, como si el árbol durmiera, y a la mañana siguiente lo oigo hablar.
S.: ( Excitado.) ¿Y qué dice?
N.: Su voz es extraña. Se oye a rechinido, casi como un gemido.
S.: ¿Y qué dice?
N.: ¡Otra vez soy un árbol!
S.: ¿Cómo? ¿Un árbol?
N.: ( Intentando explicarse.) El árbol duerme y como todos los que duermen, mientras duerme llega a tener sueños. Y uno de sus sueños recurrentes es ser un humano. Durante el sueño él se ve como un humano: habla, camina, trabaja, se enamora, etcétera. Pero al despertar se da cuenta de que sigue siendo un árbol. Así que todas las mañanas llora porque no ha dejado de ser árbol.
S.: ( Abatido.) Por eso no me gusta soñar. ( Pausa.) A veces hasta me esfuerzo por no dormir, pero algo sucede que de repente me desvanezco y empiezo a soñar. Y sucede algo raro. Siempre me sueño ahorcado. ¿Qué significará?
N.: ¿Y siempre despiertas?
S.: Sí, llorando.
N.: Ése es el error… lo mejor sería que no despertaras nunca, así no tendrías que llorar. ( Hace un fuerte nudo alrededor de la varilla y luego desciende lentamente.)
S.: ( Fatigado.) ¿Qué vas a hacer con el hoyo?
N.: ( Se resbala bruscamente, vacila tambaleándose.) ¡S. ven pronto! ( S. se dirige hacia N., se detiene debajo de él, observa la cuerda.) ¡Agárrame los pies! ( S. mira la cuerda preocupado. Advierte que puede romperse. Extiende los brazos hacia los pies de N. pero no alcanza. La cuerda se tensa.)
S.: ¡Bájame más!
N.: ¡No puedo, súbete más!
S.: ( Toma la cuerda angustiado y la mueve débilmente.) Vas a reventar la cuerda.
N.: ( Tira con fuerza de la cuerda.) ¡Me caigo!
S.: ( La cuerda se tensa más. S. la mueve con fuerza.) ¡No es culpa mía!
N.: ¡Agárrame te digo!
S.: ( La mueve violentamente.) ¡Ya suéltate!
N.: ( Gira, golpeándose con el muro.) ¡Suelta la cuerda!
S.: ( La mueve incontenible.) ¡Déjame caer!
N.: ¿Qué dices?
S.: ( Furioso.) ¡Se va a romper la cuerda, imbécil!
N.: ¡Es mía!
S.: ( La agita con fuerza. Ruido de cuerda reventándose.) ¡Se está…!
N.: ¡Haz lo que te pido y salvaré la cuerda!
S.: ¡Qué quieres que haga! ¡Dilo ya!
N.: ( En un rápido movimiento, toma el rifle y apunta hacia S.) ¡Agárrame los pies!
S.: ( Suelta la cuerda y se precipita al muro. De súbito se detiene y lo olfatea con gesto de extrañeza.) Oye N., hueles a carne quemada.
N.: ¡Sigue subiendo! ( S. se impulsa hacia arriba con gran esfuerzo. N. baja hacia S. y apoya los pies en sus hombros. S. se dobla. Caen los dos. N. se incorpora rápidamente y sin dolor, sin queja alguna, y apunta hacia S. que se incorpora adolorido. N. avanza amenazante.) ¡Termina de cavar! ( S. camina atemorizado hacia el hoyo, toma la defensa y comienza a cavar.) ¿Sabes para qué lo hiciste? ( S. lo mira de reojo y no contesta, sigue cavando.) Para mí. ( S. hace una expresión de profundo desconcierto. N., sin perderlo de vista, camina volteando en varias direcciones. Suspira.) Este lugar… no cambia mucho de lo que imaginé… aquí se siente la muerte… como si te estuviera esperando…
S.: Zeta está cerca, hay que apurarnos.
N.: ( Enfrascado en sus pensamientos. Señala con la cabeza hacia el otro lado.) Allá nunca sentí arraigo, nada me pertenecía.
S.: ( De súbito hace un gesto de recordar algo. Cava con velocidad.) ¡Zeta puede sorprendernos en cualquier momento!
N.: ( Se vuelve hacia el hoyo.) ¡Hasta ahí está bien! ( S. avienta la defensa.) ¡No, levántala!
S.: ( Impaciente, vuelve a tomar la defensa.) ¿Qué sigue?
N.: El trabajo especial.
S.: ( Titubea.) ¿Es peligroso?
