Cadáver a tres voces*
Para Luis Jorge Boone
Miren, tenemos muerto nuevo, dijo Cecilia emociaonada, ya era hora.
La tosquedad reciente sobre la mesa de disecciones contrastaba con la de los otros cadáveres: secos, habituados a la sordidez del sótano, con la piel rígida y oscura. Advertí el pasmo en la cara del doctor Montaña cuando ordenó que nadie lo toque, ese muerto no es nuestro, y luego las voces de los demás, un rumor bajo, una duda colectiva. ¿Quién lo trajo?, ¿cómo llegó? Montaña parpadeaba impresionado; con pasos cortos se acercó al muerto ajeno y yo estaba seguro de que iba a decir: háblenle rápido al director, o un desnudo ¿qué carajo pasa aquí?, pero se quedó callado. Nosotros tres también estábamos silenciosos, amordazados de miedo. Volteaba a ver a Álvarez y luego a Trujillo y otra vez a Álvarez. Mejor cerré los ojos. ¿Qué iba a pasar cuando descubrieran que nosotros llevamos el polizonte extinto? Su historia anónima, sus uñas todavía sucias y su grandeza de cuerpo presente eran enigmas tangibles. Mientras Montaña lo examinaba, tuve la impresión de que el grupo hizo conciencia de cuánto nos habíamos acostumbrado en esos dos años al Luis Miguel, al Jorobado y a la Doña: más que muertos parecían juguetes, destituidos de su derecho a la putrefacción y de su retorno prometido a la tierra, condenados a un desmembramiento pausado y académico.
Recordé cuando suturábamos un verso de Vallejo junto a otro de Neruda y yo remataba con algún título de los Beatles. Evoqué la luz ofensiva, la lluvia de golpes y el vacío forzado que había quedado tras el hombre que le arrancamos al cementerio. Había sido idiota hacerle caso a Botello y descargar la culpa clandestina en el sótano de prácticas, conseguir un muerto, ¿para qué? Para exhibirlo como una travesura de estudiantes, para dejarlo al garete, indefenso, con su ternura insólita de carroña fresca. Adiviné que Trujillo cruzaba los brazos y cerraba los ojos para contener el temblor humano que le invadía a ratos desde la madrugada.
A fuerza de tantas disecciones, los cuerpos estaban totalmente jodidos, inservibles, abandonados y caducos, en una segunda muerte de formol. Eso nos salvó. Fueron ellos, ellos nos salvaron: con su resignación de difuntos sin pasado soportaban los apodos como si fueran compañeros tímidos, callados, mudos igual que nosotros hacía cuatro semestres, cuando recién entrábamos a la facultad: los nervios del primer día, sonrisas y jóvenes, aquí los vamos a bombardear con tareas, esquemas, libros, huesos, videos, clases y disecciones, había dicho Montaña, y aquellos nervios primarios se iban transformando poco a poco en un nervio mediano que nace del plexo branquial, tomen apuntes, entre los escalenos, y sobre el que cabalga la arteria axilar hasta que, a la tercera semana de clases, nos hizo el encargo: quiero que traigan al menos un esqueleto por cada dos personas. Sí, humano por supuesto, entonces todos pensamos de dónde chingados sacar un montón de huesos, de quién, pero cómo, y fue cuando Albures nos dijo vamos al Panteón Municipal, allí otros han conseguido sus osas de menta, es decir, osamentas. ¿Qué, no se dan cuenta de que así funciona la cosa? Todos los profesores del mundo hacen lo mismo confiando en la necesidad sin tregua de los sepultureros. Es un mal necesario. Al día siguiente nos encontramos Botello, Albures y yo, decididos a arrancarle a la tierra al menos dos esqueletos. Llegamos al cementerio y el encargado nos lanzó el cuento de que no, yo no vendo nada, lo tengo prohibido, ¿cuántas veces quieren que se los diga? Cien, doscientos, trescientos cincuenta pesos, pero no los quiso por más que le ofrecimos, no sé nada, se equivocan; así que lo más probable es que se le hayan terminado, dijo Botello. Lástima que a mi abuela la cremaron; por fin hubiera ido a la universidad.
