Todos se alistan. El camino es el mismo. Soberbia, la noche comienza a presumir su máxima virtud y la congregación de varones se hace cada vez más intensa. Jóvenes estudiantes, algunos egresados y otros más que se anexan. Aún agotados por las clases en la universidad, deciden asistir a aquel espectáculo que saciará sus seis sentidos: los ya conocidos más el del sexo.
Hay quienes tratan de esconder lo ilícito de sus actos. Otros simplemente se dejan enfocar por las luces de las patrullas escolares para dejarse bañar todavía más por el glamour que éstas proporcionan con su tibieza, fogosidad y sensualidad a rojo y azul, girando 360 grados.
Ellos se desplazan por una de las avenidas principales de la Ciudad de México. Un paseo nocturno por las banquetas es la entrada gratuita a la premier permanente. Los boletos son de látex. Cada quien debe conseguirlos por su cuenta. No importa marca, textura, color, tamaño o sabor. Tiene mayor relevancia la cantidad.
Resulta extravagante la llegada a las diversas pistas. Las rocas negras son la analogía de los asientos; y las verjas, una maraña de árboles, hierbas, matorrales y demás elementos botánicos que la Tierra ha regalado al sur del Distrito Federal.
El ritual comenzó hace rato. Cuando la fragancia más delicada, a veces fuerte y otras hasta corriente, se disolvió en aquellos cuerpos esbeltos, algunos flácidos y otros atléticos. Empezó con los planes vía celular, con recaditos en los baños de la facultad, o simplemente “al instante”: cuando los comediantes se conocieron en el metro, en la calle o por internet.
Las dimensiones del lugar son enormes. Las estrellas y la luna adornan la carpa imaginaria que se forma cuando los hombres, guiados por el fulgor de sus hormonas, dejan la ropa para dar inicio a su respectivo número.
Ya instalados dentro de aquella campestre sinonimia de la construcción que se encuentra entre los montes italianos Aventino y Palatino, utilizada para juegos y fiestas públicas, se da inicio, precisamente, a la Máxima Fiesta: la de la carne.
Tercera llamada, tercera llamada…
El estentóreo ruido del silencio humano será el que aclame a la multitud para dar luz verde al show. Son las miradas las que permiten que la energía de los participantes se active para lograr llevar a la cúspide su pieza correspondiente. Ojos que químicamente conquistan y hacen empatía para dar fineza, delicadeza, estilo, porte y elegancia al resultado de sus actos.
Como en cualquier circo, en éste también es común ver todo tipo de especímenes, en particular humanos del género masculino. Durante el verano, el brillo de las luciérnagas hará más galano aquel epicentro para varones deseosos de tener a otro abajo, enfrente o hasta encima de sí.
La caminata, ya dentro del Nuevo Circo Massimo, puede ser larga. Tal como el filme alemán Von Liebe Leben er Moretto lo plasma en aquellas ruinas italianas. Cada uno de los actores debe ir en busca de su complemento. Ahí nadie tiene exclusividad para desenvolverse solo. No es el interés del público, que asiste con el objetivo de debutar en el show. El trabajo en conjunto es la regla.
Se abre el telón
Se presenta el primer encuentro visual. La plática previa, a veces, es fundamental. Hay ocasiones en las que se omite esa parte. Comienza el proceso de interacción. Besos, caricias y cachondeos abren el telón. El público empieza a conglomerarse.
Las manos de quien está dispuesto a triunfar recorren el bulto entre las piernas de su colega. El cuerpo de quien ya puso sus brazos en la parte trasera de aquel hombre con cara excitada se desplaza anclado en su totalidad hasta llegar abajo del ombligo. Con pezones que imploran ser lamidos, sensualmente saca la varita mágica y accede a maniobrar con ella. Hace de aquel enderezado trozo de carne un ir y venir. Arriba y abajo. Adentro, afuera. Toca la punta con su lengua y lo hace llegar hasta el fondo de su garganta. Todos presencian tal pieza sin perder el tiempo, volteando a los lados para ver quién frota su artefacto y deja percibir el mismo encanto.
La estrella que prestó su órgano disfruta al máximo la actuación. Las expresiones faciales erizan los instrumentos ajenos. El artista que practica la representación gime ardientemente y babea por la satisfacción que le producen aquellos joviales y regocijantes veinte centímetros.