N.: ( Sin dejar de apuntarle se inclina hacia el hoyo.) ¡Ven, asómate! ( S. obedece.) ¿Crees que está a mi medida? ( S. lo mira de reojo y mueve la cabeza en signo afirmativo. N. se levanta y se acerca hacia S. sigiloso. Con voz baja.) Yo me meteré aquí y lo que tú tienes que hacer es echarme mucha tierra. Primero cubre mis ojos… totalmente, y después de que hayas hecho esto, cubre toda mi cara. Y luego, cuando llegues a mi pecho ¡dispárame!... después terminas de cubrirme por completo. ( S. queda pasmado. N. se asoma al interior del hoyo, deja el rifle en el suelo. Luego se sumerge con dificultad. Llega hasta al fondo y se acomoda. Se acuesta. S. crispado deja caer la defensa. Se precipita velozmente hacia el muro. N. advierte la ausencia de S. y en un impulso se incorpora, lo mira furioso. Grita desde el hoyo.) ¡S.! ( S. toma la cuerda. N. se incorpora y se asoma.) ¡No huyas!
S.: ( Se vuelve hacia N. temeroso.) ¡No puedo matarte!
N.: ¿Nunca has matado a alguien? ( S. no responde.) No pasa nada. Sólo dispara y ya. Es fácil matar. No pasa nada, te lo aseguro. ( S. enmudece y se impulsa hacia arriba.) Hicimos un trato, S.. ( S. se detiene agarrado de la cuerda.) Tienes que cumplir, S., para que yo te permita cruzar sin problemas, de lo contrario yo te mataré a ti… ( Conciliador.) Entiéndelo. No se puede dar y aceptar gratuitamente. Por eso existe el dinero, los negocios, los tratos. Y nosotros hicimos un trato ¿o no?
S.: Olvídalo. Yo no puedo matarte. ( Se impulsa hacia arriba con fuerza.)
N.: Es fácil, sólo tienes que echarme tierra y disparar. ( Angustiado.) Por favor dame una digna sepultura. No quiero morir como los demás, te lo suplico. ( N. estalla desesperado, toma el rifle, apunta hacia S., dispara, S. cae. N. sale del hoyo y va hacia S.. Se inclina frente a él.) ¡S.! ¿Querías irte… no? ( S. no responde. N. avanza un paso.) Tenía que hacerlo. Lo lamento. Tú me obligaste. ( Avanza otro paso.) S. ¿estás muerto? Sólo quise darte un susto.
Silencio.
S.: ( Sin volverse.) Me mataste.
N.: (Aliviado, se vuelve hacia S.) ¿Estás enojado? (Silencio.) ¡Perdón! (Le toca el hombro.) Vamos, S.. (Silencio.) ¡Dame la mano! (N. le extiende la mano. S. levanta la vista.) ¿Amigos? (S. se pone rígido.) ¡Deja que te ayude! (S. lo toma de la mano. N. lo jala hacia él. S. se levanta con esfuerzo.)
S.: ¡Me asustaste!
N.: ¿Amigos?
S. le da un apretón de manos. Se miran fijamente y sonríen. Luego se dirigen hacia el hoyo. Al llegar ahí se detienen. S. debatido mira el hoyo.
S.: Oye, N., ¿por qué quieres morirte? (N. no responde. Se inclina hacia el hoyo. Deja el rifle en el suelo y se sumerge en la profundidad.) ¿Qué problemas tienes? (N. llega al fondo y se acuesta.)
N.: Doy mi vida por tener una digna sepultura… y no morir como todos. ¿Tú lo has visto? Regados en la calle, como trapos viejos. (Movimiento interno.) Eso no es para mí. Yo merezco una digna sepultura.
S.: (Reflexivo.) ¿No te imaginas? Una ciruela cambió mi vida. Una vez amanecí en medio de los escombros ¿y qué crees que vi? Una luz diminuta… centelleante. Me deslumbró… Luego vi un brillo y ese brillo se movía. No podía creerlo. Cuando abrí por completo los ojos descubrí que era ni más ni menos que una gota de agua que caía sobre una ciruela. ¿Te imaginas en medio de los escombros? La ciruela brillaba, hasta parecía que me sonreía… entonces la tomé y me la comí… y todo cambió, me sentí renovado, con fuerza, distinto. ¡Me salieron ganas de vivir! ¡Te das cuenta, una ciruela cambió mi vida! Y entonces me dije ¡Huye de Z. Huye! Y veme aquí ahora… (Mira hacia los escombros, levanta con la punta del pie algunas piedras.) Si yo pudiera encontrar otra ciruela… (Se agacha, y afanoso comienza a buscar.) Te la daría… ayúdame a buscar una.
