En el número 153 de Punto de partida, encargado de abrir el presente año, se incluyó el dossier “Siete poetas del cono sur” como la primera parte de una muestra de poesía joven latinoamericana, surgida a raíz de la celebración del FLAP! 2008. En el presente número se complementa el proyecto. No obstante, hablar de ello resultaría arriesgado, ya que, en su conjunto, la muestra se limita a presentar el trabajo de, en esta ocasión, nueve poetas (que, sumados a los anteriores, apenas nos da dieciséis, un número muy reducido para hablar de la producción poética actual del continente), originarios de Brasil, Ecuador y El Salvador.
La selección, como la muestra anterior, responde al azar de los encuentros literarios (que, por otra parte, también son una muestra parcelaria de la producción poética): el de Brasil del año pasado me permitió conocer a Fabio Aristimunho Vargas (cuya poesía hace gala de un manejo preciso del lenguaje, colocando cada pieza léxica como sobre un tablero de ajedrez, buscando, desde la primera línea, desde la primera letra, un desenlace sorprendente, dándole el triunfo, siempre, al lector), a Ernesto Carrión (dueño de un ya muy particular estilo, sabedor del dominio sobre la imagen, el territorio onírico, el escenario inesperado de donde saltan las asociaciones más afortunadas y sorprendentes), a Donny Correia (quien, naturalmente arriesgado, apuesta en sus poemas por el ritmo vertiginoso y el neologismo sugerente, dejando siempre una sensación renovadora al lector) y a Rafael Rocha Daud (artífice exquisito desde el sosegamiento, desde la calma de quien mira lo que pasa y lo atraviesa con la mirada, lo congela y lo esculpe en la página); y en el de la Ciudad de México de 2007 conocí a Pablo Benítez (poeta de la tensión, de lo que está frente a los ojos, trémulo de candor, de encantamiento) y Juan José Rodríguez (cuya obra da a la luz gránulos de azoro, como gambusino que saca del caudal de piedras de su harnero las preciadas pepitas apenas perceptibles pero deslumbrantes). A los otros tres poetas los conocí de segunda mano: a Krisma Mancía (cuyo trabajo explora vericuetos subtelúricos y trepidantes, que exponen una fuerza casi velada pero con la potencia de una cratofanía) y Osvaldo Hernández (quien con un lenguaje que apela a la sencillez logra cavar hondísimas simas dejando al descubierto los huesos del instante poético, así, plenos y francos como sus breves, luminosas y contundentes creaciones) los conocí por recomendación de su compatriota Benítez, con quien comparto el entusiasmo hacia sus letras; a Wladimir Zambrano (quien decide explorar la palabra desde un caudal sonoro que da pie a los versos de cadencia entrecortada) me lo presentó su coterráneo Carrión, para mostrarme una parte de la producción más novel de su país. De tal modo fue tomando forma el presente dossier que, más que una contribución a cánones y legitimaciones, es un afán de proponer a los lectores otros acercamientos, desde diversos ángulos, distintos decires y diferentes formas de abordar un mismo “ómnibus”: el de la poesía joven latinoamericana.
Por último, quiero agradecer encarecidamente al poeta Eduardo Uribe quien, amable y desinteresadamente me ayudó a revisar y enmendar las traducciones de los poetas brasileños que me tocó realizar a mí, con el fin de ofrecer el mejor de los acercamientos.
He aquí, pues, la muestra.
|