Desde aquellos días hice equipo con Trujillo y Álvarez porque nos dimos cuenta de que a los tres nos gustaban las letras: un día, en disecciones, comencé en voz alta:
Y bien, aquí estás ya, sobre la plancha
Donde el gran horizonte de la ciencia
La extensión de sus límites ensancha…
Y los demás me diagnosticaron loco porque fueron incapaces de identificar el virus indeleble de la poesía. Pero Trujillo reconoció la clave y contestó:
Aquí donde la rígida experiencia
viene a dictar las leyes superiores…
¿Es Baudelaire?, me preguntó entonces Álvarez y, cuando apenas le lanzaba ante el cadáver el nombre inmortal de Manuel Acuña, nos interrumpió el doctor Montaña con una parrafada enciclopédica sobre el peritoneo, es decir, muchachos, que todo cabe en una bolsa bien acomodado. Y tenía razón porque, entre las vísceras ya muy repasadas del Luis Miguel, nos fue inevitable encontrar restos poéticos. Entre Histología y Bioquímica, López Velarde; después de Anatomía Radiológica, Vallejo, y parece que no vino el de Embriología. Aprovechar la hora libre para llegar a la conclusión de que una disección bien hecha es un poema en práctica, aunque Trujillo siempre defendiera las virtudes de la prosa. Fue mucho después que comenzamos a armar los cadáveres exquisitos: poemas con versos inconexos pero que sonaban bien.
Aquel asunto de los huesos nos exigió dos tardes completas de turismo en camposantos hasta que nos topamos con un panteón arrinconado en el olvido. Envejecía detrás de la zona industrial, entre las ruinas sin tiempo de una colonia difícil. Recuerdo a una señora que se balanceaba en una mecedora blanca afuera de una casa, frente a la entrada del cementerio. Se nos quedó viendo con cara de desconfianza. Creo que sabía a qué íbamos. Encontramos al encargado, un hombre moreno que tendría entre cincuenta y se sentó indolente en una lápida a comerse un lonche; eso me llamó la atención. Era un tipo triste, con el aire mustio de los enterradores sin fe. Se movía entre los muertos con gestos torpes de borracho sociable. Entonces yo hablé.
Trujillo le dijo que éramos de la Facultad de Medicina y que necesitábamos huesos para la clase de Anatomía y Disecciones, pero yo no soy el encargado y no tengo autoridad para vender, si quieren vuelvan más tarde. Caminábamos a la salida cuando nos alcanzó y nos dijo, espérense, vengan, y con una voz que se apagaba: acá hay, señalando un cuartito, detrás de los árboles. Ninguno de los tres quería entrar; por fin Álvarez y yo nos animamos /no, fueron tú y Trujillo/ bueno, Trujillo y yo nos metimos al cuartucho que seguro era su casa porque tenía una cama tendida, una cocina rústica ordenada, una mesa con tres sillas y una televisión. Al fondo había una puerta que comunicaba con otra pieza llena de un caos estático de polvo y telarañas.
Yo no quise entrar porque me pareció peligroso que nadie se quedara afuera. Dicen que levantó tablas, movió algunas cajas y allí estaban las bolsas. Se las entregó, llenas de huesos. Son tres, indicó, no sé si están completos. Dicen que pidió seiscientos. No tenemos tanto, completamos doscientos cincuenta, le contestaron, así que al final pusimos menos de cien pesos cada uno. Después Trujillo salió a pedirme que metiera su carro al panteón para que no salieran las bolsas fúnebres (Baby you can drive my car) y allí seguía la señora sentada, meciéndose en una sospecha blanca. El hombre lastimero se quedó viendo a través de la reja hasta que dimos vuelta y empezamos a clasificar el contenido de las bolsas: un fémur, varios sacros, pedacería de costillas y vértebras lumbares; rescatamos también algunas rarezas de calcio: una rótula, un axis y el atlas o la vértebra de la discordia, como la bautizamos, porque tuvimos que jugar un volado para ver si era mía o de Botello; al final se la quedó él y se la regaló a Cecilia/Sexilia/Se exilia para quedar bien con ella porque entonces apenas se estaban conociendo. También había un peroné, un esternón y uno de los cráneos estaba casi completo, sólo le faltaban tres dientes, ése fue para Trujillo.