N.: (Impaciente.) Déjate de estupideces, échame tierra y ya.
S.: (Con vehemencia.) Si encontrara una… (Hurga en la tierra.)
N.: No pierdas tiempo. Ocúpate de darme una digna sepultura y ya.
S.: (Sigue buscando.) Por aquí creo que hay una.
N.: (Para sí.) Sólo quiero descansar.
S.: (Toma una canica roja.) Creo que aquí hay una. (La mira bien.) No, no es.
N.: (Con violencia súbita, se levanta, toma la pistola y apunta hacia el hoyo. N. lo mira amenazante. S. se queda en el borde del hoyo, se acuesta. S. toma la defensa.) ¡Sepúltame! (S. asustado se dirige al hoyo y empieza a arrojar tierra sobre N.) Primero los ojos.
S.: (Arroja tierra hacia los ojos.) ¿Te arde?
N.: ¿Qué?
S.: La tierra.
N.: Estoy cansado. Sigue.
S.: Puedes arrepentirte. (Arroja más tierra.)
N.: Sigue.
S.: Alguien podría extrañarte.
N.: ¿Quién?
S. mueve los labios pero no se le escucha nada. Continúa arrojando tierra. Los ojos de N. se enrojecen.
S.: ¿Puedo parar?
N.: Sigue.
S. le cubre los ojos por completo.
N.: Oscuro… por fin ya no veo nada.
S. lo mira fijamente.
N.: Ahora puedo dormir
S.: ¿Continúo?
N.: Sigue.
S. le cubre la cara por completo y hasta la mitad del cuerpo.
S.: ( Fatigado.) ¿Podría descansar un momento? ( N. no responde. S. deja caer la defensa. Se oyen ronquidos. Camina sigiloso y echa miradas rápidas hacia N., que está inmóvil. S. toma la cuerda. Se impulsa hacia arriba pero resbala. Hace varios intentos y fracasa. S. regresa a donde está N.. Le grita.) ¡N., N., N.!
N.: ( Furioso.) ¿No has terminado?
S.: ( Suplicante.) ¡N. te necesito!
N.: ( Débilmente.) ¿Por qué me despiertas? No viste que estaba soñando…
S.: ( Sin escucharlo.) Necesito tu ayuda.
N.: ( Anhelante.) ¿Sabes qué soñaba?
S.: Ayúdame por favor.
N.: ( Ensimismado.) Soñaba que… caminaba por una calle… y al doblar por una esquina… todo cambió, había muchos árboles verdes, pájaros, ríos. Era precioso y en medio de los árboles vi a mis amigos, mis hijos, estaban también mis padres y hasta mis abuelos. Estaban en medio de una plaza, sentados, comiendo. Y cuando me acerco a ellos, me extienden una ciruela. ¡Comían ciruelas! ¿Puedes creerlo?
S.: ( Interrumpe imprudente.) ¡Eso sólo fue un sueño!
N.: ¡Quiero seguir soñando! Y no despertar…
S.: ( Mira ansioso hacia el muro.) Necesito subir.
N.: Tienes que enterrarme.
S.: ( Con súbita dolencia.) N., tengo un grave problema. Soy un montón de músculos y nada más. No tengo huesos que me sostengan. ¿Entiendes? Por eso me caigo constantemente.
N.: ( Secamente.) Nada puedo hacer por ti.
S.: ¿Nada? Y si la cuerda se desprende ¿qué voy a hacer?
N.: ¡Qué idea! ( Pausa.) La amarré con mucha fuerza, casi la soldé a la varilla.
S.: ¿Y si me resbalo?
N.: ¿Por qué no renuncias?
S.: ¿Renunciar? ¿A cruzar?
S. se acerca a N. y lo mira con escrutinio. Lo asalta una idea y se aleja.
N.: Sí. Arrepiéntete.
S.: Imposible.
N.: Es por tu bien.
S.: Lo haces para no ayudarme.
N.: ( Conciliador.) Quiero ayudarte, por eso lo digo.
S.: Sal entonces y ayúdame.
N.: Imposible.
S.: Pensé que éramos amigos.
N.: No por mucho tiempo.
S.: Te contradices.
N.: Soy humano.
S.: No en el fondo.
N.: No me conoces bien.
S.: ( Reflexivo.) Cierto… no te conozco, ni tú a mí… pero algo me dice… ( le asalta una idea) que tú eres… sí… tú eres…
N.: ¿Quién?
