No. 158/ENSAYO

 
Epigramática. Nueve proposiciones


Luis Vicente de Aguinaga



§ 1. Más que un género poético, el epigrama es una posibilidad moral de la literatura. No es fácil definirlo a nivel retórico, ya que no se acoge a ninguna estrofa ni combinación estrófica predeterminada, como tampoco a ningún metro fijo, si bien ocasionalmente se le ha identificado con el dístico elegíaco y con el endecasílabo eólico, también llamado catuliano. Pero el epigrama contemporáneo, como todo poema en general, tiende a estar compuesto en verso blanco de métrica variable, cuando no en verso libre o en prosa, por lo que no responde a exigencias de preceptiva literaria.

§ 2. En su origen, la palabra epigrama significa únicamente inscripción. En la Grecia clásica, todavía en el siglo de Pericles epigrama y epitafio son prácticamente sinónimos. El epigrama es la inscripción fúnebre; su espacio es por definición la tumba y, por extensión, el monumento conmemorativo.

Lápidas y pedestales dan lugar poco a poco a semblanzas y evocaciones cortas, panegíricos breves, perfiles concisos, efigies verbales independientes de la estatua. En el periodo helenístico, alrededor de trescientos años antes de nuestra era, el epigrama se pone de moda y, gracias a ello, se diversifica: empiezan a escribirse no sólo epigramas de rememoración fúnebre, sino también satíricos y eróticos. Un rasgo característico se conserva: el epigrama contiene una dedicatoria o en sí mismo lo es.

aguinaga-01.jpgEn última instancia, el epigrama no deja nunca de ser una inscripción. Que, con el paso del tiempo, renuncie a la solemnidad en beneficio de la espontaneidad, o que deje de ser un homenaje para volverse una insolencia, muchas veces incluso una bravuconada, no quiere decir que se aparte de su origen. Ocurre nada más que la inscripción en bronce o mármol palidece ante la irrupción de los graffiti.

§ 3. Simónides de Ceos, poeta de comienzos del siglo v antes de Cristo, compuso un epigrama en homenaje a los caídos en las Termópilas. Es de observarse cómo el homenaje a tales guerreros coincide con la designación objetiva del espacio en donde tuvo lugar la batalla. La traducción es de Juan Manuel Rodríguez Tobal:

De los que en las Termópilas murieron
famosa es la ventura, bella la suerte
y un altar la tumba. Para ellos
memoria, no lamento; alabanza, no llanto.
Esta muerte ni el moho podrá ni el tiempo,
de todo asolador, desfigurarla,
pues es casa este aprisco de hombres buenos
de la gloria de Grecia.
Dejando un monumento a su valor
Leónidas, rey de Esparta,
con su fama inmortal lo testimonia.

Asociado igualmente con la Grecia de las guerras médicas, el epitafio del trágico Esquilo es otro conocido epigrama (en el sentido antiguo de la palabra). Nacido en Eleusis, autor dramático de inmenso renombre, sepultado en Sicilia, Esquilo es recordado —satisfacción, sin duda, de sus propios deseos— por haber combatido en Maratón. En este caso me atrevo a presentar mi propia versión a partir de diferentes traducciones: 

Esquilo, hijo de Uforión, yace
aquí, en la fértil Gela.
                                Fue valiente:
lo saben el campo sagrado
de Maratón y el persa
de larga cabellera
.

§ 4. El epigrama como género literario fue robusteciéndose gracias a “guirnaldas” y “ramilletes”. Muestras y antologías más o menos caóticas van marcando la historia del epigrama y afincando su tradición. Es el caso de la Guirnalda de Meleagro, datada cien años antes del nacimiento de Cristo, y otras que la enriquecieron, ampliándola y glosándola, como la Guirnalda de Filipo de Tesalónica (siglo I d. C.), el Florilegio de Diogeniano (siglo II d. C.) y el Ciclo de Agatías de Mirina (siglo VI d. C.).

Fue acaso Meleagro quien más provechosamente ayudó a concebir el epigrama como una especie de poema concluyente y breve. Su esfuerzo desemboca, ya en el siglo X de nuestra era, en la confección de la mayor antología del epigrama griego que haya conocido la historia, y la más famosa: la Palatina, que reúne alrededor de 3 700 poemas. La energía del epigrama, por lo tanto, explica en buena medida la existencia de las antologías poéticas tal y como ahora se les concibe.