Siempre me gustó más la narrativa, pero escuchando a Botello descubrí la obra de muchos poetas. Mientras preparábamos las exposiciones para la clase de Montaña, él tendía al sol nuevos nombres que recopilaba en sus excursiones literarias: condilartrosis o articulaciones condíleas. Son aquellas superficies articulares con una cavidad glenoide por un lado y por el otro a los dos nos gustaba la obra de Manuel Acuña, atleta del dolor, o Ramón López Velarde que
honra en el espanto la cerviz animosa del ardido
esqueleto predestinado al hierro
Y que se joda Montaña, mañana estudiamos. Además en esos cadáveres ya no se puede tomar la clase, decíamos, así que por hoy hurguemos entre las entrañas fermentadas de la poesía. De vez en cuando yo aportaba relatos que también hablaban de cadáveres, historias con la precisión sombría de Edgar Allan Poe: “El entierro prematuro” y “El barril de amontillado”, o el capítulo sexto del Ulises (ésta es palabra de Joyce), donde el señor Bloom despide a Paddy Dingam inmerso en un turbulento flujo de conciencia y lápidas dejadle dormir en su lecho de gusanos, pero no, mejor levántate temprano porque hay examen mañana y yo sin estudiar y sin entender y sinartrosis o suturas que pueden ser dentadas, escamosas, armónicas según la configuración de sus superficies articulares. Con cada sesión de estudio acumulábamos poemas, cuentos, canciones, injertándolos en las clases hasta que a Botello le daba por escribirle versos a Cecilia en donde mis urgencias se liman en tus articulaciones trocoides, en el misterio subyacente entre tus brazos, y mi angustia adherida a tus cartílagos costales. Costales vas a cargar cuando te corran de la Facultad, decía Albures, ya deliras ¿eh? You’ve got to hide your love away, y Botello, cállense, que ahora sí les traigo una buena: vamos a hacer un cadáver exquisito.
La otra idea, conseguir el cuerpo, sí fue de los tres, o en todo caso de ninguno. Hasta el mismo Montaña reconocía que esos muertos ya no servían más. Me contaron que una vez le dijo a uno de primero: su examen es encontrar los ovarios en este cadáver, y cuando los encontró, el profesor le dijo: está usted reprobado, porque este muerto es hombre. Un día, uno de nosotros tiró sobre la mesa la opción, y qué tal si compramos un difunto para hacer disecciones por la libre. Sí, cómo no, ¿a poco los venden congelados en el súper? Pues los huesos que traes en la mochila no son de plástico, así que no hay mucha diferencia entre que un profesor presione a sus alumnos para que compren esqueletos clandestinos, y al final, un cadáver y los huesos son lo mismo: restos humanos.
El encargado del cementerio que nos había vendido los huesos se negó a conseguirnos un cadáver. Se mostró hermético, sellado, una tumba. No. Ni una, respondió. Así fue la primera vez, dijo Botello, ¿no se acuerdan? Ya váyanse y después vengan: aquí hay. Así que nos despedimos del hombre llenos de confianza porque ya verán, no hay vivos incorruptibles, al rato nos vende uno. Nos quedamos parados en la entrada del panteón y el empleado, molesto, habló de policías, de amenazas: ya váyanse con sus papis y déjense de juegos, Your mother should know.
¿Cómo les explico?, les dije: un cadáver exquisito no es precisamente un juego, sino una técnica que usaban los poetas surrealistas. Un poema colectivo en el que cada quien arroja palabras como fichas de dominó, sin ver lo que los demás escriben. Al final queda un trabajo que no hizo nadie pero es de todos. Dicen que el primer verso escrito así fue: El cadáver exquisito beberá el vino nuevo. Atizas, dijo Álvarez, ¿con qué te atizas?, y después otros ejemplos Rascar a la vecina no da flores en mayo y El amor muerto adornará al pueblo. El cadáver exquisito beberá el vino nuevo, volví a comentar y a partir de ese día se volvió un ejercicio habitual entre nosotros.
Robárselo, dijeron, y ¿cómo sabemos cuál es nuevo? ¿El vino? No, el muerto. Por las coronas, las flores y las fechas de las lápidas; sin embargo, piénsenlo bien, de todos modos para qué queremos un muerto si ya están embalsamados, ¿no sabes todo lo que les hacen? Y Álvarez, eso no importa, aún les queda mucho; además, es más fácil: algunas tumbas ni siquiera están selladas, sólo cubiertas con tierra y una cruz. With a little help from you, my friends y hasta la caja nos traemos. Nocturno al osario, parafraseó Botello, es decir, de noche al panteón.