S.: ( Tembloroso.) Estoy seguro… todo coincide… el rifle, tu anormalidad, tu obsesión por la muerte. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¡Me engañaste! ¿Cómo pudiste disfrazarte de un vigilante cualquiera? La gente lo decía: Usa mil disfraces… pero ¿por qué a mí? Todavía no. ( Rompe a llorar.)
N.: Tranquilízate. ¿Con quién me confundes? Yo soy N. un vigilante cualquiera.
S.: ¡Y sigues tratando de engañarme! Pero no te me vas a escapar.
N.: ( Rompe a reír.) ¿Pero quién crees que soy?
S.: ¡Tú eres Z.!
N.: ( Irónico.) Honor que me haces.
S.: Sí, tú eres. ( Con violencia súbita se inclina, toma el rifle y le apunta.) ¡No te muevas!
N.: ( Se incorpora de súbito.) ¿Vas a matarme? ¡Hazlo! Sólo te pido que me des digna sepultura.
S.: ¡Maldito Z.!
N.: ¿Crees que realmente soy yo? ( Pausa. Intentando tranquilizarlo.) Me queda una duda… Si Z. es el que da muerte. Me pregunto: ¿Quién serías tú, si me matas? ¿Has pensado en ello? ( S. empuña el rifle, coloca el dedo en el gatillo. N. desesperado sale de súbito del hoyo y le intenta quitar el arma.) Yo no soy Z… Te lo juro. ¡Por favor! Dame digna sepultura. Te lo suplico.
S.: Acabarás peor que un trapo viejo.
N.: Si me disparas así, tú te convertirás en Z… ¡Date cuenta!
S.: ( Sigue apuntando.) ¿De verdad?
N.: ( Angustiado.) Además, yo sí creo saber quién es el verdadero Z..
S.: ( Incrédulo, sigue apuntando.) ¿Quién?
N.: El verdadero Z. está esparcido en todos los seres de impulsos asesinos, está dentro de los criminales, de todos aquellos que matan. Es un ser invisible, que está dentro de muchos seres… Nadie lo ha visto, nadie lo conoce.
S.: ( Ríe.) ¡Qué absurdo!
N.: Es verdad lo que te digo… ( Movimiento interno.) ¡Z.! Sí, tú eres parte de Z…
S.: ( Reflexivo.) ¿Z. yo?
N.: Sí, tú.
S.: ( Recordando.) Alguna vez me soñé como él, pero nunca pensé…
N.: ¿Te gustaría serlo?
S.: ( Para sí.) ¿Ser yo Z.?
N.: ¡Imagínate!
S.: Es posible.
N.: ( En tono afable.) Z. puede ser tú o todos al mismo tiempo. ( Reflexivo.) Y si empezamos por ti… todo coincide… mira. ¿Sabes con qué letra se escribe Z.? ( Pausa.) Con Z. de Zapato o con S. de Samuel.
S.: No sé.
N.: Suena exactamente igual. Zeta con Z. que con S.. Con ambas se oye igual. Escucha: ZETA o SETA.
S. comienza a repetirse para sí el nombre de Z. incesantemente. Estalla en un grito.
N.: ( Sarcástico.) ¿Y no has pensado en la letra de mi nombre? ( S. desesperado pone el dedo en el gatillo. N. se pone divertido.) ¡Vamos, es sencillo! ( S. no responde.) Te voy a ayudar. ¿Qué pasaría si invertimos la N.? ¿Qué te queda?… Si invertimos la N. ésta se conviene en Z.. Esto quiere decir que N. es igual a Z.. ¿Cómo ves? Todo es un juego, una ilusión. Z. puede ser uno o puede ser todos. Lo que sucede es que la gente se lo ha inventado para divertirse. ( Transición.) Ahora continúa con mi sepultura. ( Se dirige al hoyo. Da la espalda a S..)
S.: ( Impaciente.) ¡Qué astucia la tuya! ¡Te haces esconder atrás de un juego para que no te descubran! ( Apunta hacia N.. N. se vuelve asustado y agita las manos intentando detener el arma. S. implacable dispara una y otra vez sin detenerse.)
S.: ¡Qué forma de engañar! ( Se acaban las balas y deja caer el arma.)
Silencio.
S. se precipita hacia el muro, toma la cuerda, se impulsa hacia arriba con gran esfuerzo. Después de varios intentos, casi desfallecido, llega al borde del muro. Se sienta. Mira hacia abajo jubiloso, luego desciende a grandes zancadas, llega por fin a la superficie. De súbito empieza a olfatear. Agita una mano cerca de su nariz para hacerse aire.
