Los Ángeles —“el otro México” como yo le llamo a la ciudad donde elegí vivir, escribir y traducir— es una ciudad sin fin. Su poesía tampoco lo tiene: es inacabable, indefinible, imposible de categorizar o fijar. La mejor manera de encontrar (no conocer) la poesía de Los Ángeles es caminar sus calles y avenidas, andar en bicicleta en el camino entre el Río de Los Ángeles y la Carretera 5; transitar con los ojos abiertos y el juicio suspendido sus museos, mercados, cines, camionetas taqueras, baños coreanos, panaderías salvadoreñas o armenias, y todos los espacios arquitectónicos y socioculturales en proceso constante de re-inventarse, re-imaginarse.
Este dossier de cuatro poetas jóvenes de Los Ángeles es una selección que no muestra más que cuatro visiones distintas de la poesía y de cómo puede funcionar el lenguaje para crear paisajes y relaciones vívidas entre la percepción y el reflejo, el escritor y el lector. Hay, desde luego, poetas que escriben en Los Ángeles (algunos de ellos, como Douglas Kearney y Jane Sprague, escriben acerca de la ciudad misma), pero no hay una “poesía de Los Ángeles”. Hay poetas que reconfiguran la geografía del pensamiento político, el género y la intimidad (como Andrew Choate y Sarah Suzor), pero no hay una temática típica de la poesía emergente de California. Existen tantas formas poéticas y aproximaciones a la palabra hablada y escrita como poetas aventurándose por las varias lenguas que habitan esta frontera entre el México antiguo y los Estados Unidos actuales, entre un mar pacífico y una metrópoli violenta, entre un aquí y un ahora que cambian de posición y momento con los vientos de Santa Ana y el inherente sol de la ciudad.
Estas traducciones —con excepción de las correspondientes a la obra de Sarah Suzor— fueron elaboradas con la ayuda de los autores, quienes contestaron mis preguntas acerca de sus textos con generosidad y paciencia, y con el apoyo innegable de la poeta juarense Dolores Dorantes, cuya visión y revisión de mi español me vuelve a enseñar, humildemente, cómo leer, cómo releer y cómo escribir. El proceso de crear versiones —traducciones— es una práctica de colaboración constante y, por ende, un acto político que abarca simultáneamente la imposibilidad y la posibilidad. Por ello estoy muy agradecida.
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Jen Hofer (1971) vive en Los Ángeles, donde escribe poesía, traduce del español, trabaja como intérprete y maestra, teje, hace libros a mano, escribe cartas en la calle en su escritorio público, y es ciclista. Sus libros más recientes son: una serie de manifiestos-poemas-anti-guerra titulada one (Palm Press, 2009); las traducciones sexoPUROsexoVELOZ y Septiembre, de Dolores Dorantes (Counterpath Press y Kenning Editions, 2008); The Route, un proyecto en colaboración con Patrick Durgin (Atelos, 2008); y lip wolf, traducción de lobo de labio de Laura Solórzano (Action Books, 2007).
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