Llegó mientras dábamos las primeras paletadas en el terreno. El muy hijo de la chingada nos escupió la luz de su linterna en la cara. Niños pendejos ¿qué están haciendo?, y cayó en la tierra. Albures le había dado con la pala un golpe en la cabeza. Hijos de puta, dijo, ya verán y no esperamos a que se levantara, le pegaban sin que él les haga nada, le daban duro con un palo y duro, hubiera dicho Vallejo y él se llevó las manos a la cerviz sin ánimo, nada más caer, así se quedó, inerte, mientras trataba de cubrirse la cabeza, dijo Botello. Güey, le respondí, no es lo mismo robarse un cuerpo que matar a alguien. ¿Qué hacemos? Enterrarlo. Mejor vámonos, les inquirí, y Botello: no podemos dejarlo aquí, y Albures, estoy de acuerdo, así que lo enrollamos en mantas, ¿y qué tal si no está muerto y no puede respirar así? Que no fuera estúpido, dijeron. Lo echamos atrás, en la cajuela.
Trujillo casi no podía manejar de tanto que temblaba. Era de noche y nosotros reinventando el lugar común de traer un cadáver fresco en la conciencia. ¿A dónde lo llevamos? Yo propuse tirarlo así nomás, en donde sea, pero Botello: ya lo tocamos y qué tal si de veras nos denunció. Seguro que no, dijo Trujillo, acuérdate que también tenía sus cosas. Hubiéramos dicho que él prostituía esqueletos, y de esta manera estuvimos dando vueltas hasta que la mañana amenazó con desperezarse entre periódicos frescos y panaderos que trabajan con las luces encendidas, apágalas, le ordené, está amaneciendo y podemos llamar la atención.
A Botello entonces se le ocurrió llevarlo a la facultad y dejarlo entre los muertos, desnudo y anónimo, ofendiendo a los demás cuerpos con su rigidez reciente, su liviandad de muerto primerizo. Pensamos que era una idea estúpida, pero después nos dimos cuenta de que no había lugar mejor que el sótano para una persona que se marchitó en un cementerio. Sus órganos vírgenes eran una tentación para los asedios del bisturí; quizá fue por eso que Montaña no preguntó nada y dejó que el silencio disolviera la alarma de su comentario inicial. Examinaba con codicia el organismo del cuidador, sopesándolo: rugoso aunque intacto. Exquisito. Tal vez daba gracias a la casualidad, revuelta y anónima, que arrastró a ese muerto adonde era más necesario. Con lo difícil que es encontrar un cadáver nuevo en estos días.
seis*
DECLARACION PRESENTADA POR EL C. FÉLIX CARRANZA-------------------------------------------------En la ciudad de Monterrey, Estado de Nuevo León, siendo las (14:48) catorce horas con cuarenta y ocho minutos del día (24) de abril de (1995) mil novecientos noventa y cinco, ante el suscrito Licenciado JUAN JOSÉ BLACKALLER MARTÍNEZ, Agente Investigador del Ministerio Público quien actúa ante su asistente que al final firma para debida constancia, el C. FÉLIX CARRANZA, a quien se le protestó conformidad con el artículo (19) diecinueve del código de procedimientos penales para el Estado de Nuevo León, y bien enterado de ello y por sus generales DIJO llamarse como ha quedado escrito, 57 años de edad, casado, originario de la ciudad de Valparaíso, Chile, nacionalizado mexicano en 1990 y vecino de esta ciudad con domicilio en el número 0437 de la calle Providencia, en la colonia del mismo nombre, por oficio director de orquesta y maestro de Compocisión, sabe leer y escribir y sin más generales interrogado en su sitio de trabajo para que declare. EXPUSO.– Que comparece ante esta Representación Social a declarar en relación a la muerte de la C. LAURA SUÁREZ AGUIRRE permitiéndose manifestar lo siguiente: Que la hoy occisa (LAURA SUÁREZ AGUIRRE) estuvo laborando como primer violín en la orquesta bajo su mando desde inicios de 1993 hasta el último día de diciembre de 1994, cuando el declarante pidió su cese definitivo de la filarmónica de la Universidad Autónoma de Nuevo León por así convenir a la orquesta y a los fines que ésta representa, toda vez que a pesar de su ser talentosa y con una gran intuición musical la susodicha no cumplía a entera satisfacción con los compromisos que había contraído, pues, y que estaban especificados en un contrato firmado en febrero de 1993, y sobre este punto el declarante (FÉLIX CARRANZA) quisiera decir que no es que la señorita Suárez fuera incumplida con los ensayos o que no estudiara el repertorio