Brota asombrosamente el elíxir de la “razón de ser” masculina. El número parece culminar. La atención del auditorio ha disminuido o se ha desviado a otra muestra minúscula disuelta entre los matorrales que decoran la esplendorosa pista.
El arte del malabarismo
Cuando la pasividad impera entre aquellos hombres cada vez más ardientes y deseosos de tener en sus manos un bulto como el que han visto, o un trasero varonil y bien formado, aparece un corredor “distraído”. Sudado, entrenado, erecto, estimulado, con un cuerpo que excita de tan sólo verlo, permite que lo aprecien.
El más aventurado comienza a tocarlo. El deportista quiere una pista donde únicamente haya palcos. No desea tener cerca a la muchedumbre. Quizás es peligroso por la intensidad de su acto.
Todos notan cómo se desliza la pareja entre los senderos de aquel vergel dorado de exquisita e insaciable vegetación y rocas filosas que no truncan los actos de ningún actor presente. Incluso, la dificultad del acceso hace más atractivo y enigmático lo que se apreciará a continuación.
Desde las extravagantes y duras gradas únicamente se percibe un short blanco desvanecerse de las atléticas piernas de aquel bronceado y velludo hombre con barba que embelesa a cualquier alma inclinada a las delicias masculinas. Su pareja saca el artificio de una bragueta que acompaña un pantalón ajustado verde militar y penetra aquel trasero perfecto, liso, carnoso y suave. Ambos, sin perder la concentración en las caricias, besos y cachondeos: leitmotiv del Nuevo Circo Massimo.
Número principal
Grillos, moscos, chapulines y demás fauna silvestre conforman la sinfonía que llama a presenciar, en una pista más alejada, el acto protagonista de la noche. Es un performance lleno de estética y sexualidad. Con ecos varoniles apasionados en magnífica sincronía.
Las lámparas de la escuela se han apagado. Ahora sólo quedan las luces de los automóviles que pasan por la avenida. A veces, algunos conductores se integran al público y hasta participan.
En el suelo se ve el resultado de cientos de jornadas de las que el circo ha sido escenario. Miles de envoltorios que en su interior guardaron en algún momento el boleto de entrada. Ahí, sobre esa singular pista, hay dos seres disfrutando de un banquete sexual. Uno de los integrantes del público deja de ser un simple observador y toca suavemente, en contra del fulgor de sus hormonas, el cuerpo de alguno de los protagonistas, quien a su vez lo permite, y se forma un fabuloso trío. A esta magnífica obra se le anexan uno tras otro hasta armar una poliforme escultura humana.
Deviene una traslúcida resonancia de aquel microcosmos de la homosexualidad en celo. Siempre habrá alguien que se convierta en el centro de atención: “le meten y mete”. Otros chupan y les chupan. Todos manosean minuciosamente cada parte del cuerpo. El público no deja de mirar y, a su vez, se deleita con las manos que soban cada vez más intensamente su ya enorme herramienta: están los que lo hacen sobre su ropa y los que la sacan para presumir el hervor que insaciablemente exige ayuda.
Se cierra el telón
Cada vez pasan menos autos. Algunas puertas de acceso al campus han sido cerradas. El toque de queda anuncia la culminación del espectáculo.
La doble o hasta triple moral de algunos chicos con novia “regresa” a la normalidad. Los padres de familia “despistados” vuelven a ser los señores de la casa. Los profesores “admiten” nuevamente su ética. “Las obvias” han sido saciadas de su karma. Otros van satisfechos. Como en toda representación, también hay decepcionados y frustrados.
Todos los días son de diversión y entretenimiento. Las noches son de premier. Es permanencia voluntaria y a nadie se discrimina.
La luna no deja de brillar. Los artistas descienden “de la nada” entre rocas oscuras y matorrales. Aterrizan sobre el asfalto. Se mezclan nuevamente en aquella realidad oprimida, sosegada, reprimida.
Todos, al menos por ese día, abandonan la liberada, sensual, delicada y estética noche de la que les ha permitido ser protagonistas la magia del Nuevo Circo Massimo.
|