§ 5. En el mundo helénico, así como en la extensión posterior de Roma, el éxito popular del epigrama y de las antologías que lo divulgan es un hecho incontrovertible. ¿A qué atribuirlo? Tal vez, desde luego, a su brevedad, que hace muy fácil recordarlo; tal vez a que no parezca una obra de inspiración, sino de observación y reflexión, y se juzgue por ello menos divina que humana; tal vez a que no haga falta saber cantar para decirlo; tal vez, por encima de todo, a que se resuelva en un punto.

Se llama punto ese momento del epigrama en que una exposición casi siempre neutral deriva en un rasgo de humor, de reprensión o de censura: en un retruécano, un giro de imprevista mordacidad, una burla. Para los mayores epigramáticos del periodo helenístico y de Roma, importa que todo epigrama tenga un punto. No dos ni tres: un solo punto de fuerza disolvente y malintencionada, pero también cohesionadora y constructiva, porque deja entender que todo epigrama establece un pacto de complicidad con su lector.

Ahora bien, como el punto no se anuncia desde un principio, es equiparable a una toma de conciencia que ocurre al consumarse o cumplirse la última frase del poema. Es normal, pues, que todo lector abrigue la sensación de hacerse más inteligente conforme lee más epigramas, como si cada poema fuera una especie de artefacto pedagógico. De punto a punta sólo media una letra: el epigrama se vuelve agudo (y, en sentido estricto, puntiagudo) al cerrarse, y es lo que sucede con éste de Sor Juana Inés de la Cruz al aparecer la última palabra:

Porque tu sangre se sepa,
cuentas a todos, Alfeo,
que eres de Reyes. Yo creo
que eres de muy buena cepa;

y que, pues a cuantos topas
con esos Reyes enfadas,
que, más que Reyes de Espadas,
debieron de ser de Copas
.

§ 6. El epigrama no debe confundirse con la sátira. No, al menos, con la sátira latina, mucho más pormenorizada y extensa que un epigrama. Con todo, el epigrama que va cristalizando a través de la historia como epigrama por excelencia es de corte satírico, es decir: humorístico y de señalamiento moral.

§ 7. La entrada en vigor y el consiguiente apogeo del coloquialismo y las diferentes clases de antipoesía en la lírica española e hispanoamericana del siglo XX significaron un auge del epigrama. Un poema de Como higuera en un campo de golf (1972), libro del peruano Antonio Cisneros, lleva con elocuencia el título de “También yo hice mi epigrama latino”. Ese también quiere decir, es obvio, que los epigramistas de hace algunas décadas eran legión.

Como en tantas otras cosas, los poetas nicaragüenses marcan la pauta en esta modificación del gusto literario en lengua española. Ernesto Cardenal traduce a Catulo y Marcial entre 1956 y 1957, y publica sus propios e influyentes Epigramas en 1961. Unos años antes, Carlos Martínez Rivas había publicado en La insurrección solitaria (1953) poemas como éste, que finge ser apenas una dedicatoria:

Van dirigidas estas líneas a quien poseyó:

la Belleza, sin la arrogancia
la Virtud, sin la gazmoñería
la Coquetería, sin la liviandad
el Desinterés, sin la desesperación
el Ingenio, sin la mofa
la Ingenuidad, sin la ignorancia

todas las trampas de la feminidad, sin usarlas
.

Ernesto Mejía Sánchez, nicaragüense también, explora el costado político del epigrama en “La cortina del país natal”, fechado en 1959:

Mis amigos demócratas,
comunistas, socialcristianos,
elogian o denigran
     La Cortina de Hierro,
     La Cortina de Bambú,
     La Cortina de Dólares,
     La Cortina de Sangre,
     La Cortina de Caña.
Son unos excelentes cortineros.
Pero nadie se refiere
a la Cortina de Mierda
de Mi Nicaragua Natal
.

Octavio Paz cultiva el epigrama en los años de Ladera este, libro que se publica en 1969:

El joven Hassan,
por casarse con una cristiana,
se bautizó.
                El cura,
como a un vikingo,
lo llamó Erik.
                   Ahora
tiene dos nombres
y una sola mujer
.

Y en su libro de 1975, La rosa profunda, Jorge Luis Borges consigna el epitafio de “Un poeta menor”:

La meta es el olvido.
Yo he llegado antes.