seleccionado para cada temporada sino que es algo que va más allá y que no es fácil de entender por cualquiera, discúlpenme ustedes pues, trataré de explicarme, porque al principio Laura no daba problemas y hasta podía decirse que era un buen elemento, con sus detalles eso sí, pero un buen elemento pues, para que se den una idea les diré que por semanas enteras se habló en el ambiente musical de la brillante ejecusión que la señorita hizo de la Partitura en re menor debag cuando hizo su audición para entrar a la orquesta, eso sí, una gran violinista la señorita Suárez, con un impecable sentido de [inentendible en la grabación], con alma, con un feroz instinto para detectar el espíritu de las obras sobre todo en el caso de los compocitores barrocos y en este punto se tuvo que recordarle al señor Carranza que no se le pedía que diera una conferencia de música sino que aportara datos que pudieran ayudar para dar el (los) responsables de la muerte de la hoy occisa, a lo que Carranza respondió que era importante explicar cómo poco a poco la señorita Suárez había ido cambiando su disposición inicial por una serie de mañas como no querer adaptarse a los arcos que se le indicaban pues, agregando que no hay en el mundo un solo músico que no tenga esas cosas, Laura era buena, llegó a la orquesta con muchas ganas de aprender, estudiaba mucho pero no sé qué le pasó después el caso es que llegó un punto en que los detalles negativos fueron encrechendo hasta que era muy difícil ensayar sin tener enfrentamientos con ella porque de pronto, en pleno recital, no respetaba los matizes o los contrastes dinámicos, tampoco quería ser ella quien cambiara de hoja las partichelas, y el declarante añade aquí que varias veces trató de convencer a la señorita Suárez de que semejante actitud era perjudicial y hasta nosiva para el resto de la orquesta, y al preguntársele si conocía el domicilio de la hoy occisa el declarante dijo que sí, que algunas veses la invitó a tomar un café después del ensayo, no me malentiendan pues, lo hice sólo con la finalidad de acercarme a ella con la cercanía profesional que todo director busca tener con sus músicos, y que en aquellas ocaciones eran las únicas en que había visto a la señorita Suárez afuera del horario de trabajo y aún entonces habían platicado sólo de música y después la había llevado a su casa por lo tanto yo, Félix Carranza, declaro desconocer otros detalles de la vida privada de la señorita Suárez, pero a decir verdad ni siquiera sé por qué menciono eso sino que el fondo del asunto está en que tuve que pedir su baja de la orquesta por motivos puramente económicos pues el patronato que sostiene a la orquesta había determinado que, debido a la reciente devaluación del peso, era estrictamente necesario un recorte de personal y ante la orden a quien esto declara no le había quedado otra alternativa mas que pasar la lista de quienes, a su juicio, podían abandonar la orquesta y entre los que estaba por desgrasia la señorita Suárez. Al ser interrogado acerca del documento titulado “Ejercicio nueve: Partitura para mujer muerta”, del cual fue encontrada una fotocopia en la esena del crimen, Carranza admitió haber redactado tal documento, sin embargo, dijo, éste obedece a motivos puramente académicos de su taller de composición que imparte en la misma casa de estudios por lo que niego categóricamente todo vínculo entre las situaciones allí descritas y la muerte de la señorita Suárez, toda ves que ese ejercicio lo aplica desde hace seis años y consta en los programas de la materia, del mismo modo rechazo haber estado en el lugar de los hechos y, sin agregar nada, declaro que eso es todo lo que tengo que manifestar, con lo que termina la presente diligencia que firma el declarante en Unión del Suscrito quien actúa y DA FE. (En este punto el agente del Ministerio Público Juan José Blackaller agrega que la molestia del declarante es evidente y que se negó a contestar las siguientes preguntas: 1) ¿Sabe usted con quien estuvo Laura Suárez Aguirre la noche del 21 de abril del año en curso? 2) ¿Sabe usted si Laura Suárez Aguirre estaba embarazada?)-------------------------------
LIC. JUAN JOSÉ BLACKALLER M. JESÚS GÓMEZ DE LA GARZA
(Agente del Ministerio Público) (Asistente de J.J.B. y testigo)
|