S.: ( Con voz baja, para sí.) Huele a carne quemada. ( Mira en varias direcciones, buscando la procedencia, después de un momento se detiene, hace un ademán de indiferencia. Mira a su alrededor, descubre un árbol, sonríe. Va hacia su dirección. Al llegar camina a su alrededor, lo mira con escrutinio.) Árbol… ¿me ves? ( Llega una oleada de viento, se mueven las ramas vertiginosamente. Crujido de ramas. S. se acerca agudizando el oído. Hace un ademán de comprenderlo todo.) ¡Ah, es que no te escuché!… ( Se esfuerza como si escuchara algo.) ¿Quién? ¿Yo?… soy… ¡Un humano! ( Pausa.) ¿Hablas de N.? ( Pausa.) ¡Él ya no está aquí, se fue al otro lado! ( Pausa.) A dormir, a soñar. ( Pausa.) Sí… él me platicó… ¿es verdad? ( S. hace un gesto de no escuchar.) ¿Qué? No te escucho. ( Se agitan las ramas. S. se coloca bajo el follaje.) ¡Ah! ¡Sí lo creo! A mí también me pasó… varias noches me soñé como Z…. ( Pausa.) No. Cuando desperté tuve que huir de él. ( Pausa.) Sí, sí, él es. Pero ¿cómo lo sabes? ¿Lo conoces? ( De súbito deja de hacer viento; las ramas se quedan quietas.) ¿Has visto a Zeta? ( Silencio. El árbol permanece inmóvil.) ¿Quieres dormir, verdad? ( S. mira atento sus ramas, luego se sienta a un lado del tronco.) Eres un árbol raro… tan raro que podría decir que pareces humano… ¿Y con esas ramas?… grandes y deformes como brasas. Sin duda, la evolución de la especie empezó contigo. ( Profundamente consternado.) A veces me pregunto: ¿Por qué no nací árbol para no involucrarme con todo eso que hace Zeta, y estar sencillamente ahí parado, contemplando sus atrocidades?
Se escucha un aleteo espeluznante. S. mira hacia arriba. El gallo se para en el borde de la muralla. Gira su cabeza hacia el lado donde está N., se queda inmóvil, y luego hacia el lado donde está S., se queda inmóvil. S. se pone de pie y lo mira desconcertado.
S.: ¿Qué haces ahí? ( El gallo desciende y se coloca arriba de una montaña de tierra. S., irritado, hace un ademán para que se vaya.) ¡Vete! ( El gallo aletea pero no se mueve.) ¡Largo! ( El gallo vuelve a aletear.) ¡Animal! ¿Para qué sirves? ( S. vuelve a sentarse, encoge sus piernas y levanta su cara hacia el follaje. Suspira anhelante.) Vamos transfórmame. ( Cierra los ojos.) Nunca darás conmigo, Zeta. ( Espera. Se toca el rostro, el cuerpo. Espera largamente hasta que paulatinamente se queda dormido.)
El gallo canta el quiquiriquí. Amanece.
S. abre los ojos. Mira el follaje. Se pone de pie bruscamente. Mira todo el árbol atónito. Camina alrededor de él. Lo observa con escrutinio. Su rostro se descompone terriblemente a medida que avanza. No alcanza a comprender lo que ve. De las ramas cuelgan hombres ahorcados, completamente quemados, carbonizados.
S.: (Para sí.) ¿Y las sombras? (De súbito llega una oleada de viento. Los ahorcados se balancean de un lado a otro. Crujido de ramas. Se oye un sonido quejumbroso. S. sigue con la mirada el movimiento de los ahorcados. Luego, se precipita hacia el tronco. Lo abraza.) ¿Aquí también?
S., con la mirada, busca una respuesta. Luego se dirige hacia el gallo, se detiene frente a él. Lo mira interrogante. El gallo da unos pasitos y se aproxima a él. S. lo mira fijamente. El gallo se acurruca en su regazo. S. baja la mirada, luego se desvanece desfallecido.
Silencio.
S. tendido junto al gallo, sobre el montón de tierra, gira su cabeza hacia un lado. Mira frente a él. Hay algo enterrado. Extiende la mano, lo extrae. Es la punta de un zapato que yacía enterrado. Se incorpora aturdido. Hurga en la tierra. Encuentra más zapatos. Vuelve a hurgar más lejos. Hay cientos…
S.: ( Se levanta desesperado y grita al unísono.): ¿POR QUÉ AQUÍ TAMBIÉN Z.? ¿Hay otro lugar donde no estés?
Silencio.
S.: (Se queda inmóvil. Mira fijamente hacia el fondo. Un lívido rayo de sol baña otro muro inmensamente grande. Ríe con vivacidad.) Sí… algo debo hacer.
El gallo canta el quiquiriquí.
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