No. 159/EL ALUD PÚRPURA/MESA 8


 

Balam Rodrigo

 

 



Liturgias
[fragmentos]
 

Ahora no puede verse la luz, que está oscurecida por las
nubes; de pronto pasa el viento y las barre; viene del
septentrión áureo resplandor, y se reviste Dios de
terrible majestad.

Libro de Job


13.jpgEl olor metálico del frío —fuego inverso del mercurio— golpea mi rostro. El invierno y la ventisca han desgajado la última y canicular arteria. Ah el difunto verano y sus pústulas de trigo en la mi lengua. Ah la quietud de los cernícalos y su vuelo sobre las hogueras del campo y la memoria. Ahora en la orfandad terrestre no hay más que la ósea deyección de arcángeles y lobos imantados, no más que el rigor del septentrión que ha bautizado mis ojos con el iceberg de la muerte.

Así también me alumbro con lámparas de nieve, con páginas de yelo y materias de invierno y de silencio: Ha caído ya la luz sobre mis ojos con un peso mayor que un témpano de olvido sobre el mundo. Y hay veces la sangre de mis manos se otoña y se deslíe como la nieve y sus cristales, y yo vuelvo a contar la sustancia del sol sobre mis pasos, y entonces lloro como un iceberg, como un niño de nieve perdido en los umbrales del verano y el dolor. Me apago entonces como esa impura errata que se hunde entre las páginas de un libro a la deriva en un mar abandonado

Vivo a la sombra de un árbol digitado por ascuas de sol y de mercurio. Renombrado por ángeles y cántaros de niebla, repto sin luz bajo las sábanas que tiñen de invierno las crines de la noche. Viaja hondo paladar mío, húmedo y ocre por sueños que tactan pulmones y gargantas que respiran látigos de una miel impura. No descanso ni pido menstruo ni panes de membrillo. Dibujo apenas algún núbil vencejo que venza impares alas golondrinas y beba alcoholes de lluvia música. A la sombra de un árbol digitado por espejos y cantigas, muero segado por los himnos de la noche: Decidor de lebreles y de sombras, acezado por violentos látigos de luna, ya sin párpados, yerro.

Cae la noche y la nieve sobre este amargo, entenebrado corazón; ensalitrada por la lengua de oscuros manantiales, su negra voz lame las venas y los sueños de los grajos, el azul agua de los icebergs; nieve plomiza y redentora cayendo en nuestras almas, que, zurcidas a la voluntad de los glaciares, buscan la paz y la lembranza en las tinieblas, en los mares. Rendidos ya por la música del viento en los espejos, el ángel del dolor escribe con sílabas de yelo en nuestra sangre: Yo amo la voz de Dios azotando la soledad del alma en los henares. Cae la noche y la nieve sobre este amargo, entenebrado corazón.


Balam Rodrigo (Villa de Comaltitlán, Chiapas, 1974). Exfutbolista, diplomado en teología pastoral y biólogo por la UNAM. Ha publicado Hábito lunar (Praxis, 2005), Poemas de mar amaranto (Coneculta-Chiapas, 2006), Silencia (Coneculta-Chiapas, 2007), Larva agonía (Instituto Mexiquense de Cultura, 2008), Icarías (Ayuntamiento de Campeche, 2008) y Libelo de varia necrología (FETA, 2008). Su obra ha merecido numerosos premios. Ha sido becario de diversas instituciones.