§ 8. Habida cuenta de sus orígenes grecolatinos, la implantación o aclimatación del epigrama en las literaturas de lengua castellana es inconcebible sin la mediación de los traductores. Pero, como se sabe, cada traductor es un estilo y casi una escuela por sí solo. Enseña y divierte comparar al Catulo de Rubén Bonifaz Nuño, por ejemplo,

Lesbia de mí dice siempre mal y no calla nunca
    de mí; si Lesbia no me ama, que yo perezca.
¿Qué señal? Porque otros tantos son mis hechos: a ella la execro
    siempre, pero si no la amo, que yo perezca,


con el Catulo de Cardenal:

Lesbia me maldice siempre, pero no deja de hablar
de mí: ¡que me maten si Lesbia no me quiere!
¿Por qué lo digo? Porque lo mismo pasa conmigo.
Diariamente
la maldigo: ¡pero que me maten si no la quiero
!

También puede afirmarse que los epigramas de Cardenal, al tiempo que indiscutiblemente originales, desde cierta óptica son recreaciones de los epigramas de Marcial y Catulo. En su libro de 1975, Cómo leer en bicicleta, Gabriel Zaid proyecta esa relación ya no de Cardenal hacia el pasado, sino de Cardenal en adelante, y titula su ejercicio “Transformaciones”. El primer epigrama es, así las cosas, de Cardenal:

Me contaron que estabas enamorada de otro
y entonces me fui a mi cuarto
y escribí ese artículo contra el Gobierno
por el que estoy preso.

El siguiente, publicado con posterioridad al de Cardenal, es de José Emilio Pacheco:

Me dijiste que amabas a Licinio
y escribí ese epigrama contra César
por el que voy camino del destierro.

El último es del propio Zaid:

Me dijiste que ya no me querías.
Intenté suicidarme gritando ¡Muera el PRI!
Y recibí una ráfaga de invitaciones.

aguinaga-02.jpg § 9. Refiriéndose a sus “poemínimos”, Efraín Huerta declaró alguna vez que “durante mucho tiempo” supuso “con ingenuidad” que “podían ser algo así como unos epigramas frustrados”. Él mismo descalificó esa posibilidad: “Error”. Más tarde, para confirmar sus ideas, Huerta escribió que componer un poemínimo “requiere de una espontaneidad diferente a la del meditado epigrama”.

Con todo, al menos desde cierta distancia, se diría que Huerta y Salvador Novo presiden la tradición moderna del epigrama en México. Pero ninguno de los dos figura, por citar un caso de interés notorio, en Vigencia del epigrama, muestra preparada por Héctor Carreto hace unos cuantos años (Fósforo, 2006). Aun así, es evidente que tanto Novo como Huerta son reconocibles por su propensión a la crudeza y el escarnio, el primero, y a la denuncia ideológica y el desmontaje de las frases hechas, el segundo: crudez, escarnio, denuncia y desmontaje sin los cuales el epigrama es, hoy en día, inimaginable.

Es fácil verificar esas mismas inclinaciones morales en Eduardo Lizalde y La zorra enferma, de 1975,

Este poema
ha de irritar a alguno,


y en Gerardo Deniz y la serie de sus “Letritus”:

Como abarcas poco,
aprietas tanto, ¿verdá?

En última instancia, el epigrama es un poema breve, sí, pero, ¿tiene límites la brevedad? Más vale retener que la característica sine qua non del epigrama es el punto, y en el punto situar el humorismo cáustico, no desprovisto de amargura, del poema, o sea la malevolencia de la cosa expresada. Y en la malevolencia identificar una dedicatoria: una dirección, ya que no sólo un sentido.



Luis Vicente de Aguinaga (Guadalajara, 1971). Poeta y ensayista. Es licenciado en letras por la Universidad de Guadalajara y doctor en estudios románicos por la Universidad de Montpellier. Fue colaborador de los suplementos Ea! y Nostromo, así como de la revista Zahir. Actualmente es columnista del diario Mural. Ha sido becario del Consejo Estatal de la Cultura y las Artes de Jalisco, del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes y el Premio Nacional de Ensayo Joven José Vasconcelos. Es autor de los poemarios El agua circular, el fuego (UNAM, 1995), La cercanía (Filodecaballos, 2000), Por una vez contra el otoño (La Rana, 2004), Reducido a polvo (Joaquín Mortiz, 2004) y Fractura expuesta (Mantis, 2008), y de los libros de ensayo La migración interior. Abecedario de Juan Goytisolo (FETA, 2005) y Signos vitales. Verso, prosa y cascarita (UNAM, 2005).